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kahlan tenía la dolorida mano apoyada en el regazo mientras permanecía sentada en una silla de la biblioteca, no muy apartada de Richard, trabajando en la traducción de unos cuantos pasajes de un libro escrito en un idioma poco conocido que ella entendía. Le estaba costando conseguir que sus ojos se centraran en el texto. Richard necesitaba su ayuda para efectuar las correspondencias de unas cuantas descripciones del libro.

Kahlan bostezó y alzó la vista cuando oyó a Zedd irrumpiendo a través de las puertas del otro extremo de la habitación. A su túnica parecía costarle avanzar al mismo paso que el enjuto mago. Richard sólo levantó la vista un momento del libro en cuya lectura estaba enfrascado.

Kahlan regresó a su tarea pero de vez en cuando echaba miradas de soslayo mientras Zedd avanzaba con paso decidido por las alfombras doradas y azules. El rostro del anciano, cubierto de sombrías arrugas, quedaba en sombras en los espacios que mediaban entre cada una de las lámparas reflectoras fijadas a las columnas.

—¡Diantre, Richard! ¿Qué sucede?

—No hacen falta esa clase de expresiones. Te necesito, eso es todo.

Zedd se detuvo en el otro lado de la recia mesa de caoba. Disponiendo por fin de una oportunidad de alcanzarle, la tela de la sencilla túnica se arremolinó alrededor de sus piernas. El mago observó el rostro de Kahlan, escudriñando su semblante en busca de alguna indicación de la naturaleza del problema, antes de devolver la atención a Richard.

—Tengo buenos motivos para mi forma de expresarme. ¿Tienes alguna idea de qué se siente al ser despertado en plena noche por una mord-sith?

Kahlan alzó los ojos para echar un vistazo a las ventanas. No pudo ver más que oscuridad. Todavía faltaba mucho para que fuera de día. Sabía que no iban a tener oportunidad de dormir aunque fuera un poco. Al menos la tormenta parecía haber cesado.

Richard no alzó los ojos del libro.

—De hecho, sí lo sé. ¿Utilizó su agiel para despertarte?

—No, por supuesto que no.

—Entonces, créeme, no tienes nada de lo que quejarte.

Zedd se puso en jarras, pero tras volver a evaluar la expresión de Kahlan, pareció reconsiderar lo que había estado a punto de decir. Su tono de voz se suavizó.

—¿Qué está pasando, muchacho?

—Ha habido un incidente.

Zedd miró a su nieto con el entrecejo fruncido.

—Un incidente. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te refieres a algo como que el cocinero quemó la salsa? ¿Esa clase de incidente?

—No exactamente. —Richard suspiró a la vez que se recostaba en su silla para alzar la mirada hacia su abuelo. Kahlan pudo ver la fatigada frustración que había en los ojos grises de su esposo—. Encontramos algo enterrado bajo el Jardín de la Vida.

Zedd ladeó la cabeza.

—¿Qué quieres decir con que lo encontrasteis? ¿Cómo lo encontrasteis?

—El techo se vino abajo.

—El techo… —Volvió a echar un vistazo a Kahlan, quien ni siquiera tuvo ánimos para sonreírle.

Zedd miró atrás cuando Nathan entró como una tromba en la estancia con Nicci, Cara, Benjamín y Nyda.

—¿Qué sucede? —exigió Nathan con voz atronadora en cuanto entró.

—Parece que el techo sobre el Jardín de la Vida se vino abajo —anunció Zedd—. Todavía no sé lo que hizo el muchacho para provocar que se desplomara.

—¿Yo? Yo no hice…

—Así pues se confirma la profecía inconclusa —dijo Nathan—. No suena tan importante, de todos modos. No lo bastante importante para despertarnos a todos en plena noche.

Richard cruzó los brazos y aguardó hasta que ambos magos callaron. Cuando lo miraron con expresión inocente, esperando a que se explicara, y estuvo seguro de que permanecerían en silencio, prosiguió por fin.

—Hay más cosas. El techo de cristal estaba cubierto de nieve empapada acumulada. Cuando todo ello cayó fue a aterrizar en la parte central del suelo del Jardín de la Vida. El peso y el impacto, junto con la caída de un rayo, provocaron a su vez que el suelo cediera. —Richard se pasó una mano cansada por el rostro—. Hay una habitación enterrada ahí debajo que parece no haber tenido un visitante en miles de años.

