Mudo de la impresión, Estrella de Fuego contempló cómo Azote daba media vuelta y se internaba en las líneas de sus propios guerreros. Los gatos del Clan de la Sangre fueron tras él en silencio y desaparecieron entre los arbustos sin apenas un susurro. Estrella de Fuego siguió su marcha a través del movimiento de la vegetación, y al cabo no quedó ni rastro de ellos.
El joven líder bajó la mirada hacia el cuerpo de Estrella de Tigre. El enorme atigrado estaba despatarrado y mostraba los colmillos en un último gruñido de desafío a la muerte. Los ojos ámbar que abrasaban con salvaje ambición estaban ahora inexpresivos y ciegos.
Ante la muerte de su enemigo, Estrella de Fuego pensó que debería sentirse triunfante. Desde hacía mucho tiempo, sabía que la única esperanza de paz en el bosque pasaba por la muerte de aquel gato. Pero siempre había imaginado que sería él quien lo abatiría, arriesgando su vida en un combate contra el gigantesco guerrero. En vez de eso, ahora que Estrella de Tigre yacía ante él, manchándole las patas con su sangre, se descubrió embargado por la sensación más extraña de todas: pena. Estrella de Tigre había recibido del Clan Estelar toda la fuerza, destreza e inteligencia para convertirse en un felino realmente grande, una leyenda entre los gatos. Pero había empleado mal sus dones, había asesinado, mentido y tramado venganza, hasta que su ambición lo había conducido a aquel espantoso final. Y nada se había solucionado. El destino de los clanes todavía estaba pendiente de un hilo y la marea de sangre seguía fluyendo.
«Necesitamos tu fuerza, Estrella de Tigre —susurró Estrella de Fuego para sí mismo—. Al igual que necesitamos a todos los gatos que puedan luchar para expulsar al Clan de la Sangre del bosque».
Se dio cuenta de que había otro gato a su lado, y al volverse vio a Látigo Gris. El resto del Clan del Trueno seguía en formación de combate en el otro extremo del claro, con Estrella Alta y los guerreros del Clan del Viento a su lado.
—¿Estrella de Fuego? —Los ojos amarillos de su amigo estaban dilatados de miedo—. ¿Te encuentras bien?
Estrella de Fuego se dio una sacudida.
—Lo estaré. No te preocupes, Látigo Gris. Vamos… Tengo que hablar con Estrella Alta.
Látigo Gris lanzó una ojeada al cadáver del líder del Clan de la Sombra y se estremeció de arriba abajo.
—No quiero volver a ver algo así nunca más —maulló con voz ronca.
—Si no nos deshacemos de Azote, probablemente tendrás que volver a verlo —respondió Estrella de Fuego.
Se encaminó despacio hacia el líder del Clan del Viento, pensando mientras cruzaba el claro. Cuando se encontró delante de Estrella Alta, vio su misma conmoción reflejada en los ojos del gato veterano.
—No puedo creer lo que acabo de presenciar —dijo el líder del Clan del Viento—. Nueve vidas segadas… como si nada.
Estrella de Fuego asintió.
—Nadie te culparía si tomaras a tu clan y os marcharais del bosque en busca de otro sitio donde vivir.
No dudaba del valor de Estrella Alta, pero se sentía incapaz de dar por sentado que se quedaría a enfrentarse con un enemigo tan terrible.
Estrella Alta se puso rígido y erizó el pelo del cuello.
—El Clan del Viento fue expulsado del bosque una vez —bufó—. Nunca más. Nuestro territorio es nuestro y pelearemos por él. ¿El Clan del Trueno está con nosotros?
Incluso antes de contestar, Estrella de Fuego oyó un murmullo de sus propios gatos, una mezcla de desafío y determinación.
—Pelearemos —prometió—. Y estaremos orgullosos de hacerlo hombro con hombro con el Clan del Viento.
Los dos líderes se miraron a los ojos, y vio que Estrella Alta compartía el temor que ninguno de los dos había mencionado: que su decisión de luchar contra los gatos invasores podía significar la destrucción de sus dos clanes.
—Ahora vamos a prepararnos —maulló Estrella Alta al cabo—. Volveremos a vernos aquí dentro de tres días, al amanecer.
—Al amanecer —repitió Estrella de Fuego—. Ojalá el Clan Estelar esté con nosotros.
Se quedó mirando cómo los gatos del Clan del Viento ascendían la ladera y luego se volvió hacia sus guerreros. Parecían abatidos, con los ojos dilatados de recelo, pero, aun así, Estrella de Fuego sabía que ninguno de ellos se acobardaría ante la batalla que se avecinaba. Lo habían seguido a los Cuatro Árboles esperando pelear, y aunque sus enemigos eran más aterradores de lo que nadie habría imaginado, los desafiarían igualmente para conservar el bosque que amaban.
—Estoy muy orgulloso de vosotros —maulló Estrella de Fuego con voz queda—. Si hay gatos que puedan expulsar al Clan de la Sangre, ésos sois vosotros.
Tormenta de Arena se le acercó y restregó el hocico contra su omóplato.
—Contigo liderándonos, haremos cualquier cosa —declaró la gata.
