Jueves, 19 de agosto
Después de que Reynaud se fuera, llamé a Roux. Les Marauds tiene mala cobertura. Cuando encontré un sitio adecuado, resultó que volvía a tener el móvil apagado, pero le mandé un mensaje:
«Puede que nos quedemos otra semana. ¿Va todo bien por ahí? Tengo mucho que contarte… ¡si conectas el teléfono! Te queremos. Vianne X».
Entré de nuevo en casa y vi que Alyssa ya se había levantado y se había vestido. No llevaba la abaya negra de anoche, que le había lavado y secado, sino unos vaqueros de Anouk y una camiseta amarilla de lino y su hiyab perfectamente colocado.
Anouk, despeinada y soñolienta, también se había levantado, y Rosette estaba tomando el desayuno: chocolate caliente y un plato de la pasta que sobró anoche.
—¡Ya funciona! —exclamó Anouk cuando entré en la cocina—. ¡Ya tenemos corriente eléctrica! ¡Tenemos televisión! ¡Y puedo cargar mi iPod!
Bien. Eso significa agua caliente. Las duchas con cubos de agua están bien por un tiempo, pero, después de cuatro años viviendo en un barco, dándose una ducha controlando el agua, o en la piscina municipal, un baño como Dios manda será algo maravilloso.
Me volví hacia nuestra invitada. Con la ropa de Anouk, no parecía tener más de quince años. Es de complexión más bien delgada; está incluso más flaca que Anouk. La saludé llamándola por su nombre. Ella asintió con la cabeza, pero no me contestó.
—Me gustaría ofrecerte algo para desayunar —dije.
Ella se encogió de hombros.
—Sí, lo sé. Es ramadán. Mañana, si aún estás aquí, tomaremos el desayuno antes del amanecer y cenaremos después de que haya anochecido. A nosotras no nos importa, y tú te sentirás más cómoda.
Una vez más, Alyssa asintió con la cabeza, pero en esta ocasión se relajó un poco.
—Ya conoces a Anouk —dije—. Ahora déjame que te presente a Rosette.
Rosette levantó la vista de su chocolate caliente y movió la cuchara a modo de saludo.
—No habla mucho —dije—. Pero es muy divertida.
Rosette hizo una mueca y formuló una pregunta con el lenguaje de signos.
—Quiere saber si te gustan los monos.
Alyssa parecía desconcertada.
—A Rosette le encantan los monos, ya lo verás. De hecho, ella es casi un mono.
Rosette cacareó y entonó una canción a base de silbidos. Alyssa esbozó una tímida sonrisa y luego bajó los ojos ansiosamente.
—Ya basta. Deja tranquila a nuestra invitada. ¿Qué te parece si sales a jugar fuera, mientras Alyssa y yo charlamos un poco? Quizá encuentres a Pilou.
—¡Pilou! —exclamó Rosette, eufórica, y salió corriendo para ir a buscarlo.
Una vez más, pensé que era genial que hubiera hecho un amigo. Aún echa de menos a Roux, por supuesto, pero Pilou se ha convertido en alguien importante para ella, incluso más importante que Bam. Estoy contenta. Por muchas dudas que pueda tener sobre el padre ausente de Pilou, ese niño es un regalo para todas nosotras.
Le hice un gesto a Anouk para que se quedara. Anoche tuve la sensación de que había hecho buenas migas con nuestra joven visitante. Cogí a Alyssa de la mano y le sonreí. Tenía los dedos muy fríos.
—Sé que no quieres hablar —dije—. Está bien. Ya hablarás cuando quieras hacerlo. Pero hay algunas cosas que debo saber si tengo que ayudarte. ¿Lo entiendes?
Alyssa asintió con la cabeza.
—En primer lugar, ¿hay alguien a quien querrías avisar? A tu madre, a tu padre…
Negó con la cabeza.
—¿Estás segura? ¿A nadie? Solo para decirles que estás bien.
Una vez más, Alyssa negó con la cabeza.
—No. Gracias.
Era un comienzo. Solo dos palabras, pero había roto el silencio.
—De acuerdo, lo comprendo. Nadie tiene por qué saber que estás aquí. El curé Reynaud lo sabe, pero él no dirá nada. Conmigo estás a salvo.
Alyssa inclinó ligeramente la cabeza.
«Ahora viene lo más difícil», pensé. ¿Qué lleva a una muchacha como Alyssa, una joven guapa, perteneciente a una familia encantadora, a lanzarse al Tannes?
—¿Qué pasó anoche, Alyssa? —le pregunté—. ¿Quieres hablar de ello?
Alyssa me dirigió una mirada ausente. O no me había entendido o la respuesta era tan obvia que era incapaz de contestar. Decidí que la pregunta podía esperar… al menos un día.
Probé con un tono de voz más brioso y con una sonrisa.
—De acuerdo —dije—. Bueno, eres nuestra invitada, al menos de momento. Esta casa es de Luc Clairmont. Era la casa de su abuela.
Una vez más, Alyssa asintió con la cabeza.
—¿Lo conoces? —le pregunté.
Recordé que alguien me había dicho, puede que fuera Reynaud, o quizá Joséphine, que, a veces, las hermanas Mahjoubi jugaban al fútbol con Luc en la plaza del pueblo.
—¿Sabe que estoy aquí? —preguntó Alyssa.
—Nadie sabe que estás aquí —repuse—. Nadie verá que estás en la casa. Hay libros, televisión, radio… ¿Necesitas algo?
Alyssa negó con la cabeza.
—Creo que sería mejor que no alteráramos demasiado nuestros planes. En caso contrario, parecería raro. Pero me encargaré de que alguna de nosotras, Anouk o yo, esté siempre por aquí, por si necesitas algo.
Alyssa asintió con la cabeza, sin sonreír.
Miré a Anouk, quien, lo sabía, había quedado de nuevo con Jeannot. Me sonrió.
—No pasa nada —dijo—. Nos quedaremos aquí y veremos la televisión. Nos reiremos de los reality shows.
—A Alyssa le encantará —dije, revolviéndole el pelo a Anouk—. Estoy segura de que La top model de Estonia o Mujeres que no pueden parar de comer tartas serán muy educativos. Alyssa, cuando te hartes de ella, dile que te deje en paz, ¿de acuerdo?
Una vez más, el mismo amago de sonrisa, como la punta de una luna creciente. Está claro que Anouk tiene algo que le gusta a Alyssa. Y no puedo decir que me sorprenda mucho. Mi pequeña desconocida siempre ha sido buena captando seguidores. Puede que si las dejo solas, Anouk descubra lo que yo no soy capaz de descubrir.
Las dejo con instrucciones de que vigilen a Rosette y salgo para Les Marauds.