CAPÍTULO 10

Sábado, 28 de agosto, 11:10 h

Una guerra —dijo Inès—. ¡Imagináoslo! Una guerra secreta entre una madre y su hijo. Ninguno de los dos hablaba de ello. Eso habría supuesto admitir que no confiábamos el uno en el otro. Pero Karim no había cambiado realmente; solo se había vuelto más prudente. Tenía una esposa que lo adoraba; pero aun así, no era suficiente. En público elogiaba el niqab, pero en sus fantasías aparecían putas occidentales, y yo sabía que solo era cuestión de tiempo que la zinna lo tentara de nuevo.

Una vez más, Inès miró a Sonia. Había escuchado todo el relato sin decir nada, pero ahora negaba con la cabeza.

—No. No me lo creo. Estás equivocada. Mi Karim nunca…

Inés posó una mano en el brazo de Sonia.

—Sé que debe resultar difícil de creer. Y sé lo cruel que suena. A mí, en otro tiempo, también me costó creerlo. Intenté negar la verdad, pero empezó con el porno en internet. Lo descubrí en su ordenador. Después de eso, vino el sexo virtual. Lo pillé en una ocasión, con una chica del pueblo. Se llamaba Marie-Ange Lucas, y su perfil decía que tenía dieciséis años. En realidad, tenía quince, pero a Karim le daba lo mismo. Me dijo que era una puta. ¿Quién más accedería a quedar con un chico al que no conocía para tener relaciones sexuales? Mi intervención llegó justo a tiempo y Karim cortó todo contacto con Marie-Ange. Pensé que había aprendido la lección, pero él encontró presas más atractivas. Tu hermana Alyssa, a la que sedujo y luego llevó a un intento de suicidio…

Sonia se puso pálida.

—No te creo —susurró.

Inès se encogió de hombros.

—Lo siento —dijo—. Tendría que haber hablado antes, pero pensé que podría controlarlo. Pensé que si estaba cerca de él, siempre podría intervenir. Lo intenté con Alyssa. Y luego con Vianne, cuya llegada a Les Marauds, y con una hija adolescente, ya había llamado su atención. Pero para entonces los acontecimientos empezaron a precipitarse. Alguien incendió la escuela y empezaron a correr rumores sobre mí. El cura que intentó ayudarme fue amenazado por unos amigos de Karim. Me trasladé a casa de mi hijo, pero el viejo Mahjoubi hacía todo lo posible para que me sintiera incómoda. Y entonces me di cuenta de que Karim estaba empezando a fijarse en mi pequeña Du’a.

—¡No! —exclamó Sonia, apartándose.

Inès se levantó.

—El otro día, Du’a perdió una zapatilla. Eran unas zapatillas rojas bordadas que nos habíamos traído de Tánger. La buscamos las dos por todas partes, pero no aparecía por ningún lado. Por eso esperé a que Karim saliera y encontré esto en su armario…

Fue a la cocina y trajo una caja metálica. La abrió y volcó su contenido en la mesita. Había pulseras, pendientes, perlas, pañuelos… y una zapatilla bordada de color escarlata, con unas pequeñas cuentas de cristal… Inès pasó sus elegantes dedos por la colección de objetos.

—La pulsera que le quitó a Shada Idris. Uno de los pendientes de Alyssa. Un anillo de su prometida. Y esto… —Acarició la zapatilla roja—. Mi hijo tomaba la delantera y cogía sus trofeos por adelantado.

Pero había algo más que me llamó la atención entre el montón de trofeos. Era una pequeña pulsera de tela —amarilla, con una concha azul—, algo que podría hacer una niña, quizás como regalo para su hermana…

—Es de tu hija, ¿verdad? —dijo Inès, al ver mi expresión.

Cogí la pulsera. La conocía muy bien. Anouk la llevaba cuando llegamos… y ahora que lo pensaba, no se la veía desde hacía unos días.

—Quizá se le cayó —dijo Inès—. O se la olvidó en algún sitio. Pero Karim ya se había fijado en ella. Solo habría sido cuestión de tiempo.

Después de haber descubierto la caja con los trofeos, Inès se trasladó con Du’a a la casa flotante. En el mejor de los casos, una solución provisional, pero fue lo único que se le ocurrió en aquel momento. Aunque parecía el hijo más responsable, con rumores, malicia y subterfugios, Karim, de algún modo, se las había arreglado para poner a toda la comunidad de Les Marauds en contra de Inès, salvo Zahra, que sabía la verdad y siempre había intentado protegerla.

—Mi hijo raramente actúa en su nombre —explicó Inès con su lastimera sonrisa—. Deja que los demás actúen por él. Ellos creen que toman sus propias decisiones, pero en realidad solo cumplen con su voluntad. La pintada en mi casa. El incendio. Incluso la casa flotante… —Miró a Sonia, cuyo rostro había palidecido al comprender—. Él quería que hicieras todas esas cosas. Te puso en marcha. Él sabía que yo no podía delatarlo sin delatarme también a mí misma y pensó que podría fingir ser inocente y que tú cargaras con todas las culpas…

Sonia negó con la cabeza.

—Por favor… Yo no quería hacer daño a nadie. Solo quería que te fueras.

