CAPÍTULO 8

Sábado, 28 de agosto, 10:45 h

La prima de Inès llamó a un médico. Fue él quien le dio los puntos; nueve en cada lado, con un hilo negro brillante, y cuando se los quitaron, dejaron una marca permanente entre cada pedazo de piel. El resultado es la cara de una muñeca de trapo desgarrada que luego ha sido cosida de cualquier manera sin que las costuras hayan vuelto a coincidir. Es espantoso e indeciblemente triste; un lado de la cara está paralizado, como si la mujer hubiese sufrido un derrame cerebral. Inès nos dice que se debe al daño que sufrieron los nervios. Sin el velo, es fácil comprender por qué su voz es tan seca y plana; cuando habla, solo mueve la mandíbula, como el muñeco de un ventrílocuo. Las cicatrices tienen ya más de treinta años; el tiempo las ha estirado, escalonado y pulido. Una vez las has visto, resulta difícil ver algo más salvo esas sonrientes cicatrices; se te quedan atrapadas en la garganta como una espina de pescado, obligándote a jadear hasta que te resulta difícil respirar. Pensar en esas cicatrices en alguien de dieciséis años, en una niña de la edad de Anouk…

—Así pues, volví a Agadir —prosiguió Inès con su voz carente de matices—. Llevaba el velo y dormía en la calle. En mi país, las mujeres deshonradas no cuentan con ninguna ayuda. No tienen derechos, ni siquiera el de dar el apellido a sus hijos. Son rechazadas por todos. Al final encontré un centro de día de una fundación suiza. Allí, la gente era buena conmigo, aunque no había ningún musulmán. Me ayudaron y cuidaron de mi hijo. Me consiguieron trabajo en un taller de costura. Dormía en el sótano con Karim y trabajaba todo el día con la máquina. Hacía vestidos, saris y pañuelos y cosía zapatillas bordadas. Karim se hacía mayor y yo trabajaba duro. La pareja que dirigía el taller era amable. El hombre se llamaba Amal Bencharki. Le dije que mi marido se había divorciado de mí. No me hizo demasiadas preguntas.

Cuando Karim tenía tres años, la mujer de Amal Bencharki murió. No tenían hijos. Amal Bencharki tenía cincuenta y dos años. La mayor parte de su familia vivía en Francia. Amal le pidió a Inès que se casara con él y le dijo que le daría el apellido a su hijo.

—No le importaba mi rostro. En cualquier caso, nadie lo veía. Siempre llevaba un chadra…, así es como llaman allí al velo. Amal era un hombre solitario. Echaba de menos a su mujer. Su familia estaba lejos. Creo que solo deseaba compañía y alguien que cocinara para él y se ocupara de la casa. Alguien que fuera su criada. Bueno, eso sabía hacerlo. Tenía mucha experiencia.

Apretó los labios, esbozando casi una sonrisa. Su boca se parece mucho a la de su hijo… o debía de parecerse, sin todas esas cicatrices. Pero mientras la de Karim es un melocotón abierto, la suya parece una calabaza sonriente, sostenida por poleas de piel. Cuando sonríe es mucho peor, por supuesto.

Omi sonrió, compasiva.

—Entonces, ¿te casaste con él?

Mostró de nuevo esa horrible sonrisa.

—Iba a hacerlo, pero su familia empezó a desconfiar. Se presentaron sus hermanos haciendo preguntas. Su padre incluso viajó desde Francia. Pero yo no tenía respuestas para ellos. Al final, les conté la verdad. —Se encogió de hombros—. Eso fue el fin de la historia.

Amal Bencharki le dio dinero y documentos a Inès para que se fuera de Agadir. Los documentos estaban a nombre de su fallecida esposa y su pasaporte tenía la foto de Inès. Los utilizó para dar un apellido a Karim y para viajar a Tánger, esperando perderse en la gran ciudad.

—Me convertí en Inès Bencharki, la viuda de un empresario textil de Agadir. Cuidaba de mi hijo y cosía vestidos a máquina en mi habitación. Le conté a Karim la misma historia, pero a medida que se hacía mayor empezó a hacer preguntas. Yo le contaba más mentiras. Lo mandé a la escuela y le di todo cuanto tenía. Quería que fuera a la mezquita, que hiciera buenos amigos y que lo respetaran. Era un niño precioso. Sé que lo malcrié. Eso fue culpa mía. Pero Karim era lo único que tenía. Dicen que el Yannah está a los pies de la madre. Para mí, Karim era mi Yannah. Alá era bueno porque él estaba ahí. Quería que mi hijo lo tuviera todo.

