Estrella de Fuego se preguntó si los gatos del clan habrían reparado en su ausencia y si estarían preocupados por él. Sabía que debía regresar al campamento, pero se quedó un rato sobre la roca, contemplando cómo la luz del amanecer se extendía por el bosque.
El territorio del otro lado del río estaba tranquilo y en silencio. Estrella de Fuego intentó imaginarse cómo estaría sobrellevando la situación Estrella Leopardina. Supuso que los guerreros del Clan de la Sombra que habían llegado huyendo a su territorio serían unos invitados inoportunos, sin presas de sobra durante las duras lunas de la estación sin hojas.
Luego se incorporó de un salto, con el pelo erizado y las orejas plantadas. Acababa de ocurrírsele algo, y no tenía ni idea de por qué no lo había pensado antes. Quizá el Clan del Trueno no estuviera tan en inferioridad de condiciones como temía. Al otro lado del río había guerreros de dos clanes y, con Estrella de Tigre muerto, ninguno de ellos tenía razones para apoyar al Clan de la Sangre.
—¡Cerebro de ratón! —se reprochó en voz alta.
Existía la posibilidad de que los cuatro clanes del bosque se unieran para expulsar a los letales gatos que amenazaban toda su vida. Cuatro no se tornarían dos: cuatro se tornarían uno, pero no del modo que pretendía Estrella de Tigre.
Cuando los primeros rayos de sol aparecieron en el horizonte, Estrella de Fuego bajó de la roca y corrió río abajo en dirección a los pasaderos.
—¡Estrella de Fuego! ¡Estrella de Fuego!
El grito lo detuvo justo cuando tenía los pasaderos a la vista. Al darse la vuelta, vio que una patrulla del Clan del Trueno salía entre los árboles. Látigo Gris iba en cabeza, seguido de Tormenta de Arena, Nimbo Blanco y Zarzo.
—¿Dónde has estado? —maulló Tormenta de Arena enfadada, yendo hacia él—. Estábamos preocupadísimos.
—Lo lamento. —Estrella de Fuego le lamió la oreja a modo de disculpa—. Necesitaba pensar en un par de cosas; eso es todo.
—Tormenta Blanca ha dicho que estarías bien —intervino Látigo Gris—. Y Carbonilla no parecía preocupada. Me ha dado la sensación de que sabía más de lo que decía.
—Bueno, aquí estoy ahora —dijo el líder con energía—. Y me alegro de haberos encontrado. Voy a ir al territorio del Clan del Río, y dará mejor impresión si llevo algunos guerreros conmigo.
—¿Al Clan del Río? —preguntó Nimbo Blanco asombrado—. ¿Qué quieres de ellos?
—Voy a pedirles que luchen a nuestro lado contra Azote.
El joven guerrero se quedó mirándolo boquiabierto.
—¿Has perdido la chaveta? ¡Estrella Leopardina te arrancará el pellejo!
—No creo que lo haga. Ahora que Estrella de Tigre ha muerto, ella querrá al Clan de la Sangre en el bosque tan poco como nosotros.
Nimbo Blanco se encogió de hombros, y Látigo Gris también pareció dubitativo, pero los ojos verdes de Tormenta de Arena relucían encantados.
—Sabía que encontrarías la manera de derrotar al Clan de la Sangre —ronroneó la gata—. Vamos.
El líder se volvió para abrir la marcha hacia los pasaderos, pero se detuvo cuando Zarzo se le acercó.
—Estrella de Fuego, ¿podemos hablar con Zarpa Trigueña si está allí? —preguntó el aprendiz esperanzado. Le tembló la voz—. Quizá haya otra oportunidad.
Estrella de Fuego vaciló.
—Sí, si la ves —respondió al cabo—. Que te cuente su versión de la historia. Luego decidiremos qué hacer.
—¡Gracias, Estrella de Fuego! —Los ojos de Zarzo brillaron de alivio.
