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adentrándose tras Rikka en los corredores privados y recubiertos de cálidos paneles de madera del palacio, Kahlan divisó a Zedd con Cara y Benjamín ante una ventana que daba a un pequeño patio. Una puerta sencilla algo más allá proporcionaba acceso a un atrio donde un pequeño ciruelo crecía junto a un banco de madera colocado sobre una plataforma de piedra rodeada de lozana hiedra verde. Pequeña como era la habitación, llevaba con todo un poco de aire libre y luz solar al profundo interior del palacio.
Kahlan sintió un gran alivio al verse lejos de los pasillos públicos, lejos de las constantes miradas siempre puestas en ellos. Experimentó una profunda sensación de sosiego cuando Richard le rodeó la cintura con el brazo, acercándola más a él durante un momento, y luego posó la cabeza sobre la de ella cuando Kahlan se inclinó hacia él. Fue un momento de intimidad que no se solían permitir cuando estaban a la vista de todos.
Cara, ataviada con su traje de cuero blanco, contemplaba el patio desde la ventana. Su trenza rubia estaba perfectamente hecha y el agiel rojo, el arma de las mord-sith que siempre les colgaba de la muñeca por una fina cadena, listo para ser utilizado, destacaba sobre el ajustado traje blanco como una mancha de sangre sobre la nieve. Un agiel, que no parecía otra cosa que una vara corta de cuero, era igual de letal que las mujeres que lo llevaban.
Benjamín iba vestido con un impecable uniforme de general y lucía una reluciente espada de plata a la cadera. La espada no era ningún accesorio ceremonial. En innumerables ocasiones Kahlan había visto cómo él imponía su autoridad en combate, había visto su coraje. Había sido ella quien lo había nombrado general.
Kahlan había esperado que Cara y Benjamín irían vestidos de modo informal, pero no era así. Ambos parecían listos para la guerra que había finalizado. Kahlan supuso que ninguno de los dos relajaba nunca la guardia. Las vidas de los dos estaban consagradas a la protección de Richard, de lord Rahl.
Por supuesto, el hombre al que protegían era mucho más letal que cualquiera de ellos. Ataviado con su traje negro y dorado de mago guerrero, Richard tenía todo el aspecto que se esperaba de lord Rahl. Pero él era más que eso. Sujeta a la cadera llevaba la Espada de la Verdad, un arma singular pensada para un individuo singular. Con todo, no obstante el poder del arma, el individuo que la empuñaba era la auténtica arma. Eso era lo que lo convertía en el Buscador, y lo que convertía al Buscador en un ser tan formidable.
—¿Estuvieron vigilando toda la noche? —preguntaba Zedd justo cuando Kahlan y Richard se detuvieron a su lado.
El rostro de Cara enrojeció hasta casi igualar el color de su agiel.
—No lo sé —refunfuñó—. Era mi noche de bodas y estaba ocupada en otras cosas.
Zedd sonrió educadamente.
—Por supuesto.
Echó una mirada a Richard y a Kahlan para darles la bienvenida con una breve sonrisa. Kahlan pensó que la sonrisa parecía un poco más breve de lo que ella habría esperado.
Antes de que su abuelo pudiera decir nada más, Richard interrumpió:
—Cara, ¿qué sucede?
La mord-sith se volvió hacia él con semblante exasperado.
—Alguien nos observaba en nuestra habitación.
—Os observaba —repitió él en un tono desapasionado—. ¿Estás segura?
El rostro de Richard no revelaba lo que podría estar pensando respecto a una afirmación tan extraña. Kahlan reparó en que no había desechado la aseveración de la mord-sith sin más, y también en que Cara no había dicho que tuvo la impresión de que los estaban observando. La mord-sith dijo que los estaban observando, y Cara no era precisamente una mujer dada a imaginar cosas que no existían.
—Ayer fue un día lleno de acontecimientos, con muchas personas observándoos a ti y a Benjamín en vuestra boda. Incluso ahora, no obstante lo acostumbrado que estoy a que la gente nos observe a Kahlan y a mí todo el tiempo, cuando por fin estamos a solas, en ocasiones no puedo quitarme de encima la sensación de que la gente sigue con la vista clavada en mí.
—La gente observa a las mord-sith continuamente —replicó Cara, molesta por la implicación de que sólo se lo estaba imaginando.
