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en el corredor, mientras Ludwig partía, Richard vio que Nicci iba hacia ellos. Con su vestido negro y su larga melena rubia ondeando a su espalda tenía todo el aspecto de un espíritu vengativo que llegara para dar rienda suelta a su cólera. La hechicera echó un vistazo al abad cuando este pasó a toda prisa por su lado. Ludwig evitó mirar a la hechicera al pasar junto a ella, como si temiera que si lo hacía ella pudiera hacer caer un rayo sobre él. Tal cosa cabía perfectamente dentro de lo posible.

Richard pensó que había pocas cosas que tuvieran un aspecto tan peligroso como una mujer de una belleza despampanante que estuviera enojada, y Nicci parecía muy enojada. Se preguntó el motivo.

—¿Qué sucede? —quiso saber cuando ella se detuvo ante Richard.

Nicci apretó la mandíbula un momento antes de hablar.

—He estado tratando con idiotas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Kahlan.

Nicci apuntó con un pulgar atrás, en la dirección de la que había llegado.

—Todo de lo que quieren oír hablar es de profecías. Quieren saber qué depara el futuro, qué tienen que decir las profecías. Piensan que estamos al tanto de los secretos del futuro y que se los estamos ocultando.

—¿De quién estás hablando? —preguntó Kahlan.

Nicci se echó unos mechones de pelo rubio por encima del hombro.

—Esas personas. Ya sabéis, los representantes de los territorios. Tras la recepción casi todos ellos me buscaron queriendo saber información sobre el presagio que provocó que la mujer matara a sus hijos.

»Creen que lo sabemos todo sobre la profecía que hay detrás de la visión que tuvo la mujer y que no les estamos dando a conocer esa información. Quieren saber qué otros presagios funestos no les estamos revelando.

Kahlan asintió.

—Sé a lo que te refieres. Todos estaban deseosos de oír profecías de nosotros.

Richard se pasó los dedos hacia atrás por los cabellos.

—No obstante lo poco que me gusta, y lo mucho que me enoja, imagino que era de esperar de personas que acaban de oír que una mujer mató a sus hijos para ahorrarles lo que dice que vio en una visión.

Zedd introdujo las manos en las mangas de su túnica.

—La gente no puede evitar temer tales advertencias. Temen creer que son ciertas, temen lo que significará en sus vidas, y así pues, atenazados por ese temor, creen tales cosas. Podemos intentar razonar con ellos… como Richard y Kahlan hicieron… pero vencer el miedo es difícil, en especial tras oír hablar de una visión tan aterradora que haría que una mujer asesinara a sus hijos.

—Supongo —dijo Nicci, y la cólera centelleó otra vez en sus ojos azules—. Pero eso no significa que tenga que gustarme todo lo que una loca dice.

—No te vi en la recepción —comentó Richard—. ¿Dónde oíste lo de que mató a sus hijos?

Nicci lo miró frunciendo el ceño.

—¿Oírlo? Yo estaba allí.

—¿Allí? ¿Qué quieres decir con que estabas allí?

Nicci cruzó los brazos y lo miró fijamente como si fuera él quien estuviera loco.

—Yo estaba en el mercado, ayudando a que la gente se organizara y metiéndoles prisa para que se trasladaran al interior de los pasillos por el cariz que estaba tomando la tormenta que se avecinaba. Es necesario que se refugien. Esas tiendas no van a protegerlos.

—Eso es muy cierto.

Nicci suspiró a la vez que meneaba la cabeza.

—Así pues, yo estaba allí abajo, en el mercado, cuando la primera golpeó contra el suelo.

Las arrugas en la frente de Richard se agudizaron.

—¿Qué quieres decir con «cuando la primera golpeó contra el suelo»?

—Richard, ¿es que no me escuchas? Yo estaba allí cuando la primera criatura chocó contra el suelo.

Richard se quedó boquiabierto.

—¿Qué?

—Era una niña, no tenía ni diez años. Cayó sobre un carro de troncos, dispuestos verticalmente. Aquel poste era más grande que mi pierna. Cayó de cara, chillando aterrada. Le atravesó el pecho. La gente gritaba y corría en todas direcciones presa de confusión y pánico.

Richard pestañeó, intentando comprender lo que oía.

—¿De qué niña estás hablando?

Nicci miró todos los rostros que la observaban.

—La niña que la mujer arrojó desde un muro del palacio, por encima del borde de la meseta, después de que tuviera su visión.

Richard volvió la cabeza hacia Benjamín.

—Pensaba que habías dicho que encontraste a los niños.

—Lo hice. Los encontramos a ambos.

