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bueno —dijo por fin Zedd en el silencio que había descendido sobre ellos—, al menos sabes dónde se halla el resto de este libro. —Sus pobladas cejas descendieron sobre sus penetrantes ojos color avellana—. Cuando me contaste que habías devuelto el templo a este mundo, dijiste que nadie salvo tú puede entrar en él. Así es, ¿verdad, Richard?
A Kahlan le sonó más a orden que a una pregunta.
A pesar de la intensidad de la voz de Zedd, la tensión abandonó finalmente la postura de Richard.
—Así es. Sea lo que sea lo que contenga el resto del libro, está encerrado a buen recaudo.
Soltó un suspiro a la vez que cerraba el extraño libro y volvía a depositarlo sobre la mesa.
—Bien, Berdine, supongo que deberías marcar en la ficha de Regula «desconocido» y anotar como su ubicación tanto aquí como Templo de los Vientos.
Zedd se volvió hacia Berdine, como si quisiera guardar el tema del Templo de los Vientos para más adelante, para una conversación privada con Richard.
—Así pues, ¿estáis confeccionando una ficha para cada uno de los libros que hay aquí?
Berdine asintió a la vez que recogía un grueso fajo de papeles.
—Cada una de estas hojas informa sobre un libro. Todos los libros de este montón son libros de profecías. Anotamos el título e incluimos algo sobre lo que trata el libro si podemos.
—De ese modo —intervino Richard—, al tener una ficha sobre cada libro, con el tiempo tendremos prácticamente un catálogo de todos los libros del palacio. Y al menos sabremos dónde están ubicados todos esos libros y en torno a qué temas giran.
Kahlan pensó que las posibilidades de eso eran muy escasas. La mayoría de los libros de profecías contenían predicciones al azar, no temas. Los profetas, gentes con el don que en una época no eran tan poco comunes como habían acabado siéndolo con el paso de los siglos, anotaban cualquier profecía que acudía a sus mentes, cuando quiera que hicieran acto de presencia, y sobre lo que fuera que tratase. Por consiguiente, muchos libros de profecías carecían de cronología y mucho menos de un tema común, por lo que era dificilísimo clasificarlos.
Más que eso, en realidad sólo estaban pensados para que los leyeran otros profetas, por lo que una persona sin el don era incapaz de interpretarlos adecuadamente. Las profecías, escritas o expresadas oralmente, raras veces significaban nada que se pareciera a lo que uno pensaba que querían decir. Más bien era la visión que invocaban en los profetas lo que contenía el significado auténtico.
Todos se volvieron cuando Nathan se aproximó por el lado opuesto de la mesa.
—Y yo estoy aquí para revisar todos los libros de profecías y ayudar con las categorías, si encajan en alguna. Me he pasado la vida leyendo profecías, de modo que estoy familiarizado con cada volumen. Colocarlos simplemente en una lista que diga «profecías» acostumbra a ser lo máximo que puede hacerse, pero al menos tendremos un inventario de todos ellos y sabremos dónde encontrar cada uno.
—La ayuda de Nathan es inestimable —dijo Berdine—. Yo ni siquiera intento clasificar los libros de profecías.
Richard cruzó los brazos a la vez que apoyaba una cadera contra la mesa.
—Hablando de profecías, Nathan, hoy, en los pasillos, tropecé con una anciana que dice la buenaventura.
Kahlan se había estado preguntando cuánto tardaría su esposo en sacar el tema.
—¿Era ciega?
—Sí.
Nathan asintió.
—Sabella. Me he encontrado con ella. No es una farsante.
—¿Te refieres a que crees que de verdad puede decir a la gente lo que les depara la fortuna?
Nathan sostuvo el índice y el pulgar en alto.
—Cosas pequeñas. Posee sólo una cantidad muy pequeña de habilidad. La mayor parte de lo que dice es puro aderezo, cuenta a la gente lo que quieren oír para ganarse la vida. Mucho de lo que hace es conseguir que el futuro más probable suene como si lo hubiese visto en una visión. Por ejemplo, puede decir a una joven que ve un matrimonio en su futuro. No es precisamente una adivinación, ya que la mayoría de las jóvenes se casarán.
»Pero sí que posee una pizca de habilidad real. De no ser así, te habría informado sobre ella. No creo que quisieras a una charlatana en el palacio estafando a la gente.
Kahlan era muy consciente de que Nathan, el único profeta vivo cuya existencia conocía, tenía una actitud bastante protectora respecto a la reputación de las profecías. Richard no depositaba demasiada credibilidad ni confianza en las profecías, pero Nathan sí. Este consideraba el hecho de que Richard no quería saber nada de profecías como el equilibrio que las profecías, al igual que toda la magia, necesitaban para existir.
—¿Hay alguna otra persona aquí que, aunque evidentemente carezca de un don como el tuyo, posea alguna habilidad genuina para las profecías? —preguntó Richard.
—Hay varias personas en el palacio que poseen un poquitín de talento para las predicciones. Todo el mundo tiene una chispa del don. Así es como interactúan con la magia, incluida las profecías.
