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richard bostezó. Alzó la vista de los complejos elementos simbólicos en los que trabajaba y vio que Zedd volvía a entrar en la biblioteca. A través de las altas ventanas, el primer rubor del amanecer revelaba un cielo despejado.

La extraña tormenta primaveral había pasado, pero parecía que había sido el heraldo de problemas mayores. Richard tenía claro que las cosas no andaban bien, pero fuera cual fuese el meollo del problema, estaba oculto y no lo veía. Empezaba a notar aquella sensación, familiar e incómoda, de que estaba a oscuras respecto a lo que en realidad sucedía.

Todo ello, desde el muchacho en el mercado hasta la tormenta, pasando por las extrañas muertes, la diversidad de profecías extrañas y la máquina enterrada durante tanto tiempo que de improviso había cobrado vida, era demasiado para ser una coincidencia. Las cosas que parecían ser una coincidencia siempre le ponían los nervios de punta. Lo que más le preocupaba era la máquina que habían descubierto, le inquietaba que en cierto modo estuviera en el meollo de todo ello.

Las traducciones de las tiras de metal no hacían más que confirmar sus sospechas.

Desde que había descubierto que todo en el libro estaba a la inversa, aquellas traducciones, si bien tediosas, le habían estado saliendo sin complicaciones. Y cuanto más averiguaba, más aumentaba su inquietud.

Mientras su abuelo cruzaba la biblioteca, Richard advirtió que Zedd no mostraba el brío acostumbrado en su andar. En ese momento pensó que Zedd tenía todo el aspecto de un anciano, de un anciano cansado. Las arrugas que veía en el rostro de Zedd le dijeron que también él estaba preocupado por los problemas que podrían tener. El típico humor divertido, en ocasiones infantil, que tenía su abuelo de contemplar el mundo no aparecía por ninguna parte. Eso, más que cualquier palabra, le dijo a Richard lo serio de la situación.

Eso, y las traducciones de las tiras de metal.

Richard dejó de pasar las páginas cuando con el rabillo del ojo distinguió la parte que buscaba.

—Aquí está el primero —dijo a Berdine, y dio un golpecito a un elemento de la página—. Es ese. ¿Con qué se relaciona?

Berdine se inclinó hacia él y leyó en silencio la explicación en d’haraniano culto.

—Tiene que ver con «caída».

Richard ya había empezado a comprender el Idioma de la Creación y sabía lo que significaban muchos de los símbolos. Sólo había estado mirando para confirmar sus peores temores. Berdine acababa de hacerlo.

—Ese es el último símbolo, de modo que…

—De modo que pone fin a la acción del sujeto —finalizó Berdine hablando entre dientes.

La mord-sith todavía no había deducido lo que Richard ya había deducido. Sacó la lengua por la comisura del labio mientras lo anotaba, luego empezó a pasar páginas del libro.

—Necesito el sujeto.

Richard dio un golpecito a la tira de metal, mostrándoselo.

—Aquí. Esta parte de la figura es el sujeto.

Zedd, deteniéndose en seco al otro lado de la mesa, se inclinó al frente, entornando los ojos en un intento de leer la hoja en la que ella trabajaba.

—¿Qué es eso que has escrito ahí?

—Es la traducción de esta tira —respondió Richard—. ¿Cómo está Kahlan? ¿Pudiste curarle la mano?

—Soy un mago, ¿no? —Indicó con un ademán el papel sobre el que escribía Berdine—. ¿De modo que habéis resuelto cómo funciona el libro? ¿Cómo funcionan estos símbolos?

—Sí —dijo su nieto—. Resulta muy notable, de hecho. Los símbolos son una forma de lenguaje increíblemente eficiente y compacta. Para lo que nosotros necesitaríamos frases, o incluso párrafos, esta lengua puede expresarlo en una breve línea de elementos simbólicos. Con sólo unos cuantos emblemas combinados del modo correcto puede contarte toda una historia o transmitir una cantidad tremenda de información. Y es extraordinariamente precisa.

Richard hacía mucho tiempo que había aprendido a comprender las figuras emblemáticas. Entendía el modo en que representaban cosas y cómo funcionaban en configuraciones de hechizo. Sin saberlo, ya había empezado hacía mucho a aprender ese lenguaje.

Una vez que comenzó a utilizar el libro, y a traducir los símbolos, en algún momento de la noche todo ello había encajado y vio cómo lo que ya comprendía estaba relacionado con ese idioma nuevo, y cómo debía usar ese conocimiento para interpretar los símbolos que utilizaba la máquina. Era como abrir una puerta que jamás había sabido que estaba allí. En un fugaz momento de comprensión, todo lo que ya sabía encajó para ayudarle a entender ese idioma nuevo.

Se dio cuenta de que era más parecido a aprender un dialecto nuevo que a aprender una lengua distinta. Por consiguiente, había sido capaz de comprender con rapidez cómo funcionaba. En aquellos momentos ya no necesitaba el libro Regula para entender los símbolos.

Zedd cogió la tira de metal para volver a mirarla, como si de improviso, como por arte de magia, pudiera descrifrarla. No fue así.

—Así pues, ¿cuál es la traducción? ¿Qué pone en esta tira?

Richard señaló con el extremo de su pluma.

—Esa que tienes en la mano dice: «El techo va a venirse abajo».

El entrecejo de Zedd se frunció aún más.

—¿Como la profecía que mencionaste? ¿La de la ciega? ¿La adivina llamada Sabella que te encontraste en los corredores?

