Cuando Estrella de Fuego salió de su guarida a la mañana siguiente, el campamento ya bullía de actividad. Musaraña se disponía a salir a la cabeza de una patrulla. Tormenta de Arena estaba reuniendo a los tres hijos de Sauce, que saltaron a su alrededor con un entusiasmo desbocado cuando la guerrera los condujo hacia el túnel de aulagas, de camino a la hondonada de entrenamiento. Vaharina y los dos aprendices del Clan del Río los siguieron. Fronde Dorado se cruzó con ellos en la entrada del campamento, con una pieza de carne fresca en la boca.
Estrella de Fuego vio a Tormenta Blanca con Zarzo y Ceniciento junto al muro de espino que rodeaba el campamento, y se encaminó hacia ellos. El guerrero veterano fue a su encuentro.
—Voy a encargar a estos dos aprendices que inspeccionen las defensas y tapen cualquier agujero —maulló—. Si el Clan de la Sangre llega hasta aquí… —Se interrumpió, con inquietud en sus ojos azules.
—Buena idea.
El líder reprimió un estremecimiento ante la idea del Clan de la Sangre irrumpiendo en el campamento. Se volvió de golpe al detectar movimiento en el túnel de aulagas, y lanzó una mirada de asombro a Tormenta Blanca al ver cómo aparecía Cuervo, seguido de Centeno. El solitario blanco y negro nunca había estado en el campamento del Clan del Trueno.
Dejó a su lugarteniente para que acabara de instruir a los aprendices, y se dirigió a los recién llegados. Cuervo corrió hacia él con confianza, pero Centeno se quedó rezagado, mirando con cautela alrededor, como si no estuviera seguro de que fueran a recibirlo bien.
—Tenemos que hablar contigo —soltó Cuervo—. Anoche nos encontramos con Bigotes en la frontera de su territorio y nos contó lo de Azote y el Clan de la Sangre. —Se le erizó el pelo de los omóplatos—. Podemos ayudaros, pero, más importante que eso, Centeno tiene información para ti.
Estrella de Fuego los saludó con la cabeza.
—Me alegro de veros a los dos. Y agradecemos cualquier ayuda que podamos tener. Quizá sea mejor que vayamos a mi guarida.
Centeno se relajó ante el amistoso recibimiento de Estrella de Fuego, y los dos solitarios siguieron al líder al hueco que había bajo la Peña Alta. El sol de primera hora de la mañana entraba oblicuamente en la pacífica guarida. Estrella de Fuego casi podía olvidar la amenaza de Azote y sus sanguinarios secuaces, pero la expresión seria de sus visitantes le recordó con crudeza la sombra que se cernía sobre el futuro del bosque.
—¿Qué ocurre? —preguntó en cuanto los solitarios estuvieron acomodados.
Cuervo miraba alrededor casi reverencialmente; Estrella de Fuego supuso que estaba acordándose de Estrella Azul, preguntándose cómo el aprendiz que había entrenado con él había acabado ocupando el puesto de la antigua líder. Sin embargo, Centeno parecía incómodo sentado sobre sus patas.
—Yo nací en el poblado de Dos Patas —empezó el solitario en voz baja—. Conozco de sobra a Azote y sus guerreros. Yo… supongo que podría decirse que he sido miembro del Clan de la Sangre.
Eso despertó el interés de Estrella de Fuego.
—Continúa.
—Lo primero que recuerdo es jugar con mis hermanos en un descampado —explicó Centeno—. Nuestra madre nos enseñó a cazar y a buscar comida entre la basura de los Dos Patas. Más tarde nos enseñó a defendernos por nosotros mismos.
—¿Vuestra madre fue la mentora de todos vosotros? —preguntó Estrella de Fuego sorprendido.
Centeno asintió.
—El Clan de la Sangre no tiene establecido un sistema de mentores y aprendices. No es un clan en el sentido en que lo entendéis los gatos del bosque. La mayor parte de los gatos siguen a Azote porque es el más fuerte y el más cruel, y Hueso es una especie de lugarteniente, en la medida en que se encarga del trabajo sucio de Azote.
—¿Hueso? ¿Es un gato grande blanco y negro? Estaba en los Cuatro Árboles.
—Sí, debe de ser él. —La voz del solitario estaba cargada de repugnancia—. Es casi tan malo como Azote. Si algún gato no hace lo que le ordenan, lo expulsan, o más probablemente lo matan.
Estrella de Fuego se quedó mirándolo sin pestañear.
—¿Y qué me dices del cuidado de los cachorros y los veteranos?