Zedd colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante con cara de pocos amigos.

—Evidentemente, debe de haber algo en esa habitación que provoque que envíes a Nyda a despertarnos en mitad de la noche.

—Evidentemente.

Nathan se volvió hacia Zedd.

—¿Qué crees tú que hay ahí dentro?

—¿Y cómo podría saberlo yo?

Nicci les lanzó una mirada furiosa.

—¿Queréis hacer el favor de darle una oportunidad de contárnoslo?

La boca de Zedd se crispó.

—De acuerdo, ¿qué encontraste?

Berdine se inclinó hacia adelante y dio un golpecito con el dedo al libro que Richard y ella habían estado compartiendo.

—Lord Rahl dice que de eso habla este libro.

Tanto Zedd como Nathan pestañearon, estupefactos.

—¿«Eso»? —preguntó Nicci—. ¿De qué estás hablando? ¿A qué te refieres?

—Sí, ¿a qué te refieres? —añadió Nathan.

—Berdine está siendo melodramática.

Richard arrojó una tira de metal sobre la mesa en dirección su abuelo. El objeto giró sobre el tablero de caoba, reflejando destellos de luz de las lámparas por un instante antes de reducir la velocidad hasta detenerse.

—En una segunda habitación por debajo del Jardín de la Vida hay una máquina que graba símbolos en estas tiras de metal.

Zedd se lo quedó mirando, atónito.

—¿Una máquina?

Nathan ladeó la cabeza para mirar la tira de metal de la mesa.

—¿Una máquina que graba símbolos?

—Sí, creo que las inscripciones son una forma de lenguaje. A eso se refería Berdine.

Zedd peinó hacia atrás su rebelde mata de ondulado pelo blanco.

—Una máquina…

Con sumo cuidado levantó la tira de metal. Sus tupidas cejas descendieron mientras estudiaba la serie de dibujos. Nathan miró por encima de uno de sus hombros, Nicci por encima del otro. Cara, Benjamín y Nyda atisbaron desde un lado.

—¿Qué clase de símbolos son estos? —preguntó Zedd—. Jamás he visto nada que se les parezca.

Richard levantó el libro, dejándoles ver el lomo. No parecía mucho más contento que su abuelo.

—Son símbolos sacados de este libro, Regula.

Zedd contempló el libro como si fuera un traicionero agente del mismísimo Custodio.

—Tenía que ser ese.

—Eso me temo —repuso Richard.

Zedd indicó el libro con la mano.

—Conozco unas pocas palabras sueltas de d’haraniano culto, pero no conozco esa, «regula». ¿Qué significa?

—Significa reglamentar con autoridad soberana.

—Autoridad soberana… —se mofó Zedd.

Nathan enarcó una ceja.

—Richard está siendo comedido en su traducción.

—De lo más comedido —añadió Nicci por lo bajo.

Kahlan permaneció sentada con callada preocupación respecto a exactamente qué tenía que reglamentar la máquina. Todo en ella… el tamaño, la complejidad, el modo en que estampaba mensajes en una antigua forma de lenguaje sobre tiras de metal con haces concentrados de luz, y en especial el modo en que había estado escondida e inaccesible durante siglos, y que sin embargo todavía pudiera funcionar…, le producía un nudo en el estómago.

Cuando Nathan tomó la tira de metal de la mano de Zedd para mirarla más de cerca, Zedd volvió a agitar una mano en dirección al libro.

—¿Y qué tiene que ver el libro con estas tiras de metal?

—Creo que el libro es lo que Berdine pensó que era desde el principio, un lexicón, una especie de manual. Creo que el libro es el medio para descifrar los símbolos de las tiras.

—En ese caso es una buena cosa que tengamos el libro —comentó Nathan en un tono que sugería que no creía que pudiera ser tan sencillo—. ¿Y qué has conseguido deducir sobre los símbolos?

Richard miró a lo lejos un momento antes de hablar, al parecer reacio a tener que admitirlo en voz alta.

—Nada, me temo.

La expresión malhumorada del rostro de Nathan se intensificó.

—Pensaba que este libro fue pensado como un medio para descifrar las tiras de metal…

—Creo que lo es. Pero no funciona.

El entrecejo de su abuelo se frunció aún más.

—¿Qué quieres decir con que no funciona? Si lo que dices es cierto, tiene que funcionar.

—Lo sé —respondió Richard en un tono de voz sosegado—. Pero no lo hace.