Cuando Estrella de Fuego estaba acercándose a los Cuatro Árboles, empezaron a aparecer las primeras luces de la aurora. Se detuvo en la orilla del arroyo y se volvió hacia los guerreros que lo seguían. Con el corazón henchido de orgullo, paseó la mirada por todos ellos. Tormenta de Arena, su amada; Látigo Gris, el amigo más fiel que jamás había tenido un gato; Tormenta Blanca, su sabio lugarteniente; Fronde Dorado, sensato y leal; Espinardo, el guerrero más joven del Clan del Trueno, con expresión tensa e impaciente ante la idea de su primera batalla; Rabo Largo, que había descubierto por fin de qué lado estaba su corazón; Musaraña, Escarcha, Sauce y Flor Dorada, un formidable cuarteto de gatas; Manto Polvoroso, reservado pero leal, y su aprendiz Ceniciento; el aprendiz del propio Estrella de Fuego, Zarzo, con un destello en sus ojos ámbar y el pelo erizado; y Nimbo Blanco, rebelde pero comprometido con su clan, acompañado de Centella, la gata a la que había devuelto a la vida cuando estaba al borde de la muerte. Un dolor tan afilado como garras atenazó el corazón de Estrella de Fuego al comprender cuánto significaban ellos para él y qué terrible era el peligro al que debían enfrentarse.
Elevó la voz para que todos pudieran oírlo:
—Ya sabéis lo que tenemos por delante. Sólo quiero deciros una cosa. Desde que el Clan Estelar estableció los cuatro clanes en el bosque, ningún líder ha tenido jamás un grupo de guerreros como vosotros. Ocurra lo que ocurra, quiero que recordéis eso.
—Y nunca ha habido un líder como tú, Estrella de Fuego —maulló Látigo Gris.
Estrella de Fuego movió la cabeza; se le había formado un nudo en la garganta y no podía hablar. Era cosa de Látigo Gris compararlo con los líderes realmente grandes, como Estrella Azul, pero él sabía lo lejos que se encontraba de sentirse así. Sólo podía tomar la decisión de hacer todo lo posible para corresponder a la confianza que su amigo tenía en él.
Al cruzar el arroyo, captó un tenue movimiento en dirección al río. Al mirar ladera abajo, vio que los gatos del Clan del Río y el Clan de la Sombra estaban encaminándose en silencio hacia el punto de encuentro. Estrella de Fuego los saludó con la cola cuando los guerreros lo rodearon, incrementando las filas de sus propias fuerzas.
Lo alivió ver que habían mantenido su promesa, pero la mirada hostil de Patas Negras le dejó claro que, aunque el Clan de la Sombra iba a combatir a su lado en esa ocasión, jamás sería amigo del Clan del Trueno.
Estrella de Fuego reparó en Guijarro entre los guerreros del Clan de la Sombra. Zarpa Trigueña también estaba allí, con expresión nerviosa pero resuelta. Vaharina se adelantó vacilando para saludar a sus amigos del Clan del Río, y entrechocó la nariz con Sombra Oscura. Los curanderos Nariz Inquieta y Arcilloso llegaron juntos, cada uno con un aprendiz cargado con sus provisiones, y se abrieron paso entre la multitud hasta encontrar a Carbonilla. Los tres clanes unidos fueron juntos a los Cuatro Árboles, con Estrella de Fuego y Estrella Leopardina en cabeza.
Cuando llegaron a lo alto de la hondonada, todo estaba en silencio. El viento soplaba hacia el territorio del Clan de la Sombra, y Estrella de Fuego notó que se le erizaba el pelo de temor. Su olor iría hacia el Clan de la Sangre, que estaba esperándolos, mientras que ellos no tenían ni idea de dónde estaban sus enemigos.
—Látigo Gris, Musaraña —susurró—. Inspeccionad alrededor de la hondonada. Pasad desapercibidos. Si veis a algún gato, venid a decírmelo.
Los dos gatos desaparecieron en dirección opuesta; apenas eran sombras visibles bajo la grisácea luz. Estrella de Fuego esperó, intentando parecer tranquilo y seguro, y agradeció la presencia de Tormenta Blanca y Tormenta de Arena a su lado. Casi no había tenido tiempo para pensar en lo que iba a suceder cuando Látigo Gris regresó con otro gato al lado. Era Estrella Alta.
