CAPÍTULO 8

Jueves, 26 de agosto

Joséphine estaba furiosa.

—¿Cómo pueden hacerle esto a Reynaud? Saben hasta qué punto ama este lugar. Nunca se atreverían si él estuviera aquí…

Eso era totalmente cierto, pensé. Al igual que el viejo Mahjoubi, a Francis Reynaud no le gustan los nuevos tiempos. Una vez más me pregunté por qué dos hombres con tantas cosas en común se habían convertido en acérrimos enemigos.

—Vente a casa —le dije a Joséphine—. Prepararemos chocolate y charlaremos un poco. De todos modos, aquí no tenemos nada que hacer.

Así pues, volvimos a casa de Armande y preparé chocolate caliente con cardamomo y unos cuantos pastelitos de melocotón, que estuvieron listos en veinte minutos, con mermelada y un chorrito de crema batida con armañac. Rosette y Maya me echaron una mano, armando un buen alboroto: Rosette cantaba su canción sin palabras y Maya se unía solemnemente a ella con letras que se inventaba mientras golpeaban la mesa con una cuchara de madera.

—Mermelada casera…

Bam badda-bam

—¡Mermelada de melocotón de Vianne por ramadán!

Joséphine no lo pudo evitar y se echó a reír.

—Y yo que pensaba que quienes se lo pasaban mejor eran los chicos…

—Esta noche deberíamos llevarle algunos a mi yiddo —dijo Maya, cuando los pastelitos estuvieron listos—. Podría comerse alguno en el iftar. Mi yinni los ha rellenado con un poco de magia para que se ponga bien.

—Eso espero —dije.

No era magia, precisamente, pero todos tenemos nuestros secretos: un susurro, una señal, una pizca de especias. Una buena carta. Una canción.

Maya sonrió.

—Funcionará —dijo—. Es uno de mis tres deseos.

Bueno, Maya. Puede que sí. Cosas más raras se han visto. Gracias a la visita que le hice, sé que la aflicción del viejo Mahjoubi no tiene nada que ver con la enfermedad. Su causa son los waswaas, esos susurros que se meten en la cabeza y provocan pesadillas, depresión y desesperación. La pelea con su hijo. El hecho de que ya no se lo considere un líder idóneo. La marcha de Alyssa en tan extrañas circunstancias…, todo eso debe de haber contribuido a su repentino deterioro.

—Nos llevaremos algunos cuando te acompañemos a casa. Alyssa también quiere verlo. Estoy segura de que entre las dos conseguiréis que se mejore.

—Foxy lo conseguirá —dijo Maya.

A las cinco en punto volvió Anouk con Pilou, Luc, Jeannot y Alyssa, todos de un humor excelente y manchados de pintura de la cabeza a los pies. Les dije que se fueran a lavar y se cambiaran de ropa, y preparé otra tanda de pastelitos de melocotón, mientras Vlad, que despedía un fuerte olor a pintura, se echaba frente a los fogones, soñando y retorciendo las patas. Luego preparé más chocolate, con mucho azúcar, malvaviscos y crema y nos sentamos alrededor de la vieja mesa de la cocina de Armande, comiendo, bebiendo y riendo, como si lleváramos toda la vida viviendo allí y no tan solo dos semanas.

—La tienda ha quedado fabulosa —dijo Anouk—. Casi tanto como antes. Ahora solo le falta un rótulo nuevo…

La miré y ella, a su vez, miró a Jeannot.

—Si alguien quiere abrir otra chocolaterie, claro. No sería muy complicado. Lo único que habría que hacer es poner un mostrador y algunas vitrinas, y tal vez un par de mesas y algunas sillas…

En lenguaje de signos, Rosette dijo: «He dibujado monos en las paredes».

—Solo era una idea —dijo Anouk—. Pero no creo que vuelva a ser una escuela.

¡Oh, Anouk! ¡Oh, Rosette! Las cosas nunca son tan sencillas. Nunca tuvimos intención de quedarnos; nunca pensamos en instalarnos aquí. Llevamos viviendo en París más tiempo del que he vivido en cualquier otro lugar. Renunciar a eso, admitir la derrota, es totalmente impensable.

Y además, está Roux. ¿Qué diría él? Se ha esforzado mucho para construir un hogar, para encontrar un espacio común entre su estilo de vida gitano y el nuestro. Dejar de lado todo eso, y por Lansquenet, sería el mayor de los rechazos. ¿Sería capaz de sobrevivir a él? ¿Conseguiría adaptarse? ¿Puede cambiar un hombre del río? Y yo, ¿estaría dispuesta a que lo intentara?

Un golpe en la puerta puso fin a mis pensamientos. Joséphine fue a abrir. Quizá pensó que podía ser Reynaud…

Era Karim Bencharki.

