Domingo, 15 de agosto
Cualquier excusa es buena para una procesión, père. Al menos, así es en Lansquenet, donde la gente trabaja duro y cualquier novedad, incluso la inauguración de una tienda, se considera como un descanso de la rutina diaria, un motivo para hacer un alto y celebrar.
Hoy es Sainte-Marie, la festividad de la Virgen. Una fiesta nacional, aunque, por supuesto, la mayoría de la gente trata de mantenerse lo más lejos posible de la iglesia para pasar el tiempo frente a la televisión o para ir a la playa (está a tan solo dos horas en coche), y luego regresan a primera hora de la mañana con quemaduras en los hombros y la mirada furtiva de los gatos domésticos que se han pasado toda la noche fuera haciendo de las suyas.
Lo sé. Debo ser tolerante. Mi papel como sacerdote está cambiando. Ahora, la brújula moral de Lansquenet la controlan otros: la gente del pueblo y la de fuera, los funcionarios y lo políticamente correcto. Los tiempos están cambiando, o eso dicen, y ahora, las antiguas tradiciones y creencias deben atenerse a las decisiones que toman en Bruselas hombres, o lo que es aún peor, mujeres, trajeados que nunca han salido de la ciudad salvo para pasar un verano en Cannes o ir a esquiar a Val d’Isère.
Por supuesto, aquí, en Lansquenet, ese veneno ha tardado algún tiempo en afectar al pulso de la comunidad. Narcisse aún sigue criando abejas, como hicieran su padre y su abuelo; su miel, sin pasteurizar, desafía las restricciones de la UE, aunque actualmente la regala, en un alarde de extravagancia y con un brillo en los ojos, totalmente gratis, con las tarjetas postales que vende a 10 euros la unidad, eludiendo así la necesidad de ajustarse a las nuevas restricciones o de romper con una tradición local que se ha conservado intacta durante siglos.
Narcisse no es el único que de vez en cuando desafía a la autoridad. También lo hace Joséphine Bonnet, de soltera Muscat, dueña del Café des Marauds, que siempre ha hecho todo lo posible para animar a los gitanos del río a quedarse…, y el inglés y su mujer, Marise, dueños del viñedo que hay junto a la carretera y que a menudo los contratan (ilegalmente) para que les echen una mano en la vendimia. Y Guillaume Duplessis, retirado desde hace muchos años del mundo de la enseñanza, pero que aún sigue dando clases particulares a cualquier niño que se lo pida, a pesar de que las nuevas leyes exigen un control de las personas que trabajan con menores.
Evidentemente, los hay que aplauden la innovación, siempre y cuando estén involucrados en ella. Actualmente, Caro Clairmont y su marido son fervientes discípulos de Bruselas y París, y recientemente han convertido en su objetivo la introducción de la Salud y la Seguridad en nuestra comunidad, examinando las aceras en busca de pruebas de abandono, haciendo campaña contra los sin techo y los indeseables, promoviendo los valores modernos y dándose importancia. Tradicionalmente, Lansquenet no ha tenido alcalde, pero si lo tuviera, Caro sería la elección obvia. Así pues, ella dirige la vigilancia del vecindario, la Liga de Mujeres Cristianas, el Club del Libro, la campaña de limpieza de la orilla del río y una asociación de padres dedicada a la protección de los niños contra los pedófilos.
¿Y la iglesia? Algunos dirían que también es ella quien la dirige.
Si alguien me hubiera dicho hace diez años que un día simpatizaría con rebeldes y refuseniks, probablemente me habría reído en su cara. Pero, desde entonces, incluso yo he cambiado. Cuando era joven, reinaba el orden; las vidas desordenadas y disolutas de mi rebaño me irritaban constantemente. Pero ahora he conseguido comprenderlos mejor, aunque no siempre los apruebe. He llegado a sentir, si no afecto, precisamente, sí cierta cercanía cuando me enfrento a sus problemas. Puede que eso no me haya convertido en un hombre mejor, pero con los años he aprendido que vale más ceder un poco que romperse en pedazos. Vianne Rocher me enseñó eso, y aunque nunca me sentí más feliz de ver a alguien abandonando Lansquenet que cuando se marchó con su hija, sé que estoy en deuda con ella. Lo sé muy bien.
Y es por eso por lo que, en la cola de esta procesión, con el cambio flotando en el aire como el olor a tabaco, casi soy capaz de imaginarme a Vianne Rocher regresando a Lansquenet. Eso sería algo muy parecido a entrar en una ciudad el día antes de una guerra. Porque está a punto de estallar una guerra, eso está claro, y huele como una tormenta que se avecina.
Me pregunto si ella también podrá sentirlo. ¿Y me equivoco al pensar que en esta ocasión, en lugar de unirse al enemigo, ella estaría de mi parte?