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richard se puso en pie cuando la puerta se abrió. Con el rabillo del ojo observó a Kahlan alzarse junto a él cuando esta vio que a Benjamín lo acompañaba el abad. Hacía sólo un instante que Kahlan había llegado con Cara, y Richard apenas había tenido ocasión de preguntarle cómo se encontraba. Ella había sonreído y contestado que estaba bien.

Él vio una expresión en sus ojos que le dijo lo contrario, pero supuso que tenía motivos suficientes para parecer cualquier cosa menos jovial. Richard también vio que Cara permanecía medio paso más pegada a Kahlan de lo usual.

Kahlan llevaba un inmaculado traje blanco de Madre Confesora.

Cara iba vestida de cuero rojo.

El general Meiffert condujo al hombre del abrigo negro al interior de la confortable sala de reuniones. Benjamín reparó en el cambio de traje de su esposa, pero no hizo ningún comentario.

El abad se quitó el sombrero negro y dejó al descubierto un alborotado cabello rubio casi rapado a los lados. Mostró una sonrisa afectuosa, que Richard pensó que parecía forzada.

—Lord Rahl —dijo Benjamín, alargando una mano a modo de presentación—, el abad Ludwig Dreier, de la provincia de Fajín.

En lugar de extender una mano, Richard lo saludó con un movimiento de cabeza.

—Sed bienvenido, abad Dreier.

La mirada vacilante del hombre evaluó a las personas que tenía delante.

—Gracias por dedicarme un poco de vuestro tiempo, lord Rahl.

Richard pensó que era un modo curioso de expresarlo. El hombre no había solicitado una audiencia. Lo habían convocado.

Zedd, ataviado con una sencilla túnica, estaba más allá de Kahlan. Unas ventanas por detrás de Zedd, a la derecha de Richard, proyectaban sobre las paredes revestidas de madera y las estanterías, enmarcadas por columnas estriadas de madera, una luz fría que empezaba a desvanecerse. Unas cuantas lámparas tomaban el relevo con su cálida iluminación.

Nathan había regresado a ver cómo le iba a Berdine en la biblioteca. Richard había pedido a los hombres de la Primera Fila que montaran guardia en el pasillo, pues no quería que el abad se sintiera incómodo. El hombre era, al fin y al cabo, un representante de una de las regiones que Richard gobernaba, no de un territorio hostil. Con todo, una mord-sith vestida de cuero rojo a poca distancia no podía tranquilizar a nadie.

No obstante, el hombre se había mostrado muy insistente sobre la cuestión de las profecías horas antes. Cuando la mujer había tratado de matar a Kahlan, también esta había ofrecido su visión del futuro como excusa para su intento de asesinato. Richard y Kahlan no eran muy indulgentes con las personas que permitían que las profecías dirigieran sus vidas, o que la utilizaban como autorización para el daño que causaban. Por lo acaecido en la recepción, el abad sería consciente de sus sentimientos, y de que estaba en el lado equivocado.

Richard indicó con un gesto una de las cómodas sillas al otro lado de una mesa baja de mármol negro surcada por espirales de cuarzo blanco.

—¿Queréis tomar asiento, abad?

El hombre se sentó en el borde de la silla, con la espalda bien tiesa, las manos enlazadas sobre las rodillas y con los pulgares sujetando el sombrero.

—Por favor, lord Rahl, llamadme Ludwig. La mayoría de la gente lo hace.

—De acuerdo, Ludwig. Me avergüenza admitir que sé muy pocas cosas sobre vuestra tierra. Cuando la guerra estaba en su apogeo ya teníamos bastante con mantenernos con vida un día más, y no hubo tiempo para averiguar más sobre aquellos que combatieron con tanta valentía a nuestro lado. Finalizada la amenaza de la tiranía, la Madre Confesora y yo esperamos poder visitar pronto todas las tierras del Imperio d’haraniano.

»Por lo tanto, puesto que sabemos tan poco sobre la provincia de Fajín, os estaríamos agradecidos si pudierais hablarnos un poco sobre la tierra que gobernáis.

El rostro del abad Dreier enrojeció.

