CAPÍTULO 3

Miércoles, 25 de agosto

Alyssa me contó toda la historia, con frases cortas y bruscas. Nos sentamos al final del Boulevard des Marauds, al abrigo de los árboles, y me lo confesó todo.

—Era tan guapo… —dijo—. Todas estábamos enamoradas de él. Cuando llegó, pensábamos que sería una especie de sabio aburrido. Nuestro padre hablaba mucho de él, pero sus palabras lo hacían parecer tan soso… Pero entonces, de repente, cuando llegó, todas las chicas querían llamar su atención. Bueno, ya lo has visto, ¿no?

Sus ojos eran como la miel salvaje; su voz, como la seda.

—Oh sí, lo he visto.

Alyssa se encogió de hombros.

—Mi hermana estaba loca por él. Antes de que se conocieran, montó un auténtico drama. Decía que no quería casarse, que no había nadie a su altura. Incluso pensó en escaparse. Y entonces lo vio y todo cambió. No podía dejar de hablar de él. Y Aisha Bouzana, Jalila El Mardi, Rana Jannat…, todas le hacían ojitos y cotilleaban a espaldas de Sonia… Decían que ella no era una chica seria ni una buena musulmana. Incluso sacaron el tema de los partidos de fútbol que solíamos jugar en la plaza del pueblo. Eso puso nerviosa a mi madre… ¡Imagínate el escándalo si él se echaba atrás! Pero a Karim no parecía importarle. Se hizo amigo de todo el mundo. Ayudó a Saïd a arreglar el gimnasio y todos los hombres empezaron a ir. Era un sitio agradable donde reunirse. Y entonces llegó ella.

—Inès —dije.

Ella asintió.

—¿No llegó con Karim?

Alyssa negó con la cabeza.

—No. Pero se presentó para asistir a la boda. Ella es su única familia. Y él la adora, es muy protector con ella… —Dejó escapar un gruñido de disgusto—. Khee! Siempre lleva el niqab. En casa, incluso con mi padre. Finge ser muy virtuosa, pero tiene los ojos del mal. Ya debes de haberlo comprobado.

En otro momento, habría dicho que no creo en el mal. Ahora, por supuesto, soy un poco más lista.

Pensé en Inès Bencharki; en la expresión de desprecio en sus ojos grandes y oscuros y en los colores que con tanto empeño trata de ocultar. ¿Es malo un escorpión porque no le queda otra elección salvo la de picar? Sé que manejé mal nuestro primer encuentro. La dejé que me pillara por sorpresa. Metí la pata; estaba ansiosa, tenía buenas intenciones, fui una ingenua. En pocas palabras: me comporté como una aficionada. La próxima vez, las cosas serán distintas.

—No creo que sea mala —dije.

Alyssa se encogió de hombros.

—Tú no la conoces. Cuando tenía la escuela, todas las niñas le tenían miedo. Nunca sonríe, nunca se ríe, nunca se quita el niqab. Ella es la razón de que muchas chicas lo lleven…, bueno, por eso y porque Karim siempre dice que una mujer con niqab es una reina…

—Al parecer, la adora —dije.

Alyssa hizo una mueca.

—Es cierto. La adora. Es la única mujer a la que quiere de verdad. No sé qué verá en ella. Debe de ser muy guapa. O tal vez sea una bruja, una amaar. Por lo que sé, no es su hermana.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Porque lo sé —dijo Alyssa—. Por la forma en que la mira. O, mejor dicho, por la forma en que no la mira. Cuando está ella, él es otro. Todo el mundo es otro. Ella es como esa gota amarga en el caldo que cambia el sabor de todo.

—A Zahra al-Djerba le cae bien.

—Zahra quiere ser ella. —La voz de Alyssa sonó desdeñosa—. Ella no solía ser así; no hablaba de política ni llevaba el niqab. Pero ahora imita todo lo que hace Inès. Dice que debemos reclamar lo que es nuestro. Lo hace para impresionar a Karim, aunque él nunca se ha fijado en ella.

—Háblame de Karim.

Alyssa lanzó un suspiro.

—Tengo frío. ¿Podríamos volver a casa?

—Pues claro. Podemos hablar por el camino.

Como tantas víctimas, se culpa a sí misma. De algún modo, debe de haber provocado a Karim. Puede que vistiéndose con ropa occidental, a lo que él no estaba acostumbrado. Si hubiera llevado el niqab, o incluso un hiyab, dice, entonces nunca habría ocurrido nada. Pero Alyssa era joven e ingenua; solía jugar con los chicos en la plaza; escuchaba música; veía la televisión. Nunca lo vio venir. Y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde; la zina estaba con ellos, en la habitación.