—Estrella de Fuego —saludó el líder blanco y negro—. El Clan del Viento está aquí. Todos nuestros guerreros… y tus amigos Centeno y Cuervo.
Los dos solitarios aparecieron mientras el líder pronunciaba sus nombres.
—Hemos venido a ayudar, como te prometimos —maulló Cuervo, entrelazando la cola con la de Estrella de Fuego a modo de saludo—. Lucharemos con vosotros, si nos aceptáis.
—¿Si os aceptamos? —repitió Estrella de Fuego, con un ronroneo de gratitud—. Sois bienvenidos, ya lo sabéis.
—Estamos orgullosos de luchar a vuestro lado —intervino Centeno.
Tormenta de Arena se acercó a saludar a su antiguo compañero de clan, y los dos solitarios se situaron junto a ella.
—¿Sabes dónde está el Clan de la Sangre? —le preguntó el joven líder a Estrella Alta.
El líder veterano miró hacia el territorio del Clan de la Sombra con ojos desolados.
—En algún sitio de ahí, observándonos, supongo.
Habló con voz firme, y Estrella de Fuego empezó a envidiar su valor sosegado e inalterable, hasta que percibió el olor de su miedo y lo oyó mascullar casi para sí:
—¡Clan Estelar, ayúdanos! ¡Muéstranos a un enemigo contra el que podamos combatir!
De algún modo, descubrir que Estrella Alta estaba tan asustado como él sirvió para aumentar el respeto que sentía por el viejo y experimentado líder. Estrella Alta jamás mostraría temor delante de su clan; dejaría a un lado sus sentimientos para cumplir con su obligación como líder. Estrella de Fuego deseó poder hacer lo mismo.
Examinó las sombras, buscando una señal de que Musaraña estaba de vuelta. La vio saltando entre los arbustos, y al instante siguiente se produjo un movimiento en el claro de abajo. Formas oscuras surgieron entre la maleza al pie de la ladera opuesta, mientras el Clan de la Sangre avanzaba en una sola línea amenazante. A Estrella de Fuego se le contrajo el estómago de miedo cuando apareció la pequeña figura de Azote.
—¡Sé que estáis ahí! —exclamó el líder del Clan de la Sangre—. Venid a darme vuestra respuesta.
Estrella de Fuego se detuvo un segundo para mirar a los gatos que estaban detrás de él. Sabía que debían de estar aterrorizados, pero lo único que vio en sus caras fue una fiera determinación; el Clan del León estaba preparado para la batalla.
—Adelante, Estrella de Fuego —maulló Estrella Leopardina con voz queda. Tenía el pelo erizado y las orejas pegadas al cráneo, en una mezcla de temor y desafío—. Lidéranos.
Estrella de Fuego miró a la gata, que asintió con la cabeza.
—Ya has hablado antes por nosotros —añadió—. Tú eres quien debería liderarnos ahora. Todos confiamos en ti.
Estrella de Fuego dirigió a los clanes unidos hasta el claro. Azote lo esperaba cerca de la base de la Gran Roca. Estaba sentado con las patas dobladas debajo del cuerpo, con su pelaje negro cuidadosamente acicalado. Sus ojos eran pedacitos de hielo, y el sol naciente destellaba en los colmillos que tachonaban su collar de mascota.
—Bienvenidos —maulló. Se pasó la lengua por el hocico, como si estuviera saboreando una suculenta pieza de carne—. ¿Habéis decidido marcharos? ¿O pensáis que podéis luchar contra el Clan de la Sangre?
—No tenemos por qué luchar —replicó Estrella de Fuego con firmeza. Para su sorpresa, sentía una tranquilidad glacial—. Os dejaremos regresar en paz al poblado Dos Patas.
Azote soltó un ronroneo de risa.
—¿Regresar? ¿De verdad crees que somos tan cobardes? No; ahora éste es nuestro hogar.
Sintiendo que se apagaba la última chispa de esperanza, Estrella de Fuego miró más allá de Azote, a los guerreros del Clan de la Sangre. Eran gatos fibrosos y duros, y la mayoría llevaban collares adornados con dientes, como Azote; los trofeos de batallas anteriores. Algunos habían reforzado sus garras con colmillos de perro, y Estrella de Fuego recordó la manera en que Azote había abierto en canal a Estrella de Tigre. Aguardaban la orden de atacar con ojos relucientes.