—Por supuesto que no. Lo sé —repuso Inès—. Pero aunque me hubiera marchado, Karim nunca se habría sentido a salvo del todo. Quería que me fuera para siempre, pero necesitaba un chivo expiatorio. Al principio pensó que podías ser tú, pero, aunque lo amabas, él sabía que no eras una asesina. Por eso ideó un plan mejor. Y Monsieur le Curé cayó en su red.

Reynaud. Casi me había olvidado de él.

—¿Dónde está? —pregunté—. ¿Se encuentra bien?

Zahra parecía incómoda.

—Lo siento, Vianne. Al principio me lo creí. Como todos, estaba convencida de que Reynaud había provocado el incendio. Y luego, cuando Karim lo pilló con una lata de gasolina…

—¿Dónde está, Zahra? —dije.

—Está en el sótano que hay debajo del gimnasio. Debería habértelo dicho. Pero estaba tan enfadado que pensé…

—Pues claro que estaba enfadado —terció Inès. Su voz dura y seca era más plana que nunca—. La intervención de Monsieur le Curé llegó justo en el peor momento. Después de haber urdido un montón de planes, mi hijo pensaba acabar conmigo. Pensaba que si yo desaparecía, Reynaud sería considerado culpable. Y si nunca encontraban a Reynaud… —Se encogió de hombros—. El Tannes es un río peligroso, sobre todo después de la lluvia. Habría llevado semanas encontrar un cadáver, y después de tanto tiempo habría sido difícil determinar la causa de la muerte.

Se hizo el silencio mientras todas tratábamos de comprender qué estaba diciendo. ¿Karim un asesino? En absoluto. Y aun así, tenía mucho sentido.

—A mi hijo se le había acabado el tiempo —dijo—. Temía que, por el bien de Du’a, yo hablara en su contra. La casa flotante nos hacía vulnerables. Quizá tenía intención de que pareciera un incendio provocado. O tal vez pensaba hundir el barco y arrojar nuestros cuerpos al Tannes. Sin embargo, cuando pensaba llevar a cabo su plan, apareció Monsieur le Curé.

—Lo sé —dijo Sonia—. Él me vio. Y… se lo confesé todo.

—¿De verdad? —Inès parecía divertida—. Bueno, fuera lo que fuera lo que le dijiste, lo mantuvo allí el tiempo suficiente para arruinar el plan de Karim. Debió de haberlo visto espiando el barco. Habría sido un testigo. Por eso Karim lo atacó, puede que con la intención de utilizarlo más adelante como cabeza de turco… Pero yo lo oí y lo vi todo, y mientras Karim se enfrentaba a Reynaud, solté las amarras y llevé el barco río abajo. —Lanzó un suspiro—. En aquel momento no sabía si Reynaud estaba vivo o muerto. Lo vi caer al suelo. Y eso fue suficiente. Pero cuando Zahra me contó lo que sabía…

Omi la interrumpió, con su voz vieja y agrietada, pero llena de regocijo:

—¿Quieres decir que Monsieur le Curé ha estado en ese sótano todo este tiempo? Hee, apuesto a que está hecho un basilisco…

Me quedé mirando a Zahra.

—¿El gimnasio? —dije—. Por eso estabas allí anoche.

Asintió con la cabeza.

—Le llevé comida —dijo.

—Pero ¿por qué está allí? —Sonia seguía estando perpleja—. Si lo que ha dicho Inès es cierto…

—Lo necesitaba vivo —explicó Inès—. Si pretendía culpar a Reynaud de lo que me ocurriese a mí, la policía no se quedaría muy convencida si descubría que el sospechoso del asesinato había muerto unos días antes que su víctima…

—Estaba esperando a que volvieras —dijo Sonia.

Inès asintió con la cabeza.

—Creo que sí.

—Pero ahora —dijo Sonia, muy despacio— Karim sabe que estás aquí.

Hubo una larga pausa, durante la cual todas asumimos la realidad. Entonces, Inès se levantó y se anudó rápidamente el velo. Sonia la imitó, y unos segundos después todas estábamos en pie, incluso Omi, que ya rebuscaba otro mostachón en su bolsillo.

Reynaud debía de llevar ya cuatro días en el sótano del gimnasio. Yo sabía cómo eran esos sótanos: oscuros y húmedos, y a menudo se inundaban con las lluvias. Y pensar que había estado allí todos estos días… La lealtad es muy importante en Les Marauds y los amigos de Karim no lo habrían traicionado. Pero, después de todo, el gimnasio es de Saïd. ¿Lo sabría? ¿Y su padre?

«Soñé con usted —dijo el viejo Mahjoubi el miércoles, postrado en la cama—. Cuando intenté rezar el istikhaara. Soñé con usted y luego con ella. Cuídese. Y manténgase alejada del agua».

En aquel momento pensé que me hablaba a mí. Medio delirando, apenas parecía saber quién era yo. ¿Estaría hablando de Reynaud? Al igual que la mujer de negro y yo, el viejo Mahjoubi y Francis Reynaud se parecían mucho. ¿Acaso el viejo Mahjoubi intuía la verdad? Y su sueño, ¿era algo más que un sueño?