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richard estaba con las manos enlazadas a la espalda, mirando fijamente a la máquina mientras intentaba entender qué estaba sucediendo. Se había tumbado con Kahlan durante un buen rato arriba, en el Jardín de la Vida, abrazándola hasta que esta había dejado de llorar, aguardando hasta que la tensión había desaparecido de su cuerpo y la respiración de su esposa se había vuelto más acompasada. Cuando por fin ella había caído en un sueño intermitente, él había bajado solo a la habitación donde la máquina había permanecido enterrada y olvidada durante incontables siglos.

Seguía sin saber quién había creado aquella cosa, o por qué. Daba la impresión de que había sido creada para proporcionar profecías. «Una máquina de los presagios», la había llamado el rey.

De algún modo, por inconcebible que fuera, todavía sonaba demasiado sencillo. El libro, al fin y al cabo, llamaba a la máquina Regula, y eso significaba muchísimo más.

Pero el libro Regula que había en la biblioteca era simplemente una traducción de los símbolos, del Idioma de la Creación, que la máquina usaba para hacer llegar sus predicciones. El libro tan sólo les ayudaba a traducir los presagios que la máquina emitía. No explicaba por qué llamaba Regula a la máquina. Regula significaba «reglamentar con autoridad soberana». Lo que eso tenía que ver con presagios Richard no podía ni imaginarlo.

Supuso que en cierto modo, a través de sus profecías, la máquina controlaba lo que sucedía. O alguna otra persona, y hacía que parecieran profecías salidas de la máquina. También parecía que no bastaba con las profecías que suministraba la máquina. Esas mismas profecías salían también a la luz a través de distintas personas que había en el palacio, como para asegurar que los mensajes no se mantendrían en secreto.

Podría ser, imaginó, que la máquina estuviera regulando —controlando— lo que sucedía a través de sus recientes profecías, de modo que en ese sentido el nombre le encajaba, aunque eso tal vez era llevar las cosas un poco lejos.

A Richard le parecía mucho más probable que las respuestas al auténtico propósito de la máquina estuvieran en la parte del libro que faltaba, la parte escondida en el Templo de los Vientos. Lo que fuera que hubiera en aquella parte del libro tenía que ser importante, o si no peligroso, para justificar el que estuviera escondida en el Templo de los Vientos.

A Richard no le hacía ninguna gracia la idea de volver a pisar aquel lugar. No sería en absoluto sencillo y podría fácilmente crear más problemas de los que solucionara.

Trató de desechar esos inquietantes pensamientos. Quería estar en el Jardín de la Vida con Kahlan, estar en sus brazos, hacer que ella le dijera que todo se arreglaría… que volviera a decirle que no era culpa suya. Él sabía que no lo era, pero eso de todos modos no le hacía sentir mejor. No podía deshacer lo que había sucedido.

Tenía que averiguar qué estaba sucediendo y ponerle fin.

Sabía que los dignatarios estarían armando un gran revuelo, no tan sólo por el asesinato de una reina mientras era una invitada en el palacio, sino aún más por la reprobación de Richard como gobernante del Imperio d’haraniano realizada por el rey Philippe. Había sido una declaración impulsada por una emoción en carne viva, pero aun así, Richard sabía que había varias personas que tomarían partido por el rey Philippe. Richard no estaba seguro de qué podía hacer al respecto, pero por el momento tenía preocupaciones mayores.

Mientras el monarca y otros hallaban conveniente culpar a Richard —y Richard se culpaba a sí mismo por no haber sido capaz de vincular la profecía a un príncipe nonato—, eso no llegaba al meollo de lo que estaba sucediendo. Era necesario que resolviera qué había sucedido en realidad y por qué. Algo, o alguien, había estado en aquella habitación y había matado a la reina Catherine.

Estaba convencido de que alguien estaba detrás de ello, que había sido deliberado. Al fin y al cabo, alguien había acometido la tarea de vigilar a la reina. Alguien había garabateado aquel símbolo en el suelo frente a su habitación. Alguien vigilaba y cuando ella había estado a solas habían atacado. Al menos, así era como se lo parecía a él, aunque tenía que admitir que, por incriminatorio que fuera el símbolo, el asesinato podría no estar realmente conectado con él. No podía permitirse quedar atrapado en una única posibilidad.

Lo tenía aún más desconcertado cómo alguien podría haber conseguido entrar en los aposentos de lord Rahl, pasando ante todos los guardias, y luego, sin ser visto, garabatear el mismo símbolo frente a la puerta de su dormitorio.

Por más que quería estar con Kahlan, necesitaba considerar las cosas con detenimiento. Más que eso, sin embargo, necesitaba estar solo.

De algún modo, le parecía seguro que la máquina, una máquina que podía suministrar presagios, tenía que estar en el centro de la oscuridad que se había posado sobre el palacio.

Recordaba lo que el muchacho enfermo del mercado, el que había arañado a Richard y a Kahlan, había dicho. Que había oscuridad en el palacio. Oscuridad que buscaba oscuridad.

Richard ya no dudaba de que hubiera oscuridad en el palacio. Esta había descendido sobre todos ellos.