—El bosque es nuestro —le dijo Estrella de Fuego al gato negro—. Nosotros gobernamos aquí por el deseo del Clan Estelar.
—¡El Clan Estelar! —se mofó Azote—. Cuentos para cachorros. Idiotas forestales, el Clan Estelar no os ayudará ahora. —Se levantó de un salto, con el pelo tan erizado que parecía el doble de grande—. ¡Al ataque! —gruñó.
La línea de guerreros del Clan de la Sangre se puso en marcha de golpe.
—¡Clan del León, adelante! —gritó Estrella de Fuego.
Saltó hacia Azote, pero el líder del Clan de la Sangre lo esquivó ágilmente. Un atigrado enorme ocupó su lugar, golpeando a Estrella de Fuego en el costado y derribándolo. El claro ya no estaba en silencio. Mientras Estrella de Fuego aporreaba a su oponente con las patas traseras, oyó a los gatos avanzando estruendosamente entre el sotobosque que rodeaba la hondonada. Estrella Leopardina salió de los arbustos con Estrella Alta; Patas Negras corrió al frente de un grupo de guerreros del Clan de la Sombra, y Tormenta Blanca iba en cabeza de los gatos del Clan del Trueno, mientras los cuatro clanes del bosque bajaban al claro y caían gruñendo sobre sus enemigos.
Estrella de Fuego consiguió quitarse de encima al guerrero y levantarse. Azote había desaparecido, y él estaba rodeado por una agitada muchedumbre felina; lo sorprendió descubrir lo rápidamente que se había originado el caos. Vio a Látigo Gris luchando valerosamente con un gran gato negro, y a Sauce rodando por el suelo, con los dientes cerrados sobre el omóplato de una guerrera parda del Clan de la Sangre. Rabo Largo también se encontraba cerca, retorciéndose con impotencia bajo el peso de dos enemigos. Estrella de Fuego se unió de inmediato al combate para separar a uno de los guerreros de su camarada; cuando el rival se volvió contra él, notó toda la fuerza de su musculoso cuerpo. Recibió un zarpazo en el bíceps, y él a su vez propinó otro en la cara a su contrincante, que quedó cegado cuando la sangre le chorreó por la frente hasta los ojos. Sin ver nada, el gato soltó a Estrella de Fuego, que le dio un golpe final antes de separarse para buscar a Rabo Largo.
El atigrado claro se había deshecho de su otro adversario, pero sangraba profusamente por un omóplato y un costado. Estrella de Fuego vio cómo Carbonilla salía cojeando deprisa de los arbustos: la curandera ayudó a Rabo Largo a levantarse y a alejarse de la zona más peligrosa de la pelea.
Estrella de Fuego volvió a la batalla. Bigotes pasó como un rayo a su lado, persiguiendo a un guerrero del Clan de la Sangre, mientras Vaharina luchaba hombro con hombro junto con Plumilla y Borrasquino. Centella estaba girando en círculos frente a un atigrado que la doblaba en tamaño; sus nuevas técnicas de combate ya habían empezado a confundir al enorme gato. Nimbo Blanco peleaba al lado de ella. Centella se coló bajo las patas extendidas del enemigo, arañándolo en el hocico. El atigrado dio media vuelta y huyó. Nimbo Blanco soltó un maullido triunfal, y los dos giraron al unísono para lanzarse de nuevo a la agitada marea de gatos.
No muy lejos de allí, Centeno y Cuervo estaban luchando juntos contra un par de gatos grises idénticos; eran guerreros fibrosos con collares tachonados de dientes.
—¡Te conozco! —bufó uno de ellos a Centeno—. No tuviste el valor de quedarte con Azote.
—Al menos tuve el valor de marcharme —replicó Centeno, alzándose sobre las patas traseras para propinar unos zarpazos a las orejas del guerrero gris—. Ahora es tu turno de huir. No perteneces a este lugar.
Cuervo avanzó pegado a Centeno, y los dos guerreros del Clan de la Sangre se vieron obligados a regresar a los arbustos. Un gato blanco del Clan de la Sangre saltó de pronto al claro junto a ellos, escapando de Flor Matinal, que le arañaba las ancas con ferocidad.
—¡Erguino! ¡Erguino! —maullaba Flor Matinal, dando voz al dolor por su hijo muerto.