Durante un momento, Estrella de Fuego se sintió demasiado abrumado para responder. En vez de levantarle el ánimo, las expectativas de sus guerreros se le antojaron un peso aplastante.
—Volvamos al campamento —logró maullar por fin—. Tenemos mucho que hacer. Látigo Gris, Nimbo Blanco, id por delante inspeccionando el terreno. No me extrañaría que Azote nos tendiera una emboscada.
Los dos guerreros se alejaron en dirección al campamento del Clan del Trueno. Al cabo de unos momentos, Estrella de Fuego abrió la marcha seguido de todos sus gatos, tras situar a Manto Polvoroso en la retaguardia para que vigilara. Mientras atravesaban el bosque a toda prisa, Estrella de Fuego sintió que podía notar los fríos y malignos ojos de Azote siguiendo sus pasos. En otra ocasión, cuando la manada de perros andaba suelta, Estrella de Fuego se había sentido como una presa en el bosque, aunque ahora su enemigo tenía un rostro todavía más horrible porque pertenecía a su propia especie.
Pero si el líder del Clan de la Sangre estaba observándolos, no dio señales de ello, y el Clan del Trueno llegó al barranco sin contratiempos.
Estrella de Fuego advirtió que Zarzo había empezado a quedarse rezagado, arrastrando la cola por el suelo.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó con delicadeza.
Zarzo alzó los ojos hacia su mentor, que vio que estaba profundamente conmocionado y acongojado.
—Yo creía que odiaba a mi padre —maulló el aprendiz en voz baja—. No quería unirme a su clan, pero no quería que muriese de esa manera.
—Lo sé. —Estrella de Fuego restregó el hocico contra su costado—. Pero ahora ya ha terminado todo, y tú te has librado de él.
Zarzo giró la cabeza.
—Creo que nunca me libraré de él —murmuró—. Ni siquiera ahora que está muerto, nadie olvidará que soy su hijo. ¿Y qué me dices de Zarpa Trigueña? —Se le quebró la voz—. ¿Cómo pudo tomar la decisión de ir tras él?
—No lo sé. —Estrella de Fuego comprendía el dolor que debía de haberle causado la traición de su hermana—. Pero, si superamos esta situación, te prometo que buscaremos el modo de hablar con ella.
—¿Significa eso que la dejarías regresar al Clan del Trueno?
—No puedo asegurarte nada —admitió el líder—. Además, ni siquiera sabemos si Zarpa Trigueña quiere regresar. Pero escucharé lo que tenga que decir y haré todo lo que pueda por ella.
—Gracias, Estrella de Fuego. —Zarzo sonaba cansado y vencido—. Supongo que eso es más de lo que mi hermana se merece.
Inclinó la cabeza ante su mentor y se encaminó al túnel de aulagas.
Estrella de Fuego observó desde la Peña Alta cómo los gatos del clan salían de sus guaridas y se reunían a sus pies. Por sus expresiones horrorizadas, supo que las noticias sobre la amenaza del Clan de la Sangre y la espantosa muerte de Estrella de Tigre ya se habían propagado por todo el campamento. Sabía que su obligación era infundirles esperanza y valentía, pero ignoraba si podría hacerlo cuando tenía tan poca para sí mismo.
El sol estaba descendiendo, y la roca proyectaba una larga sombra por el suelo arenoso del claro. Con los rayos escarlata del atardecer, resultaba fácil imaginar que el campamento ya estaba bañado en sangre. Se preguntó si no sería una señal del Clan Estelar, si todos sus amigos y guerreros serían aniquilados. Después de todo, los espíritus de sus antepasados no habían dado muestras de ira mientras Azote arrebataba a Estrella de Tigre sus nueve vidas y dejaba que su sangre corriera por el suelo sagrado de los Cuatro Árboles.
«No», se dijo a sí mismo. Pensar así era desesperarse y no servía para nada. Tenía que seguir creyendo que se podía derrotar al Clan de la Sangre.
Tras aclararse la garganta, empezó a hablar:
—Gatos del Clan del Trueno, ya habéis oído hablar de la amenaza a la que nos enfrentamos. El Clan de la Sangre ha venido del poblado Dos Patas para reclamar el bosque. Quieren que nos vayamos y que dejemos que se apoderen de él sin presentar batalla. Pero dentro de tres días nos uniremos al Clan del Viento para que el Clan de la Sangre tenga que pelear por cada palmo de bosque.
En el claro, Nimbo Blanco se levantó de un salto y aprobó sus palabras con un maullido. Varios gatos se le unieron, pero Estrella de Fuego vio que algunos se miraban dubitativos, como si no estuvieran seguros de poder sobrevivir contra el Clan de la Sangre y su terrorífico líder.
—¿Y qué pasa con el Clan del Río y el Clan de la Sombra? —preguntó Tormenta Blanca—. ¿Ellos también pelearán? Y si es así, ¿de qué lado lo harán?
—Ésa es una buena pregunta —contestó el líder—. Y no sé la respuesta. Los guerreros del Clan del Tigre han huido al ver morir a Estrella de Tigre.
