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kahlan se congració con los dignatarios disponiendo un esmerado almuerzo. Alrededor de la habitación había mesas cubiertas de fuentes con carnes, pescados y dulces de todas clases. Otras mesas ofrecían una diversidad de vinos. Músicos interpretaban suaves y relajantes baladas en tanto que los camareros que llevaban bandejas de dulces ambrosías se abrían paso entre los invitados. Estos se servían de las bandejas los vasos que contenían la preciada bebida a medida que los camareros pasaban.

Contemplando a todos los allí reunidos, Kahlan sintió una punzada de soledad. Deseó que Richard pudiera estar allí, con ella. Lo echaba en falta. Pero él tenía trabajo que hacer.

Lo mismo que ella.

Paseando entre los congregados mientras degustaban la comida y el vino, sin dedicar tiempo a comer ella misma, Kahlan sonreía y saludaba a cada uno personalmente, dándoles las gracias por asistir a la vez que se ocupaba de complacer todos sus pequeños caprichos y hacer que se sintieran a gusto.

Varias personas sacaron a relucir las profecías, insistiendo en su creencia de que eran una de las herramientas más importantes de que disponían para orientarlos respecto al futuro, insistiendo en que Richard y ella harían bien en estar más atentos a lo que tales predicciones tenían que decir. Kahlan escuchó con paciencia, pidiendo de vez en cuando, con sumo tacto, aclaraciones sobre ciertas aseveraciones.

Cara, que no confiaba en nadie, ni siquiera en aquellos líderes llegados de todo el Imperio d’haraniano y aliados durante la guerra, raras veces estaba a menos de un metro de distancia de ella. En varias ocasiones mientras recorría la sala, a la Madre Confesora la paraban personas que deseaban saber si las cocinas tenían esto o aquello. Kahlan las complacía, pidiendo al instante al personal que se ocupase de satisfacer aquellas peticiones.

Cuando el suntuoso almuerzo finalizó, la Madre Confesora condujo a los representantes a una estancia cercana, donde subió a un amplio estrado para que todo el mundo pudiera verla. Las paredes color vainilla decoradas con intrincadas molduras y alfombras azules con un ribete dorado proporcionaban a la habitación un ambiente sosegado e íntimo.

A través de unas puertas acristaladas que conducían a la terraza situada al fondo, Kahlan pudo ver que la tormenta había vuelto blanco el mundo. El viento hacía vibrar de vez cuando el cristal de las puertas.

Ahora que los invitados habían comido y estaban relajados, Kahlan juntó las manos mientras permanecía de pie ante ellos en la elevada plataforma, aguardando a que las conversaciones cesaran y la atención de todos se dirigiera a ella. Con el rabillo del ojo, vio llegar a Nicci. La hechicera fue a detenerse junto a una mesa justo detrás de Kahlan. Sillas altas, con los respaldos tallados para parecer águilas con las alas desplegadas, sillas que Richard y Kahlan habían usado en el pasado cuando recibían a peticionarios, muchos de los cuales estaban en aquellos momentos en la habitación, ocupaban posiciones dominantes detrás de la mesa. Cara, con su traje de cuero rojo, estaba de pie detrás de Kahlan, a la izquierda de esta.

La Madre Confesora respiró profundamente y empezó:

—Sé que muchos de vosotros estáis inquietos sobre el rumbo que tomará el futuro. He oído que estáis todos interesados en lo que las profecías tienen que decirnos sobre ese futuro. Varios de vosotros me habéis expresado esas inquietudes personalmente de un modo de lo más directo. Debido a que reconozco que todos los que nos hallamos aquí estamos interesados en asegurar un futuro común y satisfactorio, quise dar a todo el mundo esta oportunidad de hablar y manifestar sus preocupaciones.

Aguardó hasta que todo el mundo estuvo sonriendo antes de seguir adelante.

—Todos sabéis que ha habido algún problema causado por aquellos que creen que han sido receptores de profecías. Varias de estas personas han actuado en base a sus miedos de un modo imperdonable. Incluso visteis a una de ellas ayer y oísteis lo que había hecho a sus hijos como resultado de una visión del futuro. Sus hijos, por desgracia, están ahora muertos y no tienen futuro. Es evidente que esa profecía no sirvió para ayudarlos y solamente acarreó sus prematuras muertes.

»Por este motivo Richard no está aquí con nosotros esta tarde. Está ocupándose de esos asuntos junto con temas serios, referentes a las profecías. Como mago que posee el don y como lord Rahl es su responsabilidad ocuparse de estas cuestiones. Todos sabemos por lo que ha sucedido en los últimos años que es más que competente para manejar tales asuntos.

»Pero mi esposo no quería dejar de tener en cuenta vuestras preguntas e inquietudes, así que me pidió que estuviera aquí con vosotros hoy para tratar dichas inquietudes y responder a cualquier pregunta que pudierais tener.

