Al despertarse, Estrella de Fuego vio el suelo de la guarida bañado por la tenue luz del amanecer. Junto a él, Tormenta de Arena seguía durmiendo, agitando el musgo con su respiración. Con cuidado de no despertarla, el joven líder se levantó, se desperezó y salió a la fría mañana.
El claro estaba desierto. Pero casi de inmediato apareció Tormenta Blanca desde la guarida de los guerreros.
—Ya he mandado salir a la patrulla del alba —informó—. Fronde Dorado, Musaraña y Látigo Gris. Les he dicho que echen un vistazo a la frontera con el Clan de la Sombra.
—Bien —maulló el líder—. Sería típico de Estrella de Tigre concertar una reunión en los Cuatro Árboles y al mismo tiempo lanzar un ataque en otro lugar. Por eso voy a dejarte a cargo del campamento, con tantos guerreros como pueda permitirme.
—Llévate todas las fuerzas que necesites —replicó el lugarteniente—. Estaremos bien. La joven Centella promete convertirse en una luchadora útil desde que comenzó a entrenar con Nimbo Blanco. Y los veteranos todavía pueden propinar algunos zarpazos, si se ven obligados a hacerlo.
—Se verán obligados a hacerlo antes de que todo esto acabe —predijo Estrella de Fuego—. Gracias, Tormenta Blanca. Sé que puedo confiar en ti.
El guerrero veterano asintió y desapareció de nuevo en la guarida. Estrella de Fuego lo observó marcharse y luego cruzó el claro hacia el túnel de helechos que llevaba a la guarida de Carbonilla.
Cuando llegó, oyó a la curandera en el interior de la roca hendida, donde estaba su gruta.
—Bayas de enebro, hojas de caléndula, semillas de adormidera…
Al asomarse, Estrella de Fuego vio a la pequeña gata gris inspeccionando los montones de hierbas y bayas curativas que tenía dispuestos a lo largo de una pared de su guarida.
—Hola, Carbonilla —maulló—. ¿Todo en orden?
La curandera se volvió para mirarlo seriamente con sus ojos azules.
—Dentro de lo que cabe, sí.
—¿Crees que habrá una batalla irremediablemente? —le preguntó Estrella de Fuego—. ¿Te ha hablado el Clan Estelar?
Carbonilla se reunió con él en la boca de la cueva.
—No, ni una palabra —contestó—. Pero el sentido común dice que habrá una batalla, Estrella de Fuego. No necesito una profecía para saberlo.
Estrella de Fuego sabía que la curandera tenía razón, pero, aun así, sus palabras lo dejaron helado. Con una reunión tan trascendental a la vuelta de la esquina, ¿por qué no había habido ni una señal del Clan Estelar? ¿Acaso sus antepasados guerreros los habían abandonado cuando más los necesitaban? Demasiado tarde, el líder se preguntó si no debería haber ido a las Rocas Altas para compartir lenguas con el Clan Estelar.
—¿Sabes por qué el Clan Estelar guarda silencio? —le preguntó a Carbonilla.
La curandera negó con la cabeza.
—Pero sí sé algo —maulló, como si le hubiera leído el pensamiento—. El Clan Estelar no nos ha olvidado. Hace mucho tiempo decretaron que hubiera cuatro clanes en el bosque, y no se mantendrán al margen ni permitirán que Estrella de Tigre cambie eso para siempre.
Mientras le daba las gracias a Carbonilla y se disponía a reunir a sus guerreros, Estrella de Fuego deseó poder compartir la fe de la gata.
Mientras Estrella de Fuego conducía a sus guerreros por la ladera que llevaba a los Cuatro Árboles, soplaba un fuerte viento que ondulaba la hierba y arrastraba el olor de muchos gatos. Cada ráfaga iba acompañada de una punzante lluvia de las nubes grises que se arremolinaban en el cielo.