Estrella de Fuego descendió por la ribera hasta los pasaderos, seguido por sus guerreros. Mientras cruzaba, se mantuvo alerta en busca de movimientos en el lado opuesto del río, pero no vio nada. Ni siquiera había pasado una patrulla del Clan del Río, aunque el sol ya estaba por encima del horizonte.
Tras alcanzar la orilla opuesta, el líder fue río arriba en dirección al campamento del clan vecino. De camino, se encontraron con el arroyo que llevaba al claro de la Colina de Huesos. A Estrella de Fuego lo recorrió un escalofrío al recordar la última vez que había estado allí. El hedor a carroña era más débil ahora, pero la brisa arrastraba el olor de muchos gatos. Reconoció el olor mixto del Clan del Tigre, antes tan siniestro y ahora casi familiar comparado con la fetidez del Clan de la Sangre.
—Creo que están en el claro que hay junto a la Colina de Huesos —maulló por encima del hombro—. Al menos, algunos de ellos. Iremos a ver… Látigo Gris, estate ojo avizor.
Látigo Gris se quedó en la retaguardia mientras su líder seguía el arroyo, arrastrándose silenciosamente entre los carrizos hasta llegar al borde del claro. Al asomarse, vio que la Colina de Huesos ya estaba empezando a desmoronarse, de modo que parecía poco más que un montón de basura. El arroyo ya no estaba estancado con presas putrefactas, y había un montoncillo de carne fresca, como si los gatos hubieran comenzado a establecer un nuevo campamento.
En el claro había varios guerreros apiñados, con el pelo enmarañado y los ojos apagados y ausentes. A Estrella de Fuego lo sorprendió ver a miembros del Clan del Río y el Clan de la Sombra. Había esperado encontrar sólo guerreros del Clan de la Sombra asentados allí, mientras el Clan del Río ocupaba su antiguo campamento en la isla que había río arriba.
Estrella Leopardina se hallaba agazapada al pie de la Colina de Huesos. Estaba mirando al frente, y Estrella de Fuego creyó que lo había visto, pero la gata no dio muestras de ello. El lugarteniente del Clan de la Sombra, Patas Negras, se encontraba cerca de la líder. Tras la sorpresa inicial, Estrella de Fuego se sintió aliviado de poder tratar directamente con Estrella Leopardina, que obviamente estaba intentando liderar ambos clanes.
Lanzó una mirada a Tormenta de Arena.
—¿Qué les ocurre? —murmuró. Casi había pensado que los guerreros estaban enfermos, pero en el aire no había ni rastro de enfermedad.
Tormenta de Arena negó con la cabeza con impotencia y Estrella de Fuego devolvió su atención al claro. Había ido hasta allí buscando una fuerza de combate, pero aquellos gatos parecían medio muertos. Aun así, no tenía sentido volverse atrás. Indicando a sus gatos que lo siguieran, Estrella de Fuego entró en el claro.
Ningún gato le salió al paso, aunque uno o dos de los guerreros levantaron la cabeza para mirarlo sin curiosidad. Tras intercambiar una mirada con Estrella de Fuego, Zarzo se escabulló para buscar a Zarpa Trigueña.
Estrella Leopardina se levantó penosamente.
—Estrella de Fuego —dijo con voz áspera, como si no hubiera hablado en días—. ¿Qué quieres?
—Hablar contigo. Estrella Leopardina, ¿qué está pasando aquí? ¿Qué os sucede? ¿Por qué no estáis en vuestro antiguo campamento?
Estrella Leopardina le sostuvo la mirada un largo instante.
—Ahora yo soy la líder en solitario del Clan del Tigre —maulló por fin, y un destello de orgullo regresó a sus ojos apagados—. El campamento del Clan del Río es demasiado pequeño para albergar a los dos clanes. Dejamos que las reinas y los veteranos se queden allí, con algunos guerreros para protegerlos. —Soltó un remedo de risa—. Pero ¿qué sentido tiene? El Clan de la Sangre nos aniquilará a todos.
—No debes pensar así —replicó el líder del Clan del Trueno—. Si todos permanecemos juntos, podemos expulsar al Clan de la Sangre.
Una luz salvaje brilló en los ojos de Estrella Leopardina.