—Lord Rahl, os han informado mal. No soy la máxima autoridad en mi país.

—¿No sois el gobernante de la provincia de Fajín?

—Querido Creador, no…

La provincia de Fajín, en las Tierras Oscuras, era una de las zonas remotas de D’Hara. Richard se preguntó por qué quienquiera que estuviera al mando no había acudido. Habría sido una oportunidad de ocupar un lugar junto a aquellos que gobernaban tierras mucho más extensas y tener voz y voto en el futuro del Imperio d’haraniano.

Los líderes de los territorios situados a lo largo y ancho del imperio habían acudido a la gran boda. Aunque la boda de Cara y Benjamín era el acontecimiento central, tal evento era una oportunidad para que los representantes de todos los territorios se reunieran y conocieran. Nadie quiso perderse un acontecimiento tan extraordinario. Richard había dedicado algún tiempo a reunirse con varios de esos dignatarios. Sólo unos pocos dirigentes no habían disfrutado de suficiente buena salud para efectuar el viaje y se habían visto obligados a enviar representantes. Varios de los dirigentes llevaban consigo comitivas de embajadores, funcionarios y consejeros.

—¿Actuáis en calidad de alguna autoridad, no obstante? —preguntó Richard.

—No soy más que un hombre modesto que tiene la buena suerte de haber sido llamado a trabajar con personas con un mayor don que el mío.

—¿Mayor don? ¿En qué sentido?

—Pues el de la profecía, lord Rahl.

Richard intercambió una subrepticia mirada con Kahlan, y luego se inclinó hacia adelante.

—¿Me estáis diciendo que tenéis profetas, auténticos profetas… magos con el don de la profecía… en vuestra tierra?

El hombre se aclaró la garganta.

—No exactamente, lord Rahl, al menos no como el profeta que tenéis aquí y del que tanto he oído hablar. No somos ni con mucho tan afortunados. Pido disculpas por dar una impresión tan engañosa. No somos más que un territorio pequeño. Comparados con el profeta que tenéis aquí, en palacio, los nuestros poseen una habilidad menor. Con todo, hacemos lo que podemos con lo que tenemos.

—Entonces ¿quién gobierna la provincia de Fajín?

—El obispo Hannis Arc es nuestro gobernante.

—Hannis Arc… —Richard se recostó en su lujoso asiento y cruzó las piernas—. ¿Y por qué no ha venido?

Ludwig parpadeó.

—No sabría qué deciros, lord Rahl. Raras veces me reúno con el obispo. Él gobierna desde la ciudad de Saavedra, en tanto que yo vivo y trabajo en una pequeña abadía en las montañas. Con mis ayudantes de la abadía recogemos información de aquellos que poseen el talento suficiente para ser receptores de advertencias. Proporcionamos con regularidad esos retazos de profecías al obispo para ayudarlo en las decisiones que debe tomar como gobernante de nuestra tierra. Desde luego, si sacamos a la luz presagios de una trascendencia especial informamos de inmediato al obispo. Esas son las únicas veces que lo veo en realidad.

Zedd agitó una mano, impaciente por llegar al meollo de la cuestión.

—Así pues ese obispo…

—Hannis Arc.

—Sí, Hannis Arc. ¿Es un religioso, entonces? ¿Gobierna como líder de una secta religiosa?

Ludwig negó con la cabeza vehementemente, como si temiera haber dado una vez más la impresión equivocada.

—El título de obispo es puramente ceremonial.

—Así pues ¿no se trata de un régimen religioso consagrado al Creador? —preguntó Zedd.

Ludwig paseó la mirada de un rostro a otro.

—No veneramos al Creador. No es posible venerar al Creador directamente. Respetamos al Creador, apreciamos la vida que Él nos ha dado, pero no lo veneramos. Eso sería bastante presuntuoso por nuestra parte. Él lo es todo, nosotros no somos nada. Él no se comunica con el mundo de la vida de un modo tan simple como hablar directamente con nosotros, o escuchar nuestras súplicas.

»Hannis Arc es el líder inspirador de la provincia de Fajín. Es la luz que nos guía, podríais decir, no un líder religioso. Su palabra es la ley en Saavedra así como en el resto de nuestra provincia.

