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cómo está tu mano? —preguntó Richard.

Kahlan se dio la vuelta, dejando de contemplar el rugir de la tormenta. Era tal la oscuridad del exterior que sólo podía ver retazos del enorme complejo del palacio. Pero pudo ver que la tormenta había creado grandes acumulaciones de nieve.

Alzó la mano en dirección a Richard, manteniéndola bajo la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Los arañazos dejados por el muchacho habían adquirido un rojo rabioso. Le dolían un poco pero no quiso mencionarlo. Richard era muy aprensivo. No necesitaba echar más leña al fuego.

Él le tomó la mano y la inspeccionó a la luz de la lámpara.

—Parece inflamada.

—Está un poco enrojecida —repuso ella, retirando la mano—, pero no creo que esté tan mal. Es normal que los arañazos se pongan así cuando cicatrizan. ¿Cómo tienes la tuya?

Richard alzó la suya para mostrársela.

—La mía tiene más o menos el mismo aspecto. No creo que tengan peor aspecto del que puede esperarse.

—No son el peor problema del día…

—Ni de largo —convino él.

Richard fue a una de las cómodas en busca de algo. Finalmente sacó su mochila.

Kahlan sonrió.

—No había visto eso desde hace bastante tiempo.

—Hace mucho que no viajamos a ninguna parte. A lo mejor deberíamos hacerlo. Zedd quiere que lo visitemos cuando regrese al Alcázar.

—Me gustaría ver Aydindril y volver a pasar algo de tiempo en el Palacio de las Confesoras. Sería agradable ver prosperar la ciudad después de todo por lo que ha pasado.

Pero sabía que no irían a Aydindril a visitar el Alcázar del Hechicero o el Palacio de las Confesoras en un futuro inmediato. Personas inocentes estaban muriendo. Cualquiera que fuera la causa, Kahlan podía percibir en la boca del estómago que ello iba a ensombrecer todo lo demás. Quiso chillar contra aquella oscuridad invisible que estaba descendiendo sobre ellos, pero eso no serviría de nada.

Richard cerró el cajón de la cómoda.

—Con todo lo que está sucediendo no sé si Zedd va a querer regresar al Alcázar antes de que descifremos qué está ocurriendo y lo resolvamos. Me alegro de tenerlo aquí para ayudarnos.

Kahlan contempló cómo Richard alzaba el tahalí, lo pasaba por encima de su cabeza y luego apoyaba la espada contra la mesilla de noche. A continuación depositó la mochila sobre la cama y empezó a rebuscar dentro. Kahlan no tenía la más remota idea de qué buscaba. Con una sonrisa, él sacó por fin una lata pequeña. También Kahlan sonrió al volver a verla.

Richard indicó el borde de la cama.

—Ven y siéntate.

Mientras ella lo hacía, él introdujo levemente el dedo en la lata y luego le alzó la mano para extender con suavidad un poco del ungüento de hierbas sobre los arañazos. La pomada le produjo una sensación de frescor e inmediatamente empezó a calmar el persistente dolor.

—¿Mejor?

—Mejor —respondió ella con una sonrisa.

Habían pasado años desde que había visto por primera vez aquella lata de crema cicatrizante que Richard había confeccionado a partir de aum, entre otras cosas. Al haber crecido en el bosque, él tenía conocimientos sobre plantas y cómo hacer remedios a partir de ellas. Tras extender un poco del ungüento sobre sus propios arañazos, Richard volvió a guardar la lata en su mochila.

Habían acaecido muchísimas cosas desde la primera vez que ella lo vio en su hogar en los bosques. Las vidas de ambos habían cambiado radicalmente. El mundo había quedado patas arriba mientras padecía una guerra de pesadilla, y ella era incapaz de contar las veces que había pensado que jamás volvería a verle, o temido que él fuera a morir, o peor, pensado que lo habían matado. Tenían la impresión de que el terror no finalizaría nunca.

Finalmente lo había hecho, y ellos no sólo habían sobrevivido sino que, tras años de lucha, habían ganado la guerra y llevado la paz al mundo.

Pero ahora el mundo volvía a dar la impresión de estar deslizándose de nuevo al interior de la oscuridad.

Sentada en el borde de la cama, Kahlan tomó la mano sana de su esposo y la sostuvo contra su mejilla, para encubrir sus silenciosas lágrimas.

Richard le pasó con delicadeza la mano por los cabellos a la vez que la obligaba a recostar la cabeza contra él.

—Lo sé —dijo en voz baja—. Lo sé.

Kahlan le rodeó la cintura con los brazos.

—¿Me prometes que no dejarás que lo que sea que se avecina te separe de mí?

Richard se inclinó y la besó en la cabeza.

—Lo prometo.

—Un mago siempre mantiene sus promesas —le recordó ella.

—Lo sé —respondió él con una sonrisa.

Todo iba tan bien. Habían combatido durante tanto tiempo, padecido tanto. No era justo que algo maligno fuera a por ellos otra vez, pero ella sabía que así era. Y sabía que Richard también era consciente. Él la apretó contra sí mientras ella cedía a la debilidad y lloraba. Jamás permitía que nadie salvo Richard viera esa debilidad.

—¿Qué hacemos en esta habitación? —preguntó él por fin.

—Simplemente intentar mantenernos alejados de los ojos ocultos.

—¿Así que percibiste a alguien observándote?

Ella se encogió de hombros, sin soltarlo.

—No lo sé, Richard. Me pareció que sí, pero no estoy segura. Sonó tan espeluznante cuando Cara nos habló sobre ello. A lo mejor sólo fueron imaginaciones.

Alzó los ojos hacia él y rio entre las lágrimas.

—Pero si crees que voy a quitarme la ropa esta noche, lord Rahl, será mejor que pienses en otra cosa.

Richard se tumbó en la cama. Kahlan gateó hasta él, se acurrucó contra su cuerpo y posó la cabeza sobre su hombro.

—Sólo abrázame —susurró—, por favor…

Él la rodeó con un brazo y la volvió a besar en la cabeza.

Kahlan se secó las lágrimas.

—No puedo recordar la última vez que lloré.

Al cabo de un largo rato, él dijo:

—Yo sí.

Kahlan se apretó contra él. No podía creer que realmente lo tuviera, que él realmente fuese suyo, que realmente la amara de verdad.

No podía creer que fuera a perderle debido a aquella oscuridad que buscaba oscuridad.