Kahlan extendió las manos a los lados.

—Así pues, si alguien tiene algo que decir, por favor que lo haga ahora, con todos nosotros aquí, para que podamos aclarar las cosas y resolver la cuestión.

Todo el mundo pareció complacido.

La reina Orneta no perdió el tiempo.

—Nuestra preocupación —dijo a la vez que cruzaba los delgados brazos desnudos y avanzaba para colocarse al frente de los reunidos— es que las profecías son nuestra guía más importante.

—Las profecías no son nuestra guía más importante —replicó Kahlan—. La razón es nuestra guía más importante.

Con un veloz movimiento de la mano la reina desechó el punto de vista de Kahlan.

—Las profecías revelan lo que debe hacerse si nuestra gente quiere prosperar.

—Las profecías, tal y como vos la entendéis, revelan lo que sucederá.

—Así es —respondió la reina.

—Por lo tanto, si vos creéis que revelan lo que sucederá, entonces no importa si las conocéis o no. No podéis cambiar lo que sucederá, o no sería una profecía, sino simple especulación.

La mirada de la reina se ensombreció.

—Las profecías se nos dan para ayudarnos mediante magia, para que nos muestren el camino hacia el futuro que revelan.

—En cualquier caso —dijo Kahlan a la vez que volvía a mostrar su seguridad a los reunidos con una sonrisa—, como os he dicho, nos estamos ocupando de ello. No es necesario que os ocupéis vosotros de las complejidades de la profecía. Además de a las Hermanas de la Luz, tenemos a Nathan el profeta aquí con nosotros, ayudando a Richard con las cuestiones referentes a las profecías. También tenemos a otras personas con el don, como el Primer Mago Zorander —alzó una mano para señalarlo—, y la hechicera Nicci. Por no mencionar al mismo Richard, quien justo en estos momentos está ocupándose de tales asuntos, como es su deber y responsabilidad para con todos vosotros. Puedo aseguraros que lord Rahl se toma muy en serio su responsabilidad.

—Sí —repuso la reina Orneta en un tono de indulgencia—, eso nos han contado.

Kahlan se encogió de hombros.

—¿Qué más os gustaría que hiciera?

La reina se sujetó un codo huesudo con una mano mientras toqueteaba el collar adornado con piedras preciosas de su cuello con la otra.

—Madre Confesora, quiero lo que todos los que estamos aquí reunidos queremos. Todos hemos oído sombrías advertencias respecto al futuro. Queremos saber lo que las profecías tienen que decir de tales acontecimientos.

—Permitidme que os asegure, reina Orneta, que nosotros también nos tomamos tales preocupaciones muy en serio. Al fin y al cabo, estamos todos en el mismo bando y compartimos un interés común en la futura prosperidad del Imperio d’haraniano. Por favor comprended, no obstante, que las profecías son un área de estudio muy especializada. Aquellos que poseen el don de la profecía, y que tienen experiencia en tratar con ellas, se están encargando de la cuestión. Todo lo que puede hacerse se está haciendo ya.

Todos quedaron en silencio, observando con atención al fornido rey Philippe, de la zona oeste de la Tierra Central, cuando este se adelantó. Era un héroe que había combatido valientemente y había sido leal desde primera hora al Imperio d’haraniano. Aunque muchas de las otras personas de la estancia eran sus iguales en posición social, incluso ellos lo respetaban.

Llevaba un espléndido abrigo de estilo militar en un tono caoba que se amoldaba a su vigoroso cuerpo como si estuviera hecho a medida. A la cadera, en un ancho cinto de cuero labrado de color canela, llevaba una reluciente espada ceremonial cincelada, con espléndidos adornos en oro y plata, a la que, sin embargo, toda aquella ornamentación no convertía en un arma menos formidable cuando la empuñaba. Kahlan sabía que era un líder juicioso, pero también que tenía un temperamento explosivo.

Su esposa, Catherine, su omnipresente sombra, avanzó majestuosamente al frente con él. Llevaba un hermoso vestido de brocado verde oscuro bordado con brillantes hojas doradas. Estaba deslumbrante. Aunque era una reina con tanta autoridad como su esposo, sentía poco interés por las cuestiones de gobierno.

También estaba muy embarazada. Kahlan sabía que iba a ser el primer hijo de la pareja, y que lo esperaban con ansia ahora que la guerra había finalizado.

El rey Philippe indicó con un ademán a todos los dignatarios allí reunidos.

—Somos los líderes de las tierras que componen el Imperio d’haraniano. Muchos de nosotros os fuimos leales, Madre Confesora, en la Tierra Central. Toda nuestra gente ha peleado, derramado sangre y muerto para ayudarnos a estar aquí hoy, triunfantes. Tienen derecho, a través de nosotros, a oír la apariencia que tendrá el futuro que han luchado por hacer posible. En su nombre, como sus representantes, deberíamos ser informados de lo que las profecías tienen que decir para así asegurarnos de que no se las desoye.

