Jueves, 19 de agosto
Me costó mucho conciliar el sueño. El ruido de los golpes me despertó. Primero los imperiosos aldabonazos en la puerta, y luego contra los postigos. Anouk y Rosette estaban en la misma habitación; yo me preparé la cama en el sofá, y mientras hacía esfuerzos por abandonar el sueño ya no estaba segura de dónde estaba, colgada en la red de un cazador de sueños entre una vida y otra.
Los golpes eran cada vez más insistentes. Me eché una bata encima y abrí la puerta. Y ahí estaba Reynaud, agarrotado y a la defensiva, con una joven con un hiyab negro a su lado. Ambos olían al Tannes, y la muchacha, que no parecía tener más de dieciocho años, estaba temblando.
Reynaud empezó a explicarse, con la misma torpeza que se desprendía de su expresión.
—Lo siento. No me dejó que la llevara a su casa. No quiere decir por qué se lanzó al Tannes. He intentado que hablara, pero no confía en mí. Ninguno de ellos lo hace. Lamento que tenga que cargar con esto, pero no sabía qué más…
—Escuche —lo interrumpí—. Esto puede esperar hasta mañana. —Le sonreí a la chica, que me miraba con malhumorada desconfianza—. Tengo toallas y algo de ropa que creo que te vendrá bien. Pondré a hervir agua para que te tomes un baño y te cambies. Aún no hay corriente eléctrica… Luc me dijo que tardaría un par de días, pero hay velas, la estufa funciona y entrarás en calor enseguida. En cuanto a usted… —Me volví hacia Reynaud—. Por favor, no se preocupe. Ha hecho lo correcto. Intente no ser demasiado duro consigo mismo. Váyase a casa y duerma un poco. Lo demás puede esperar hasta mañana.
Reynaud no parecía muy convencido.
—Pero… usted ni siquiera sabe quién es ella.
—¿Y eso importa?
Me dirigió una de sus frías miradas. Luego, para mi sorpresa, sonrió.
—Nunca pensé que diría esto, pero, mademoiselle Rocher, me alegro de que esté aquí.
Y, dicho esto, se dio la vuelta y se alejó, rígido, con cierta timidez. A cualquier otra persona le habría parecido una figura gris y poco respetable mientras avanzaba por el camino de piedra, cojeando un poco (iba descalzo), antes de desaparecer en la noche. Sin embargo, yo vi algo más; vi su corazón, aunque estuviera escondido. Vi algo más: siguiendo su estela, el aire era un contoneo de arcos iris.