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poco después de que Richard hubiera enviado al capitán a reunir un grupo más numeroso de hombres para que ayudara en la búsqueda del muchacho, las delegaciones de distintos países que habían acudido a la boda vieron su oportunidad y empezaron a congregarse alrededor de Richard y Kahlan. Mientras que muchos de ellos expresaron su gratitud a ambos por todo lo que habían hecho para poner fin a la amenaza de la tiranía, algunos querían hacer preguntas. Todo el mundo estaba ansioso por oír lo que lord Rahl y la Madre Confesora tenían que decir en respuesta a esas preguntas.
Richard se había entrevistado con algunos de los representantes, embajadores y emisarios durante los últimos días a medida que llegaban al palacio, pero a muchas de las personas allí reunidas no las conocía. Las sonrisas y la gratitud, así como las preguntas, parecían genuinas.
Tras las formalidades protocolarias al expresar lo encantados que estaban por haber sido invitados, por la cordial acogida y con la belleza del palacio, todos pasaron con rapidez a efectuar preguntas sobre política comercial y el establecimiento de leyes homogéneas. Querían garantías de que lo que habían oído, sobre que todos tendrían oportunidad de participar en tales cosas, era cierto.
Ahora que las apremiantes cuestiones relacionadas con la guerra y la necesidad de suministros y de hombres eran cosa del pasado, todo el mundo dedicaba la atención a considerar cómo utilizar sus recursos y productos para favorecer al máximo a sus ciudadanos. Estaba claro que la unidad que todos habían sentido durante la guerra se había atenuado y a cada uno de ellos le preocupaba que su provincia pudiera ahora verse en una situación de desventaja en lo referente al comercio y las leyes.
Richard dejó que Kahlan les asegurara que no existirían restricciones sobre el comercio, y que no tenían que temer que se prodigaran favores especiales a algunos que fueran a colocar a otros en desventaja. Muchas de aquellas personas procedían de la Tierra Central, y ella les recordó cuál había sido su política cuando había gobernado la Tierra Central como Madre Confesora y les aseguró que formar parte ahora del Imperio d’haraniano no cambiaría aquella ecuanimidad. Su actitud calmada y su porte de autoridad les proporcionó seguridad respecto a la veracidad de lo que decía.
Varios de los dignatarios le recordaron que en la Tierra Central la mayor parte de las tierras estaban representadas formalmente en Aydindril; y que en ocasiones los gobernantes de tales tierras pasaban prolongados períodos de tiempo allí, a veces con emisarios y representantes, pero que siempre había funcionarios de una u otra clase a mano, de modo que los distintos territorios pudiesen estar en todo momento implicados en las decisiones del consejo. Kahlan les aseguró que el Palacio del Pueblo era ahora la sede oficial del poder en el Imperio d’haraniano, por lo que se efectuarían disposiciones similares para que ellos y sus representantes tuvieran alojamientos permanentes desde los que podrían participar en el diseño de su futuro común. Todo el mundo pareció no sólo aliviado al oírlo, sino genuinamente complacido.
Kahlan estaba acostumbrada a estar al mando y ejercía su poder con una gracia natural. Había crecido prácticamente sola, porque, como Confesora, había crecido siendo temida. Cuando Richard se había encontrado con ella la primera vez, vio a la gente temblar en su presencia. En el pasado tan sólo veían su poder aterrador, no el carácter de la mujer que había tras aquel poder, pero durante el tiempo que Richard y ella habían combatido en nombre de aquellas personas, Kahlan había acabado por ser admirada y respetada. La gente había llegado a tenerla en gran estima.
En el momento más inoportuno, en mitad de las respuestas de Kahlan a las preguntas, Nathan se aproximó por detrás de Richard con paso decidido, lo agarró del brazo y tiró de él para hacerle retroceder un poco.
—Necesito hablar contigo.
Kahlan hizo una pausa en su respuesta sobre una antigua disputa fronteriza. Había estado diciendo a los allí congregados que no había nada sobre lo que litigar; todos eran ahora parte del Imperio d’haraniano y en realidad no importaba dónde estaba trazada una línea sin sentido sobre un mapa. Al callar ella, todos los ojos fueron a posarse en el alto profeta. Todos sabían quién era.
Richard advirtió que Nathan tenía el libro Notas finales en la mano, con un dedo entre sus páginas.
—¿Qué sucede? —preguntó Richard en voz baja a la vez que retrocedía un par de pasos del ahora silencioso corro que lo observaba.
Al parecer las profecías los inquietaban más que las cuestiones comerciales o fronterizas.
Nathan se inclinó hacia él y dijo en tono confidencial:
—Me contaste que el muchacho con el que te tropezaste hoy en el mercado te dijo algo sobre una oscuridad en el palacio.
Richard se irguió y paseó la mirada por todas las personas que lo observaban.
—Lamento la interrupción. Si queréis excusarme, será sólo un momento.