—Al principio, ni siquiera nos tocábamos —dijo—. Solo hablábamos a solas. Incluso entonces, yo sabía que estaba mal. Karim quería ayudarme. Sin embargo, cuando intentaba rezar conmigo, yo solo podía pensar en su rostro; en su forma de moverse; en su boca, que es como un melocotón…

Me contó que él había tenido problemas con Sonia. Al principio, a ella el sexo le había resultado doloroso, y no había querido volver a probarlo. Karim se sintió solo y herido. Confió en Alyssa porque Sonia y ella estaban muy unidas, pero por entonces su amistad ya se había hecho más profunda y había empezado a convertirse en algo más.

—La primera vez que nos besamos fue terrible. Karim no me culpó a mí, sino a sí mismo. Él se habría alejado de inmediato, solo que tendría que haberle contado lo ocurrido a mi hermana. En vez de eso, recurrimos al du’a en busca de ayuda y procuramos no quedarnos a solas. Karim se pasaba todo el tiempo en el gimnasio. Yo empecé a llevar el hiyab. Pero no fue fácil. Vivíamos en la misma casa. Pensé que si me vestía de otra manera, rezaba mis oraciones más a menudo y trataba de ser más seria, quizá las cosas volverían a ser como antes. Pero en ese momento, dentro de mí, había algo que, en realidad, ya no quería que cambiara. Y entonces, una noche, él vino a mi habitación.

Eso sucedió hace dos semanas. Desde entonces, ocurrió dos veces más. Una cuando se quedaron solos en la casa y otra en la parte trasera del gimnasio. En ambas ocasiones él había suplicado perdón, y Alyssa se había culpado a sí misma.

Entonces, Inès intervino.

—¿Inès?

Alyssa asintió con la cabeza.

—Sí. Puede que él se lo contara. O puede que ella lo intuyera. En cualquier caso, Inès lo sabía todo. —Alyssa se estremeció—. Estaba muy serena. Me dijo que me mantuviera alejada de Karim o se lo contaría a mis padres. Y a mi hermana. Y Sonia estaba embarazada de tres meses. ¿Cómo se tomaría la noticia? Entonces me miró por encima del velo y me dijo: «¿Crees que eres la única? ¿Crees que esto no ha ocurrido antes? ¿Crees que puede ser tuyo cuando ya es mío?».

Estábamos llegando a la casa de Armande. Todas las luces estaban encendidas. Parecía una linterna china: alegre, festiva y acogedora. Supuse que Anouk y Rosette ya se habían levantado.

Alyssa me miró con recelo.

—No se lo dirás a nadie, ¿verdad? —dijo.

Negué con la cabeza.

—Por supuesto que no.

Asintió breve pero enérgicamente con la cabeza.

—Ahora ya sabes por qué tenía que huir. Me lo dijo ella… Él le pertenece. Lo tiene en su poder. Y, desde entonces, ha estado vigilándome. Espiándome…, espiándome para pillarme. Nunca habla conmigo, pero me odia. Puedo verlo en sus ojos.

—¿Por qué no siguió viviendo con vosotros?

Alyssa hizo una mueca.

—A yiddo no le gustaba que siempre llevara el niqab en casa. A él no le gusta el niqab; cree que, hoy en día, las mujeres no deberían llevarlo. Se peleó con mi padre por eso; y no le gusta que se pase tanto tiempo en el gimnasio. Él lo llama «ser el centro de la atención». En cualquier caso, él se fue, y al poco tiempo Inès hizo lo mismo. Dijo que no quería ser la causa de una disputa familiar. Pero, de todos modos, para entonces ya era demasiado tarde. Ella ya lo había envenenado todo.

Estábamos en el porche de la casa de Armande. Había dejado de llover, al menos por un rato. Incluso el viento se había calmado un poco, y me pregunté si el autan negro estaba a punto de irse.

—Siento haberte gritado —dijo Alyssa—. He sido una ingrata. Estoy en deuda contigo.

Sonreí.

—Tú no me debes nada. Y ahora entremos antes de que pilles un resfriado.

Dentro, Anouk y Rosette estaban tostando croissants para el desayuno. En el fogón había un cazo con chocolate caliente. Olía a vainilla y a especias. Alyssa se quitó el hiyab y se pasó las manos por el pelo húmedo.

—¿Puedo tomar un poco? —preguntó.

—Claro. Pero ¿y el ramadán?

Me dirigió una tímida sonrisa irónica.

—Creo que, después de haber infringido tantas reglas, una taza de chocolate caliente no tiene importancia. Mi yiddo dice que las reglas del islam se han convertido en un velo que no deja ver el rostro de Alá. A la gente le da miedo mirar. Lo único que les importa es lo superficial.

