La luna ya se había ocultado, pero aún faltaba un poco para el amanecer, cuando el sol vetearía el horizonte con lechosos dedos de luz. La noche era callada y fría, tan negra como agua congelada.
Estrella de Fuego salió de su guarida. El claro estaba vacío, pero oyó el tenue sonido de guerreros despertando. La escarcha relucía en el suelo, mientras, sobre su cabeza, el Manto Plateado fluía como un río a través del firmamento.
Al detenerse para olfatear el aire nocturno, lleno del olor de muchos gatos conocidos, Estrella de Fuego sintió que se le erizaba hasta el último pelo. Aquélla podía ser la última mañana que viera el campamento. Podía ser la última mañana para todos los clanes. Sintió como si todo estuviera dando vueltas, fuera de su control, y cuando buscó fuerzas en la certeza de que el Clan Estelar controlaba su destino, sólo encontró incertidumbre.
Soltando un suspiro, se sacudió antes de dirigirse al túnel de helechos que conducía a la guarida de Carbonilla. La curandera estaba sacando hierbas y bayas al claro, donde Frondina formaba paquetes listos para llevar.
—¿Está todo preparado? —preguntó Estrella de Fuego.
—Creo que sí —respondió Carbonilla con los ojos rebosantes de dolor, como si ya estuviese viendo a los gatos heridos que pronto necesitarían su asistencia—. Me harán falta más ayudantes para cargar con todo esto hasta los Cuatro Árboles. Frondina y yo no podemos con todo.
—Puedes disponer de todos los aprendices —maulló Estrella de Fuego—. Frondina, ¿quieres ir a decírselo a tus compañeros?
La joven gata inclinó la cabeza y salió disparada.
—Una vez que lleguemos, los demás aprendices tendrán que pelear —continuó el líder—. Pero Frondina puede quedarse contigo. Busca algún sitio alejado donde instalarte. Creo que hay un hueco resguardado al otro lado del arroyo…
Carbonilla se sulfuró.
—Estrella de Fuego, ¿estás hablando en serio? ¿De qué voy a servir si no estoy donde se desarrolle la batalla?
—Pero los gatos te necesitan —protestó Estrella de Fuego—. Si resultas herida, ¿qué pasará con el resto de nosotros?
—Frondina y yo podemos cuidar de nosotras mismas. No somos cachorritas indefensas, ¿sabes?
La áspera respuesta de Carbonilla le recordó a su mentora, Fauces Amarillas.
Suspirando, Estrella de Fuego se acercó a la curandera para tocarle la nariz con la suya.
—Hazlo como quieras —maulló—. Sé que no puedo decir nada para que cambies de opinión, pero, por favor… ten cuidado.
Carbonilla emitió un suave ronroneo.
—No te preocupes, Estrella de Fuego. Frondina y yo estaremos bien.
—¿El Clan Estelar te ha dicho algo sobre la batalla? —se obligó a preguntar el líder.
—No, no he visto ninguna clase de presagio. —La gata alzó la mirada hacia el Manto Plateado, que estaba difuminándose ante la cercanía de la aurora—. No es propio del Clan Estelar guardar silencio cuando va a suceder algo tan importante.
—Yo… tuve un sueño de su parte, Carbonilla —contó Estrella de Fuego tras dudar un momento—, pero no estoy seguro de haberlo entendido y ahora no hay tiempo de contártelo todo. Sólo espero que signifique algo bueno para nosotros.
Los ojos azules de la curandera se llenaron de curiosidad mientras el líder hablaba de su sueño en las Rocas Soleadas, pero no le hizo preguntas.
Estrella de Fuego volvió al túnel de helechos para salir al claro y dirigirse a la guarida de los veteranos. De camino, pasó junto a Fronde Dorado, que estaba de guardia, y lo saludó con la cola.
Al alcanzar el árbol caído, chamuscado por el incendio que había arrasado el campamento en la pasada estación de la hoja verde, descubrió que todos los veteranos estaban durmiendo todavía, a excepción de Cola Pintada, que estaba sentada con la cola enroscada alrededor de las patas.
La gata se levantó cuando Estrella de Fuego fue hacia ella.
—¿Ya es la hora?
—Sí —contestó el líder—. Nos marcharemos dentro de poco… pero vosotros no vais a acompañarnos, Cola Pintada.
—¿Qué? —Se le erizó el pelo de los omóplatos del disgusto—. ¿Por qué no? Puede que seamos veteranos, pero no somos inútiles. ¿De verdad crees que vamos a quedarnos aquí sentados…?
—Cola Pintada, escúchame. Esto es importante. Si eres sincera contigo misma, sabes que Orejitas y Tuerta apenas lograrían llegar a los Cuatro Árboles, y no hablemos ya de pelear una vez allí. Y Cola Moteada está volviéndose muy frágil. No puedo llevarlos a batallar contra Azote.
—¿Y qué hay de mí? —inquirió la gata.
—Sé que eres una gran luchadora, Cola Pintada. —Estrella de Fuego había pensado cuidadosamente en lo que iba a decir, pero con la veterana fulminándolo con la mirada, se sintió de nuevo como un aprendiz inexperto—. Por eso te necesito aquí. En el campamento se quedarán otros tres veteranos y los cachorros de Sauce. Han aprendido algunos movimientos defensivos, pero no están preparados para la batalla. Voy a dejarte a cargo del campamento mientras los demás estamos fuera.