Pasó junto a Joséphine como si se tratara de una cortina y de pronto pensé en Paul-Marie ocho años atrás, borracho y furioso, tratando de forzar la puerta de la chocolaterie. Sus colores se habían vuelto locos; su rostro ardía. Era tan guapo como siempre, aunque ahora brillaba con una luz nueva, una luz peligrosa, como un fuego incontrolado.

Al verlo, Alyssa se quedó paralizada. Por un momento, la estrategia casi funcionó. En esa cocina atestada de gente, con el pelo corto, estaba tan distinta que él podría no haberla reconocido. Sus ojos dorados repasaron torpemente más de media docena de rostros. Luego se abrieron un poco más cuando se posaron en Alyssa.

—De modo que era cierto. Estás aquí. —Entonces, volviéndose hacia mí, dijo—: Lo siento mucho, madame Rocher. No quería irrumpir aquí de esta forma. No sé lo que le habrá contado, pero Alyssa lleva desaparecida varios días. Su familia ha…

—¿Quién le ha dicho que estaba aquí? —le pregunté.

—Eso da igual. Tenían razón. —Una vez más, se dirigió a Alyssa—: ¿Qué pensabas hacer? ¿Escaparte? ¿No sabes que tus padres están desesperados?

Alyssa le contestó en árabe. Él la interrumpió:

—No importa. Vámonos a casa.

Alyssa no dijo nada, pero negó con la cabeza.

—Vamos, Alyssa. Vístete con ropa adecuada. Tu madre se está volviendo loca…

—Me da igual. No voy a volver. Y tú no puedes ordenarme que lo haga.

Karim pronunció unas furiosas palabras en árabe a través de las cuales estallaron sus agitados colores. Dio un paso hacia Alyssa. Ella retrocedió, protestando, mientras la voz de Karim subía de tono, llena de rabia.

—¡Basta ya! ¡Déjala en paz! —Fue Luc—. Está en casa de Vianne y se encuentra perfectamente. Cuando quiera volver a ca-casa… —De nuevo escuché el fantasma de su tartamudez infantil resurgiendo en su voz, pero su mirada era muy firme y su forma de hablar sorprendentemente adulta—. Cuando esté preparada para volver, lo hará. Pero es ella quien debe tomar la decisión.

Por un instante, Karim le sostuvo la mirada. Era evidente que no recordaba a Luc, que había pasado casi los dos últimos años enteros en la universidad. Entonces dio otro paso. Vlad empezó a gruñir por lo bajo. Karim dirigió al perro una mirada recelosa.

—Controla al perro.

Alyssa dijo algo en árabe. Karim la miró y dio un paso atrás.

—Esto es absurdo —dijo—. ¿Qué pretendes? ¿Montar un escándalo? —Miró con desprecio a Luc—. ¿Es él la razón de tu huida? ¿Qué mentiras les has contado a esta gente?

—Creo que debería i-irse —dijo Luc.

Karim miró más de cerca de Luc y luego dijo:

—Conozco a tu madre. Madame Clairmont, ¿no es así? Nos ha apoyado mucho. Me pregunto qué pensaría si supiera que te estás metiendo donde no te llaman.

Por un momento, Luc se quedó desconcertado. Pero luego habló de nuevo, esta vez sin rastro de su tartamudeo:

—Esto no tiene nada que ver con ella. Esta es mi casa. Y Alyssa es mi invitada. Y el perro de Pilou se pone nervioso con la gente que trata de amenazar a mis invitados.

Detecté sorpresa en los ojos de Karim. En realidad, el pequeño Luc nos había sorprendido a todos. El niño sumiso y taciturno que tartamudeaba se había librado por fin de la dominante influencia de su madre.

Alyssa observaba atentamente, el rostro iluminado por la expresión de alguien que ha encontrado la respuesta a una pregunta que hasta entonces no la tenía. Aún le quedaban manchas de pintura amarilla en el pelo y en la cara. Parecía increíblemente joven, y su belleza resultaba casi dolorosa.

Karim hizo un gesto de protesta. Ahora parecía más dolido que enfadado, como si fuera la primera vez que alguien se resistía a sus encantos. Miró a Joséphine, suplicante.

—Madame Muscat…

Ella negó con la cabeza.

—En una ocasión conocí a un hombre como tú —dijo—. Pero, hace mucho tiempo, Vianne me enseñó que no debía huir para controlar mi vida. Ahora, Alyssa también lo sabe. Tiene amigos que se preocupan por ella. No necesita que tú ni ningún otro hombre le diga lo que debe hacer.

Karim echó un vistazo a su alrededor, en busca de apoyo, pero no lo encontró.

—Le daré recuerdos a mi madre de su parte —dijo Luc.

Karim se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, no sin antes lanzarle una última y amenazadora mirada que captamos Anouk, Rosette y yo.

—Tengan cuidado —dijo—. Esto es una guerra. No dejen que les pille el fuego cruzado.