La filosofía de la filosofía. No hay que confundirla con la filosofía de la filosofía de la filosofía.
DIMITRI: La verdad es que le estoy cogiendo el tranquillo a este asunto, Tasso.
TASSO: El tranquillo, ¿a qué?
DIMITRI: A la filosofía, ¡por supuesto!
TASSO: ¿Llamas filosofía a esto?
El prefijo meta, que básicamente significa «más allá e incluso lo que está debajo», aparece a menudo en el discurso filosófico, como en el metalenguaje, un lenguaje que se puede utilizar para describir el lenguaje, o la metaética, que investiga de dónde proceden los principios éticos, y lo que significan. Así, era cuestión de meta tiempo que la metafilosofía apareciera en escena.
La metafilosoffa aborda una cuestión de lo más candente, «¿Qué es la filosofía?». Cabría pensar que los filósofos sabían ya de qué se trataba cuando se metieron en esto. De otro modo, se plantea cuando menos el interrogante de cómo sabían que querían ser filósofos. No nos consta que el gremio de los peluqueros haya ponderado la cuestión: «¿Qué es la peluquería?». Si un peluquero no sabe qué es la peluquería, se ha equivocado de oficio. Y lo que está claro es que no dejaríamos que les hiciera ni un recogido a nuestras esposas.
No obstante, los filósofos modernos están constantemente redefiniendo la filosofía. En el siglo XX, Rudolf Carnap y los positivistas lógicos definieron buena parte de la filosofía cuando anunciaron que la metafísica carece de sentido. Sostuvieron que la única tarea filosófica consiste en analizar las frases científicas.
Y Ludwig Wittgenstein, contemporáneo de Carnap y padrino de la filosofía del lenguaje común, llegó aún más lejos. Pensó que su obra más conocida había llevado a la historia de la filosofía a un punto de clausura, dado que había demostrado que todas las proposiciones filosóficas —incluidas las suyas— carecen de sentido. Tan convencido estaba que había pasado la última página del libro de la filosofía, que se fue de maestro a una escuela de primaria. Algunos años después, reabrió el libro de la filosofía con una nueva concepción acerca de lo que era su objetivo: nada más ni nada menos que una terapia. Ludwig nos estaba diciendo que, si aclaramos el lenguaje confuso propio de la filosofía, sanaremos de la tristeza que nos causan las cuestiones filosóficas carentes de sentido.
En nuestros días, los «operadores lógicos modales» —operadores lógicos que distinguen entre las afirmaciones que son posiblemente ciertas y las que son necesariamente ciertas— cavilan cuál es la categoría a la que pertenecen sus afirmaciones. A nosotros, se nos antoja una especie de cadena infinita de metaafirmaciones.
Ésta es la tradición filosófica en la que hallamos a Seamus.
Seamus tenía su primera cita con una chica. Decidió pedirle consejo a su hermano, el mujeriego. «Dame algunas pistas sobre cómo debo hablarles».
—El secreto es el siguiente —le dijo su hermano—. A las chicas irlandesas les gusta hablar de tres cosas: comida, familia y filosofía. Si le preguntas a una chica qué le gusta comer, le estás demostrando que te interesa ella. Si le preguntas por su familia, demuestras que tus intenciones son honestas. Si discutes de filosofía con ella, demuestras respeto por su inteligencia.
—¡Vaya! Gracias —dijo Seamus—. Comida, familia y filosofía. Creo que me apaño con eso.
Esa noche, nada más conocer a la chica en un bar, Seamus le lanzó:
—¿Te gusta la col?
—¿Eh? No —respondió ella un poco sorprendida.
—¿Tienes hermanos? —preguntó Seamus.
—No.
—Bueno, y ¿si tuvieras un hermano, le gustaría la col?
En eso consiste la filosofía.
Surge una vez más la tesis de fondo que subyace en este libro. Si hay metafilosofía, deben de existir metachistes.
Un viajante de comercio va conduciendo por el campo cuando se le estropea el coche. Anda varios kilómetros hasta la granja más cercana, y le pregunta al granjero si puede quedarse a pasar la noche.
—Claro —le dice el granjero—. Mi esposa murió hace unos años, y tengo dos hijas, una de veintiuno y otra de veintitrés años, pero se han ido a la universidad. De modo que, habiéndome quedado solo, tengo sitio de sobra para usted.
Al oírlo, el viajante da media vuelta y se vuelve por donde ha venido.
El granjero lo llama y le dice:
—¿Es que no me ha oído? ¡Tengo sitio de sobra!
—Sí lo he oído —dice el viajante—. Pero me temo que me he equivocado de chiste.
Y, naturalmente, el [proto] metachiste:
Un ciego, una lesbiana y una rana entran en un bar. El barman les mira y dice:
—¿Esto qué es? ¿Un chiste?
Y, finalmente, un metachiste políticamente incorrecto. Del mismo modo que la metafilosofía requiere de un metafilósofo que tenga conocimientos de lo que se considera filosofía, los metachistes requieren conocimientos de lo que se considera un chiste, en este caso, un chiste polaco.
Va un tío a un bar muy concurrido y anuncia que les va a contar un chiste polaco que es la monda. Se dispone a contarlo cuando el barman le interrumpe y le advierte:
—Cuidadito, colega, que soy polaco.
Y el tío dice:
—Vale, vale, no te preocupes, lo contaré muy, muy despacio.
DIMITRI: ¿Así que nos hemos pasado toda la tarde hablando de filosofía y tú no sabes siquiera lo que es la filosofía?
TASSO: ¿Por qué lo preguntas?