Se abalanzó sobre el guerrero y lo inmovilizó contra el suelo, arrancándole puñados de pelo blanco.
Estrella de Fuego buscó a Azote. No habría victoria hasta que el líder del Clan de la Sangre muriese, y en un momento de respiro pensó en lo extraño de que la batalla final por el bosque no fuese contra Estrella de Tigre, sino contra el asesino de Estrella de Tigre.
Pero no había ni rastro del líder del Clan de la Sangre. Mientras se abría paso a la fuerza hasta la base de la Gran Roca, usando los colmillos y las garras, Estrella de Fuego se encontró frente a una flacucha gata gris. La guerrera embistió contra él con un fulgor de odio en sus ojos verdes y le clavó profundamente los dientes y las uñas en el lomo. El joven líder notó contra la cara la presión de su collar adornado de colmillos. Se retorció para liberarse del mordisco y luego se lanzó contra su estómago desprotegido para clavarle las garras. La gata se apartó de un salto y huyó hacia los arbustos.
Estrella de Fuego se quedó resollando y sangrando por el omóplato. Se preguntó cuánto podría resistir antes de debilitarse demasiado para continuar. En la hondonada parecía haber tantos guerreros del Clan de la Sangre como al principio, todos fuertes, en forma y diestros en el combate. ¿Acabaría alguna vez la batalla?
Una gata parda del Clan de la Sangre se alzó ante él, chillando de odio con la cara deformada. En el mismo segundo, una figura negra salió disparada de los arbustos para embestir a la gata parda y separarla de Estrella de Fuego. Atónito, reconoció a Cebrado. ¿Es que el guerrero oscuro había decidido al fin que su lealtad pertenecía al Clan del Trueno?
Al cabo de un instante comprendió lo equivocado que estaba. Cebrado giró en redondo para encararse a él.
—Eres mío, minino casero. Te ha llegado la hora de morir.
Estrella de Fuego se preparó para el ataque.
—¿De modo que ahora estás luchando del lado del asesino de Estrella de Tigre? —le echó en cara a Cebrado—. ¿Es que no hay ni una pizca de lealtad en ti?
—Ya no —gruñó el atigrado oscuro—. En lo que a mí respecta, todos los gatos del bosque pueden acabar hechos picadillo. Lo único que quiero es verte muerto.
Estrella de Fuego se apartó cuando Cebrado saltó hacia él, pero una de las zarpas del guerrero oscuro lo alcanzó en un lado de la cabeza, y perdió pie. Cebrado aterrizó sobre él y lo inmovilizó contra el suelo. Estrella de Fuego se retorció, intentando liberar las patas traseras, y arañó con furia la panza de Cebrado, pero no consiguió quitárselo de encima. El antiguo miembro del Clan del Trueno enseñó los colmillos, apuntando al cuello de Estrella de Fuego. Éste se preparó para un último y desesperado esfuerzo.
De pronto, el cuerpo de Cebrado desapareció rodando. Al levantarse, Estrella de Fuego vio a Látigo Gris enzarzado con su excompañero de clan, formando una aullante maraña de pelo y zarpas. Látigo Gris tenía el pelaje desgarrado, y le brillaba el bíceps con la sangre de una herida anterior, pero, antes de que pudiera ayudarlo, lanzó a Cebrado al suelo y aterrizó sobre él, resollando.
—¡Traidor! —bufó.
Cebrado se debatió violentamente, abriendo profundos surcos en la tierra, pero no logró zafarse de su oponente.
—¡Cagarruta de zorro! —siseó, y giró la cabeza, tratando de hundir los dientes en el cuello de Látigo Gris.
Éste blandió una de sus zarpas. Sus garras se clavaron en la garganta de Cebrado, que empezó a sangrar. El guerrero oscuro se estremeció convulsivamente, abriendo las mandíbulas mientras luchaba por respirar.
—No queda nada… —dijo con voz ahogada—. Todo está negro… todo ha desaparecido…
Estrella de Fuego vio cómo se le empañaban los ojos, mostrando un espantoso vacío. Los esfuerzos de Cebrado cesaron y su cuerpo quedó inmóvil.
Bufando con desprecio, Látigo Gris se separó del guerrero.
—Un traidor menos en el bosque —gruñó.