—¡Eres un idiota con cerebro de ratón! —le espetó—. ¿Expulsar al Clan de la Sangre? ¿Y cómo crees que vamos a hacerlo? Estrella de Tigre era el mejor guerrero que el bosque ha tenido jamás, y ya viste lo que le hizo Azote.
—Lo sé —contestó Estrella de Fuego sin arredrarse, disimulando el escalofrío de miedo que estaba recorriéndolo—. Pero Estrella de Tigre se enfrentó a Azote solo. Nosotros podemos unirnos como un clan para luchar contra él, y después podemos volver a ser cuatro clanes, de acuerdo con el código guerrero.
Una expresión sarcástica cruzó el rostro de Estrella Leopardina, que no dijo nada.
—¿Qué vais a hacer entonces? —inquirió Estrella de Fuego—. ¿Abandonar el bosque?
Estrella Leopardina vaciló, moviendo la cabeza de un lado a otro, como si la irritase el esfuerzo de hablar con él.
—He mandado un grupo de expedición en busca de lugares donde vivir más allá de las Rocas Altas —admitió—. Pero tenemos cachorros muy pequeños, y dos de nuestros veteranos están enfermos. No todos los gatos pueden marcharse, y los que se queden morirán.
—No tenemos que morir —aseguró él desesperadamente—. El Clan del Trueno y el Clan del Viento van a luchar. Uníos a nosotros.
Esperaba más escepticismo, pero ahora Estrella Leopardina lo miraba con atención. Patas Negras se levantó para colocarse junto a la líder. Cuando se puso frente a los gatos del Clan del Trueno, Látigo Gris soltó un gruñido bajo y empezó a flexionar las uñas. Estrella de Fuego le hizo una advertencia con la cola: odiaba a Patas Negras tanto como su amigo, pero de momento tenían que ser aliados para enfrentarse a un enemigo todavía mayor.
—¿Acaso tienes cerebro de ratón, Estrella Leopardina? —gruñó el lugarteniente del Clan de la Sombra—. ¿No estarás pensando en serio en unirte a estos idiotas? No son lo bastante fuertes para batirse con el Clan de la Sangre. Nos despedazarán a todos.
Estrella Leopardina lo miró con frialdad, y Estrella de Fuego advirtió con un repentino fogonazo de esperanza que a la líder le disgustaba Patas Negras tanto como a él. Pedrizo, que había muerto bajo las zarpas del guerrero blanco y negro, había sido el lugarteniente en el que ella confiaba.
—Aquí soy yo la líder, Patas Negras —apuntó la gata—. Yo tomo las decisiones. Y no estoy preparada para darme por vencida… no si existe la posibilidad de expulsar al Clan de la Sangre. De acuerdo —maulló, volviéndose de nuevo hacia Estrella de Fuego—. ¿Cuál es tu plan?
Estrella de Fuego deseó poder plantear algún truco ingenioso, una manera de echar al Clan de la Sangre que no pusiera en peligro la vida de los gatos del bosque. Pero no había truco posible; el camino a la victoria, si es que lo había, sería duro y doloroso.
—Mañana al amanecer —contestó—, el Clan del Trueno y el Clan del Viento se enfrentarán al Clan de la Sangre en los Cuatro Árboles. Si el Clan del Río y el Clan de la Sombra se unen a nosotros, seremos el doble de fuertes.
—¿Y tú nos liderarás? —preguntó Estrella Leopardina. A su pesar, añadió—: Ahora yo no cuento con la fuerza necesaria para guiar a mis gatos al combate.
Estrella de Fuego parpadeó sorprendido. Se esperaba que Estrella Leopardina exigiera autoridad sobre los otros clanes. No estaba convencido de ser lo bastante fuerte para asumir el liderazgo en su lugar, pero vio que no tenía elección.
—Si ése es tu deseo, entonces sí, lo haré —contestó.
—¿Liderarnos? —La voz, cargada de desprecio, sonó detrás de Estrella de Fuego—. ¿Un minino casero? ¿Te has vuelto loca, Estrella Leopardina?
