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con el rabillo del ojo, Kahlan vio a la oscura cosa cargar hacia ella al mismo tiempo que Richard se lanzaba hacia un extremo de la cama. La mano de Richard aferró la empuñadura de la espada. Rodó fuera, liberando de un tirón el arma de la vaina en un movimiento fluido, y aterrizó sobre sus pies. El tañido del acero de la Espada de la Verdad hendió el silencio como un alarido colérico y provocó que un escalofrío recorriera el cuerpo de Kahlan.

A la vez que la oscura forma saltaba hacia ellos, Richard giró sobre sí mismo para enfrentarse a la amenaza. Kahlan se agachó rápidamente hacia atrás para quitarse de en medio.

Veloz como un rayo, el arma describió un arco. La hoja silbó mientras barría el aire al encuentro de la sombra.

El acero hendió el centro de la negra figura.

Pero en el mismo instante en que la hoja la partía, la oscura figura se evaporó como polvo, perdiendo su forma, descomponiéndose en remolinos mientras desaparecía.

Richard permaneció en pie junto al lecho, espada en mano, jadeando enfurecido. Por lo que podía ver Kahlan, lo que había despertado su cólera ya no estaba allí. Oyó el apagado y distante retumbo de un trueno, y el leve siseo del farol que había sobre la mesa, entre las sillas y el canapé.

Kahlan gateó veloz por la cama hacia su esposo y paseó la mirada detenidamente por la oscura habitación, intentando ver si la forma había reaparecido en otra parte. Se preguntó si sería capaz de verla si lo hacía.

—No percibo nada observándonos —dijo, escudriñando la oscuridad en busca de la silenciosa amenaza.

—Yo tampoco. Se ha ido.

Kahlan se preguntó durante cuánto tiempo, y también si volvería a aparecer de repente en algún otro lugar del dormitorio.

—¿Qué crees que puede haber sido? —Se puso de pie junto a él, arrastrando los dedos por su brazo musculoso de camino a la lámpara para subir la mecha.

Richard, todavía bajo el ardor de la cólera que provocaba empuñar la espada, examinó cada rincón de la estancia a medida que la lámpara ayudaba por fin a iluminar lo que antes sólo habían sido formas oscuras.

—Ojalá lo supiera —respondió a la vez que deslizaba la espada de vuelta a su vaina—. Estoy empezando a vigilar cada sombra, a escuchar cada sonido, por si hay algo realmente allí o es sólo mi imaginación.

—Me recuerda a cuando era pequeña y pensaba que había monstruos bajo mi cama.

—Sólo hay un problema con eso.

—¿Cuál es? —preguntó ella.

—Que no era nuestra imaginación. Los dos lo hemos percibido. Los dos lo hemos visto. Estaba aquí.

—¿Crees que esa cosa era lo que percibimos observándonos la otra vez?

—¿Te refieres a si creo que ese monstruo imaginario es el mismo monstruo imaginario que estaba en nuestra habitación anoche?

A pesar de su preocupación, aquello hizo sonreír a Kahlan.

—Imagino que suena ridículo cuando lo expresas de ese modo.

—Sea lo que sea, creo que tiene que ser la misma cosa.

—Pero antes no pudimos verlo. ¿Por qué se ha mostrado esta noche?

Él no tenía respuesta. Todo lo que pudo hacer fue proferir un suspiro contrariado.

Kahlan se abrazó con los brazos desnudos mientras se acurrucaba bien pegada a él.

—Richard, ¿si no sabemos qué está sucediendo, o quién, o qué está observándonos dentro de nuestra habitación, cómo podemos detenerlo? ¿Cómo vamos a conseguir dormir un poco?

Richard la rodeó con un brazo.

—No lo sé —dijo en un tono pesaroso—. Me gustaría saberlo…

Kahlan tuvo una idea y alzó los ojos hacia él.

—El poder de Zedd queda debilitado en el palacio, pero Nathan es un Rahl. Su poder aumenta aquí dentro. A lo mejor podemos hacer que se oculte en un lugar cercano, o que permanezca en una habitación junto a la nuestra y ver si puede percibir de dónde procede eso, dónde se esconde. Si pudiera percibir dónde está, mientras está vigilándonos Zedd podría enviar hombres a cogerlo.

—No creo que eso funcionase.

—¿Por qué no?

—Porque sospecho que no tiene su origen aquí, en el palacio. Como has dicho, el palacio reduce el poder de cualquiera que no sea un Rahl. Creo que para que pueda hacer algo como esto tiene que estar en otro lugar. Lo que pienso es que tiene que estar proyectando su poder de observación al interior de nuestra habitación desde fuera del palacio.

—Así pues ¿no hay modo de detenerlo? ¿Quieres decir que vamos a tener que soportar que alguien no observe en nuestro dormitorio cada noche?

Kahlan contempló cómo los músculos de la mandíbula de Richard se contraían cuando este apretó los dientes.

—El Jardín de la Vida fue construido como un campo de contención —dijo él por fin, medio para sí—. Me pregunto si eso nos resguardaría.

A Kahlan le entusiasmó la idea.

—Los campos de contención fueron creados para evitar que la magia errática, sin importar lo poderosa que fuera, saliera o entrara.

—Entonces, a lo mejor… —dijo él mientras reflexionaba.

Kahlan cruzó los brazos.

—Preferiría dormir allí, dentro en un saco de dormir, sobre la hierba, si pudiéramos estar totalmente solos antes que en una enorme cama mullida con alguien observándome.

—Sé a lo que te refieres —repuso Richard—. De hecho, quizá deberíamos hacerlo.

