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kahlan trató de seguir a Richard al interior de la habitación, pero Cara, agiel en mano y empeñada en protegerle, entró a la carrera por delante de ella. Antes de que Kahlan pudiera seguirla, Nicci la adelantó y corrió al interior con Cara, ambas mujeres preocupadas porque Richard fuera a meterse en problemas. Kahlan, no menos inquieta, se introdujo por delante de Benjamín y corrió al interior detrás de ellas.
Un frenético rey Philippe intentó seguirlos, pero unos soldados lo contuvieron. Benjamín instó al monarca a dejar que lord Rahl y el resto de ellos averiguaran qué sucedía primero.
Dentro, todos frenaron en seco. La habitación estaba silenciosa como una tumba.
Kahlan contuvo la respiración ante el hedor a sangre.
Al echar una ojeada, pudo ver a Benjamín recortado en la entrada, aguardando para ver si necesitaban refuerzos. En el lado opuesto de la habitación, a cada lado de una puerta acristalada de doble hoja, unas finas cortinas ondulaban bajo una leve brisa, pareciendo espectros a la luz de la luna.
—No puedo ver nada en absoluto —musitó Cara.
Nicci prendió una llama que flotó en el aire por encima de la palma de su mano. Enseguida localizó un candelabro con unas cuantas velas todavía fijas en él y lo enderezó, luego encendió las velas.
Al aumentar la luz, Kahlan pudo ver por fin más que simples insinuaciones de formas.
—Queridos espíritus… —musitó en el terrible silencio.
Nicci recuperó unas cuantas lámparas del suelo, las encendió también y las depositó sobre una mesa que seguía en pie.
Por fin pudieron ver todo el alcance de la devastación. Había muebles volcados en el suelo. Cojines tirados por todas partes. El cuero de las sillas había sido acuchillado por lo que parecían ser zarpas o colmillos.
La sangre había teñido de rojo un sofá cercano y salpicaduras de esta entrecruzaban las paredes. La cantidad de sangre por todas partes era espantosa.
A sus pies, la reina Catherine yacía sobre la espalda. Le habían arrancado parcialmente el cuero cabelludo, y unos surcos que parecían dejados por colmillos recorrían su cráneo y la parte superior de su rostro. La mandíbula estaba parcialmente arrancada. Los ojos, como si todavía estuvieran inundados por una conmoción paralizadora, miraban sin ver al techo.
Puesto que los restos estaban tan completamente empapados en sangre, era imposible saber de qué color había sido su vestido.
Catherine tenía toda la cintura desgarrada. Casi la habían partido en dos. El músculo del muslo izquierdo, arrancado del hueso, yacía flácido a un lado. Largos surcos, que también daban la impresión de haber sido dejados por colmillos, raspaban toda la longitud del hueso.
Había vísceras desperdigadas por el suelo. Parecía como si una manada de lobos la hubiera atacado, desgarrándola con los colmillos y haciéndola pedazos. Lo que quedaba de la mujer apenas parecía humano.
Kahlan sintió que se le doblaban las rodillas. No pudo evitar pensar en la mujer que había asesinado a sus hijos, la mujer a quien Kahlan había dominado con su poder. Esto era lo que la mujer había pronosticado que iba a sucederle a Kahlan.
Entonces, entre los órganos e intestinos, vio un cordón umbilical que serpenteaba por el suelo.
Al final de él estaban los restos rosados y ensangrentados del hijo nonato de Catherine. Los diminutos dedos de sus pies eran perfectos. La parte superior del cuerpo había desaparecido.
Por lo que quedaba, Kahlan pudo ver que era un chico.
Un príncipe.
Con un alarido de furia, el rey Philippe se soltó finalmente de los soldados, reacios a mostrarse demasiado enérgicos con él. El soberano se abrió paso como un toro enfurecido hasta el interior del alojamiento, pero cuando llegó hasta su esposa se quedó totalmente rígido.
Luego chilló, fue un grito gélido como el que sólo podría provocar una visión tan horrenda como aquella, un grito que habría hecho llorar a los buenos espíritus.
Richard rodeó con un brazo los hombros del monarca e intentó con suavidad hacerle retroceder y apartarle de aquella visión.
El rey Philippe se desasió de un tirón y se revolvió furioso contra Richard.
—¡Esto es culpa vuestra!
Nathan alzó una mano a modo de advertencia.
—No lo es.
El monarca hizo como si no lo hubiera oído. Alzó su espada, apuntando con ella al rostro de Richard.
—¡Podríais haber impedido esto!
Richard, con su propia espada todavía en el puño, la cólera de esta todavía en sus ojos, alzó despacio la hoja y la utilizó para apartar a un lado la punta del arma del enfurecido soberano.
—Sólo puedo imaginar cómo debéis de sentiros —dijo Richard con la voz más calmada que pudo reunir con la espada en la mano y la cólera del arma martilleando por sus venas. El destrozado cadáver a sus pies no hacía más que alimentar su propia rabia—. Vuestra ira y vuestra pena son del todo comprensibles —continuó Richard.