—Si su palabra es la ley —inquirió Kahlan—, ¿qué necesidad tiene de las predicciones procedentes de su abadía? Quiero decir que, si depende de las declaraciones de personas que están poseídas por una visión, entonces no gobierna en realidad, ¿no?

—¿Qué queréis decir, Madre Confesora?

—Si recurre a personas que facilitan visiones, entonces él no es en realidad el líder de la provincia de Fajín. Aquellos que proporcionan las visiones son las personas cuya palabra es de verdad la ley. Ellos lo dirigen con sus visiones. —Kahlan enarcó una ceja—. ¿No es eso?

Ludwig jugueteó con el sombrero que sujetaba.

—Bueno, no sé…

—Eso os convierte en el gobernante de la provincia de Fajín —dijo ella.

Ludwig negó rotundamente con la cabeza.

—No, Madre Confesora, no es así como funciona.

—Entonces ¿cómo funciona? —preguntó ella.

—El Creador no nos habla directamente en el mundo de la vida. No somos dignos de tal comunicación. Las únicas personas que oyen la voz del Creador son aquellas que sufren alucinaciones.

»Pero, de vez en cuando, sí que nos ofrece guía a través de la profecía. El Creador es omnisciente. Conoce todo lo que ha sucedido; conoce todo lo que sucederá. Las profecías son el modo en el que nos habla, el modo en que nos ayuda. Puesto que Él ya sabe lo que ocurrirá, revela algunos de esos acontecimientos futuros mediante presagios.

El semblante de Kahlan había perdido toda expresión, convertido en un rostro de Confesora, una cara que Richard conocía bien.

—Así pues —dijo esta—, ¿el Creador envía a la gente esas visiones para que puedan degollar a sus hijos?

Ludwig paseó la mirada de Kahlan a Richard y de vuelta a Kahlan.

—A lo mejor quiso ahorrarles un final peor. A lo mejor les estaba haciendo un favor.

—¿Sí? Él lo es todo, y nosotros no somos nada, ¿por qué no intervino e impidió que esos niños tuvieran ese final espeluznante?

—Porque no somos nada. Somos indignos de Él. No podemos esperar que intervenga en nuestro favor.

—Pero interviene para ofrecer profecías.

—Así es.

—Entonces está interviniendo en nuestro favor.

Ludwig asintió de mala gana.

—Pero lo hace en un sentido más general. Por eso todos debemos hacer caso de las profecías.

—¡Ah! Entiendo —repuso Kahlan, y se inclinó hacia él, dando unos golpecitos con un dedo sobre la mesa de mármol—. En ese caso se habría sentido complacido si me hubiera matado hoy esa mujer, debido a una profecía que vos creéis que es la revelación divina del Creador. Por lo tanto, vos lamentáis que esté viva.

El hombre palideció.

—Soy simplemente un humilde servidor, Madre Confesora, que reúne la información que puede para el obispo.

—¿De suerte que él pueda utilizarla para intervenir en nombre del Creador? —preguntó Kahlan—. De un modo muy parecido a como esa mujer hoy usó la profecía como una excusa para degollar a sus hijos…

Los ojos del hombre se movieron veloces entre Richard, Kahlan y el suelo.

—Él sólo utiliza los presagios que le damos para que lo guíen. Son sólo una herramienta. Por ejemplo, hubo personas que predijeron que la tragedia estropearía esta feliz reunión. Creo que Hannis Arc no quiso ver el palacio golpeado por una tragedia, así que decidió no venir. Nosotros no hicimos más que proporcionarle nuestra mejor información. Es él quien elige lo que hará con esa información.

—De modo que os envió a vos, Ludwig —repuso Richard.

Ludwig tragó saliva antes de contestar.

—Yo esperaba que si venía al palacio averiguaría de los expertos que hay aquí más cosas sobre las profecías, sobre lo que nos depara nuestro futuro. El obispo pensó que sería valioso para mí venir por este motivo, para averiguar lo que las profecías revelan para todos nosotros.

Kahlan clavó con ferocidad sus verdes ojos en el hombre.

