Sábado, 28 de agosto, 11:00 h
Karim era un chico muy guapo —dijo Inès—. Y pronto se convirtió en un hombre muy guapo. A las mujeres les gustaba; y a los hombres también. Y sabía cómo ejercer su encanto en ellos. Decía que quería estudiar en París y le di el dinero para el viaje. Pero, tras el primer año en la universidad, me escribió diciendo que la había dejado; quería casarse con una mujer francesa a la que había conocido mientras estudiaba. Esa mujer era mayor que él, trabajaba en una embajada y tenía dinero. Estaba colada por Karim. Le daba todo lo que quería. Debo admitir que desde el principio sospeché que ese era el motivo por el que quería casarse con ella. Y, al parecer, la familia de esa mujer también. Un día recibí una llamada telefónica de su madre. Había estado investigando y descubrió que su hija no era la única mujer con la que Karim se estaba viendo. Había más…, varias, y, peor aún, se habían difundido ciertos rumores…
Inès soltó una pequeña pero estridente carcajada.
—Ya me sabía la historia. Una chica había sido violada en una fiesta, pero como había estado bebiendo, su relato era confuso. Otra estudiante había sido violada en un parque, cerca de un local nocturno. Ambas eran compañeras de clase de Karim, y en ambas ocasiones apareció su nombre. Ninguno de los dos incidentes fue denunciado ante la policía. Pero, a pesar de eso, yo lo sabía. En el fondo de mi corazón, lo sabía.
Inés viajó a París y obligó a Karim a una confrontación. Él negó las dos agresiones, pero algo en sus ojos le reveló a Inès que él había sido el responsable de ellas. Hurgando entre sus cosas, volvió a encontrar sus trofeos: un collar, un pendiente y un pañuelo que aún olía a perfume. Solo eran unas putas, dijo él de repente. La capital estaba llena de ellas. No tenían vergüenza ni recato alguno. ¿Por qué no iba a aprovecharse de ello?
—Y a pesar de todo, yo lo quería —dijo Inès—. Era mi oro y mi incienso. Sabía que la culpa era mía. Lo había mimado demasiado. Pensaba que podía cambiarlo. Por entonces tenía veintitrés años; Du’a tenía ocho e iba a la escuela. Creía que si conseguía que Karim fuera a la mezquita con más asiduidad, que estudiara el Corán, que respetara a las mujeres y a sí mismo, entonces esa forma de comportarse desaparecería. Le obligué a regresar a Tánger conmigo. Hice que rompiera el compromiso. Empecé a creer que había cambiado…, pero todas habéis visto a mi hijo. Ante el mundo, muestra un rostro dorado. La gente quiere amarlo. Pasó el tiempo. Le encontré un trabajo con un importador de telas. Karim era educado e inteligente, y siempre se mostraba respetuoso. A menudo hacía viajes de negocios y siempre me traía regalos. En ocasiones me sentía inquieta… Una vez, cuando una chica que vivía en nuestro edificio fue violada en la calle, junto a unos cubos de basura; otra, cuando una joven se presentó en el piso preguntando por Karim. Pero mi hijo siempre tenía una respuesta, una excusa, una coartada. Me preguntaba si mis sospechas eran simples waswaas, temores infundados. Y entonces apareció Saïd Mahjoubi…, primero como cliente, y más adelante como amigo. Se conocieron en un viaje a La Meca, y pronto se hicieron íntimos. Al principio me alegré. Saïd era un buen hombre, honesto y devoto. Esperaba que fuera una buena influencia para él.
Sin embargo, fue justo al revés. Era Karim quien tenía influencia. Poco a poco, el más joven de los dos había ejercido su encanto en el más adulto. Saïd ya estaba muy susceptible: resentido con su padre, harto de los recientes acontecimientos ocurridos en Francia, nostálgico de un tiempo y un país que nunca había sido el suyo… Karim le ofreció una versión ideal de la vida en Tánger, le hablaba de la familia, del respeto y del retorno al islam. Saïd estaba impresionado, y al cabo de un año ya se hablaba de un posible matrimonio entre Karim y la hija mayor de Saïd.