—¿Cómo podéis saberlo? —chilló el monarca—. ¡No os importa nada vuestra gente, o nos habríais ayudado usando las profecías para impedir esto!
—Las profecías no habrían impedido esto —respondió Richard.
—¡Hicisteis marchar a aquellos tres príncipes debido a las profecías! ¡Lo sabíais! ¡Podríais haber impedido esto! ¡Queríais que esto sucediera!
Nicci mantenía la mirada fija en el rey. Cualquier movimiento indebido, y su poder se estrellaría contra el monarca antes de que este supiera qué le había golpeado. Kahlan no creía que el hombre fuera consciente del peligro mortal en el que estaba, por parte de Nicci, de Richard, de Nathan, y no menos de Kahlan.
—No sabéis lo que decís —advirtió Nicci—. Buscáis un culpable en el lugar equivocado.
Él giró la espada hacia ella.
—¡Sé perfectamente bien lo que digo! ¡Acabo de enterarme de la profecía que dice que aquí, en el palacio, un príncipe caerá víctima de unos colmillos con la luna llena! ¡De habernos contado lord Rahl lo de esta profecía, podríamos haber impedido que esto sucediera!
—Y de no haber estado vos por ahí fuera persiguiendo profecías —replicó Kahlan con voz implacable—, podríais haber estado aquí para salvar a vuestra esposa y a vuestro hijo de este destino. Cayeron víctimas de unos colmillos porque andabais por ahí persiguiendo profecías, cuando deberías haber estado aquí protegiéndolos. Ahora, buscáis desplazar la culpa lejos de vos y depositarla sobre otros.
Richard alargó una mano, tocando el brazo de Kahlan, como para decirle que dejara en paz a aquel hombre. Ella tenía razón, desde luego, pero no serviría de nada insistir en aquel momento.
La compasión de Richard no tuvo efecto sobre el monarca, quien volvió a girar la espada hacia él. Los ojos de este permanecieron concentrados en el hombre, pero no hizo ningún movimiento para apartar la espada. A pesar de lo que el monarca pudiera pensar, Kahlan sabía que no sería lo bastante rápido. Cuando él lo deseaba, la hoja de Richard podía moverse como un rayo y golpear con la misma fuerza.
—Habéis fallado en vuestro deber de proteger a vuestro pueblo —sentenció el rey.
—Ha estado haciendo todo lo que podía para proteger a todo el mundo —dijo Kahlan, lista para alargar el brazo y capturar al rey con su propio poder si era necesario.
La mirada iracunda de este se volvió hacia ella.
—¿De verdad? Entonces ¿por qué no nos ha contado que encontró una máquina de los presagios?
Richard pestañeó.
—¿Qué?
El rey Philippe balanceó su espada atrás, indicando a los que estaban fuera.
—Todos estamos enterados de ello. La pregunta es, ¿por qué tendríais que mantener en secreto una máquina así, y las advertencias que ha hecho… profecías que sólo pueden proceder del mismísimo Creador?
—No sabemos nada sobre la máquina, y mucho menos si está pensada para ayudarnos o perjudicarnos —respondió Richard—. No podemos poner nuestra confianza en palabras surgidas de una fuente de la que no sabemos nada. Por eso…
—¿Exactamente de qué lado están vuestras lealtades, lord Rahl? ¿Con la vida o con la misma muerte? ¿A quién servís en realidad?
Cara alzó su agiel, apuntando con él al rostro del monarca.
—En estos momentos estáis pisando un terreno muy peligroso. No sabéis de qué habláis. Sugiero que dediquéis más atención a aseguraros de que no decís algo que podríais llegar a lamentar enormemente.
Richard bajó con suavidad el brazo de Cara.
—Habría hecho cualquier cosa para impedir esto —dijo al rey.
—Cualquier cosa salvo contarnos la verdad. —Su mirada abandonó a Cara y pasó a Richard—. Ha habido rumores de que teméis dormir en vuestros propios aposentos, ahora ya sabemos el motivo. Sin embargo no quisisteis advertir a vuestra gente del peligro que anda por el palacio. ¡No habéis cumplido con vuestro deber para con nosotros!
Richard le devolvió la mirada desafiante, pero no respondió. Kahlan sabía que no tenía sentido intentar razonar con el hombre en ese momento tan cargado de emociones, junto a su mujer y su hijo nonato asesinados.
El rey Philippe rechinó los dientes.
—No sois digno de liderar el Imperio d’haraniano.
—Os juro —dijo Richard— que descubriré quién es responsable de esto y haré justicia.
—¿Justicia? Yo sé quién es el responsable. —El monarca irguió los hombros y envainó la espada—. Retiro mi país de la lealtad a vuestro gobierno. Ya no os reconocemos como el líder legítimo del Imperio d’haraniano.
Dedicó una breve mirada a los restos de su esposa, luego cerró los ojos un instante, como si contuviera las lágrimas o tal vez un grito angustiado, o puede que un impulso de volver a sacar su espada.
Y a continuación dio media vuelta y salió hecho una furia.