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la Trocha de Kharga? —preguntó Benjamín.
Introdujo un pulgar por detrás del cinto que sujetaba sus armas y miró al suelo con el ceño fruncido, intentando recordar si había oído el nombre alguna vez. Zedd negó con la cabeza. Kahlan pudo ver en los ojos de Rikka que ella conocía el nombre, pero en lugar de responder, la mord-sith dirigió una mirada a Cara, delegando, como hacían todas ellas, en la autoridad implícita de esta.
—La Trocha de Kharga está en las Tierras Oscuras —dijo Cara.
Richard detectó el sutil, pero escalofriante, cambio en su voz, y sus ojos grises abandonaron el patio para concentrarse en la mirada de Cara.
—¿Dónde?
—Las Tierras Oscuras, una región remota de D’Hara —señaló con el pulgar hacia atrás—. Al nordeste de aquí.
—¿Por qué la llaman las Tierras Oscuras?
—La mayor parte de esas tierras está fuera del alcance de la civilización. Es un lugar un poco parecido a la Tierra Salvaje… aislado, inhóspito… pero en lugar de ser llano y despejado como la Tierra Salvaje, es principalmente un territorio impenetrable de montañas y bosques. Eso hace que sea demasiado arduo llegar hasta las tribus que viven allí, aisladas en los confines más alejados. Pero a veces el peligro está en que ellas te encuentren.
Las palabras de Cara eran eficiencia pura, tan formales como las de un informe, pero el tono de su voz tenía un deje glacial.
—El cielo allí está encapotado y sombrío la mayor parte del tiempo. En las Tierras Oscuras raramente se ve el sol. Ese podría haber sido el origen del nombre.
Por el modo en que Cara dio esa explicación, Kahlan sospechó que el nombre podría haber tenido orígenes distintos.
—Pero allí vive gente civilizada —dijo Richard—. Al fin y al cabo, es parte de D’Hara.
La mord-sith asintió.
—En la provincia de Fajín, además de la ciudad gobernante de Saavedra, hay pueblos en valles aquí y allí, unas cuantas aldeas de montaña dispersas, pero más allá de esos enclaves se extiende un territorio misterioso y agreste. La gente no se aleja demasiado de esos núcleos y cuando lo hacen permanecen en las pocas calzadas existentes. No se sabe gran cosa sobre la región porque no existe mucho comercio allí, en parte debido a que no hay gran cosa allí para comerciar.
—¿Cómo es la otra zona? —quiso saber Richard.
Cara hizo una pausa momentánea antes de contestar:
—A muchos de los que penetran en las Tierras Oscuras jamás se los ha vuelto a ver. La mayor parte de la gente evita apartarse de las áreas pobladas. De vez en cuando, incluso a algunos que viven allí, y van siempre por las calzadas y se encierran en casa por la noche, tampoco se les vuelve a ver jamás.
Richard cruzó los brazos.
—¿Cuál sería la causa de que estas personas desaparezcan?
La mord-sith se encogió de hombros.
—No puedo decirlo con seguridad, lord Rahl. Es un lugar lleno de supersticiones, magia negra y labios sellados. La gente no habla de cosas que teme, no fuera a ser que esas cosas vayan a buscarlos.
—Las supersticiones no provocan que la gente desaparezca.
Cara, por su parte, no rehuyó su mirada resuelta.
—Lo que se rumorea es que carroñeros del inframundo cazan en las Tierras Oscuras.
Todos inspiraron profundamente mientras reflexionaban sobre una advertencia tan siniestra.
—Hay lugares así en la Tierra Central —manifestó Zedd por fin—. Parte de ello es superstición, como dices, pero también hay lugares donde los rumores sobre cosas peligrosas tienen una base sólida.
Kahlan sabía muy bien que aquello era cierto. Ella procedía de la Tierra Central.
—Creo que ese puede ser también el caso con las Tierras Oscuras —convino Cara—. Pero las regiones sin civilizar son más extensas, más remotas, que tales lugares en la Tierra Central. Si algo va mal en las Tierras Oscuras no va a aparecer nadie para ayudarte.
—¿Por qué querría nadie vivir ahí? —preguntó Kahlan.
La mord-sith volvió a encogerse de hombros.
—A pesar de lo salvaje, duro y desamparado que pueda ser el lugar, sigue siendo su hogar para los que nacieron allí. La mayor parte de la gente raras veces se aleja mucho de su hogar, por lo que saben, o por miedo a lo que no saben, sobre otros lugares.
—Cara tiene razón —dijo Richard—. Tenemos que recordar que sigue siendo un territorio con gente que combatió a nuestro lado, por nuestra libertad, que nos apoyó. También ellos perdieron a muchos de los suyos en la guerra.
Cara le dio la razón con un suspiro:
—Muy cierto. Conocí a unos cuantos soldados procedentes de la provincia de Fajín, y pelearon con ferocidad. Ninguno de ellos provenía de la Trocha de Kharga, sin embargo. Por lo que he oído de ella, la Trocha de Kharga es un lugar aún más inhóspito que el resto de las Tierras Oscuras. Pocas personas, si es que las hay, viven en la Trocha. Pocos tendrían motivos para aventurarse allí.
—¿Cómo es que sabes tantas cosas sobre estas Tierras Oscuras? —preguntó Kahlan.
—Yo no sé mucho, en realidad. Rahl el Oscuro solía ir a las Tierras Oscuras. Esa es la única razón por la que sé alguna cosa. Recuerdo que mencionó la Trocha de Kharga en una o dos ocasiones. —Cara sacudió la cabeza ante el recuerdo—. Las Tierras Oscuras encajaban bastante con su carácter, así como con el de su padre. Ambos utilizaron la brutalidad y el miedo para mantener su dominio sobre las gentes que viven allí. A menudo decía que era el único modo de mantener las Tierras Oscuras a raya.
