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cómo está? —preguntó Zedd cuando Richard cerró la puerta tras él.
—Está bien. —Richard efectuó un ademán para desechar la preocupación de su abuelo—. Sólo necesita descansar.
Zedd asintió. En su calidad de mago había trabajado en una ocasión con Confesoras y probablemente comprendía mejor que nadie que una Confesora necesitaba tiempo para recuperarse tras liberar su poder, pero ninguna de ellas era capaz de recuperarse tan deprisa como Kahlan. En el pasado, cuando la situación lo requería, en ocasiones había renunciado por completo a descansar.
Kahlan era más fuerte de lo que habían sido las otras en varios aspectos. Por esas razones sus hermanas Confesoras la habían elegido como su líder, como la Madre Confesora. Ahora todas las otras estaban muertas.
Aun así, utilizar su poder era agotador, física y emocionalmente. Se aproximaba a llevar a cabo una ejecución.
Con todo, eso no era lo peor. La esencia de su fatiga en esta ocasión era el conocimiento de que estaba sucediendo algo siniestro y que había acabado con vidas inocentes. Kahlan no creía, como tampoco lo creía Richard, que aquello hubiese sido un único individuo aislado actuando bajo la influencia de una visión alucinatoria. Había algo más. Eso, además de la utilización de su poder, y de que hubiera ocurrido durante una celebración, era lo que realmente había dejado exhausta a Kahlan.
Zedd alzó los ojos hacia Richard con una de aquellas miradas que él conocía muy bien.
—Es bastante raro que la mujer se desplomara muerta.
Richard asintió.
—Eso también me ha estado inquietando.
—Una persona tocada por el poder de una Confesora no tiene otra preocupación que complacer a la Confesora que la tocó. —Zedd enarcó una ceja—. No le es posible complacerla si está muerta. A menos, desde luego, que ella le diga que puede complacerla muriendo, y Kahlan no hizo eso.
Al parecer, su abuelo había estado pensando en los mismos términos que Richard.
—No tiene ningún sentido —convino—. La gente no cae muerta cuando la toca una Confesora. Algo más está sucediendo.
Zedd se frotó la mandíbula con un dedo huesudo.
—Podría ser que la mujer comprendiera la total repulsión que sentía Kahlan por el hecho de que matara a sus hijos y por lo tanto pensara que Kahlan la querría muerta.
—No sé, Zedd. Eso no tiene demasiado sentido para mí. El objetivo de una Confesora es obtener confesiones de asesinos, descubrir la verdad de lo sucedido, qué cosas terribles han hecho. No sienten repulsión al confesar sus crímenes. Al contrario, por lo general están encantados de poder complacer a una Confesora contándole la verdad cuando ella la pide. Quieren vivir para poder complacerla.
Cara cruzó los brazos.
—Bueno, pues yo no voy a moverme de este sitio hasta que la Madre Confesora se haya recuperado y vuelva a levantarse.
Richard posó una mano sobre el hombro de la mord-sith.
—Gracias, Cara.
La mente de lord Rahl había pasado ya a juntar las piezas. Cuando la mujer con el cuchillo había intentado matar a Kahlan, por aterrador que les hubiese parecido a las personas que había allí, esta en realidad no tenía ninguna posibilidad de conseguirlo. Ningún ataque con cuchillo era lo bastante veloz para vencer a una Confesora si esta liberaba su poder. Ni Cara, colocándose en medio, podría haber detenido a la mujer con tanta efectividad como Kahlan era capaz de hacerlo por sí misma. Ningún atacante en solitario tenía ni una posibilidad contra una Confesora.
Pero ella no podía volver a usar su poder hasta que se recuperara. Richard estaba más que satisfecho de tener a Cara cuidando de Kahlan mientras tanto.
Se dirigió a Benjamín.
—General, ¿podríais apostar hombres a cada extremo del pasillo?
Benjamín indicó con una mano el corredor.
—Ya está hecho, lord Rahl.
Richard vio entonces a los soldados de la Primera Fila a lo lejos. Había hombres suficientes para librar una batalla.
—¿Por qué no os quedáis aquí con Cara? Hacedle compañía. Kahlan necesita descansar un par de horas.
—Desde luego, lord Rahl —dijo Benjamín, y carraspeó—. Mientras estabais ahí dentro con la Madre Confesora, encontramos a los dos hijos de la mujer. Los habían degollado, tal y como ella dijo.
Richard asintió. No había dudado de las palabras de la mujer. Alguien tocado por una Confesora no podía mentir. Aun así, la noticia le provocó una gran angustia.