Tomó a Nathan del brazo y le hizo retroceder unos cuantos pasos más en dirección a las puertas acristaladas que había al fondo de la estancia. Zedd los acompañó, al igual que Kahlan. Cara y Benjamín, no muy lejos, captaron la mirada que les dirigió Richard y atrajeron la atención de los dignatarios preguntando cómo iba la reconstrucción en sus territorios.
Una vez seguro de que no había nadie cerca que pudiera oírles, Richard se volvió hacia Nathan.
—El muchacho dijo: «Hay oscuridad en el palacio». Y que: «La oscuridad está buscando la oscuridad».
Sin una palabra, Nathan abrió el libro y se lo pasó a Richard.
Richard distinguió inmediatamente la frase, que tenía toda una página para ella sola: «La oscuridad está buscando la oscuridad».
—Son las palabras exactas del muchacho —dijo Kahlan, con un deje de inquietud claramente de manifiesto en su tono quedo.
Richard estuvo a punto de decir que tenía que ser una coincidencia, pero sabía que no era así. En su lugar preguntó:
—¿Alguna otra cosa sobre esto? ¿Este fragmento de profecía aparece en alguna otra parte del libro?
—No lo sé —contestó Nathan con evidente contrariedad—. No tengo modo de saber si algo del libro está conectado con cualquier otra cosa. Hasta donde yo sé, todo lo demás podría estar ligado a esta profecía, o nada. Ni siquiera sé si la otra, la que habla de que el techo va a venirse abajo, está conectada con esta.
Richard sabía que sí lo estaba.
Se sentía más que escéptico respecto a que pudiera ser una coincidencia que el muchacho pronunciara una frase sacada de un libro que contenía otra frase que había pronunciado la anciana. Sabía que todo ello no podía estar conectado por la casualidad. Recordaba la expresión de sorpresa en el semblante de la mujer cuando esta le había dicho la buenaventura, como si lo que dijo no hubiera sido lo que había tenido intención de decir.
Richard había aprendido que su don a menudo se manifestaba en modos excepcionales. Algunos textos lo llamaban el Guijarro en el Estanque, porque él estaba en el centro de oleadas de acontecimientos. Incidentes que al principio daban la impresión de ser hechos casuales a menudo eran elementos que se veían atraídos hacia él, o que atraían su atención, mediante su don. Tales acontecimientos parecían coincidencias hasta que ahondaba más en ellos.
O hasta que el cielo se desplomaba sobre él.
Sabía ahora con certeza que no podía dejarlo tal cual y permitir que los acontecimientos fueran por delante de él. Necesitaba ahondar más.
Soltó un suspiro.
—De acuerdo. No hay nada que podamos hacer por el momento. No permitamos que toda esta gente se ponga frenética dejándoles saber que algo va mal.
—No sabemos que realmente haya algo que va mal —le recordó Zedd.
Richard no quiso discutir.
—Espero que tengas razón.
—Tal y como funciona la profecía —repitió Nathan a Zedd—, es probable que todo esto esté conectado.
El rostro de Zedd se crispó, pero no lo puso en entredicho.
Richard dio unos golpecitos con el pulgar sobre la empuñadura de su espada mientras revisaba mentalmente todo lo acontecido. No era capaz de ver ninguna conexión entre los tres hechos. No podía imaginar ninguna.
Eso no era cierto, comprendió. La oscuridad esa que buscaba algo podía estar conectada con la sensación de Cara de que alguien miraba dentro de su habitación por la noche… en la oscuridad.
Se volvió hacia Nathan.
—Dijiste que hay una mujer que trabaja en las cocinas y que tiene pequeñas premoniciones.
—Así es. Es una especie de pinche. De hecho, creo que es una de las personas con túnicas azules que sirven la comida esta noche. —Paseó la mirada sin intentar que no pareciera demasiado evidente—. No la veo en estos momentos.
—Y dijiste que había otra mujer, Lauretta, creo que dijiste que se llamaba, que posee un atisbo de habilidad. Dijiste que quería verme porque tiene algo para mí, alguna clase de presagio.
—Es cierto —repuso Nathan.
—En cuanto podamos escapar de aquí quiero que me lleves a verla.
—Richard, te llevaría con mucho gusto allí, pero probablemente no sea nada. Esta clase de cosas suelen ser mucho menos de lo que uno piensa que son. La gente a menudo cree que las cosas más cotidianas e inocentes tienen implicaciones siniestras. Probablemente no sea nada que valga la pena.
—Eso me complacería muchísimo —dijo Richard a la vez que inspeccionaba a las personas que lo aguardaban—. Entonces no tendré que preocuparme por ello.
—Eso supongo. —Nathan hizo una seña en dirección a las puertas que tenían detrás—. Estamos cerca de las cocinas. Lauretta trabaja para un carnicero que suministra las carnes al palacio en acontecimientos como esta boda. Su alojamiento no está lejos. Cuando tengas ganas de dar un paseo podemos ir a verla.
Richard asintió.
—Por ahora, regresemos con nuestros invitados.