»Al igual que su padre antes que él, Rahl el Oscuro también enviaba a veces a una mord-sith a las Tierras Oscuras para recordar a sus habitantes su lealtad hacia D’Hara.
Richard frunció el entrecejo.
—Entonces ¿tú has estado allí?
—No, él nunca me envió. Por lo que sé, ninguna de las mord-sith que siguen vivas ha estado allí.
Desvió la mirada sin posarla en nada concreto durante un instante.
—Muchas de las que envió jamás regresaron.
Los ojos azules de la mujer volvieron finalmente hacia Richard.
—Rahl el Oscuro acostumbraba a enviar a Constance.
Richard sostuvo la elocuente mirada de Cara pero no dijo nada. Había conocido a Constance cuando había estado cautivo de Rahl el Oscuro.
Había sido él quien la había matado.
Desde que la guerra había finalizado, Richard y Kahlan habían averiguado unas cuantas cosas más sobre D’Hara, aunque mucho sobre ella seguía siendo un misterio para ellos. Era un territorio vasto, con ciudades de las que jamás habían oído hablar antes, y mucho menos visitado. También existían zonas como esas Tierras Oscuras que eran tan remotas que actuaban más o menos como territorios autónomos.
—La mayor parte de los dirigentes de la ciudad y la región están aquí ahora —indicó Benjamín—. Por lo que sé, no obstante lo distantes y primitivos que algunos de estos territorios alejados puedan ser, ninguno osó hacer caso omiso de una invitación oficial a nuestra boda enviada por lord Rahl en persona. Puesto que están todos ellos aquí podemos indagar más cosas sobre la Trocha de Kharga, si lo deseáis.
Richard asintió distraídamente, con la mente ya puesta al parecer en otra cosa.
—Richard —dijo Zedd cuando la conversación quedó estancada mientras todos contemplaban a Richard con la mirada perdida—. He oído que estás haciendo algo con todos los libros del palacio.
—Los estamos organizando —respondió Kahlan porque Richard no oyó la pregunta.
—¿Organizándolos?
—Sí —repuso por fin Richard, que había oído la pregunta después de todo—. Con todos los miles de libros que hay en el palacio es virtualmente imposible hallar información cuando la necesitamos. Ni siquiera tengo un modo de saber si la información que podría necesitar existe. No hay nadie que sepa dónde está ubicado cada libro o qué hay ahí.
»Así pues, he encargado que se cataloguen los libros. Puesto que Berdine sabe leer d’haraniano culto, y conoce muchas cosas sobre las distintas bibliotecas, la he puesto al mando. Nathan también está ayudando.
Zedd mostró un semblante escéptico.
—Esa es una tarea de una complejidad increíble, Richard. Ni siquiera estoy seguro de que tal cosa sea posible, incluso con el profeta ayudando a Berdine. Creo que yo debería ver qué estás haciendo y cómo lo estás haciendo.
Richard asintió.
—Pues claro. Vamos, te llevaré abajo, a una de las bibliotecas más grandes, donde Berdine está trabajando. Iba a ir ahí de todos modos. Hay algo que quiero investigar.
Kahlan se preguntó qué sería.
Mientras iniciaban la marcha, Kahlan se rezagó, atrapando el brazo de Cara para mantenerla atrás también a ella. Ambas aflojaron el paso, dejando que los demás pensaran que a lo mejor querían hablar sobre la boda y sobre el hecho de que Cara estuviera ahora casada; algo que hasta donde sabía Kahlan nunca antes había sucedido. Hasta la llegada de Richard, ¿quién habría tenido la inconcebible idea de que una mord-sith pudiera casarse?
—¿Qué sucede? —preguntó Cara en voz baja.
Kahlan echó una ojeada en dirección a Richard, Zedd, Benjamín y Rikka, que iban por delante de ellas, conversando. Las lujosas alfombras amortiguaban sus palabras así como sus pisadas.
—Algo está sucediendo. No sé qué, pero conozco a Richard lo suficiente para saber que algo trama.
—¿Qué os gustaría que hiciera?
—Quiero que una mord-sith permanezca pegada a él en todo momento.
—Madre Confesora, yo ya había tomado esa decisión cuando Zedd nos contó que quienquiera que estuviera mirando dentro de la habitación podría haberlo hecho porque era la habitación de lord Rahl.
Kahlan sonrió y posó una mano en el hombro de Cara.
—Me satisface ver que el matrimonio no ha embotado tus sentidos.
—Los vuestros tampoco. ¿Qué creéis que está sucediendo?
Kahlan mordisqueó su labio inferior.
—Hace un rato, hoy mismo, un muchacho que padecía una calentura dijo a Richard que hay oscuridad en el palacio… Creo que no era más que un producto de la fiebre, pero conozco a Richard y sé que esas palabras se le quedaron grabadas.
»Justo antes de que bajásemos aquí, una anciana, una adivina, paró a Richard y le dijo: “El techo va a venirse abajo”. Luego, cuando fuimos a veros, descubrimos este asunto de que alguien miraba dentro de vuestra habitación.
—¿Qué suponéis que piensa lord Rahl?
Kahlan giró la cabeza para enfrentarse con la penetrante mirada azul de Cara.
—Si conozco a Richard… y lo conozco… está pensando que acaba de encontrarse con el tercer hijo de la desgracia.
—Sabía que debía haberme puesto el traje de cuero rojo esta mañana.
—No hay necesidad de adelantar conclusiones. Sólo estoy siendo cauta. El simple hecho de que Richard lo esté pensando, no lo convierte en realidad.
—Madre Confesora, cuando lord Rahl se pone así los problemas acostumbran a hacer acto de presencia.
—Eso es cierto —convino Kahlan.