Centeno se encogió de hombros.
—Lo habitual es que el compañero de una gata cace para ella mientras está amamantando a su camada —maulló—. Incluso Azote comprende que, si no hay cachorros, antes o después dejará de haber clan. Pero los veteranos, o los enfermos o heridos… bueno, quedan abandonados y han de arreglárselas por su cuenta. Es morir o matar, cazar o morir de hambre. No hay espacio para la debilidad.
Estrella de Fuego sintió que se le erizaba hasta el último pelo ante la idea de un clan que no se preocupaba de los miembros necesitados, donde se dejaba morir a los gatos que habían prestado un buen servicio si no podían cuidar de sí mismos.
—Entonces, ¿por qué siguen a Azote? —preguntó.
—Algunos disfrutan matando —contestó Centeno con tono frío y ojos sombríos, clavados en algo que Estrella de Fuego no podía ver—. Y otros tienen demasiado miedo para hacer otra cosa. En el poblado Dos Patas no puedes llevar tu propia vida si no eres un minino doméstico con una casa a la que ir. O estás con Azote o contra él, y los gatos que están contra él no duran.
Cuervo se arrimó más a su amigo para pegar el hocico a su costado y consolarlo.
—Por eso se marchó Centeno, ¿verdad? —maulló—. Cuéntaselo a Estrella de Fuego.
—No hay mucho que contar. —Centeno se estremeció, encogiéndose ante algún recuerdo oscuro—. Yo no soportaba lo que Azote estaba haciendo, de modo que una noche me escapé. Me aterraba pensar que Azote o uno de sus guerreros me atrapara, pero llegué hasta el final del poblado Dos Patas y crucé el Sendero Atronador. Capté olor de gatos en el bosque y pensé que serían como Azote y sus compinches, de forma que me mantuve alejado de ellos. Y al final llegué a la granja, donde me pareció que podría vivir tranquilo. Los Dos Patas me dejan en paz; los ratones no les sirven para nada.
Guardó silencio mientras Estrella de Fuego pensaba a toda prisa. Las palabras de Centeno confirmaban lo que él ya sabía: que Azote era un enemigo violento y peligroso.
—Azote debe de tener algún punto débil —le dijo a Centeno—. Debe de haber alguna manera de vencerlo.
Centeno lo miró a los ojos y se inclinó hacia él.
—Su gran fuerza es su gran debilidad —contestó—. Azote y sus guerreros no creen en el Clan Estelar.
Estrella de Fuego se preguntó qué quería decir. Nimbo Blanco no creía en el Clan Estelar, pero aun así era un leal miembro del Clan del Trueno. ¿Qué estaba intentando decirle Centeno?
—El Clan de la Sangre no tiene curandero —continuó el solitario—. Ya te he contado que no se preocupan de los enfermos, y si no creen en el Clan Estelar, no pueden ver las señales ni interpretarlas.
—Entonces… ¿no siguen el código guerrero? —Estrella de Fuego comprendió que había hecho una pregunta absurda. Todo lo que Centeno le había dicho, todo lo que había visto por sí mismo en el comportamiento de Azote y sus gatos, parecía confirmar sus palabras—. ¿Y dices que eso es una debilidad? Lo único que significa es que pueden hacer lo que les plazca, sin un código de honor que los frene.
—Es cierto. Pero piénsalo, Estrella de Fuego: sin el código guerrero, tú podrías ser tan sanguinario como Azote. Incluso podrías ser mejor a la hora de combatirlo, pero sin la fe en el Clan Estelar… ¿qué eres?
Miró a Estrella de Fuego a los ojos fijamente. Al líder le dio vueltas la cabeza. Después de saber aquello, aún temía más al Clan de la Sangre, pero, no obstante, en su mente había una tenue chispa de esperanza, como si el Clan Estelar estuviera tratando de decirle algo que no podía entender… todavía.
—Gracias, Centeno —maulló—. Pensaré en lo que me has contado. Y no olvidaré que has intentado ayudarnos.
—Eso no es lo único que vamos a hacer. —Cuervo se puso en pie—. Bigotes nos dijo que vais a enfrentaros a Azote en combate dentro de tres días… dos días ya. Cuando lo hagáis, nosotros dos estaremos con vosotros.
El líder lo miró boquiabierto.
—Pero sois solitarios —protestó—. Ésta no es vuestra guerra…
—Vamos, Estrella de Fuego —lo interrumpió Centeno—. Si Azote y sus secuaces se apoderan del bosque, ¿cuánto crees que duraríamos nosotros? No tardarían ni un cuarto de luna en encontrar nuestro granero y todos sus rollizos ratones. Nos darían a elegir entre largarnos o morir.
