Una introducción
DIMITRI: Si Atlas sostiene el mundo, ¿qué sostiene a Atlas?
TASSO: Atlas se sostiene sobre el caparazón de una tortuga.
DIMITRI: Pero ¿sobre qué se sostiene la tortuga?
TASSO: Sobre otra tortuga.
DIMITRI: ¿Y qué sostiene a esa tortuga?
TASSO: Querido Dimitri, de ahí para abajo todo son tortugas.
Este fragmento de diálogo griego antiguo ilustra a la perfección el concepto filosófico de retroceso infinito, una noción que aparece cuando nos preguntamos si existe una causa primera de la vida, del universo, del tiempo y el espacio y, con una significación aún mayor, de un Creador. Algo tiene que haber creado al Creador, de modo que el caparazón de tortuga causal no se detenga en él. O en el Creador que está antes que él. O en quienquiera que le preceda. De ahí para abajo todo son Creadores; o mejor dicho de ahí para arriba, puesto que ésa parece ser la dirección en la que hay que buscar a los Creadores.
Prestemos de nuevo atención al viejo Tasso. Además de ser aclaratoria, su réplica: «de ahí para abajo todo son tortugas», suena a golpe de efecto cómico. ¡Tachán!
A nosotros no nos sorprende. La elaboración y el efecto que logran los chistes y la elaboración y el efecto que logra la filosofía están hechos de la misma materia. Juegan con la mente de formas parecidas. Esto se debe a que la filosofía y los chistes surgen del mismo impulso: confundirnos respecto a cómo son las cosas, poner nuestros mundos del revés, y dar con verdades ocultas, a menudo incómodas, sobre la vida. Lo que el filósofo llama perspicacia, el cómico lo llama mordacidad.
Por ejemplo, veamos detenidamente este chiste clásico. En apariencia, suena a simple y deliciosa tontería pero, si nos paramos a pensar, expresa el núcleo mismo de la filosofía empirista inglesa: la pregunta acerca de cuál es la información sobre el mundo de la que nos podemos fiar.
Morty llega a casa y se encuentra a su esposa y a su mejor amigo desnudos, en la cama. Justo cuando Morty está a punto de decir algo, Lou se levanta de la cama de un salto y dice:
—Espera, espera, colega, ¿a quién vas a creer, a tus ojos o a mí?
Al refutar la primacía de la experiencia sensorial, Lou plantea la cuestión de qué tipo de datos son verdaderos y por qué. ¿Existe una manera de recopilar datos acerca del mundo —es decir, de ver— más fiable que las otras, una progresión de la fe que acepte la descripción de la realidad de Lou?
He aquí otro ejemplo de filochiste, este con toques del argumento de la analogía, que afirma que si dos consecuencias son similares, deben haber tenido causas similares:
Un anciano de noventa años va al médico y dice:
—Mi esposa, que tiene dieciocho años, está embarazada.
—Le voy a contar una historia —responde el médico—. Un hombre fue a cazar pero, en lugar de una escopeta se llevó un paraguas por error. Cuando, de pronto, le atacó un oso, el hombre blandió el paraguas, disparó y el oso cayó muerto.
—Eso es imposible —dice el anciano—. Al oso le debió de disparar otra persona.
—¡Pues eso digo yo!
No cabría esperar mejor ilustración de la argumentación a partir de la analogía, una estratagema filosófica que suelen utilizar los partidarios de la teoría del Diseño Inteligente (por ejemplo, si existe el globo ocular, debe de existir un Diseñador de globos oculares… en el cielo).
Así podríamos proceder —y en realidad vamos a hacerlo— del agnosticismo al zen, de la hermenéutica a la Eternidad. Mostraremos cómo los conceptos filosóficos se pueden contar a través de chistes y cómo los chistes están cargados de un fascinante contenido filosófico. Pero, a ver, ¿no será que son lo mismo? ¿Os importa que volvamos al tema?
Normalmente, los estudiantes que llenan las aulas de filosofía esperan alguna perspectiva sobre, pongamos, el sentido de todo esto. Pero quien cruza la sala en dirección a la tarima es un tipo desgreñado con una americana que no le hace juego con los pantalones y suelta una perorata sobre el sentido del «sentido».
Primero lo primero, dice. Antes de que respondamos a cualquier pregunta, pequeña o grande, debemos saber lo que significa la pregunta en sí misma. Con la mosca detrás de la oreja, le escuchamos y pronto descubrimos que lo que nos cuenta este tipo es la mar de interesante.
La filosofía y los filósofos son así. Una pregunta suscita otra, y ésa toda una generación de preguntas. De ahí para abajo todo son preguntas.
Podemos empezar por las más básicas como: «¿Cuál es el sentido de todo esto?» o «¿Existe Dios?», y «¿Cómo puedo ser sincero conmigo mismo?» o «¿He elegido el curso adecuado?» pero pronto descubrimos que debemos hacernos otras preguntas para poder responder a las originales. Este proceso ha encumbrado a toda una serie de disciplinas filosóficas, cada una de las cuales aborda una de las Grandes Preguntas en particular. E intenta resolver las preguntas que éstas plantean. ¿Alguna pregunta?
Así, «¿Cuál es el sentido de todo esto?» es una reflexión de una disciplina conocida como metafísica, y «¿Existe Dios?» de la que se ha dado en llamar filosofía de la religión. «¿Cómo puedo ser sincero conmigo mismo?» entra en la escuela del existencialismo. «¿He elegido el curso adecuado?» cae en el nuevo sector de la filosofía llamado metafilosofía, que se plantea la pregunta: «¿Qué es filosofía?» y así podríamos seguir clasificando, puesto que cada esfera de la filosofía se plantea conceptos y preguntas distintas.
No hemos organizado el libro de modo cronológico, sino a partir de las preguntas que teníamos en mente cuando entramos en esa primera clase de filosofía, y en las disciplinas que se las plantean. Lo maravilloso es que toda una serie de chistes empezaron a ocupar un territorio conceptual similar al de esas disciplinas. (¿Pura casualidad o es que, a fin de cuentas, existe un Diseñador Inteligente?). El motivo de que sea tan fantástico es que ambos salimos de la primera clase tan estupefactos y perplejos que pensamos que nuestra mente nunca comprendería temas tan sesudos. Pero un día trabamos conversación con un licenciado que nos contó el chiste de Monty que llega a su casa y se encuentra a su mejor amigo, Lou, y a su mujer en la cama.
—¡Esto es filosofía! —dijo.
Nosotros lo llamamos filochistes.
THOMAS CATHCART Y DANIEL KLEIN
Agosto 2006