—Sí, pero observan de soslayo. La gente raras veces mira directamente a una mord-sith.
—¿Y?
—Ayer fue diferente. No estás acostumbrada a que la gente te mire directamente. Ayer todo el mundo os miraba a ti y a Benjamín. Os miraba directamente. Todos los ojos estaban puestos en vosotros. No era a lo que estás acostumbrada. ¿Podría ser simplemente una sensación que quedó ahí tras ser el centro de tanta atención?
Cara consideró la pregunta como si no hubiera pensado en ello. Finalmente su frente se arrugó con convicción.
—No. Alguien me estaba observando.
—De acuerdo. ¿Cuándo tuviste por primera vez esa sensación de que alguien te observaba?
—Justo antes del amanecer —respondió ella sin vacilar—. Todavía estaba oscuro. Al principio pensé que había alguien en la habitación, pero no había nadie más allí dentro aparte de nosotros dos.
—¿Estás segura de que era a ti a quien observaban? —preguntó Zedd, y aunque la pregunta sonó de lo más inocente, Kahlan supo que no era así.
Callado hasta entonces, Benjamín se mostró perplejo.
—¿Quieres decir que piensas que podrían haber estado observándome a mí?
Zedd dirigió una elocuente mirada al alto y rubio general d’haraniano.
—Lo que quiero decir, es que me pregunto si en realidad os estaban observando a vosotros dos.
—Éramos los únicos que estábamos allí dentro —indicó Cara, recuperando su tono adusto.
Zedd ladeó la cabeza hacia ella.
—Estabais en una de las alcobas de lord Rahl.
La comprensión centelleó de repente en los profundos ojos azules de Cara y, con la comprensión, su voz pasó de enojada a glacial a la vez que adoptaba el porte de un interrogador, un papel que les sentaba tan bien a las mordsith como sus trajes de cuero. Contempló al mago con ojos entornados.
—¿Estás sugiriendo que alguien miraba dentro de esa habitación para ver si estaba lord Rahl ahí?
Estaba claro que había captado por dónde iba Zedd.
Este encogió los huesudos hombros.
—¿Había espejos en la habitación?
—¿Espejos? Bueno, imagino que…
—Hay dos espejos en esa habitación —dijo Kahlan—. Uno alto sobre un pedestal, junto a la estantería, y uno más pequeño encima del tocador.
La habitación era uno de los regalos que Richard y Kahlan habían hecho a Cara y a Benjamín. Lord Rahl, cuando estaba en su palacio, podía elegir entre una serie de dormitorios; probablemente un antiguo ardid para burlar a asesinos. Era probable que hubiera más estancias privadas que pertenecieran a Richard en el palacio de las que este había visitado o cuya existencia conociera siquiera. Richard y Kahlan habían querido que Cara tuviera una de esas exquisitas habitaciones para ella y Benjamín siempre que estuvieran en el Palacio del Pueblo. Parecía lo más correcto, considerando que Benjamín era el jefe de la Primera Fila, la guardia de Richard cuando este estaba en el palacio, y que Cara era la guardaespaldas más próxima a Richard y a Kahlan.
Richard, que había crecido siendo un guía de bosque, había pensado que un solo dormitorio era más que adecuado. Kahlan también lo pensaba. Ellos disponían también de habitaciones en el Palacio de las Confesoras, en Aydindril, así como otros alojamientos reservados en más lugares.
A Kahlan en realidad no le importaba qué habitaciones tenían, o dónde, siempre y cuando Richard y ella estuvieran juntos. De hecho, algunos de sus recuerdos más felices pertenecían a un verano vivido en la casita que Richard había construido para ellos en los parajes desiertos de la Tierra Occidental.
Cara había aceptado de buen grado la habitación en el palacio. Sin duda en gran parte porque estaba cerca de la habitación de Richard y Kahlan.
—¿Por qué quieres saber si había espejos en la habitación? —preguntó Benjamín.
También su voz había cambiado. Ahora era el general a cargo de la seguridad de lord Rahl en el Palacio del Pueblo.
Zedd enarcó una ceja y clavó en el militar una elocuente mirada.
—Hay quienes, he oído contar, poseen la habilidad de utilizar siniestras formas de magia para mirar a través de espejos.