—¿Ambos? —La frente de Nicci se crispó profundamente—. Había cuatro. Los cuatro hijos de la mujer chocaron contra el suelo con una diferencia de segundos entre ellos. El primero, la niña, era la mayor. Cuando la mujer los arrojó desde lo alto de la meseta todos fueron a aterrizar cerca de mí. Como he dicho, yo estaba allí. Fue una escena horripilante.

Kahlan agarró un trozo del vestido de Nicci a la altura del hombro.

—¿Mató a cuatro más?

Nicci no intentó retirar la mano de la Madre Confesora.

—¿Cuatro más? ¿De qué hablas? Mató a sus cuatro hijos.

Kahlan tiró de Nicci para acercarla más a ella.

—Ella tenía dos hijos…

—Kahlan, tenía cuatro.

La mano de Kahlan se desprendió del vestido de la hechicera.

—¿Estás segura?

Nicci se encogió de hombros.

—Sí, ella misma me lo contó cuando la interrogué. Incluso me dijo sus nombres. Si no me crees puedes preguntárselo tú misma. La tengo encerrada en una celda abajo en la mazmorra.

Zedd se inclinó hacia ella.

—¿Encerrada…?

—Aguarda un minuto —intervino Richard—. ¿Me estás diciendo que esa mujer mató a sus cuatro hijos arrojándolos por la ladera de la meseta? ¿Y que tú la encerraste?

—Desde luego. ¿Es que no has estado escuchando nada de lo que he dicho? —Nicci paseó una mirada enojada por todos ellos—. Pensaba que dijisteis que lo sabíais todo al respecto. Su esposo descubrió lo que había sucedido e iba a matarla. Chillaba pidiendo su sangre. Temí que los guardias que cogieron a la mujer fueran a entregársela. Entiendo lo que él siente, pero no podía permitirlo. Así que hice que la encerraran, porque pensé que querríais interrogarla.

Richard no podía creerlo.

—¿Por qué lo hizo? ¿Qué dijo?

Nicci los estudió a todos como si se hubieran vuelto locos a la vez.

—Dijo que tuvo una visión y que no podía soportar la idea de que sus hijos tuvieran que enfrentarse al terror que se avecinaba, así que los mató. Dijisteis que lo sabíais todo al respecto.

—Sabíamos lo de la otra —respondió Richard.

—¿La otra? —Nicci paseó la vista de un rostro a otro, decidiéndose finalmente por Richard—. ¿Qué otra?

—La que degolló a sus dos hijos y luego vino a la recepción e intentó matar a Kahlan.

La mirada preocupada de Nicci voló rauda hacia Kahlan.

—¿Estás bien?

—Estoy perfectamente. La dominé con mi poder e hice que confesara. Nos contó lo que había hecho y lo que tenía intención de hacer.

—Aguardad, ¿me estáis diciendo que una segunda mujer también tuvo una visión y mató a sus hijos? —dijo Nicci.

Tanto Kahlan como Richard asintieron.

—Eso explicaría por qué la gente está tan nerviosa y quiere saber lo que las profecías dicen —dijo Richard.

—¿Qué está sucediendo? —quiso saber Nicci.

—No lo sé, todavía. —Richard posó la palma de la mano izquierda sobre su espada—. Vimos a un muchacho enfermo en el mercado esta mañana, que dijo que hay oscuridad en el palacio, y luego una mujer ciega dijo que el techo va a venirse abajo.

Nicci echó un vistazo arriba en un gesto reflejo.

—¿El techo?

Richard asintió.

—Sí, y algunas otras cosas que carecen igualmente de sentido.

Los preocupados ojos azules de Nicci se volvieron hacia Richard.

—Cuando pregunté a la mujer cuál había sido su visión, dijo que no podía dejar que sus hijos vivieran para enfrentarse a lo que sucederá después de que el techo se venga abajo.

—Eso hace que sean ya tres las personas que han dicho lo mismo.

—¿Tres?

—Sí. —Richard dio golpecitos a la empuñadura de su espada con un pulgar mientras su mente trabajaba a toda prisa siguiendo todas las distintas trayectorias siniestras, intentando imaginar adónde podrían estar conduciendo—. Además la mujer ciega, que dice la buenaventura, me dijo lo mismo. Eso hace que sean tres las personas que lo dijeron. Y luego está el libro.

Con un dedo en la barbilla de Richard, Nicci hizo que el rostro de este se volviera hacia ella.

—¿Qué libro?

—Nathan halló un libro, Notas finales, en el que aparecen esas mismas palabras… que el techo va a venirse abajo… y varias de las otras cosas extrañas que he oído hoy.

—Conozco ese libro. —La hechicera cruzó los brazos a la vez que evaluaba los ojos de Kahlan y luego volvía a mirar a Richard—. Cosas extrañas… ¿Como cuáles?

