CAPÍTULO 4

Sábado, 28 de agosto, 9:40 h

Él volvió cuando eran poco más de las nueve, con croissants y pains au chocolat. Nos los comimos en el embarcadero, mientras Anouk preparaba café en la cocina y Rosette jugaba con Bam en la orilla del río.

—Habría llegado antes —dijo—, pero la gente no dejaba de pararme para hablar conmigo.

Hoy, el père Henri dice misa. La plaza se llenará de gente. Poitou se gana la mayor parte de su sueldo los sábados y los domingos: tartas para la comida, pasteles de fruta, flanes de almendra y el pain viennois que solo hace los fines de semana y en ocasiones especiales. Normalmente, la congregación se pasa primero por la iglesia y luego por la panadería. Después de todo, hay que alimentar el espíritu; y no solo con pasajes de la Biblia, sino también con pâtisserie.

—¿Alguna novedad sobre Reynaud? —pregunté.

—No. Solo que ese cura nuevo, el père Henri, se acercó para hablarme. Me dijo que respetaba mi estilo de vida y el de las comunidades nómadas. Quería saber cuándo nos íbamos.

No lo pude evitar y me eché a reír.

—Por lo visto…, aquí todo sigue igual.

—Al menos Reynaud era sincero.

—¿Y crees que el père Henri no lo es?

Se encogió de hombros.

—Creo que tiene demasiados dientes.

Anouk se tomó el desayuno en tres bocados y luego salió corriendo en busca de Jeannot. Ahora que Jean-Loup se había puesto en contacto con ella, sus otros amigos vuelven a ser una prioridad; sus colores son frescos, verdes y claros, como el amor joven e inocente.

Rosette estaba husmeando en la entrada de uno de los pasajes que conducen a la calle. Le pregunté qué es lo que podía ver allí.

«A Maya —dijo, en lenguaje de signos—. Y a Foxy».

—Ah, ¿así que tú también puedes verlo?

«No. Vive en un agujero».

—¿En una madriguera?

«No. Quiere salir».

—Ah, entiendo.

Al igual que Bam y Pantoufle, Foxy ya ha adquirido unas cuantas características interesantes. Bam tiene una vena traviesa que refleja el carácter volátil de Rosette, y Pantoufle es un fiel compañero. Sin embargo, Foxy parece encarnar el sentido de rebelión de Maya… Puede que ya sea consciente de las normas y las prohibiciones que la rodean. Eso, y el hecho de que haya escogido a un zorro, lo más parecido que existe a un perro.

Eché una ojeada al Boulevard des Marauds. Maya estaba allí, eufórica con sus sandalias de Disney y su camiseta de Aladdin. Me saludó con la mano antes de desaparecer por el estrecho callejón. Por el bulevar, unos trescientos metros detrás de ella, había un grupito dirigiéndose hacia el embarcadero; desde lejos, parecían piezas de ajedrez: tres peones negros y un viejo rey blanco.

El rey era Mohammed Mahjoubi. Lo reconocí por su barba blanca, su corpulencia, sus andares lentos pero dignos y la chilaba blanca que lleva siempre. Los peones eran mujeres, todas con niqab, aunque la distancia me impedía identificarlas. ¿Sería Inès una de ellas? Un campo de tensión rodeaba al grupo, como un imán atrayendo limaduras de hierro. En todo el bulevar se abrieron puertas y postigos para verlos pasar.

Roux también se dio cuenta y me sonrió.

—¿Crees que será un comité de bienvenida? —dijo.

No era ningún comité de bienvenida. Cuando el grupo llegó al embarcadero, se había unido más gente a él. Reconocí a Alyssa, con Sonia y su madre; Saïd Mahjoubi, otro rey, se acercaba desde el otro lado. Luego aparecieron Omi, Fátima y Zahra, con su acostumbrado niqab, y Karim Bencharki, un paso por detrás, vestido, como siempre, con vaqueros y camiseta; parecía tranquilo, pero enfadado.

Omi me saludó soltando una carcajada.

Hee, ¡vaya circo!

—¿Qué ocurre?

No le dio tiempo a responder. Mientras se acercaba al embarcadero, Karim soltó una andanada de palabras en árabe y se encaminó directamente a la barca. El viejo Mahjoubi se interpuso en su camino y Karim trató de apartarlo…

—¿Qué diablos pasa? —preguntó Roux.

Saïd se volvió hacia él y respondió:

—Estas barcas no pueden estar aquí. Todo esto es propiedad privada.

—¿En serio? —dijo Roux—. Porque me ha parecido que el curé dio a entender que podíamos quedarnos aquí indefinidamente.

—¿El curé?

—El père Henri —repuso Roux.

Hubo otra conversación en árabe.

—Hablaré con el père Henri —dijo Saïd, dirigiéndose a Roux—. Quizá no haya considerado por completo el efecto que esto puede tener en nuestra comunidad.

El viejo Mahjoubi negó con la cabeza.

—Es ramadán —dijo—. Aquí todo el mundo es bien recibido mientras haya mutuo respeto. —Se volvió hacia Roux—. Quédense el tiempo que quieran.

Saïd estaba enojado.

—No creo que…

—¿Vamos a negarles nuestra hospitalidad?

Aunque lo dijo en voz baja, la voz del viejo Mahjoubi estaba llena de autoridad. Saïd le dirigió una mirada resentida. El anciano sonrió.

—Está bien —dijo Saïd, finalmente—. Mi padre ha dado un argumento válido. No queremos discusiones ni conflictos durante el ramadán. Lo único que les pedimos es que muestren respeto y mantengan las distancias.

