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mientras se agachaban, intentando evitar ser alcanzados por los escombros, Richard y Kahlan se taparon los oídos para protegerlos del ensordecedor sonido de los truenos y de la piedra al partirse. Bajo los intermitentes fogonazos de los relámpagos, Richard vio que el suelo del centro del jardín se hundía.

Bloques enormes de granito crujieron, separándose unos de otros. Piedras, tierra y hierba, manaron al interior del recién creado agujero, cada vez mayor, como el contenido de un reloj de arena al descender.

Cuando las esquirlas de cristal dejaron por fin de caer, Richard alzó los ojos y vio a la luz de los relámpagos una brecha irregular en el techo rodeada por pedazos retorcidos del armazón de metal. Por suerte, la mayor parte del techo seguía en su sitio. Por el aspecto del armazón, los constructores lo habían reforzado para que lo resistiera todo salvo los acontecimientos más excepcionales. Al fin y al cabo, había aguantado miles de años. Pero la enorme acumulación de nieve que una lluvia fría había vuelto peligrosamente pesada, junto con el hecho de recibir el impacto de un rayo, habían sido demasiado para que el techo de cristal pudiera soportarlo.

El viento restallaba al interior a través de la abertura, introduciendo remolinos de aguanieve y nieve por todo el jardín y por dentro del agujero abierto en el centro del suelo.

Con la mirada puesta en las alturas por si había pedazos de cristal colgando que pudieran caerle encima, Richard extrajo el fragmento de cristal de su pierna y lo arrojó a un lado. Cogió a toda prisa un eslabón y pedernal de su mochila y los utilizó para encender una antorcha que había en un soporte de hierro no muy lejos de ellos. Preocupado porque hubieran resultado heridas o muertas personas que estuvieran debajo del suelo desplomado, corrió hacia la abertura incluso mientras seguía resbalando tierra y arena al interior de sus oscuras fauces.

Kahlan lo agarró por la manga.

—¡Richard! No te acerques. El resto del suelo podría venirse abajo.

Richard alargó la antorcha, intentando ver en el interior del agujero. La llama osciló bajo las ráfagas de viento que descendían desde la abertura del techo. Inclinó el cuerpo, atisbando por el boquete. Parecía que el suelo del Jardín de la Vida lo sostenían una serie de arcos de un techo abovedado situado debajo.

—Parece que ha parado —dijo—. El rayo ha dañado la estructura de la claraboya y la estructura de esa zona del suelo, pero parece que el resto está estable. ¿Ves ahí? El rayo alcanzó ahí, entre dos gruesos arcos.

Kahlan se acercó poco a poco por detrás.

—¿Estás seguro?

—Muy seguro.

Richard se acuclilló y sostuvo la antorcha sobre el agujero, intentando ver qué había en el fondo. No era una habitación, como había esperado.

—Mira ahí —dijo, señalando a la izquierda—. Hay una escalera.

Kahlan frunció el ceño a la vez que se inclinaba un poco más hacia la abertura.

—Tienes razón. Da la impresión de que antes había una escalera que subía al Jardín de la Vida, pero que la tapiaron.

»Eso no tiene ningún sentido —dijo ella—. Este espacio fue construido deliberadamente como un campo de contención. No tiene sentido que hubiera una escalera. La abertura habría debilitado el campo de contención.

—Puede que no tenga sentido, pero eso es lo que parece.

—A menos que lo que hay debajo esté dentro del campo de contención —dijo ella, pensando en voz alta—, o lo estuviera en el pasado.

Richard se aproximó un poquitín más. El resto del suelo parecía estable.

—Puede que la escalera hubiera conducido en el pasado al Jardín de la Vida, pero finalizan en un descansillo. ¿Lo ves, ahí? No ascienden hasta arriba del todo. Quiero bajar.

Kahlan sacudió la cabeza.

—El descansillo está demasiado abajo para saltar.

Richard se puso en pie, sosteniendo la antorcha al frente. Señaló con el dedo.

—Ahí está el cobertizo donde los jardineros guardan las herramientas. Estos árboles hay que podarlos a menudo para evitar que crezcan en exceso, de modo que tiene que haber una escalerilla.