—Tal vez mientras estáis aquí podéis visitar las tumbas de esos dos niños a los que no se permitió la oportunidad de vivir su vida, de ver qué les deparaba el futuro en realidad. Sus vidas fueron interrumpidas por una mujer que confió en visiones del futuro para tomar sus decisiones.

Ludwig desvió la mirada y miró al suelo.

—Sí, Madre Confesora.

Era evidente que el hombre no estaba de acuerdo, pero que no iba a discutir. Había estado lleno de bravuconería en la recepción cuando había pensado que los demás lo respaldaban en su creencia sobre la absoluta importancia de las profecías, pero ahora, en presencia de aquellos que cuestionaban sus creencias, el valor lo había abandonado.

—¿Qué podéis contarme sobre una mujer llamada Jit? —preguntó Richard.

Ludwig alzó los ojos ante el cambio de tema.

—¿Jit?

Richard pudo ver en los ojos del abad que conocía ese nombre.

—Sí, Jit. La Doncella de la Hiedra.

Ludwig se quedó mirando a Richard un momento sin pestañear.

—Bueno, no mucho, me temo —contestó por fin con una voz débil.

—¿Dónde vive?

—No puedo recordarlo. —Ludwig se pasó los dedos por el cuello alzado del abrigo—. No estoy seguro.

—Me dijeron que vive en la Trocha de Kharga. La Trocha de Kharga está en la provincia de Fajín, ¿verdad?

—¿La Trocha de Kharga? Sí, sí lo está. —Su lengua salió disparada para humedecerse los labios—. Ahora que lo mencionáis, creo que sí recuerdo que vive en la Trocha de Kharga.

Richard observó cómo la mirada de Ludwig vagaba por la habitación.

—Habladme de ella. De esa mujer, de Jit.

El abad volvió a mirarle.

—No sé gran cosa sobre ella, lord Rahl.

—¿Os proporciona predicciones?

Ludwig sacudió la cabeza, ansioso por ahuyentar tal idea.

—No, no ella no hace esa clase de cosas.

—¿Qué clase de cosas hace?

El hombre hizo un ademán con el sombrero.

—Bueno, vive en un lugar muy inhóspito. Facilita remedios. Cosas sencillas, creo. Pociones y brebajes, me parece. Pero no vive mucha gente en la Trocha de Kharga. Como dije, es un lugar duro y ominoso.

—Pero ¿la gente viaja allí desde otros lugares en las Tierras Oscuras para verla por esos remedios? —preguntó Richard.

Ludwig dio vueltas y más vueltas a su sombrero.

—No podría saberlo realmente, lord Rahl. No tengo tratos con ella. No puedo decirlo con seguridad. Pero la gente es supersticiosa. Imagino que algunos creen en las cosas que ofrece.

—Pero no ofrece profecías.

—No, no. Al menos, que yo sepa. Como digo, no sé gran cosa sobre ella. —Señaló en dirección a las ventanas—. No como vos, lord Rahl. Vuestra predicción demostró ser cierta. Es toda una tormenta la que se nos viene encima. Tal como predijisteis, no creo que nadie vaya a aventurarse a cruzar las llanuras de Azrith durante unos cuantos días.

Richard echó una ojeada a las ventanas. Temblaban debido a la nieve que repiqueteaba contra los cristales. Iba a ser una noche fría y oscura.

Devolvió la mirada al abad.

—Dejad las profecías a los que estamos aquí, en el palacio. ¿Entendido?

El hombre hizo una pequeña pausa para considerar sus palabras.

—Lord Rahl, a mí no acuden visiones del futuro. No tengo esa habilidad. Me limito a informar de lo que oigo a aquellos que sí la tienen. Supongo que podríais silenciarme si deseaseis hacerlo, pero eso no silenciaría las visiones del futuro. El futuro caerá sobre nosotros tanto si nos gusta como si no.

»Siempre habrá presagios de acontecimientos futuros. Aquellos que tengan visiones las revelarán tanto si queremos oírlas como si no.

Richard soltó un profundo suspiro.

—Imagino que tenéis razón, abad Dreier.