Estrella de Fuego se volvió, sabiendo lo que iba a ver. Cebrado estaba abriéndose paso entre el pequeño grupo de sus antiguos compañeros de clan.
Estrella de Fuego se quedó mirándolo. En el Clan del Trueno, Cebrado siempre estaba lustroso; ahora, su pelaje de rayas oscuras estaba deslustrado, como si hubiera dejado de preocuparse por él. Parecía enflaquecido, y la punta de su cola se agitaba nerviosamente. Sólo la fría hostilidad de sus ojos resultaba familiar, al igual que la insolencia con que lo miró de arriba abajo al detenerse frente a él.
—Cebrado. —Estrella de Fuego lo saludó con un movimiento de cabeza.
Aunque jamás podría sentir auténtica lástima por el guerrero atigrado, notó una punzada de pena al ver lo atormentado que parecía, con los ojos vacíos, como si ya estuviera sufriendo el castigo por traicionar a su clan de nacimiento.
Estrella Leopardina dio un paso adelante.
—Cebrado, esto no es decisión tuya —maulló.
—Deberíamos matarte o echarte de aquí —le gruñó Cebrado a Estrella de Fuego—. Tú volviste a Azote contra Estrella de Tigre. Es culpa tuya que muriera.
—¿Culpa mía? —Estrella de Fuego se quedó sin aliento del asombro. Los ojos del atigrado oscuro ardían de odio; a su manera, estaba sufriendo por la muerte de su líder. Ahora que Estrella de Tigre había muerto, Cebrado estaba completamente solo—. No, Cebrado, fue culpa del propio Estrella de Tigre. Si no hubiese traído al Clan de la Sangre al bosque, nada de esto habría sucedido.
—¿Y cómo sucedió? —intervino Látigo Gris—. Eso es lo que me gustaría saber a mí. ¿En qué estaba pensando Estrella de Tigre? ¿No veía lo que iba a dejar suelto en el bosque?
—Estrella de Tigre pensaba que era lo mejor —intentó defenderlo Estrella Leopardina, aunque sus palabras sonaron huecas—. Él creía que los gatos del bosque estarían más seguros si se unían todos bajo su liderazgo, y pensó que el Clan de la Sangre os convencería de que tenía razón.
Látigo Gris soltó un resoplido de desprecio, pero Estrella Leopardina hizo caso omiso. En vez de eso, sacudió la cola, y apareció otro gato, un gato gris y escuálido con una oreja mordida. Estrella de Fuego reconoció a Guijarro, uno de los proscritos que Estrella de Tigre se había llevado al Clan de la Sombra.
—Guijarro, cuéntale a Estrella de Fuego lo que sucedió —ordenó Estrella Leopardina.
El guerrero del Clan de la Sombra parecía hambriento y cansado.
—Yo pertenecía al Clan de la Sangre —confesó—. Lo abandoné hace lunas, pero Estrella de Tigre conocía mi pasado. Me pidió que lo llevara al poblado Dos Patas: necesitaba más gatos para asegurarse de que el Clan de la Sombra controlaba el bosque. —Se miró las patas, moviendo las orejas con nerviosismo—. Yo… intenté decirle que Azote era peligroso, pero ninguno de nosotros se imaginaba lo que podría hacer. Estrella de Tigre le ofreció una parte del bosque si traía gatos para ayudarlo a luchar. Pensaba que, una vez que los demás clanes se hubieran unido al Clan del Tigre, él podría deshacerse del Clan de la Sangre.
—Pero se equivocaba —murmuró Estrella de Fuego, rememorando esa extraña pena que había sentido al ver a su mayor enemigo muerto a sus pies.
—Cuando murió, no podíamos creerlo —maulló Guijarro con expresión aturdida, como si estuviese compartiendo el recuerdo de Estrella de Fuego—. Pensábamos que nada podría vencer jamás a Estrella de Tigre. Cuando, tras su muerte, el Clan de la Sangre atacó nuestro campamento, estábamos demasiado conmocionados para luchar, aunque no todos nos marchamos. Algunos gatos consideraron que sería más seguro unirse a Azote. Colmillo Roto, por ejemplo. —La voz de Guijarro se tornó más amarga—. Valdría la pena pelear contra el Clan de la Sangre para poder clavar las garras en el pellejo de ese traidor.