El profeta efectuó un vago ademán.
—Todo el mundo, de vez en cuando, ha pensado de repente en un amigo o un ser amado a quien no ha visto desde hace una eternidad. Puede que se sientan la necesidad de ver a esa persona. Cuando lo hacen, descubres que tal persona está enferma o a lo mejor acaba de morir. La mayoría de la gente ha experimentado la sensación de que alguien en quien no han pensado en muchísimo tiempo está a punto de visitarlos, y de repente esa persona llama a la puerta.
»La mayoría de las personas han tenido esta presciencia de vez en cuando. Todas son manifestaciones de la profecía. Debido a que todos llevamos con nosotros al menos una pequeña chispa del don, esta habilidad, aun cuando sea muy pobre, en ocasiones producirá un presagio.
»En algunos es un poco más potente, y experimentan con regularidad estos acontecimientos proféticos menores. Si bien no es un auténtico don para la profecía, como el mío, esto les concede la capacidad de ver una sombra del futuro. Algunas personas son lo bastante conscientes de esa capacidad suya como para prestar atención a estos pequeños murmullos interiores.
—¿Y conoces a personas así aquí en el palacio?
Nathan se encogió de hombros.
—Por supuesto. Una mujer que forma parte del personal de la cocina tiene premoniciones de poca importancia. Hay otra, Lauretta, que trabaja en una carnicería del palacio. También ella posee un atisbo de habilidad. De hecho, me ha estado dando la lata para que te convenza de que vayas a verla. Afirma tener algo para ti, un presagio.
—En ese caso, ¿por qué no lo has hecho?
—Richard, cada día debe de haber diez personas que quieren que utilice mi influencia contigo para obtener algún privilegio, para que les compres sus mercancías, para que les consiga una audiencia contigo, incluso para invitarte a tomar el té y ofrecerte su consejo sobre cuestiones que son importantes para ellos. No te molesto con asuntos para los que careces de tiempo. Lauretta es una buena mujer, pero es bastante extraña, de modo que no te he informado sobre ella.
Richard suspiró.
—Sé a lo que te refieres. He tropezado con varias de esas personas…
Kahlan pensó que Richard era en ocasiones un poco demasiado paciente; consideraba que les permitía ocupar demasiado de su tiempo, distraerle de asuntos más importantes, pero Richard era así. A él le interesaba todo, incluidas las vidas de las personas y sus inquietudes. En eso, podía ver algo de Zedd en él. También formaba parte de lo que ella amaba en él, aunque de vez en cuando pusiera a prueba su misma paciencia.
—Así pues, ¿qué te dijo Sabella, la mujer ciega?
Richard dirigió la mirada a un rincón de la biblioteca por un momento antes de volver a posarla en el profeta.
—Que el techo va a venirse abajo.
Nathan se lo quedó mirando, sin pestañear, durante un momento aún más largo.
—Esa clase de predicción es demasiado específica. Está más allá de su capacidad.
—Bueno, pues eso es lo que dijo. —Richard evaluó la lividez que había aparecido en el rostro de Nathan—. ¿Estás seguro que está más allá de su capacidad?
—Eso me temo.
—¿Sabes lo que significa?
Kahlan pensó que Nathan podría no responder, pero por fin lo hizo:
—No, no puedo decir que lo sepa.
—Si no sabes lo que significa, ¿por qué tienes esa expresión en el rostro y cómo sabes que está más allá de la capacidad de Sabella? ¿Cómo sabes siquiera que es un presagio real y no simplemente una advertencia carente de significado que inventó a cambio de una moneda?
Nathan tomó el montón de papeles que sostenía Berdine.
—La mayor parte de los libros de esta biblioteca son bastante corrientes —dijo mientras hojeaba las páginas—. He estado leyendo libros de profecías toda mi vida. Me arriesgaría a decir que conozco más o menos todos los que existen. La mayoría de los libros que hay aquí, incluidos los libros de profecías, son copias que pueden hallarse en bibliotecas en un número ilimitado de otros lugares.
Nathan encontró por fin la hoja que buscaba y la sacó.
—Salvo este. Este es un volumen de lo más curioso.
—¿Qué tiene de inusual? —preguntó Richard.
El alto profeta le entregó la hoja.
—No demasiado hasta hoy. Por eso no lo he estudiado.
Richard recorrió la página con la mirada.
—Notas finales. Un título extraño… ¿Qué significa?
—Nadie está realmente seguro. Es una obra especialmente antigua. Algunos creen que no es más que una recopilación de pedazos aleatorios de profecías más largas que se han perdido con el paso del tiempo. Otros piensan que significa exactamente lo que da a entender, que contiene notas sobre el fin.
Richard alzó los ojos hacia Nathan con el entrecejo fruncido.
—¿El fin? ¿El fin de qué?
El profeta enarcó una ceja.
—El fin de los tiempos.
—El fin de los tiempos —repitió Richard—. ¿Y tú qué piensas?
—Eso es lo curioso —respondió el profeta—. No sé qué pensar. Al poseer el don, mientras leo profecías a menudo tengo visiones sobre su auténtico significado. Pero este libro es diferente. Lo he mirado varias veces a lo largo de mi vida. Cuando lo leo no tengo visiones.