—Por favor, haced algo más por mí, general. Enviad a alguien a buscar a Nicci. No la he visto desde ayer, en vuestra boda. Decidle que necesito verla.
Benjamín se dio un leve golpe sobre el corazón con el puño derecho.
—Enviaré a alguien inmediatamente, lord Rahl.
Richard se volvió hacia el profeta.
—Nathan, me gustaría que me llevaras a ver a esa mujer de la que hablabas. La que dijiste que podía ver cosas. La que afirma tener un mensaje para mí.
—Lauretta —repuso él, asintiendo.
Zedd y Richard iniciaron la marcha detrás de Nathan. Un grupo de guardias permaneció con ellos pero a cierta distancia. Rikka, vestida con su traje de cuero rojo, encabezó la comitiva.
Nathan tomó un camino ligeramente más largo a través de pasillos privados, en lugar de ir por los corredores públicos, para llegar a la zona donde vivía el personal. Richard se alegró de poder evitar los lugares públicos. La gente querría sin duda pararle para hablar con él, y no se sentía con ganas de tratar sobre cuestiones comerciales o disputas insignificantes sobre normas. O profecías. Richard tenía ahora cosas más importantes en las que pensar.
En el primer puesto de la lista estaba lo que la mujer muerta había dicho sobre su visión. Había llamado a la amenaza «cosas oscuras». Había dicho que aquellas cosas oscuras acechaban a Kahlan.
El muchacho del mercado había dicho que había oscuridad en el palacio.
Richard se preguntó si no estaba encajando cosas con demasiada facilidad, cosas que en realidad no tenían que ver entre sí y sólo lo parecían porque podían calificarse como «oscuras». Se preguntó si no estaría dejándose llevar por la imaginación.
Mientras caminaba junto a Zedd, con Nathan conduciéndolos, echó un vistazo al libro que el profeta sostenía y recordó las frases que coincidían con lo que había oído aquel día, y decidió que no estaba reaccionando de forma exagerada.
El corredor que atravesaban estaba revestido de paneles de caoba a los que los años habían proporcionado un tono muy oscuro. Cuadros pequeños de escenas campestres colgaban de cada uno de los paneles. El suelo de piedra estaba cubierto de alfombras en tonos azules y dorados.
No tardaron mucho en adentrarse en los pasillos de servicio que proporcionaban a los trabajadores acceso a las zonas privadas de lord Rahl. Los pasillos eran más sencillos, con paredes enlucidas y encaladas. En algunos lugares el pasillo discurría a lo largo de los muros exteriores del palacio. Tales muros exteriores estaban hechos de bloques de granito perfectamente encajados. A intervalos regulares, unas ventanas proporcionaban luz, y también dejaban entrar un poco de aire gélido cada vez que una ráfaga hacía vibrar los cristales.
Por una de aquellas ventanas Richard vio espesas nubes oscuras cruzando raudas el cielo, a lo lejos. Esas nubes plomizas le indicaron que tenía razón en que se avecinaba una tormenta.
Copos de nieve danzaban en el racheado viento, y tuvo la seguridad de que las llanuras Azrith no tardarían en sufrir una tormenta primaveral. Iban a tener invitados en el palacio durante un tiempo.
—Hemos de bajar por aquí —dijo Nathan a la vez que indicaba una doble puerta a la derecha.
Esta conducía a los pasillos de la servidumbre. Las personas que había allí, trabajadores de todas clases, se hacían a un lado al toparse con ellos. Daba la impresión de que todo el mundo dirigía a Richard y a los dos magos que lo acompañaban miradas preocupadas. Sin duda la noticia de lo acaecido había trascendido a cada rincón del vasto palacio, y por triplicado. Todo el mundo debía de estar al corriente.
Por las expresiones en los rostros sombríos que vio, la gente ya no tenía un ánimo festivo. Alguien había intentado matar a la Madre Confesora, la esposa de lord Rahl. Todo el mundo amaba a Kahlan.
«Bueno —pensó—, no todo el mundo».
Pero a la mayoría de la gente sí le importaba, y estarían horrorizados ante lo que había sucedido.
Ahora que la paz había regresado, la gente había llegado a sentir una dicha expectante respecto a lo que el futuro podría deparar. Existía una sensación creciente de optimismo. Parecía como si todo fuera posible y que tenían ante ellos días mejores.
La nueva obsesión con las profecías amenazaba con destruir todo eso. Ya había puesto fin a las vidas de dos niños.
Richard recordó las palabras de Zedd de que no existía nada tan peligroso como un tiempo de paz. Esperó que su abuelo estuviera equivocado.