Estrella de Fuego tocó con la nariz el hombro de su amigo. De pronto, Látigo Gris se quedó rígido, mirando más allá de su líder.
—Estrella de Fuego… —dijo con voz ronca.
Estrella de Fuego giró en redondo y vio a Tormenta de Arena y Manto Polvoroso luchando a brazo partido en la periferia de la batalla. No parecían necesitar su ayuda, y al principio no entendió qué había angustiado a Látigo Gris. Luego la multitud de gatos se separó brevemente, y pudo entrever a Hueso, el enorme lugarteniente del Clan de la Sangre, inclinado sobre otro gato que se movía débilmente debajo de él. El pelaje de la víctima estaba tan empapado de sangre que Estrella de Fuego apenas podía distinguir su color, y tardó unos segundos en reconocer a Tormenta Blanca.
—¡No! —maulló, abalanzándose hacia Hueso con Látigo Gris a la zaga.
Hueso saltó hacia atrás, pero tropezó con Zarzo y Ceniciento, que habían llegado a la carga a través del claro en ese mismo momento. Estrella de Fuego vio que su aprendiz saltaba sobre el lomo del enorme lugarteniente, mientras Ceniciento le mordía una de las patas traseras.
Con la seguridad de que Hueso estaría distraído unos instantes, Estrella de Fuego se agachó junto a Tormenta Blanca, casi ajeno a la batalla que se desarrollaba a su alrededor. Los ojos del guerrero veterano brillaron al reconocer a su líder. Agitó la punta de la cola.
—Adiós, Estrella de Fuego —maulló con voz áspera.
—¡Tormenta Blanca, no! —Estrella de Fuego sintió que en su interior estaba formándose un maullido de agonía. Jamás debería haber llevado a aquella batalla a su lugarteniente, cuando éste parecía saber que sería la última—. Látigo Gris, ve a buscar a Carbonilla.
—Demasiado tarde —jadeó Tormenta Blanca—. Me voy a cazar con el Clan Estelar.
—No puedes… ¡El clan te necesita! ¡Yo te necesito!
—Encontrarás a otros. —La mirada del guerrero blanco, cada vez más apagada, se desvió un segundo a Látigo Gris—. Confía en tu corazón, Estrella de Fuego. Tú siempre has sabido que Látigo Gris es el gato destinado por el Clan Estelar para ser tu lugarteniente. —Y, tras soltar un largo suspiro, cerró los ojos.
—Tormenta Blanca…
Estrella de Fuego quería llorar de pena como un cachorrito. Durante un instante, hundió el hocico en el pelaje empapado de sangre de su lugarteniente, el único ritual de duelo que permitía la batalla.
Luego se volvió hacia Látigo Gris, que estaba mirando conmocionado el cuerpo del viejo guerrero blanco.
—Ya has oído lo que ha dicho Tormenta Blanca —maulló Estrella de Fuego—. Él te ha elegido a ti. —Poniéndose en pie, elevó la voz sobre el tumulto del combate—. Pronuncio estas palabras ante el cuerpo de Tormenta Blanca para que su espíritu pueda oír y aprobar mi decisión. Látigo Gris será el nuevo lugarteniente del Clan del Trueno.
Lo sorprendió un maullido de aprobación a su espalda. Al darse la vuelta, vio que Tormenta de Arena y Manto Polvoroso habían hecho una breve pausa para inclinar la cabeza ante Látigo Gris antes de regresar a la batalla.
Látigo Gris no se había movido; sus ojos amarillos estaban clavados en Estrella de Fuego.
—¿Estás… estás seguro? —preguntó al cabo.
—Nunca he estado más seguro —gruñó el líder—. ¡Vamos, Látigo Gris!
Con el rabillo del ojo vio que el lugarteniente del Clan de la Sangre se había liberado de Zarzo y Ceniciento. Antes de que pudiera abalanzarse sobre él, un maullido desafiante resonó por encima del ruido del combate, y varios aprendices más cruzaron el claro como rayos. Hueso quedó prácticamente oculto bajo la agitada masa de furiosos jóvenes. Zarzo y Ceniciento estaban allí, con Plumilla y Borrasquino, y, sí, Zarpa Trigueña, luchando al lado de su hermano. Al cabo de unos instantes, Hueso había dejado de defenderse; su cuerpo sufrió una serie de espasmos que terminaban en la punta de su cola. Mientras Estrella de Fuego observaba la escena, las sacudidas cesaron. Ceniciento lanzó un ronco maullido de triunfo.