Karim había subido a la cubierta de la barca y estaba echando un vistazo a la cocina.

—Perdona. Esta es mi barca —dijo Roux.

Karim se volvió hacia él y lo miró fijamente.

—¿Tu barca?

Me volví a acercar al muelle.

—Inès volvió ayer sana y salva —dije—. ¿No fue a su casa?

Una vez más, Roux contó toda la historia. Mientras los demás escuchaban, pude hablar con Alyssa.

—¿Qué tal fue ayer?

Ella negó con la cabeza.

—No me hablan. Creen que he deshonrado a la familia.

—Ya cambiarán de opinión —dije, en voz baja—. ¿Y Karim?

Se encogió de hombros.

—He terminado para siempre con Karim.

—Bueno, eso ya es mucho.

—Él quiere seguir viéndome a solas, pero yo le he dicho que no.

—¿Y tu hermana?

Meh. —Alyssa se encogió de hombros—. Creo que el bebé la hace sentirse mal. No habla mucho conmigo, pero me da la sensación de que está cansada.

Observé a Sonia, que estaba sola, contemplando el río. Había algo melancólico en ella; cuando me acerqué, vi que tenía los ojos húmedos por las lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Parecía sorprendida. Uno de los efectos del niqab es que proporciona a quien lo lleva la ilusión de que es invisible y desalienta el contacto en los desconocidos. Sus ojos, pintados con kohl y muy hermosos, evitaron nerviosamente mi mirada.

—Tú eres Vianne Rocher, ¿verdad? —dijo—. Alyssa me ha hablado de ti.

Había un punto de censura en la voz plana que se oía tras el velo. Sonreí.

—Me alegro de conocerte —dije—. Espero que tú y tu hermana vengáis a visitarnos.

Una vez más, esa expresión de sorpresa. Sonia Bencharki no está acostumbrada a recibir invitaciones informales de extraños. Detrás del velo, sus colores eran un tiovivo enfermo y chillón. La chica tenía algo en la cabeza. Tristeza, miedo, puede que incluso sentimiento de culpa…

Descubrí a Karim observándome desde la barca. Me pareció que el hecho de vernos juntas lo incomodaba. Sonia se dio cuenta de que nos miraba y se alejó unos pasos. Fui tras ella.

—Por favor. No puedo hablar contigo.

Su voz era casi inaudible.

—¿Por qué no?

—Lo siento. Déjame en paz.

Dejé que se fuera. Había demasiada gente para intentar vencer su reserva. Zahra dijo:

—Es tímida, eso es todo. Lo cierto es que es una chica muy dulce.

Igual que Alyssa, me dije. O al menos, igual que Alyssa antes de Karim Bencharki. Una vez más, miré a Karim, que seguía en la barca, hablando con Roux. Me pregunté cómo habría conseguido un solo hombre ejercer tanta influencia sobre esa pequeña comunidad. Sí, es guapo. Y tiene encanto. Y por lo que le he oído decir a Caro Clairmont, se ha esforzado mucho para que Les Marauds entrara en el siglo XXI. La influencia que tiene sobre Saïd ha hecho que la mezquita fuera más progresista; su trabajo en el gimnasio ha dado un punto de referencia a los jóvenes del barrio. Dadas las circunstancias, es extraño que su hermana adoptara una imagen tan tradicional…, a menos, claro, que los rumores sean ciertos y que el velo de Inès sea tan solo una muestra de recato que esconda algo muy distinto.

No obstante, lo que vi anoche —y ahora aquí, esta mañana— sugiere que él también tiene un lado oscuro. Su forma de tratar a Alyssa; su falta de respeto al viejo Mahjoubi, y, ahora, el arrogante trato que le ha dispensado a Roux. Ya sabemos que es capaz de cometer una infidelidad. Y ahora empiezo a preguntarme si no será capaz de más cosas. Ha demostrado que puede ser agresivo. ¿Será también violento? ¿Es posible que Sonia le tenga miedo? ¿Y qué hay de Inès y Du’a? ¿Lo evitarán de forma deliberada?

Zahra me estaba observando con una expresión curiosa en su mirada. Era la misma expresión que había en sus ojos anoche, cuando la encontré en la puerta del gimnasio. ¿Eran las cosas del viejo Mahjoubi lo que llevaba? ¿O puede que fueran las de Inès?

Contemplé el minarete que se elevaba en un extremo del bulevar: esbelto, de color hueso, elegante, coronado con una luna creciente plateada. Y, al otro lado del río, el pequeño campanario cuadrado de Saint-Jérôme: chato, inflexible, sin adornos. Dos torres enfrentadas como piezas de un tablero de ajedrez, en las orillas opuestas del Tannes…

—Tú sabes dónde está, ¿verdad? —dije.

Zahra asintió con la cabeza.

—La vi anoche. Le hablé de tu amigo Reynaud y le conté todo lo ocurrido. Y luego hablé con Sonia.

Miró a la chica y luego pronunció una docena de palabras en árabe.

—¿Qué ha dicho? ¿Ha visto a Reynaud?

—No —dijo Zahra, negando con la cabeza—. Pero yo sé dónde está. Lo siento, Vianne. Lo he sabido casi desde el principio.

La miré fijamente.

—Pero…, ¿por qué?

Se encogió de hombros.

—Pensé que estaba protegiendo a Inès.

—¿Y ahora?

Me miró y sonrió.

—Ahora, ella quiere hablar contigo.