CAPÍTULO 5

Jueves, 26 de agosto

Esto es un malentendido —dije—. Dejadme salir y os lo explicaré todo.

Karim dejó la lata de gasolina en el suelo. Por el ruido que hizo, pensé que estaba vacía.

—Explique esto, Monsieur le Curé. Estaba en su poder cuando lo pillamos espiando a mi hermana.

—Eso no es ver… —empecé a decir.

Entonces me acordé de Sonia. Aquella lata de gasolina debía de ser la que llevaba. La soltó cuando me acerqué a ella. Pero se confesó conmigo. ¿Cómo podía contárselo a su marido?

—No la estaba espiando —dije. Era mentira, y así fue como sonó—. Quería hablar con ella.

—¿Por eso se escondía detrás de un árbol?

Empecé a contar otra mentira, pero mientras lo hacía me di cuenta de que no funcionaría. Hay personas que son embusteros natos, père, pero yo no soy una de ellas. Probé con otra táctica. Me dirigí hacia él y le dije:

—Déjame preguntarte algo, Karim. ¿Cuánto tiempo crees que puedes mantenerme encerrado aquí? Deja que me vaya ahora y te prometo que no emprenderé ninguna acción contra ti.

Pensando retrospectivamente en lo que dije, supongo que tal vez sonó un poco arrogante. Uno de los chicos habló con Karim y este le contestó; su voz sonó impaciente. Acto seguido, intercambiaron unas breves palabras en árabe.

Empecé a ponerme nervioso.

—Oye, tienes que creerme —dije, dirigiéndome a Karim—. Yo no quemé la escuela. No ataqué a tu hermana. Siempre he intentado ayudarla.

A contraluz, el rostro de Karim era impenetrable. Sin embargo, podía sentir su hostilidad, como las interferencias de una radio. Una vez más, habló con sus amigos y luego se dirigió de nuevo a mí.

—¿Qué ha hecho con mi cuñada?

Me pilló por sorpresa.

—¿Cómo?

—Alyssa Mahjoubi. ¿Dónde está? ¿Y por qué estaba con usted hace una semana?

Respiré profundamente.

—Está a salvo —dije—. Pero eso no tiene nada que ver conmigo. Está con alguien a quien conoce. Ella lo decidió así. No tengo nada que ver con eso.

Karim asintió levemente con la cabeza.

—Ya veo. Pero madame Clairmont asegura que lo vieron con una chica por la noche, junto al río.

—Eso no fue exactamente así… —empecé. «Dios, eso ha sonado poco convincente», pensé—. Me topé con ella por casualidad. Estaba en apuros y la ayudé. Eso es todo.

—¿Igual que ayudó a mi hermana?

Abrí la boca, pero no dije nada.

Monsieur le Curé —dijo Karim—. Aquí tiene una reputación. En más de una ocasión, usted ha demostrado su desprecio por los forasteros. Incluso el père Henri lo dice. Es un hombre intolerante. Le gusta ejercer la autoridad. Ha tratado de impedir que se construyera la mezquita y a menudo habla en contra del uso del niqab. En una ocasión quiso destrozar una chocolatería que abrió sus puertas, desafiando sus tradiciones religiosas. Ya sé que entró en su casa la semana pasada. Y luego lo pillamos merodeando junto a su barco con una lata de gasolina el mismo día que intentaba abandonar el pueblo…

Me eché a reír de puros nervios.

—¿Le parece gracioso? —dijo Karim.

—No, por supuesto que no. Pero estás en un error.

Karim soltó una carcajada desdeñosa.

—No creo que el père Henri estuviera de acuerdo. Y ahora díganos dónde está Alyssa y qué estaba haciendo ayer.

Debería haber tratado de mantener la calma, mon père. Sin embargo, empecé a ponerme furioso.

—No tengo por qué justificarme, ni ante ti ni ante nadie —dije—. Aquí todo marchaba bien hasta que llegasteis tú y tu hermana. Desde entonces, me han amenazado, me han atacado, me han acusado y me han encerrado aquí en contra de mi voluntad. Y no dejaré que me intimides. En cuanto a Alyssa, lo comprendo. Estás preocupado. Evidentemente, es demasiado joven para irse de casa. Y en cuanto me dejes salir de aquí, te prometo que nos sentaremos y trataremos de encontrar una solución…

Una vez más, Karim y sus amigos intercambiaron unas palabras en un árabe gutural. Luego se volvió de nuevo hacia mí.

—Discúlpeme, Monsieur le Curé, pero hoy tengo muchas cosas que hacer. Cuando vuelva, espero que podamos hablar.

¿Cuando vuelva? Sentí que mi corazón se hundía y me di cuenta de que mis esperanzas de que me soltaran eran excesivas.

—No veo qué puedes ganar reteniéndome aquí. ¿Crees que puedes obligarme a confesar? ¿Con qué objetivo? Tu cuñada no está en peligro, Karim. Está en casa de Vianne Rocher.

Una pausa.

—¿En casa de Vianne Rocher?

—Eso es. Y ahora…

—¿Qué le ha contado ella?

—Nada en absoluto. Y ahora, ¿me dejarás salir de aquí?

Otra pausa, más larga.

—No puedo —dijo.

—¿Por qué no? —Estaba más furioso que antes—. ¿Qué demonios quieres de mí?

Karim dio un paso más hacia mí. Entonces pude ver claramente su rostro y me di cuenta de que lo que había interpretado como calma era una serena pero violenta rabia.

—Mi hermana Inès ha desaparecido —dijo—. Ella y la niña no están desde que lo pillé anoche tratando de quemar el barco en el que ella y su hija estaban durmiendo. Evidentemente, podríamos haber llamado a la policía, pero ¿hasta qué punto habrían sido comprensivos? Por eso lo retendremos aquí, curé, hasta que nos dé las respuestas que queremos. Inshallah, espero fervientemente que la próxima vez nos cuente la verdad.

Y, dicho esto, él y sus amigos se fueron, cerrando la puerta tras ellos. Oí el ruido de la llave en la cerradura.

Maldije, en francés y en latín. Y a continuación me senté en la escalera, esperando que volviera Maya y preguntándome qué le habría hecho a Dios para que me castigara así, pensando en café y en croissants recién hechos, mientras en el piso de arriba la cinta de correr y las máquinas reanudaban su infernal golpeteo.