—Preferimos pelear por nuestros amigos —añadió Cuervo en voz baja.
—Gracias. —Estrella de Fuego se sintió abrumado por la profunda lealtad de los dos solitarios—. Todos los clanes os honrarán.
Centeno soltó un resoplido.
—Lo único que quiero es tener una vida tranquila… pero eso no será posible hasta que se resuelva lo del Clan de la Sangre.
—No lo será para ninguno de nosotros —coincidió Estrella de Fuego agitando las orejas—. No hay esperanza para nadie mientras Azote esté en el bosque.
Estrella de Fuego se había despedido de Cuervo y Centeno, y se encaminaba a la hondonada arenosa a supervisar el programa de entrenamiento, cuando vio a Rabo Largo y Escarcha bajando el barranco. Se detuvo a esperarlos.
—¿Alguna novedad? —preguntó.
Rabo Largo asintió.
—Hemos seguido la frontera con el Clan de la Sombra hasta los Cuatro Árboles —informó—. Se nota el hedor del Clan de la Sangre procedente del territorio del Clan de la Sombra. Detectas ese apestoso olor incluso desde el Sendero Atronador.
—Deben de estar escondidos allí —intervino Escarcha.
—Eso tiene sentido —maulló el líder pensativo—. Pero ¿adónde se ha marchado el Clan de la Sombra?
—A eso iba ahora —dijo Rabo Largo con los ojos dilatados de impaciencia—. Hemos captado su olor en los Cuatro Árboles… el olor de muchos gatos viajando en la misma dirección. Creo que han cruzado al territorio del Clan del Río.
—De modo que se han ido con sus aliados del Clan del Río —musitó Estrella de Fuego.
Se preguntó qué clase de recibimiento les habrían dispensado. ¿Estrella Leopardina intentaría recuperar su antigua autoridad ahora que Estrella de Tigre estaba muerto?
Se encogió de hombros. Ya tenía bastantes problemas como para preocuparse por los de Estrella Leopardina.
—Gracias, Rabo Largo —maulló—. Necesitábamos saber eso. Ahora id a comer algo.
Asintiendo, Rabo Largo se encaminó al túnel de aulagas con Escarcha a la zaga. Estrella de Fuego se quedó mirándolos, y cuando la punta de la cola de Escarcha desapareció, se fue a ver cómo entrenaban sus gatos.
Látigo Gris estaba en lo alto de un saliente rocoso, desde donde observaba a los aprendices. Plantó las orejas a modo de saludo cuando Estrella de Fuego se reunió con él.
—¿Cómo va? —preguntó el líder.
—No podría ir mejor. Si Azote pudiera vernos, saldría disparado de nuevo al poblado Dos Patas con el rabo entre las piernas.
El guerrero gris exhibía una expresión de tozuda determinación que Estrella de Fuego recordaba de los días de su relación prohibida con Corriente Plateada. Por un segundo deseó poder contarle que había visto a Corriente Plateada mientras soñaba junto a la Piedra Lunar, pero eso no mitigaría el dolor de su amigo. La bella gata gris estaba muerta, y Estrella de Fuego esperaba que su amigo tardara mucho tiempo en reunirse con ella entre las filas del Clan Estelar.
—Por lo menos —continuó Látigo Gris—, somos la mejor fuerza de combate que este bosque ha visto jamás. —Se le dilataron los ojos al reparar en una pelea simulada entre Zarzo y Espinardo—. Espera un momento; tengo que hacerle un comentario a Zarzo sobre ese mandoble con las zarpas.
Saltó de la roca para cruzar el claro, y Estrella de Fuego se quedó mirando alrededor. Cerca de él, Cola Pintada y Orejitas estaban moviéndose en círculos frente a frente, esperando una oportunidad para saltar. Tormenta de Arena estaba instruyendo a los tres cachorros de Sauce en el otro extremo del claro. Estrella de Fuego se acercó para observar y oyó que la gata melada maullaba:
—De acuerdo, yo soy un guerrero del Clan de la Sangre y acabo de irrumpir en el campamento. ¿Qué vais a…?
La última palabra se convirtió en un chillido cuando Acederilla dio un salto para morderle la cola. Tormenta de Arena giró en redondo, levantando una zarpa con las uñas envainadas, pero, antes de que pudiera librarse de Acederilla con un manotazo, sus dos hermanos se abalanzaron sobre ella por detrás. La guerrera desapareció bajo una agitada masa de cachorros.