—Nathan me llevó a ver a otra mujer hace un rato para hablar de sus predicciones. Ella dijo que el cielo va a venirse abajo. «Cielo» no es lo mismo que «techo», pero tiene un significado similar. Luego la mujer me dijo otra predicción, y esa, palabra por palabra, está en el mismo libro. Pero no tiene sentido.

—¿Qué dijo la mujer que también está en el libro?

—A decir verdad, lo anotó hace uno o dos días. Anota todas sus predicciones. Se cree una profeta. Decía: «La reina se come el peón». Tal y como he dicho, no tiene sentido.

Nicci no pareció en absoluto perpleja.

—Es una jugada de ajedrez.

Richard no pudo evitar fruncir el entrecejo.

—¿Ajedrez? ¿Qué es eso?

—Es un juego complejo y poco conocido.

—Jamás oí hablar de él. —Paseó la mirada por los demás, pero tampoco ninguno de ellos había oído nunca el nombre—. ¿Qué es? ¿Algo que se juega con una pelota, como el Ja’La?

Nicci desechó la idea con un ademán.

—No, nada parecido. El ajedrez es un juego de mesa. Tiene varias piezas, como una reina, un rey, un alfil, un peón…, cosas así. «La reina se come el peón» es un movimiento del juego. Significa justo lo que parece. La reina captura un peón, eliminándolo del juego, matándolo, supongo que podría decirse.

Zedd profirió un suspiro contrariado.

—Jamás he oído hablar de tal juego.

—Como he dicho, es muy complejo. Por lo que sé, solamente se juega en unos cuantos lugares remotos.

—¿Qué lugares? —preguntó Richard.

—Bueno, para empezar, en la provincia de Fajín. —Nicci volvió a señalar atrás, al corredor—. En las Tierras Oscuras, de donde procede el abad.

Richard miró pasillo adelante, casi como si pensara que iba a ver al abad.

—A propósito —dijo Nicci—, ¿qué hacíais con esa pequeña comadreja?

—Le estaba preguntando por una Doncella de la Hiedra.

Nicci le estrelló la base de la mano contra el pecho, empujando a Richard contra la pared. La ira centelleó en sus ojos azules.

Rechinó los dientes.

—¿Qué has dicho? —inquirió, rechinando los dientes.

Richard le agarró la muñeca y retiró la mano de su pecho. La mirada iracunda de Nicci permaneció inalterable.

—Quería saber algo sobre una Doncella de la Hiedra llamada Jit. Vive en un lugar llamado la Trocha de Kharga en la provincia de Fajín. ¿Por qué?

Nicci sostuvo un dedo en alto justo frente al rostro de Richard.

—Escúchame, Richard Rahl. Mantente alejado de Doncellas de la Hiedra. ¿Me entiendes? Mantente alejado. No tienes defensa contra una Doncella de la Hiedra. Ninguno de nosotros la tiene. Mantente alejado de ella. La magia de esas mujeres es distinta de las nuestras. Ni siquiera tu espada te protegería de ellas.

—¿Te refieres a que podría intentar hacernos daño?

—Las Doncellas de la Hiedra son víboras. Si las dejas yacer bajo su roca no es probable que vayan a molestarte, pero si empiezas a hurgar con un palo dentro de su escondrijo salen y te matan en un instante. Las Doncellas de la Hiedra emplean magia negra. Mantente lejos de ella. ¿Me oyes?

—Bueno no sé yo que…

—Sería mejor si jamás volvieras a mencionar su nombre. —Nicci lo empujó contra la pared otra vez para remachar el mensaje—. ¿Me entiendes?

Richard se frotó la parte posterior de la cabeza allí donde había golpeado con la pared.

—No, en realidad, no. ¿Qué es una Doncella de la Hiedra?

Nicci dejó caer la mano. Su mirada se desenfocó mientras clavaba los ojos en el vacío.

—Una Doncella de la Hiedra es una criatura maligna, inmunda, repugnante, perversa, nauseabunda y vil, un oráculo que comercia con las clases más siniestras de padecimiento y depravación. Todo lo que hacen gira en torno a la muerte.

—¿Cómo conoces a esa Jit?

—No la conozco. Pero sé muy bien qué es una Doncella de la Hiedra.

—¿Y cómo sabes lo que son?

Los ojos azules de la hechicera recuperaron la serenidad a la vez que ascendían para concentrarse en su rostro. La devastadora respuesta surgió en poco más que un susurro:

—¿Tan fácilmente olvidas que en una ocasión fui una Hermana de las Tinieblas? ¿Olvidas que en una ocasión estuve al servicio del Custodio del inframundo? ¿Olvidas que una vez fui la Señora de la Muerte?