Alargó el brazo y colocó una mano sobre la máquina.

—¿Qué eres? —musitó, preguntándoselo en voz alta a sí mismo—. ¿Por qué estás haciendo esto?

Como si le respondiera, un retumbo quedo surgió de la máquina a la vez que los engranajes comenzaban a girar. No fue como las otras veces. En el pasado siempre se había puesto en marcha con una sacudida que estremecía el suelo.

En esta ocasión empezó sin hacer apenas ruido, con los ejes y engranajes comenzando a moverse poco a poco. En el pasado siempre había empezado a toda velocidad.

En esta ocasión fue muy diferente. Fue un inicio sosegado que iba aumentando para alcanzar un pandemónium mecánico.

Richard inclinó el cuerpo hacia adelante, mirando por la ventanilla. Vio cómo la luz del interior se intensificaba poco a poco a medida que el lento girar de los engranajes adquiría velocidad con el despertar de la máquina. El mismo símbolo se proyectó arriba, en el techo, aunque esta vez en lugar de aparecer en toda su intensidad, fue adquiriendo fuerza gradualmente.

Al poco, no obstante, los mecanismos interiores de la máquina estaban ya todos ellos en movimiento. El suelo retumbó. La luz que ardía en lo más profundo de su interior aumentó poco a poco en intensidad. El símbolo del techo que daba vueltas sobre su cabeza refulgió.

Un pasador sobre una rueda surgió de improviso bajo el montón de tiras del otro lado de la máquina y empujó una de ellas, sacándola a medias de debajo de la pila. Unas tenazas extrajeron entonces la tira de metal del fondo del montón.

Mientras la tira era arrastrada hacia adelante a través del mecanismo interno, la luz procedente de debajo volvió a aumentar su intensidad, concentrándose hasta convertirse en un haz luminoso que grababa líneas en la parte inferior de la tira metálica. A medida que estampaba la parte inferior de la tira, la misma luz hacía que puntos candentes refulgieran a través del metal y fueran visibles en la parte superior.

Tras pasar por encima del haz de luz, la tira siguió adelante, tal y como él había visto en ocasiones anteriores, hasta efectuar todo el recorrido e ir a caer en la ranura cercana a la ventanilla.

Richard se lamió los dedos y extrajo la tira de la ranura en la que descansaba. La arrojó sobre la parte superior de la máquina para que se enfriase.

Parpadeó sorprendido al reparar en que la tira no estaba caliente en absoluto. Alargó la mano y la tocó, para comprobarlo. Era fría al tacto.

Frunciendo el entrecejo, la acercó más. Había símbolos grabados en el metal como antes, pero por alguna razón esta vez el proceso no la había dejado caliente. No podía concebir por qué no.

Dio la vuelta a la tira para poder leerla. Se agachó más cerca de la luz de una esfera de proximidad y descifró la excepcional colección de elementos reunidos en un único emblema que componía una frase en el idioma de la Creación.

«He tenido sueños».

Richard se quedó petrificado, con la vista clavada en el emblema. Pensó que sin duda lo había leído mal. Hizo girar la tira de metal, mirando cada elemento en el círculo, mientras volvía a efectuar la traducción para asegurarse de que era correcta y luego la pronunció en voz alta:

—«He tenido sueños».

Dio un paso atrás.

Aquella cosa siempre había ofrecido una advertencia en el pasado, un presagio, alguna clase de profecía; pero esto no tenía ningún sentido, y no sonaba en absoluto como una profecía.

Sonaba como si la máquina hubiera… dicho algo sobre sí misma.

Mientras permanecía allí parado con la vista fija en ella, Regula hizo una momentánea pausa mientras los ejes se desconectaban y los engranajes perdían velocidad; luego las ruedas dentadas se engranaron y volvieron a adquirir velocidad. La máquina sacó otra tira del montón del otro lado y la arrastró por el mecanismo interno, haciéndola pasar sobre el haz de luz para grabar un mensaje nuevo.

Cuando esta cayó en la bandeja, Richard la contempló un buen rato antes de sacarla. La segunda tira estaba tan fría al tacto como lo había estado la primera. La sostuvo en alto a la luz, contemplando la inimitable organización de símbolos que componían los dos emblemas grabados a fuego en el metal.

Sin poder apenas creer lo que veía, lo leyó en voz alta.

—«¿Por qué he tenido sueños?».

La máquina parecía hacerle una pregunta. Si lo hacía, él no tenía ni idea de cómo responderle.

Recordó entonces haber oído antes lo que estaba ahora escrito en el Idioma de la Creación en ambas tiras. Había sido el muchacho del mercado, Henrik, quien había dicho: «He tenido sueños». Ni Richard ni Kahlan habían sido capaces de comprender por qué lo había dicho, y habían pensado que estaba enfermo y deliraba. El chico había preguntado a continuación: «¿Por qué he tenido sueños?».

Ahora la máquina acababa de hacer la misma pregunta.

El muchacho no había estado delirando.

Había sido la máquina hablando a través de él.

Y también había dicho: «Él me encontrará, sé que lo hará».

Richard se preguntó si eso era una profecía… un presagio.

¿O estaba expresando la máquina un temor?