—Pero yo… Oh. —Cola Pintada enmudeció al comprender lo que estaba diciendo el líder. Poco a poco, el pelo de sus omóplatos volvió a alisarse—. Ya veo. De acuerdo, Estrella de Fuego; puedes contar conmigo.
—Gracias —contestó él con un guiño de agradecimiento—. Si la batalla sale mal, intentaremos regresar para que tengáis refuerzos, pero quizá no lo consigamos. Si el Clan de la Sangre llega hasta aquí, vosotros seréis lo único que quede del Clan del Trueno. —Clavó sus ojos en los de Cola Pintada—. Tendrás que llevarte lejos a los veteranos y los cachorros. Intenta cruzar el río y dirigirte a la granja de Centeno.
—Bien. —La veterana asintió brevemente—. Haré todo lo que pueda. —Luego se volvió hacia donde estaba Centella, dormida al abrigo del tronco—. ¿Y qué me dices de ella?
—Ahora Centella es tan fuerte como cualquier guerrero —maulló Estrella de Fuego más animado—. Vendrá con nosotros. —Se acercó a la joven gata y la sacudió suavemente—. Despierta, Centella. Es hora de irse.
Centella abrió su ojo bueno, se levantó y empezó a desperezarse.
—Muy bien, Estrella de Fuego. Estoy lista.
Cuando ya se dirigía al claro, el líder la llamó.
—Centella, si salimos de ésta, comenzarás a dormir en la guarida de los guerreros.
La gata plantó las orejas y pareció erguirse más.
—Gracias, Estrella de Fuego —maulló, y echó a correr, ya sin rastro de somnolencia.
Tras despedirse de Cola Pintada, Estrella de Fuego siguió a Centella al claro. Para entonces, los otros gatos habían empezado a salir de sus guaridas. Los aprendices, con Plumilla y Borrasquino entre ellos, estaban apiñados alrededor de Carbonilla, cada uno cargado con un fardo de hierbas. Manto Polvoroso se encontraba con ellos, hablando apremiantemente a Frondina en voz baja.
Más cerca de la guarida de los guerreros, Centella se había reunido con Nimbo Blanco, mientras Musaraña y Rabo Largo giraban frente a frente en una última práctica de los movimientos de combate. Mientras Estrella de Fuego observaba, Látigo Gris y Tormenta de Arena salieron entre las ramas de la guarida seguidos de Espinardo y Vaharina. Luego apareció Tormenta Blanca, que ordenó a los gatos que fueran hacia la mata de ortigas para comer una pieza de carne fresca.
Estrella de Fuego sintió una oleada de orgullo. Ésos eran sus gatos, valientes y leales, todos y cada uno de ellos.
Por encima de su cabeza, la silueta de las ramas desnudas había empezado a oscurecerse contra el cielo. Durante un momento, Estrella de Fuego fue presa del terror ante el recordatorio de la salida del sol en ciernes. Se obligó a sí mismo a cruzar el claro con pasos seguros y confiados hasta llegar a Tormenta Blanca, junto al montón de carne fresca.
—Ya estamos aquí —maulló el guerrero veterano.
Estrella de Fuego tomó un campañol del montón. Tenía el estómago revuelto de la tensión, pero se forzó a tragar unos cuantos bocados.
—Estrella de Fuego —continuó Tormenta Blanca al cabo de un instante—, sólo quería decirte que Estrella Azul no habría podido liderarnos mejor en estos espantosos días. Me siento orgulloso de haber sido tu lugarteniente.
Estrella de Fuego se quedó mirándolo.
—Tormenta Blanca, estás hablando como si… —No pudo expresar sus temores con palabras. El respeto del guerrero veterano significaba más de lo que podía soñar, y no imaginaba cómo lo soportaría si su lugarteniente no regresaba de la batalla.
Tormenta Blanca se concentró en el mirlo que estaba comiéndose, evitando los ojos del líder, y no dijo nada más.
El campamento todavía estaba oscuro cuando Cola Pintada apareció con los demás veteranos para ver partir a los guerreros. Los cachorros de Sauce salieron corriendo de la maternidad para despedirse de su madre y de Tormenta de Arena. Parecían entusiasmados; no alcanzaban a entender a qué iba a enfrentarse el clan.
—Bueno, Estrella de Fuego —maulló Nimbo Blanco—, ¿está todo preparado? —Agitó nerviosamente la punta de la cola mientras admitía—: Yo estaré mucho más contento cuando nos pongamos en marcha.
Estrella de Fuego engulló el resto de su campañol.
—Y yo también, Nimbo Blanco —contestó—. Vámonos.
Tras levantarse, reunió a todo su clan con una sacudida de la cola. Cuando su mirada se encontró con la de Tormenta de Arena, se sintió fortalecido al ver que los ojos verdes de la guerrera brillaban con confianza y amor.
—¡Gatos del Clan del Trueno! —exclamó Estrella de Fuego—, ahora vamos a luchar contra el Clan de la Sangre. Pero no estamos solos. Recordad que hay cuatro clanes en el bosque, y siempre los habrá, y que hoy los otros tres van a pelear junto con nosotros. ¡Vamos a expulsar de nuestro bosque a esos malvados gatos!
Sus guerreros se pusieron en pie, maullando con aprobación. Estrella de Fuego dio media vuelta y empezó a guiarlos a través del túnel de aulagas, barranco arriba, hacia los Cuatro Árboles.
Cuando se detuvo en lo alto para lanzar una última mirada al campamento, no sabía si volvería a ver su adorado hogar.