—¿Estás seguro de eso —preguntó Richard—, o no son más que rumores?
—Rumores —admitió Zedd con un suspiro—. Pero a veces los rumores resultan fidedignos.
—¿Y quién puede llevar a cabo tal cosa?
A Kahlan le pareció que la voz de Richard empezaba a sonar muy parecida a la de lord Rahl exigiendo respuestas. Lo que fuera que estuviera sucediendo, les estaba poniendo los nervios de punta.
Zedd giró las palmas hacia arriba.
—No lo sé, Richard. No es algo que yo pueda hacer. No estoy familiarizado con esa habilidad, ni siquiera sé si es cierta. Como he dicho, es un rumor que oí, no una experiencia personal.
—¿Por qué querrían espiar a lord Rahl y a la Madre Confesora? —inquirió Cara.
La mord-sith estaba ahora claramente más disgustada de lo que había estado cuando había pensado que alguien estaba mirándolos a ella y a Benjamín.
—Buena pregunta —respondió Zedd—. ¿Oíste algo?
Cara lo pensó sólo un instante.
—No. No oí nada y no vi nada. Pero pude percibir a alguien mirando.
Zedd hizo una mueca mientras lo meditaba.
—Bien, os pondré un escudo en la habitación para mantener alejados a los fisgones.
—¿Y podrá un escudo mágico detener las habladurías? —preguntó Richard.
La sonrisa de Zedd regresó por fin.
—No puedo asegurarlo. No conozco si tal habilidad es real o no, y no sé si de verdad había alguien mirando en esa habitación.
—Lo había —insistió Cara.
Kahlan extendió las manos.
—Parece que lo más sencillo sería cubrir los espejos.
—No —dijo Richard en un tono pensativo a la vez que contemplaba el patio—. No creo que deban cubrirse los espejos, ni poner un escudo en la habitación.
Zedd se puso en jarras.
—¿Y por qué no?
—Si alguien miraba y cubrimos los espejos o protegemos con un escudo el lugar, entonces no va a poder volver a mirar.
—De eso se trata —indicó Kahlan.
—Y entonces sabrá que tenemos conocimiento de su existencia y que no sabemos por qué estaba mirando.
Zedd metió un largo dedo huesudo en su ondulado cabello blanco y se rascó el cuero cabelludo.
—Me he perdido, muchacho.
—Bueno, si quien miraba allí dentro en realidad nos quería espiar a Kahlan y a mí, entonces ya ha averiguado que no éramos nosotros los que estábamos en esa habitación. Así pues, si dejamos la habitación sin proteger y los espejos tal como están, y si Cara no vuelve a sentir que la vigilan esta noche, eso confirmaría que en realidad no estaban interesados en Cara y Benjamín. Si de verdad nos querían espiar a Kahlan y a mí, entonces se habrán trasladado para mirar en otra parte.
Kahlan conocía a Richard lo suficientemente bien para saber que su cabeza le estaba dando vueltas a algo.
Cara jugueteó con la cadena que sujetaba su agiel mientras reflexionaba.
—Eso tiene sentido. Si no acuden a mirar de nuevo esta noche entonces eso significa que probablemente os buscan a vos y a la Madre Confesora.
Zedd efectuó un ademán displicente.
—O podría significar que no era real y tan sólo te lo imaginabas.
—¿Cómo podemos averiguar quién podría estar haciendo algo así? —preguntó Benjamín, antes de que Cara tuviera oportunidad de discutir.
El mago se encogió de hombros.
—No estoy diciendo que una cosa así sea posible. Jamás he oído hablar de ninguna magia concreta que pudiera hacer tal cosa, tan sólo rumores sobre ella. Creo que todos estamos dejando correr demasiado nuestra imaginación. Esta noche, intentemos ser un poco más objetivos, ¿no os parece?
Tras un momento de silenciosa consideración, Cara asintió.
—Prestaré más atención esta noche. Pero no lo imaginé.
Kahlan pudo darse cuenta por el modo en que Richard miraba sin ver el patio que este pensaba ya en alguna otra cosa. Los demás parecieron percibir lo mismo y aguardaron en silencio para ver qué pasaba por su cabeza.
—¿Alguno de vosotros ha oído hablar de la Trocha de Kharga? —preguntó él por fin.