—Yo me apunto —repuso ella, poniéndose su ropa interior.

Él se sentó en un banco a los pies de la cama e introdujo una pierna en sus pantalones.

—Yo también. Pero lo que no consigo entender es por qué alguien, o algo… o las profecías… están llevando a cabo este juego de acertijos con nosotros.

Kahlan abrió un cajón y sacó algunas de sus viejas prendas de viaje.

—A lo mejor las profecías están intentando ayudarnos.

Richard torció el gesto mientras se abotonaba los pantalones.

—Lo que me preocupa —dijo por fin, a la vez que se inclinaba al frente y recogía su camisa— es que las profecías que dan la impresión de que dicen lo mismo usan palabras diferentes. Algunas dicen que el techo va a venirse abajo, pero otra decía que el cielo va a venirse abajo. El techo y el cielo no son la misma cosa. Con todo, esas dos advertencias tienen algo en común: dicen que ambas cosas van a venirse abajo. Y existen ciertas características compartidas entre un techo y un cielo.

—Tal vez estaban pensadas para significar la misma cosa, pero la palabra correcta exacta se perdió en una traducción, de modo que el lenguaje utilizado fue impreciso. O tal vez la intención era que fuese ambigua.

Richard se puso una bota.

—O a lo mejor las advertencias sobre el techo desplomándose y el cielo cayendo son metáforas.

—¿Metáforas? —preguntó Kahlan mientras hacía ascender unos pantalones por sus largas piernas.

—Sí, como la que hablaba de que la reina se come el peón. Esa es evidente que predecía que tú capturarías a esa mujer con tu poder. Llamarla un peón era decirnos que la estaban utilizando. Que era una marioneta. Creo que la mano oculta que dirigía esa marioneta quería que todos los reunidos allí vieran el espectáculo.

—¿Te refieres a que piensas que el techo es una metáfora para el cielo, o viceversa?

—Podría ser —contestó él—. Ya sabes, como llamar al cielo nocturno «el techo de estrellas».

—Así pues, ¿qué crees que significa realmente la profecía sobre el techo o el cielo?

—A lo mejor que es la vida, el mundo, lo que va a venirse abajo.

A Kahlan no le gustó cómo sonaba aquello.

Ambos se quedaron totalmente inmóviles ante el sonido de un tremendo alarido fuera, en el vestíbulo.

Algo pesado golpeó con fuerza contra la puerta de doble hoja del dormitorio. Por un momento, Kahlan pensó que ambas hojas podrían saltar fuera de sus goznes, pero permanecieron firmemente cerradas.

Richard y Kahlan se quedaron como petrificados, con la vista clavada en la puerta.

—¿Qué ha sido eso? —musitó ella.

—No puedo ni imaginarlo. —Los dedos de Richard fueron al encuentro de la empuñadura de su espada—. Averigüémoslo.

Richard abrió la puerta apenas un resquicio, justo lo suficiente para que pudieran atisbar fuera. Lámparas reflectoras sujetas a las paredes iluminaban el corredor y una intersección cercana de pasillos. Por la estrecha hendidura Kahlan vio a hombres fuertemente armados que acudían corriendo desde todas direcciones.

El suelo de mármol del pasillo estaba lleno de manchas de sangre.

Tendido contra la puerta, a sus pies, había un enorme perro negro con dos picas sobresaliendo de su costado. Todavía manaba sangre de sus heridas.

Richard acabó de abrir la puerta. La cabeza del perro muerto se desplomó sobre el umbral. Uno de los oficiales, al ver a Richard y a Kahlan en la puerta, corrió hasta ellos.

El fornido soldado tragó saliva mientras recuperaba el aliento.

—Lo siento, lord Rahl.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Richard.

—Bueno, este perro de aquí subía a la carrera por los pasillos, gruñendo e intentando morder a la gente. Al final nos vimos obligados a matarlo.

—¿De dónde salió? —preguntó Kahlan a la vez que iba a colocarse en el umbral, junto a su esposo.

—Creemos que debe de pertenecer a una de las personas que estaban en el mercado. Cuando metimos a todo el mundo dentro debido a la tormenta, la gente tuvo que traer también a sus animales. A los caballos y las mulas los alojamos en los establos, pero los perros permanecieron con sus dueños. Creo que en medio de toda la confusión que hay ahí abajo algunos deben de andar sueltos. Este al parecer escapó de su dueño y consiguió subir hasta el interior del palacio.

Richard se agachó junto al perro muerto y pasó una mano por su áspero pelaje. Incluso en la muerte, los dientes seguían al descubierto en un gruñido. Dio unas palmaditas al animal en el lomo, lamentando que tuviera que morir.

—¿De modo que probablemente escapó de sus dueños?

—Es lo que sospecho, lord Rahl. Lo descubrimos yendo a la carrera por los pasillos, dirigiéndose hacia aquí. Intentamos atraparlo, pero al final fue demasiado fiero y tuvimos que abatirlo. Siento haberos molestado.

Richard restó importancia a su preocupación con un ademán.

—No pasa nada. Estábamos a punto de dirigirnos al Jardín de la Vida de todos modos. —Volvió a pasar la mano por el negro pelaje—. Es una lástima que este pobre animal haya tenido que morir.

Si bien la explicación del oficial sonaba bastante verosímil, Kahlan no pudo evitar pensar en la predicción de la mujer que había intentado matarla, no pudo evitar recordar sus palabras.

«Cosas oscuras. Cosas oscuras acechándoos, dándoos caza. No podréis escapar de ellas».