»Lo que es más, no soy el único. Parte del motivo de que nadie esté seguro del significado del título es que otros profetas han experimentado la misma dificultad que yo con este libro. Tampoco ellos han tenido visiones con las profecías que contiene.
—No parece tan difícil comprender el porqué —manifestó Cara—. A mí me da la impresión de que sencillamente indica que lo que está escrito en el libro no son profecías auténticas. Eres un profeta. Si fueran profecías auténticas lo sabrías. Tendrías visiones.
Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Nathan.
—Para ser alguien que no sabe nada de magia, has conseguido llegar al meollo de la cuestión. Eso es lo que sostienen muchos, que son fragmentos al azar y por lo tanto demasiado incompletos para ser viables, o que el libro es un fraude. —Su sonrisa se desvaneció—. Sólo tiene un problema esa teoría.
—¿Y cuál es? —preguntó Richard antes de que Cara pudiera hacerlo.
—Deja que te lo muestre.
Nathan echó a andar con paso decidido por el pasillo central llevando a remolque a Richard, Kahlan, Zedd, Cara, Benjamín y Berdine. Rikka permaneció junto a la puerta de la biblioteca, donde había estado montando guardia para asegurarse de que no los molestaban. Justo al final de la estancia, Nathan empezó a escudriñar los títulos de la alta y profusamente decorada estantería colocada contra la pared. Finalmente se dobló hacia adelante y sacó un libro de un estante inferior.
—Aquí está —anunció a la vez que les mostraba el lomo con el título Notas finales.
Tras buscar durante un momento, entregó el libro abierto a Richard y dio un golpecito con el dedo sobre un punto en la página de la derecha.
Richard contempló fijamente las palabras como si tuviera problemas para creer lo que veía.
—¿Qué pone? —tuvo que preguntar finalmente Kahlan.
Los ojos grises de su esposo se alzaron hacia ella.
—Pone: «El techo va a venirse abajo».
—¿Lo mismo que la anciana dijo hoy? —Arrugó la frente—. ¿Qué dice el resto?
—Nada. Es lo único que hay en toda la página.
Nathan paseó la mirada por el pequeño grupo que lo rodeaba.
—Es un fragmento de profecía.
Richard se quedó mirando con atención lo escrito en el libro. Benjamín parecía desconcertado. Zedd lucía una expresión pétrea que agudizaba las arrugas de su rostro anguloso. Berdine mostraba un semblante decididamente preocupado.
Cara arrugó la nariz.
—¿Un fragmento de profecía?
Nathan asintió.
—Una profecía tan concisa que puede parecer no ser otra cosa que un fragmento, un retazo. Las profecías suelen ser al menos un poco más complejas y por lo general mucho más enrevesadas.
Richard volvió a echar un vistazo al libro.
—O es simplemente una fanfarronada.
Nathan se irguió muy tieso.
—¿Fanfarronada?
—Claro. Alguien quería darse aires y se le ocurrió algo que suena específico pero que no lo es.
Nathan ladeó la cabeza, y al hacerlo su larga melena blanca le rozó el hombro.
—No te sigo.
—Bueno, ¿cuánto tiempo crees que hace que fue escrito?
—No puedo estar seguro, pero esa profecía ha de tener varios miles de años, al menos. Posiblemente es mucho más vieja.
—¿Y en todo el tiempo transcurrido desde entonces no te parece que un techo o dos se habrán desplomado? Resulta una profecía impactante, pero en realidad no es nada más que anunciar en un día soleado que lloverá. Más tarde o más temprano va a llover, de modo que una predicción así puede hacerse con toda tranquilidad. Del mismo modo, a lo largo de los años, más tarde o más temprano, un techo va a venirse abajo. Cuando lo haga, ese acontecimiento hace que la persona que lo dijo suene profética.
—Eso es muy convincente —dijo Cara, feliz por haberle arrancado los colmillos a la magia de la profecía.
—Solamente existe un problema con eso —replicó Nathan.
Richard le devolvió el libro.
—¿Cuál?
—Las predicciones vacías por lo general son abiertas. Como tú dices, tarde o temprano va a llover. Pero en las profecías se repiten. Podrías decir que el presagio resurge para recordárselo a la gente.
Richard alzó los ojos hacia Nathan.
—¿Quieres decir que porque esa mujer repitió hoy este fragmento de profecía es real? ¿Que ha llegado el momento de que suceda?
Nathan sonrió mínimamente.
—Así es como funciona, Richard.
Kahlan advirtió que alguien aparecía en la entrada. Por la túnica con el reborde dorado reconoció al hombre como un funcionario de palacio. Rikka habló brevemente con él, luego se fue por el pasillo a toda prisa.
—Lord Rahl, empieza la recepción. Los recién casados deberían estar allí para dar la bienvenida a los invitados.
Richard sonrió a la vez que rodeaba con los brazos los hombros de Benjamín y de Cara y los hacía ir hacia la puerta.
—No hagamos esperar a la gente.