Para cuando Estrella de Fuego llegó a su lado, Tormenta de Arena estaba quitándoselos de encima, con un brillo risueño en sus ojos verdes.
—¡Bien hecho! —exclamó la gata—. Si de verdad hubiera sido un guerrero del Clan de la Sangre, ahora mismo habría salido corriendo aterrorizado. —Volviéndose hacia Estrella de Fuego, añadió—: Hola. ¿Has visto a estos tres? ¡Dentro de unas lunas serán unos magníficos guerreros!
—Estoy seguro de eso —maulló él—. Estáis haciéndolo muy bien —los alabó—. Y nadie podría enseñaros mejor que Tormenta de Arena.
—Cuando sea aprendiza, quiero a Tormenta de Arena de mentora —declaró Acederilla—. ¿Podrá ser, Estrella de Fuego?
—¡No! ¡La quiero yo! —protestó uno de sus hermanos.
—¡No, yo! —replicó el otro.
Tormenta de Arena rió negando con la cabeza.
—Ya decidirá Estrella de Fuego quiénes son vuestros mentores —contestó—. Ahora dejadle ver cómo practicáis los movimientos de defensa.
El líder observó cómo los cachorros simulaban atacarse entre sí y defenderse. Aunque estaban emocionados, consiguieron recordar lo que Tormenta de Arena les había enseñado, esquivando los golpes expertamente o lanzándose contra el oponente para darle una rápida dentellada.
—Son muy buenos —comentó Tormenta de Arena con voz queda—. Especialmente la pequeña Acederilla. —Mirando de reojo a Estrella de Fuego, añadió—: Si me pidieras que fuese su mentora, no te diría que no.
—Que quede entre tú y yo: Acederilla es tuya en cuanto llegue el momento —prometió el líder guiñándole un ojo.
Aunque Tormenta de Arena, los cachorros y todo el clan se hallaban al borde del desastre, Estrella de Fuego no pudo contener una oleada de orgullo y esperanza. Restregando el hocico contra el costado de Tormenta de Arena, murmuró:
—Ganaremos la batalla. Tengo que creer en eso.
La guerrera no contestó con palabras, pero la mirada que le dedicó lo decía todo.
Dejando que Tormenta de Arena siguiera con su lección, Estrella de Fuego cruzó la hondonada hasta el extremo más alejado, donde Nimbo Blanco y Centella estaban entrenando con Ceniciento y Manto Polvoroso. Centella acababa de derribar a Manto Polvoroso; el guerrero se levantó escupiendo arena y exclamó:
—¡No he visto venir ese movimiento! Enséñamelo otra vez.
Centella se agazapó, pero se relajó al ver a Estrella de Fuego.
Nimbo Blanco se acercó al líder con la cola bien alta.
—¿Lo has visto? —preguntó orgulloso—. Ahora Centella pelea realmente bien.
—Continúa —animó Estrella de Fuego a la gata—. Esto parece interesante.
Centella lo miró nerviosa con su ojo bueno y luego volvió a concentrarse. Manto Polvoroso estaba intentando acercarse con sigilo por su lado ciego, pero ella no dejaba de moverse de un lado a otro para tenerlo siempre a la vista. Cuando el guerrero saltó, la gata se lanzó por debajo de sus zarpas extendidas y lo golpeó en las patas traseras para tirarlo de nuevo al suelo.
—Ya sé por qué te llaman Manto Polvoroso —bromeó Nimbo Blanco cuando el guerrero marrón se levantó sacudiéndose el pelo.
—¡Bien hecho, Centella! —exclamó Estrella de Fuego. Luego agitó las orejas para tener unas palabras aparte con Nimbo Blanco—. Esperaba que estuvieras aquí —le dijo a su sobrino—. Voy a visitar a Princesa, y pensaba que quizá quisieras acompañarme.
Nimbo Blanco tensó las orejas.
—¿Vas a avisarla?
—Sí. Con el Clan de la Sangre al acecho, ella debería saber el peligro que suponen. Sé que no suele salir al bosque, pero incluso así…
—Enseguida estoy contigo —maulló Nimbo Blanco, y se fue a hablar con Centella.
Al cabo de un instante, los dos gatos se encaminaron al pinar. Estrella de Fuego se despidió de Látigo Gris al salir de la hondonada. El pálido sol de la estación sin hojas incidía sobre las cenizas que aún quedaban del incendio. Las pocas plantas que habían vuelto a crecer estaban secas y consumidas, y no había el menor rastro de presas. El líder pensó que aquella estación sin hojas ya habría sido bastante dura sin el problema añadido del Clan de la Sangre.