—Entonces, ¿lo haréis? —Estrella de Fuego miró alrededor y descubrió que todos los gatos del claro se habían acercado y estaban escuchando en silencio. Sólo Patas Negras y Cebrado se mantenían a distancia, al borde de la multitud—. ¿Estaréis mañana con nosotros y con el Clan del Viento?
Los gatos siguieron en silencio, esperando que Estrella Leopardina hablara.
—No lo sé —contestó la líder—. Puede que la batalla ya esté perdida. Necesito tiempo para pensar.
—No queda mucho tiempo —señaló Tormenta de Arena.
Estrella de Fuego reunió a sus guerreros con un movimiento de la cola y les indicó que fueran a un lado del claro.
—Piénsalo ahora, Estrella Leopardina —maulló—. Nosotros esperaremos.
La líder del Clan del Río le lanzó una mirada desafiante, como si fuera a insistir en tomarse todo el tiempo que necesitara, pero no dijo nada. En vez de eso, llamó a dos o tres de sus guerreros y empezó a hablar con ellos en voz baja. Con los ojos ardiendo de furia, Patas Negras se abrió paso para unirse al grupo. El resto de los gatos permanecieron en un silencio helado y abatido, y Estrella de Fuego no pudo evitar preguntarse qué clase de fuerza de combate formarían.
—¿Cómo pueden ser tan descerebrados? —gruñó Nimbo Blanco—. ¿Qué tienen que debatir? Estrella Leopardina dice que no pueden marcharse sin peligro… así que ¿qué otra cosa pueden hacer aparte de luchar?
—Cállate, Nimbo Blanco… —ordenó Estrella de Fuego.
—Estrella de Fuego —lo interrumpió la voz de Zarzo. Al volverse, el líder vio a su aprendiz a una cola de distancia, con Zarpa Trigueña al lado—. Zarpa Trigueña quiere hablar contigo.
La joven gata le sostuvo la mirada sin achicarse, y a Estrella de Fuego le recordó a su formidable madre, Flor Dorada.
—Tú dirás, Zarpa Trigueña.
—Zarzo dice que debería contarte por qué me marché del Clan del Trueno —maulló la aprendiza sin preámbulos—. Pero tú ya lo sabes, ¿verdad? Quería que me juzgaran por lo que soy, no por lo que hizo mi padre. Necesitaba sentir que pertenecía a algún sitio.
—Nadie pensaba que no pertenecieras al Clan del Trueno —protestó Estrella de Fuego.
Zarpa Trigueña se le encaró con ojos destellantes.
—Estrella de Fuego, yo no lo creo —replicó—. Y tú tampoco.
El líder sintió que le quemaba la piel de culpabilidad.
—Cometí un error —admitió—. Cuando os miraba, a ti y a tu hermano, sólo podía ver a vuestro padre. A otros gatos les sucedía lo mismo. Pero yo no quería que te marcharas.
—Otros gatos sí —maulló la aprendiza en voz baja.
—Zarpa Trigueña todavía puede volver al Clan del Trueno, ¿verdad? —suplicó Zarzo.
—Espera un momento —lo interrumpió ella bruscamente—. No estoy preguntando si puedo volver. Lo único que deseo es ser un miembro leal en mi nuevo clan. —Le brillaban los ojos—. Quiero ser la mejor guerrera posible —continuó—, y eso no podrá ser en el Clan del Trueno.
Estrella de Fuego casi no soportó ver todo el valor y la lealtad que se estaban perdiendo.
—Lamento que abandonaras el Clan del Trueno —maulló— y te deseo lo mejor, Zarpa Trigueña. Creo realmente que si los cuatro clanes luchan juntos mañana, podremos recuperar el bosque. El Clan de la Sombra sobrevivirá, y será un clan del que puedas estar orgullosa… un clan que estará orgulloso de ti.