Se elevó un clamor de voces cuando todos mostraron su acuerdo con el monarca.

La reina Orneta, a quien no entusiasmaba ceder su papel de líder en la discusión, movió un escuálido brazo en dirección a los reunidos, pidiendo silencio.

—Las profecías deben ser obedecidas. Lo que queremos, Madre Confesora, es que nos reveléis lo que las profecías dicen para que podamos ver por nosotros mismos que les estáis haciendo caso.

—Pero si acabo de pasar una gran cantidad de tiempo con todos vosotros, escuchando vuestras inquietudes y explicando por qué las profecías no están dirigidas a los no iniciados…

La reina sonrió de aquel modo condescendiente que para algunas reinas parecía ser una habilidad innata.

—Eso habéis hecho —respondió, echando una mirada al rey Philippe como si le dijera que debería dejar que fuera ella quien hablara—. Sin embargo todos hemos oído las siniestras advertencias de varios adivinadores en nuestros países. Esa es una de las razones por las que todos estuvimos tan deseosos de venir a esta reunión. Algo trascendental está sucediendo; las señales están ahí.

»Queremos saber qué siniestra predicción contienen las profecías, de modo que cuando esta tormenta finalice nos sea posible enviar un mensaje a nuestra gente, a fin de que puedan prepararse para los peligros que se avecinen. Las profecías carecen de valor si se mantienen en secreto.

Kahlan irguió la espalda. Dejó que la sonrisa se desvaneciera y adoptó su rostro de Confesora. El talento de la reina para ofrecer una presencia amedrentadora no podía competir con el de Kahlan.

Los allí reunidos se sumieron en un silencio incómodo.

—No estoy en absoluto segura de que realmente queráis oír las profecías.

La reina Orneta no aprovechó la oportunidad que Kahlan acababa de darle para que retirara su desafío.

—Madre Confesora, cada uno de los que estamos aquí ha sabido apreciar la excelente comida que nos acabáis de servir. Sois una hábil anfitriona, pero lo que realmente queremos, lo que exigimos, es ser informados de lo que las profecías tienen que decir para que podamos asegurarnos de que vos y lord Rahl os doblegáis a lo que ellas dicen.

—Así es. —El príncipe Philippe alzó un puño para recalcar aquel punto—. Debemos saber que vos y lord Rahl seguís lo que las profecías dicen que debe hacerse.

—¡Ah! ¿De modo que pensáis que debemos doblegarnos ante las profecías, sin importar cuál sea la acción que aparentemente exigen las profecías, aun cuando he explicado que no es tan fácil comprender las profecías teniendo sólo en cuenta sus palabras? ¿Seguís insistiendo en que las palabras definen las profecías y que hay que hacerles caso? ¿Es eso? ¿Y teméis que no tendremos la entereza de hacerlo?

Unas cuantas personas gritaron su acuerdo. Otros asintieron con insistencia. Muchos más intentaron tomar la palabra todos a la vez, diciendo que era de eso de lo que se trataba.

Kahlan asintió apesadumbrada.

—Así pues, ¿es esa la convicción de todos?

Resultó evidente por el vocerío que lo era.

—Las profecías deben ser ejecutadas —dijo la reina cuando el clamor se hubo apagado—. Deben ser reveladas y obedecidas.

El rey Philippe cruzó los brazos en un gesto de irrevocabilidad, dejando claro que estaba de acuerdo.

La mirada iracunda de Kahlan pasó de la reina Orneta a la embarazada reina Catherine.

—¿También vos obedeceríais las profecías para vuestro hijo no nacido después de haber visto lo que una profecía hizo a esos niños inocentes? ¿Una muerte aterradora?

Catherine lanzó una mirada de preocupación a su esposo antes de fortalecer su determinación y dedicar a Kahlan un gesto afirmativo con la cabeza.

—El Creador nos ha dado las profecías. Deben ser obedecidas, Madre Confesora.

La mirada de Kahlan volvió a alzarse para recorrer con ella a los reunidos.

—¿Estáis todos completamente seguros de eso?

Todo el mundo dijo en voz bien alta e impaciente que lo estaban. Algunos volvieron a agitar los puños para reafirmar su convicción.

—Bien —repuso Kahlan a la vez que meneaba la cabeza, apesadumbrada—. Había tenido la esperanza de convenceros de que las profecías y las acciones basadas en ella deberían dejarse a los expertos, pero puesto que todos insistís, no me queda otra elección que doblegarme a vuestros deseos.

Los representantes estaban evidentemente complacidos por haberse salido con la suya, aun cuando su entusiasmo quedaba un tanto moderado por el peso de la responsabilidad que asumían.

—Tendréis lo que exigís —declaró Kahlan—. Oiréis lo que las profecías guardan.