Le serví una taza de chocolate caliente. Estaba bueno…, bastante más de lo que pensaba, teniendo en cuenta los años que debía de tener el tarro de cacao en polvo que había en la pequeña despensa de Armande. Se lo comenté a Anouk.

—¡Ah, sí! —exclamó—. Llegó el pedido. Lo he dejado arriba, porque está más fresco.

Estupendo. Esperaba que llegara. Una caja de ingredientes para preparar chocolate: algunas tabletas de cobertura, paquetes de cacao, cajas, papel de arroz, lazos y moldes. No era un pedido muy grande, pero bastaba para cumplir mis promesas.

—He pensado que podríamos empezar preparando unas trufas —dije.

—Claro —repuso Anouk—. ¿Podemos echarte una mano?

—Contaba con ello.

Rosette levantó la vista de su desayuno y silbó. Incluso ella sabe preparar trufas; se envuelven en cacao en polvo y se ponen en cajas sobre papel de arroz: son los dulces de chocolate más fáciles de hacer. Ni siquiera se necesita un termómetro de azúcar, tan solo un cierto instinto para calcular el tiempo y olfato para saber el momento en que el azúcar pide a gritos una cucharada de crema, un poco de canela o un chorrito de Cointreau…

—Le prometí a Omi al-Djerba que le prepararía algunos de mis dulces de chocolate. Y al viejo Mahjoubi también. Y luego están Guillaume, y Luc Clairmont…

—Y Joséphine y Pilou —dijo Anouk.

—¡Pilou! —trompeteó Rosette.

—Y algunos para Jeannot, claro.

Anouk me dedicó una sincera y radiante sonrisa.

—¡Claro!

Sé lo que significa eso. Otra cosa que complica nuestro regreso a Lansquenet: un obstáculo más para la vuelta a París. He estado tan preocupada por mis asuntos que he prestado menos atención de la debida a Anouk, pero sé por su prudente pero alegre respuesta que ha estado pensando en Jeannot Drou más de lo que a ella le gustaría admitir. El autan negro también ha traído eso: la sombra de algo que yo sabía que estaba ahí, pero a lo que prefería no enfrentarme en este momento. Sé cómo era yo a los quince años. Pero luego me llevó veinte escalar el muro que se levanta entre el sexo y el amor. Era demasiado joven. Anouk es demasiado joven. Yo nunca quise escuchar. Y ella tampoco lo hará.

Me centré de nuevo en el chocolate. El chocolate es seguro. El chocolate sigue unas reglas específicas. Si se quema es porque no hemos seguido bien las instrucciones. El amor es aleatorio y voluble; infecto como una plaga. Por vez primera desde la llegada de Alyssa, siento cierta compasión por Saïd y Samira Mahjoubi. Ellos ya han perdido a una hija. Y están a punto de perder a otra. Y mientras preparo las trufas, pesando y rallando el chocolate, derritiéndolo lentamente en una sartén, añadiendo el Cointreau gota a gota, me pregunto: ¿sentirán lo mismo que yo? ¿Pensarán que el amor les ha robado a su hija, arrastrándola inexorablemente a otra órbita? ¿O estaban tan preocupados que nunca lo vinieron venir?

Tengo que ver de nuevo a Joséphine. Tengo que ver a Inès Bencharki. Tengo que encontrar respuestas definitivas a las preguntas que me retienen aquí. En el vapor que emana de la sartén puedo ver sus caras; los ojos de Joséphine mirándome por encima del velo de Inès Bencharki; la Reina de Copas con su túnica negra, derramando el amargo trago hasta que solo queda el poso…

Los vapores de la mezcla son acres y ricos, con aroma de cítricos y canela. Por un instante, la cabeza, bajo su efecto, me da vueltas; el humo es un tiovivo de colores. Predecir el futuro con el chocolate es un incierto negocio, más próximo a los sueños que a la realidad, con más probabilidades de vomitar fantasías que cualquier otra cosa. Se bate como si fuera confeti oscuro, cada pieza un fragmento efímero que brilla durante un segundo y luego sale despedido como una chispa. Por un instante me parece estar viendo a Roux; luego resulta ser Reynaud caminando cabizbajo, cargando su mochila, con una tira de cuero rota. ¿Qué significa? ¿Por qué Reynaud? ¿Qué papel tiene él en todo esto?

La mezcla de chocolate ya está lista. Diez segundos más y se quemaría. Aparto la sartén del fuego; en unos segundos, el vapor desaparecerá. Y con él, los colores y ese indicio de algo trascendental que va a ser revelado. Puede que hoy llame a Reynaud. O puede que lo haga mañana. Sí, quizá sea mejor hacerlo mañana. Después de todo, no es urgente. Reynaud no es mi principal preocupación. Hay gente que me necesita más.