De entrada, Inès estaba inquieta. Sin embargo, Karim había cambiado: era formal, educado; parecía realmente serio. Además, ella quería creer que así era; quería que se casara. Sonia era una buena musulmana de una familia decente; y, por las fotografías que había visto de ella, también era bonita. Inès dejó que sus dudas se disiparan y se hicieron los arreglos para el enlace.
Sin embargo, había un problema…, su secreto, el escándalo de la paternidad de Karim. Él se había presentado a Saïd como el hijo de Amal Bencharki y había dejado que Saïd creyera que Inès era su hermana viuda.
—Si Saïd hubiese visto mi rostro, habría intuido la verdad —dijo Inès—. Por eso dejé que se creyera la mentira. Y así me convertí en la hermana de Karim.
La boda se celebró como es debido. Inès viajó con Du’a para asistir a la ceremonia. No tenía intención de quedarse para siempre, pero hubo algo que la alarmó. Quizá fuera el ambiente de la comunidad de Les Marauds y las mujeres que no usaban velo y que vestían ropa occidental, sin ni siquiera llevar el hiyab. Culpó de todo ello al liderazgo del viejo Mahjoubi; el anciano no era un erudito, y su interpretación del Corán era muy poco convencional. Concedía demasiada libertad a su rebaño y era muy indulgente con la zinna. Su rivalidad con Francis Reynaud rozaba lo inapropiado; se mostraba abiertamente hostil al niqab, leía toda clase de inadecuados libros franceses e incluso se rumoreaba que tomaba alcohol. Por eso Inès decidió quedarse, al menos por un tiempo.
Karim se sorprendió y no le gustó. Pero no podía decir nada sin revelar su secreto. Durante meses, Inès intentó combatir las deficiencias del régimen del viejo Mahjoubi. Abrió una escuela para niñas musulmanas, promovió el uso del niqab y la ropa tradicional, y, gracias a su relación con Karim, que ya se había ganado el corazón y el espíritu de la gente a ambas orillas del río, se convirtió en seguida en un miembro prominente de la comunidad femenina de Les Marauds. Para ellos era una rareza (virtuosa pero curiosamente liberada) que vivía de forma independiente, pero que iba todos los días a la mezquita y daba un buen ejemplo. La gente empezó a imitarla y luego a competir entre ellos. Los atuendos recatados empezaron a considerarse como una declaración de principios más que como una limitación. Poco a poco, las mujeres jóvenes de Les Marauds empezaron a mirar a Inès Bencharki como un modelo a imitar y una guía.
Mientras tanto, Saïd Mahjoubi hacía todo lo posible por conseguir lo mismo con los hombres del pueblo. El gimnasio siempre había sido un lugar de reunión habitual para ellos; con Karim al frente, se convirtió en un imán que atraía a jóvenes aburridos y descontentos. Karim tenía ángel; lo comprobé por mí misma. Era atractivo para las mujeres, extravertido con los hombres, deferente con los ancianos y bastante tranquilo y poco convencional para impresionar a los jóvenes. Mientras Saïd predicaba el evangelio de la tradición, el respeto y el retorno al islam, en el gimnasio, Karim utilizaba el islam para promover sus propias opiniones; opiniones que se había formado en las calles de Tánger, donde las mujeres que no llevaban hiyab estaban consideradas un blanco legítimo para los depredadores. Para algunos hombres de Les Marauds, estos temas tenían un subversivo atractivo. Jóvenes que hasta ese momento habían sido tímidos desarrollaron cierta arrogancia. Las amistades entre la gente de Les Marauds y la de Lansquenet empezaron a marchitarse. Los hermanos se mostraban cada vez más protectores con las hermanas que no llevaban hiyab, y a medida que la ropa tradicional iba ganando popularidad, la comunidad empezó a polarizarse cada vez más. Saïd era cada vez más claro a la hora de desaprobar el liderazgo de su padre, mientras el viejo Mahjoubi avivaba las llamas del descontento hablando en contra del niqab y predicando la integración.
Al cabo de seis meses, el carácter de Les Marauds había cambiado sutilmente, y nadie comprendía realmente cómo o por qué había sucedido. ¿Era la influencia de Karim? ¿Era Inès? Nadie lo sabía. Pero, bajo la superficie de esa tranquila comunidad, algo estaba cobrando impulso; algo que pronto desembocaría en una guerra.