Cuando alcanzaron las viviendas Dos Patas donde vivía Princesa, Estrella de Fuego se sintió aliviado al ver a la bonita atigrada sobre la valla del jardín. La gata soltó un chillido de bienvenida mientras él recorría la zona de campo abierto desde el lindero del bosque y saltaba a la valla. Nimbo Blanco lo siguió en un par de segundos.
—¡Corazón de Fuego! —exclamó Princesa, restregando el hocico contra su costado—. ¡Y Nimbo Blanco! Qué alegría veros a los dos. ¿Estáis bien?
—Sí, estamos bien —contestó su hermano.
—Ahora es el líder del clan —informó Nimbo Blanco—. Tienes que llamarlo Estrella de Fuego.
—¿Líder del clan? ¡Eso es maravilloso!
Princesa emitió un profundo ronroneo, encantada. Estrella de Fuego sabía que estaba orgullosa de él aun sin entender realmente lo que eso significaba: ni la pena por la muerte de Estrella Azul, ni la pesada carga de las responsabilidades del liderazgo.
—Me alegro mucho por ti —siguió Princesa—. Pero estáis muy delgados los dos —añadió dubitativa, separándose para examinar a su hermano y a su hijo—. ¿Estáis comiendo como es debido?
Ésa era una pregunta difícil de responder. Estrella de Fuego y todos los gatos de clan estaban acostumbrados a pasar hambre en la dura estación sin hojas, pero Princesa no tenía manera de saber lo escasas que eran las presas, pues sus Dos Patas le daban todos los días la misma comida para mascotas.
—Lo llevamos bastante bien —replicó Nimbo Blanco con impaciencia, antes de que Estrella de Fuego pudiera contestar—. Pero hemos venido a decirte que te mantengas alejada del bosque. Hay gatos malvados rondando por ahí.
Estrella de Fuego le lanzó una mirada irritada al impetuoso guerrero. Él habría intentado buscar una manera más delicada de advertir a Princesa.
—Han venido al bosque gatos del poblado de Dos Patas —explicó, pegándose al costado de su hermana para reconfortarla—. Son criaturas feroces, pero deberían dejarte en paz.
—Los he visto merodeando entre los árboles —respondió Princesa en voz baja—. Y he oído historias sobre ellos. Por lo visto, matan incluso a perros y a otros gatos.
Al recordar los colmillos que tachonaban el collar de Azote, Estrella de Fuego pensó que las historias eran ciertas. Y dentro de poco habría más muertes causadas por Azote.
—Todos los buenos narradores exageran —le dijo a Princesa, con la esperanza de sonar convincente—. No tienes por qué preocuparte, pero sería mejor que no salieras de tu jardín.
Princesa le sostuvo la mirada sin titubear, y Estrella de Fuego supo que, por una vez, no la había engañado con su tono confiado.
—Lo haré —prometió su hermana—. Y avisaré a los demás gatos domésticos.
—Bien —maulló Nimbo Blanco—. Y no te inquietes por nada. Pronto nos libraremos del Clan de la Sangre.
—¡El Clan de la Sangre! —repitió Princesa con un escalofrío—. Estrella de Fuego, estáis en peligro, ¿no es cierto?
Su hermano asintió, pues de repente no le apetecía tratarla como a una blandengue minina casera, incapaz de enfrentarse a la verdad.
—Sí —confesó—. El Clan de la Sangre nos ha dado tres días para abandonar el bosque. No tenemos intención de marcharnos, y eso significa que deberemos luchar contra ellos.
Princesa siguió mirándolo larga y pensativamente. Le tocó una cicatriz del costado con la punta de la cola, una vieja herida de una batalla de hacía tanto que él había olvidado cuál era. Estrella de Fuego tuvo una repentina visión de qué aspecto debía de presentar ante su hermana: flaco y desaliñado, a pesar de sus fibrosos músculos, con sus marcas de combate, un constante recordatorio de la dureza de la vida en el bosque.
—Sé que harás todo lo que puedas —maulló Princesa con voz queda—. El clan no podría tener un líder mejor.
—Espero que tengas razón —maulló Estrella de Fuego—. Ésta es la peor amenaza a la que el clan ha tenido que enfrentarse jamás.
—Y tú la superarás; sé que lo harás. —Princesa le lamió la oreja y se restregó contra él. El líder captó su olor a miedo, pero ella permaneció tranquila, y sus delicados rasgos, insólitamente serios—. Regresa sano y salvo, Estrella de Fuego —susurró la gata—. Por favor.