CAPÍTULO 12

Viernes, 27 de agosto

Cuando volví a casa de Armande, Alyssa estaba esperándome. Vestida con su abaya negra y el pañuelo cubriéndole el pelo, parecía tan distinta a la chica que había conocido que casi la tomé por otra.

—Antes de irme quería darte las gracias —dijo.

—Entonces, ¿vuelves a casa?

Asintió con la cabeza.

Yiddo sabe lo que hice. Dice que la zina no era mía. Y también dice que Karim no es quien pretende ser. Mi padre es un buen hombre, aunque, según yiddo, es posible que se deje llevar fácilmente por los halagos. Y, en cuanto a mi madre…, da demasiada importancia a las apariencias. —Me dedicó una sonrisa triste—. Puede que mi yiddo sea viejo, pero es bueno juzgando a la gente.

—¿Le contará lo ocurrido a tus padres?

Negó con la cabeza.

—Y tú, ¿lo harás?

Se encogió de hombros.

—Mi yiddo dice que eso solo causaría dolor. Lo hecho, hecho está. Solo nos queda rezar a Alá para que nos perdone y tratar de seguir con nuestras vidas.

¿Es eso posible? Tal vez sí, me digo. Sin duda alguna, Alyssa lo cree; con el optimismo de la juventud, piensa que puede borrar el pasado. Pero el pasado es un extraño obstinado que nos marca cuando tratamos de imponernos a él. ¿Podrá conformarse Alyssa con vivir en ese otro mundo?

Traté de no pensar en lo que había dicho Inès. «Un niño ve a un pajarito cayéndose de un nido. Lo recoge y se lo lleva a su casa. Luego pueden pasar una de estas dos cosas: el pajarito muere casi de inmediato o sobrevive durante un par de días, y el niño se lo devuelve a su madre. Sin embargo, ahora huele a ser humano, y su madre lo rechaza. Se muere de hambre, lo mata un gato o bien otros pájaros lo picotean hasta acabar con él. Con un poco de suerte, el niño nunca lo sabrá».

Pero yo no soy ninguna niña, Inès. Y Alyssa no es ningún pajarito. ¿La aceptará de nuevo su familia? Espero que sí. Tal vez. O tal vez no. Si no lo hace, creo que ella es lo bastante fuerte para arreglárselas sola sin su ayuda. En los pocos días que ha estado aquí, la he visto cambiar. Ya no es un pajarito asustado; ha empezado a mover sus alas. ¿Puede volver al nido y fingir que no quiere volar?

La acompañamos hasta la casa de los al-Djerba, donde la estaba esperando el viejo Mahjoubi. Aparentemente, se lo veía sereno, aunque sus colores estaban agitados: el gris sobre naranja sangre y negro traicionaban su inquietud.

—¿Estáis bien? —pregunté.

Inshallah —dijo el viejo Mahjoubi.

Maya asomó el rostro por la puerta.

—Yo también quiero ir. Quiero enseñarle a Rosette dónde vive mi yinni. Además, aún me debe dos deseos.

Rosette me miró y, en lenguaje de signos, dijo: «Quiero ir a ver a Foxy».

—De acuerdo —dije—. Pero no os alejéis mucho. —Me volví hacia el viejo Mahjoubi—. ¿Quiere que lo acompañe?

—No, gracias. —Negó con la cabeza—. Creo que será más fácil si hablo con mi hijo a solas. Ya es hora de que lo haga; ha pasado demasiado tiempo. El orgullo y la rabia se han interpuesto en mi camino. Esto nunca habría pasado si no hubiese permitido que mi orgullo se impusiera a mi conciencia. No dejaré que vuelva a ocurrir. He estado ciego, y ahora lo sé. Alá me dará fuerza para que otros también lo vean.

Asentí con la cabeza.

—Muy bien. Pero si necesita ayuda…

—Sé adónde acudir —dijo el viejo Mahjoubi.