Volvió a mostrar de nuevo ese espantoso rictus. Y aun así, cuando habla de Karim, veo la belleza de su rostro.

—Necesitaba más dinero —prosiguió Inès—. Así pues, cuando Karim ya fue lo bastante mayor para cuidar de sí mismo durante un tiempo, me fui a España a recoger fresas. Las horas se hacían muy largas, pero allí ganaba mucho más dinero que en mi país, y no pude resistirme. Karim era un excelente estudiante. Quería que fuera a la universidad. Pero esas cosas cuestan dinero; más dinero del que podía ganar en Tánger cosiendo vestidos. Aquel año pasé tres meses en España y dejé solo a mi hijo. Supongo que no ejercía suficiente control sobre Karim; pero él siempre parecía ser muy buen chico, y siempre era muy respetuoso. Al año siguiente volví a España. Karim acababa de cumplir diecisiete años. Esta vez, mientras yo no estaba, violó a una chica a punta de navaja.

La chica, Shada Idris, a la que Karim había conocido en un salón de té, tenía veintidós años y estaba soltera. Según él, una puta con vaqueros y zapatos de tacones claveteados, el pelo recogido a la moda bajo un hiyab multicolor. Accedió a irse con Karim y sus amigas se quedaron esperándola.

Al principio, Karim negó que tuviera nada que ver. Le dijo a Inès que solo miraba. Pero se quedó con un trofeo, su pulsera, una cadena de cuentas de azabache negro. Inès la encontró en su habitación y lo obligó a confesarlo todo.

Él le dijo a la policía que ella lo estaba pidiendo a gritos; además, no era virgen. Vivía con otras dos mujeres cerca de la gran mezquita, en el centro de la ciudad, y se turnaban para cuidar de los niños mientras las otras se iban a trabajar. Ella ya tenía una hija ilegítima, una niña llamada Du’a…

—¡Mi melocotoncito! —exclamó Omi, lanzando una rápida mirada a Du’a.

Inès asintió con la cabeza.

—No te preocupes, ella ya lo sabe. Siempre ha sabido la verdad. Eduqué a Karim en la ignorancia, y ya veis en qué se ha convertido. Pero Du’a sabe que la zinna es un pez escurridizo que no puede ser atrapado, aunque pasa de unas manos a otras… —Volvió a sonreír—. En cualquier caso, el niño no es el criminal. Le enseñé esa lección a mi hijo, pero el resto lo dejé y luego ya fue demasiado tarde. Estaba avergonzada. Pensé que podía librarme de contárselo.

Shada llamó a la policía para denunciar la violación. Pero, como en el caso de Inès, parecían más interesados en investigar a la propia Shada. Fue detenida por prostitución, y aunque los cargos fueron retirados, se descubrió que había vivido ilegalmente en una vivienda de protección oficial. Ella y su hija fueron desahuciadas del piso. Sin un techo y desesperadas, Shada se dirigió al Ministerio de la Vivienda, se sentó en medio de la plaza, se roció con una lata de gasolina y se prendió fuego.

Inès nos miró a las cuatro.

—¿Qué podía hacer? —dijo—. Mi hijo tenía parte de culpa. Por eso le conté a Karim la verdad sobre su padre… y sobre mí. Me llevé a la niña que Shada había dejado huérfana y la crie como si fuera mi hija. Durante mucho tiempo, Karim estuvo furioso. Furioso conmigo por avergonzarlo y más furioso aún consigo mismo. Nunca miraba a mi Du’a ni hablaba con ella más de lo estrictamente necesario. Y aun así era una niña muy dulce. Yo la llamaba «mi pequeña desconocida».

Esa expresión. «Mi pequeña desconocida». Al principio pensé que no la había entendido bien. Porque que empleara la misma expresión que yo siempre había empleado para referirme a Anouk… Y aun así resultaba extrañamente apropiado. Inès ya no es la mujer de negro… Tiene rostro y, a pesar de esas cicatrices, lo reconozco perfectamente. Ella y yo somos iguales. Las dos somos escorpiones. Y búfalos.

Inès me miró con curiosidad. Sus ojos eran oscuros como la miel salvaje.

—Ya ves —dijo, leyéndome el pensamiento—. Después de todo, no somos tan distintas. Hay gente que escoge a su familia. Y otras somos escogidas. Y a veces la elección que debemos hacer se encuentra entre las dos mitades de un corazón roto. Esta ha sido mi elección, Vianne. Y no ha sido fácil. Escúchame y pregúntate si tú habrías actuado de otra manera.