En ese momento, Colmillo Roto apareció de la nada. Estrella de Fuego sintió que se le erizaba el pelo. Aquel gato había sido un proscrito, luego miembro del Clan de la Sombra, y ahora formaba parte del insulto al código guerrero que era el Clan de la Sangre. El enorme felino se lanzó sobre los aprendices y cerró los dientes sobre el más cercano (Zarzo), para separarlo del cuerpo de Hueso. Al instante, Zarpa Trigueña se abalanzó contra él.
—¡Suelta a mi hermano! —maulló.
El resto de los aprendices saltaron junto con ella, y Colmillo Roto soltó bruscamente a Zarzo, dio media vuelta y huyó a través del claro perseguido por todos los aprendices.
Respirando con dificultad, Estrella de Fuego miró alrededor; mientras intentaba calibrar cómo iba la batalla, se le contrajo el estómago. Aunque Cebrado y Hueso habían muerto y Colmillo Roto había huido, el claro todavía parecía lleno de guerreros del Clan de la Sangre, y aún había más bajando la cuesta a la carrera. El Clan del Trueno había perdido a Tormenta Blanca, y entre los combatientes entrevió a Oreja Partida, del Clan del Viento, inmóvil en el suelo. Fronde Dorado y Musaraña luchaban juntos, pero Fronde Dorado estaba cojeando y Musaraña presentaba profundos zarpazos a lo largo de un costado. Al borde del claro, Escarcha estaba arrastrándose hacia los arbustos, ayudada por Frondina; y no muy lejos, Nariz Inquieta, el curandero del Clan de la Sombra, estaba aplicando telarañas en una herida del bíceps a Patas Negras, hasta que éste se lo quitó de encima y regresó de nuevo al combate. Estrella Leopardina apareció brevemente, maullando ánimos a sus guerreros con voz ronca, antes de desaparecer de nuevo en una arremetida de gatos del Clan de la Sangre.
«Estamos perdiendo —pensó Estrella de Fuego, procurando contener el pánico—. ¡Tengo que encontrar a Azote!». Sabía que, con la muerte del líder del Clan de la Sangre, la batalla terminaría. Los gatos del poblado Dos Patas no tenían sentido de la tradición ni de la lealtad al código guerrero. Azote los mantenía unidos, y sin él no serían nada.
Estrella de Fuego notó que empezaba a erizársele el pelo, y por fin su mirada encontró a Azote. El pequeño gato negro estaba al pie de la Gran Roca, clavando las garras en un guerrero que tenía atrapado. A Estrella de Fuego le dio un vuelco el estómago al reconocer a Bigotes.
Con un alarido desafiante, saltó a través del claro. Azote giró en redondo, y Bigotes se alejó arrastrándose y sangrando.
El líder del Clan de la Sangre enseñó los dientes con un gruñido.
—¡Estrella de Fuego!
Y saltó sin previo aviso. Estrella de Fuego rodó por el impacto, pero aterrizó sobre su enemigo, plantándole una zarpa en el cuello. Antes de que pudiera propinarle una dentellada, Azote se zafó retorciéndose con la rapidez de una serpiente. Los colmillos de perro de sus garras destellaron al alcanzar el omóplato de Estrella de Fuego.
El líder del Clan del Trueno sintió que lo atravesaba un dolor atroz. Se obligó a no vacilar y embestir de nuevo, lanzando a Azote por los aires contra la Gran Roca. El gato negro se quedó aturdido un instante, y Estrella de Fuego consiguió morderle una pata. Sintió un nuevo dolor abrasador al recibir otro zarpazo del líder del Clan de la Sangre, y, con la impresión, perdió a su oponente.
Éste retrocedió sobre las patas traseras, alzando las zarpas para el golpe mortal. Estrella de Fuego intentó alejarse, pero no fue lo bastante rápido. Un dolor agónico estalló en su cabeza cuando las garras reforzadas dieron en el blanco. Vio un fogonazo que se apagó hasta no dejar otra cosa que oscuridad. Una suave marea negra estaba engulléndolo. Estrella de Fuego hizo un último esfuerzo para levantarse, pero las patas no lo sostenían y se hundió en la negrura.