Al abrir la puerta del cobertizo, Richard vio que efectivamente había una escalera de madera dentro. Entregó la antorcha a Kahlan. La escalerilla era pesada, pero fue capaz de manejarla sin ayuda.

En cuanto llegó al agujero hizo bajar la escalerilla en perpendicular hasta apoyarla en el descansillo. Sobresalía lo suficiente fuera del agujero para proporcionar un buen asidero.

Richard miró arriba, a través de la irregular abertura en el techo de cristal. Copos de nieve descendían lentamente, pero el viento amainaba. Pudo ver claros en las nubes, y a través de los claros, estrellas. La tormenta finalizaba.

—¿Por qué no esperas aquí? —dijo él mientras ella iniciaba el descenso.

—Sí, claro —replicó ella—, como que eso va a pasar.

—Bueno pues al menos espera hasta que yo llegue al descansillo y vea si los peldaños son seguros.

Kahlan se avino a eso. Permaneció en el borde del agujero, con un pie bien afirmado en un bloque de piedra que había quedado al descubierto, la antorcha en la mano, y atisbando abajo para observar a Richard mientras descendía por la escalerilla. Cuando alzó la vista hacia ella, los bloques de granito desplazados del borde del agujero hicieron pensar a Richard en una hilera de dientes torcidos, como si estuviera siendo engullido por el gaznate de un monstruo de piedra.

Al abandonar la escalerilla la zona a su alrededor se iluminó con una espectral luz verdosa procedente de una esfera de proximidad colocada en un brazo de hierro adosado a la pared. Richard ya conocía aquellos antiguos dispositivos. Se utilizaban para iluminar diferentes áreas del Palacio del Pueblo y las profundidades del Alcázar del Hechicero, entre otros lugares. Tenían todo el aspecto de un trozo de cristal macizo, pero habían sido investidos de antigua magia, de modo que cuando alguien con el don se les acercaba empezaban a resplandecer.

En cuanto sacó la pesada esfera del soporte, la luz que despedía adquirió un tono más cálido.

Kahlan bajó junto a él.

—Al menos no tenemos que llevar la antorcha.

—Supongo que no —repuso Richard a la vez que entornaba los ojos para mirar a la oscuridad de abajo—. Esto no tiene ningún sentido.

—¿Qué quieres decir?

Richard apartó telarañas con la mano y respondió:

—Yo habría pensado que tendría que haber existido una habitación o alguna zona del palacio aquí debajo, pero da la impresión de que nadie ha estado aquí abajo en mil años. Quizá más.

Kahlan paseó la mirada por las espesas capas grises de polvo adheridas a las paredes.

—Mucho más.

Mientras iniciaba el descenso por los escalones, Richard fue rodeando con cuidado trozos de piedras caídas y zonas cubiertas de tierra. Kahlan, con una mano sobre su hombro, lo siguió, teniendo también buen cuidado de rodear los escombros.

Una vez descendido el largo tramo de escalera llegaron a una pasarela que discurría por el borde de una habitación. Las paredes estaban construidas con bloques de granito, y arcos inmensos creaban un techo abovedado, todo ello sosteniendo la parte central del Jardín de la Vida. La oscura piedra parecía muy antigua. Richard no creía que el lugar hubiera visto la luz del sol en milenios.

En lugar de ser llana, la parte central del suelo ascendía en una cúpula formada por gruesos nervios de piedra. La cúpula les obligó a utilizar la pasarela que recorría los bordes de la habitación. Gran cantidad de escombros procedentes de arriba cubrían la cúpula, pero muchos de ellos habían resbalado para acumularse en el hueco pegado a la pared de la pasarela. Richard empezó a dar la vuelta a la habitación, pasando por encima de los escombros. Kahlan trepó por encima de enormes piedras caídas de lo alto, en la dirección opuesta.

La habitación no parecía servir para nada excepto como zona de inspección de la estructura. Había otros lugares en el palacio que estaban pensados para tal fin, de modo que no le sorprendió demasiado.

Se preguntó, no obstante, por qué, si eso era cierto, habían cerrado el acceso al Jardín de la Vida. Supuso que la escalera podría haber sido el acceso durante la construcción y que había sido sellada luego.

—Por aquí —lo llamó Kahlan—. Hay otra escalera de caracol que desciende.