—Justo esa.

—¿Tras la advertencia sobre oscuridad que hizo el muchacho del mercado el otro día? ¿El que tenía fiebre y deliraba?

Richard asintió.

—Así es.

—El chico que pensabas que decía incoherencias.

—Pensamos que eran incoherencias en aquel momento, pero a lo mejor no lo eran. Tras la advertencia del muchacho, me dijo la buenaventura la mujer ciega que resultó ser la misma profecía que luego obtuvimos de Lauretta y de la máquina. El muchacho dijo algo más, que, en aquel momento, pensamos que era producto de la fiebre. Dijo: «Él me encontrará, sé que lo hará».

—Indudablemente suena a desvarío febril.

Richard cogió otra tira de metal.

—Esta estaba en el fondo del montón que había en la máquina. Eso significa que fue la primera que hizo la máquina desde que parece haber despertado ahí abajo. Apenas podía creerlo cuando la tradujimos. Dice: «Él me encontrará».

Zedd señaló con la mano la tira que Richard sostenía.

—¿Te refieres a que la máquina predijo que la encontrarías?

Richard se encogió de hombros.

—Dímelo tú.

—¿Estás seguro de que la has traducido como es debido?

Richard dirigió una ojeada a la puerta y vio que Nathan entraba en la biblioteca con paso firme. También él tenía un semblante sombrío.

—Ahora que tengo la clave que necesitaba, sí —dijo Richard a Zedd—, no puede haber duda. Todo funciona a la perfección. —Alargó el brazo y levantó la tercera tira—. Esta de aquí, la que pensaba que únicamente tenía el símbolo del fuego en ella, se traduce perfectamente según la clave. Es exactamente lo que pensé. Dice únicamente «fuego».

—¿Qué es eso sobre el fuego? —exclamó Nathan a la vez que apresuraba el paso.

Zedd tomó la tira de la mano de Richard y la mostró al profeta.

—La traducción resultó justo lo que Richard pensaba. Significa «fuego», y nada más.

En el extremo opuesto de la biblioteca, Richard vio a Lauretta entrar transportando un cargamento de sus predicciones. Dos guardias caminaban detrás, acarreando grandes pilas de papeles en los brazos. Iba a significar muchísimo trabajo para ellos ayudarla a bajar todas sus predicciones desde su alojamiento hasta el nuevo hogar de estas en la biblioteca. Richard sintió un gran alivio al ver que la mujer estaba sacando todos aquellos papeles del lugar donde vivía.

Nathan hizo una mueca.

—Fuego.

—Eso es —dijo Richard—. Una de las otras dice: «Él me encontrará». Eso fue lo que el muchacho del mercado nos dijo a Kahlan y a mí. La otra dice que el techo se vendrá abajo, tal y como Lauretta y la mujer ciega, Sabella, me contaron.

Nathan posó un puño sobre su cadera.

—Da la casualidad de que estoy aquí por Sabella.

—¿De veras? ¿Qué pasa con ella?

—Ha estado creando problemas. Unos cuantos de los dignatarios acudieron a ella para oírla profetizar. Insisten en que necesitan averiguar lo que depara el futuro.

Richard suspiró.

—¡Vaya, estupendo! ¿Qué les dijo?

Nathan se inclinó hacia adelante.

—Fuego.

—¿Qué?

—Eso es todo lo que dijo: «Fuego». Los dignatarios regresaron y se lo contaron a los demás. Están todos como locos, temiendo que habrá un incendio en el palacio. Varios de los representantes han despertado hace un momento, y han abandonado corriendo sus habitaciones en sus ropas de dormir, muy trastornados porque habían soñado con fuego.

—Eso es curioso —masculló Zedd mientras se frotaba el mentón.

Richard divisó a Lauretta acercándose a ellos por la biblioteca.

—¡Lord Rahl! ¡Lord Rahl! —Agitaba un pedazo de papel—. Ahí estáis. Me alegro tanto de encontraros aquí.

Richard se puso en pie cuando ella se detuvo sin resuello ante él.

—¿Qué sucede?

La mujer apretó una mano contra el pecho mientras jadeaba por un instante, recuperando el aliento. Le tendió un papel doblado.

—Recibí otra profecía para vos. La escribí como siempre. Iba a ponerla con las demás para tenerla a buen recaudo hasta que os volviera a ver, pero aquí estáis.

Richard desdobló el papel. Tenía tan sólo una palabra escrita en él.

FUEGO.

—¿Qué es? —preguntó Zedd.

Richard le entregó el papel. La frente de Zedd se arrugó al leer la única palabra de la hoja.

—¿Y tienes alguna idea de lo que esto significa? —preguntó a la mujer a la vez que entregaba el papel a Nathan.

Ella negó con la cabeza.

El alto profeta leyó la solitaria palabra en silencio y luego alzó la mirada.

—Justo igual que Sabella.

Zedd miró con atención a su nieto.

—¿Alguna idea de lo que podría significar?

Richard suspiró.

—Me temo que…

Calló de golpe cuando una gélida comprensión lo invadió.

Arrojó la pluma sobre la mesa y corrió hacia la puerta.

—¡Vamos! —gritó por encima del hombro—. ¡Sé lo que significa! ¡Sé dónde está el fuego!

Zedd, Nathan y Berdine echaron a correr para seguirlo. Incluso Lauretta salió disparada para alcanzarlos.