Zarpa Trigueña asintió con la cabeza.
—Gracias.
Zarzo parecía destrozado, pero Estrella de Fuego sabía que no había nada más que decir. Entonces captó el sonido de su nombre: al darse la vuelta, vio que Estrella Leopardina se dirigía hacia él por el claro.
—He tomado una decisión —maulló la líder.
Sintió que el corazón empezaba a martillearle. Todo dependía de la decisión de la gata. Sin el apoyo del Clan del Río y el Clan de la Sombra (incluso con sus guerreros en un estado penoso), no había esperanza de expulsar al Clan de la Sangre del bosque. Los segundos que tardó Estrella Leopardina en llegar a su lado se le antojaron una luna.
—El Clan del Río luchará mañana contra el Clan de la Sangre —anunció la gata.
—Y el Clan de la Sombra también —añadió Patas Negras, avanzando tras ella. Lanzó una mirada a Estrella Leopardina, defendiendo silenciosamente su propia autoridad.
Aunque Estrella de Fuego se sintió aliviado porque los líderes hubieran decidido pelear, notó algunas miradas inseguras entre los otros gatos. Cebrado fue el único en expresarlo en voz alta.
—Estáis todos locos —bufó—. ¿Vais a uniros a un minino casero? Bueno, pues yo no voy a seguirlo, diga lo que diga ningún gato.
—Tú obedecerás mis órdenes —le espetó Estrella Leopardina.
—Oblígame —replicó Cebrado—. Tú no eres mi líder.
Durante unos segundos, Estrella Leopardina lo miró con frialdad. Luego se encogió de hombros.
—Gracias al Clan Estelar que no lo soy. Eres de tanta utilidad como un zorro muerto. Muy bien, Cebrado, haz lo que te dé la gana.
El atigrado oscuro vaciló, mirando a Estrella Leopardina y Patas Negras varias veces, y luego a los gatos de alrededor. Los guerreros seguían murmurando entre sí y nadie le prestaba atención.
Cebrado volvió a mirar a Estrella Leopardina como si fuera a hablar, pero la líder ya le había dado la espalda. El atigrado giró en redondo lanzando un gruñido rencoroso a Estrella de Fuego.
—¡Imbéciles! Mañana acabaréis hechos pedazos.
Se alejó en medio de un completo silencio. Los gatos se separaron para dejarlo pasar y se quedaron mirándolo hasta que desapareció entre los carrizos. Estrella de Fuego se preguntó adónde podría ir el solitario guerrero.
Estrella Leopardina dio un paso adelante.
—Juro por el Clan Estelar que mañana al amanecer nos encontraremos con vosotros en los Cuatro Árboles. Lucharemos junto a vosotros y el Clan del Viento contra el Clan de la Sangre. —Más briosamente, añadió—: Sombra Oscura, organiza algunas partidas de caza, ¿quieres? Necesitaremos todas nuestras fuerzas para mañana.
Una gata gris oscuro del Clan del Río sacudió la cola y empezó a moverse entre los gatos, eligiendo guerreros para las patrullas.
Estrella Leopardina miró a la Colina de Huesos con profunda tristeza, y un escalofrío recorrió su pelaje moteado.
—Debemos derribar esto —murmuró—. Pertenece a un tiempo más negro.
Hundió las garras en el montón de huesos de presas. Despacio y con cautela, como si todavía pensaran que Estrella de Tigre podía aparecer y acusarlos de traición, se le unieron sus guerreros. Hueso a hueso, el montón fue esparcido por el claro. Patas Negras y algunos miembros del Clan de la Sombra se quedaron observando a cierta distancia. El rostro del lugarteniente estaba en sombras, de modo que resultaba imposible saber qué estaría pensando.
Estrella de Fuego se llevó a sus guerreros. Había logrado lo que se había propuesto y no podía dejar de admirar el coraje de Estrella Leopardina. Pero, en vez de satisfacción, sintió una especie de oscuro presentimiento al lanzar una última mirada a los dos clanes del claro.
«¿Y si los he condenado a muerte a todos ellos?».