—Entonces necesitamos saber adónde han ido —maulló el lugarteniente.
—Yo podría colarme en el territorio del Clan del Río para averiguarlo —sugirió Vaharina, que estaba al pie de la roca, levantándose—. Conozco los mejores lugares para esconderse.
—No —respondió Estrella de Fuego tajante—. Allí, tú corres más peligro que ningún otro gato. No sabemos si el Clan del Tigre sigue persiguiendo a los gatos mestizos, y no quiero perderte. El Clan del Trueno te necesita.
Dio la impresión de que Vaharina quería llevarle la contraria, pero al final inclinó la cabeza y volvió a sentarse.
—Podemos averiguar casi todo lo que necesitamos con patrullas fronterizas —maulló Tormenta Blanca.
Estrella de Fuego asintió.
—Ése es tu trabajo, Tormenta Blanca. Quiero patrullas extra a lo largo de las fronteras con el Clan del Río y el Clan de la Sombra. Su tarea principal será descubrir qué están haciendo los otros clanes, pero también han de estar ojo avizor por el Clan de la Sangre. Si Azote decide atacar antes de que pasen los tres días, no quiero que nos sorprenda durmiendo.
Tormenta Blanca coincidió sacudiendo la cola.
—Considéralo hecho.
Estrella de Fuego vio que la tranquila eficiencia de su lugarteniente había animado al resto del clan, y se apresuró a continuar antes de que volvieran a ser presas del miedo.
—Otra cosa. Todos los gatos del clan deben estar preparados para luchar.
—¿Incluso los cachorros? —preguntó Acederilla, levantándose ansiosamente—. ¿Podemos ir a la batalla? ¿Podemos ser aprendices?
A pesar del peligro en que se hallaban, Estrella de Fuego tuvo que reprimir un ronroneo risueño.
—No; sois demasiado pequeños para ser aprendices —le dijo amablemente a la cachorrita—. Y no puedo llevaros a combatir. Pero, si los gatos del Clan de la Sangre ganan, vendrán aquí, y tendréis que ser capaces de defenderos por vosotros mismos. Tormenta de Arena, ¿te responsabilizarás de entrenar a los cachorros?
—Claro, Estrella de Fuego. —Los ojos verdes de la guerrera miraron con aprobación a Acederilla y sus hermanos, que habían corrido a unirse a la pequeña—. Para cuando termine con ellos, podrán darle una sorpresa desagradable al Clan de la Sangre.
—¿Y qué hay de Centella? —reclamó Nimbo Blanco—. Sus movimientos de lucha están progresando muy bien.
—Quiero participar en la batalla —afirmó Centella con determinación—. ¿Puedo, Estrella de Fuego?
El líder vaciló. Centella era más fuerte ahora y había estado entrenando duro con Nimbo Blanco.
—Lo pensaré —prometió—. ¿Estás lista para una evaluación?
Centella asintió.
—Cuando quieras, Estrella de Fuego.
—Nosotros también pelearemos con vosotros —anunció Vaharina. Plumilla y Borrasquino estaban sentados junto a ella, erguidos y con expresión resuelta—. Ya estamos bastante fuertes, gracias a vosotros.
—Bien. Y para los demás… —continuó Estrella de Fuego, paseando la mirada por el claro—, guerreros, aprendices y veteranos, tenéis tres días para prepararos. Látigo Gris, ¿querrás organizar y supervisar un programa de entrenamiento?
Su amigo plantó las orejas mientras se le iluminaban los ojos.
—Desde luego, Estrella de Fuego.
—Elige a un par de ayudantes… y ve rotando las sesiones de entrenamiento para que Tormenta Blanca cuente con suficientes gatos para las patrullas y las partidas de caza. —Al mirar alrededor, vio a la curandera del Clan del Trueno sentada cerca del túnel que llevaba a su guarida—. Carbonilla, ¿estás lista para atender a los heridos?
Estrella de Fuego sabía que no hacía falta preguntárselo; jamás había visto que Carbonilla no estuviera lista, pero a los demás gatos los tranquilizaría oír cómo lo decía en voz alta.
La mirada que le lanzó la gata gris le indicó que lo había comprendido.
—Todo está preparado —contestó—, pero habrá mucho que hacer cuando empiece la batalla. Si pudieras prestarme a un aprendiz para que me ayude, sería estupendo.
—Por supuesto. —Mientras Estrella de Fuego se preguntaba qué aprendiz elegir, sus ojos se posaron en Frondina, y recordó lo amable y sensible que era con los gatos heridos—. Puedes contar con Frondina —anunció, y advirtió que Manto Polvoroso le lanzaba una mirada de alivio—. Frondina, ¿te parece bien?
La aprendiza asintió con la cabeza.
Durante un momento, Estrella de Fuego se preguntó si había olvidado algo, pero no se le ocurría nada más que pudieran hacer.
Observando a los gatos de su clan, cuyas siluetas empezaban a fundirse con la luz crepuscular, respiró hondo.
—Ahora comed bien, y dormid bien esta noche —ordenó—. Empezaremos mañana… y dentro de tres días estaremos listos para enseñarle a Azote y su clan que nuestro bosque jamás será suyo.