El líder se detuvo en lo alto de la ladera, agazapándose al abrigo de los arbustos para observar el claro de abajo. Casi al instante, Nimbo Blanco apareció a su lado.
—¿Por qué estamos aquí parados? —quiso saber—. Acabemos con esto de una vez.
—No hasta que yo sepa lo que sucede —replicó Estrella de Fuego—. Por lo que sabemos, podríamos estar yendo de cabeza a una emboscada. —Se volvió hacia sus guerreros y elevó la voz para que todos lo oyeran—: Todos sabéis por qué estamos aquí. Estrella de Tigre quiere que nos unamos a su clan y no aceptará una respuesta negativa. Me gustaría creer que podemos salir de ésta sin pelear, pero no estoy seguro de que sea así.
Cuando terminó de hablar, Nimbo Blanco le tocó el omóplato con la cola y luego señaló hacia el otro extremo de la hondonada. Al volverse, Estrella de Fuego vio que Estrella Alta se aproximaba desde el territorio del Clan del Viento, seguido por sus guerreros.
—Bien, el Clan del Viento está aquí —maulló—. Vayamos a encontrarnos con ellos.
Abrió la marcha a lo largo del borde de la hondonada hasta quedar frente al gato blanco y negro de larga cola.
El líder del Clan del Viento inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Aquí estamos, Estrella de Fuego. Éste es un día negro para el bosque.
—Desde luego que sí —coincidió Estrella de Fuego—. Pero nuestros clanes defenderán lo que es correcto según el código guerrero, suceda lo que suceda.
Estaba sorprendido por la cantidad de guerreros que acompañaban a Estrella Alta. Recordando a los malheridos y destrozados gatos del campamento del Clan del Viento el día anterior, había esperado que sólo acudiera un pequeño grupo a los Cuatro Árboles. En vez de eso, allí debían de estar prácticamente todos los guerreros. Aún mostraban las cicatrices por el ataque a su campamento, pero les brillaban los ojos con determinación. Estrella de Fuego distinguió a su amigo Bigotes, con un gran verdugón rojo a lo largo del costado, y a Flor Matinal, con ojos fríos en su anhelo por vengar la muerte de su hijo.
Estrella de Fuego pensó que Estrella de Tigre podría llevarse una desagradable sorpresa al ver cuántos guerreros del Clan del Viento estaban todavía en condiciones para luchar contra él. Tras respirar hondo, maulló:
—Pongámonos en marcha.
Estrella Alta inclinó la cabeza.
—Dirígela tú.
Aunque asombrado por recibir semejante honor de parte de un líder más viejo y experimentado, Estrella de Fuego ondeó la cola para señalar a los dos clanes unidos… «El Clan del León», pensó con una oleada de orgullo. Aquél era su destino.
Descendió majestuosamente la cuesta a través de los arbustos, con todos los sentidos alertas por si los atacaban. Pero no oyó nada más que el sonido de sus propios guerreros siguiéndolo. El olor del Clan del Tigre todavía estaba un poco lejos.
Mientras conducía a los gatos al claro que había bajo los cuatro robles, los arbustos del extremo opuesto se separaron para dar paso a Estrella de Tigre. Patas Negras, Cebrado y Estrella Leopardina lo flanqueaban como sombras vengativas. Los ojos del enorme atigrado destellaron al ver a Estrella de Fuego, y el joven líder del Clan del Trueno comprendió que aquello también era algo personal para él. Estrella de Tigre no quería otra cosa que clavar sus colmillos y garras en el cuerpo de Estrella de Fuego y despedazarlo.
En vez de arredrarlo, esta certeza lo estimuló. «¡Dejemos que Estrella de Tigre lo intente!», pensó para sí.
—Buenos días, Estrella de Tigre —saludó fríamente—. Así que has venido. ¿No seguirás buscando a esos prisioneros que perdiste en el territorio del Clan del Río?
Estrella de Tigre soltó un gruñido.
—Lamentarás ese día, Estrella de Fuego.
—Intenta obligarme a lamentarlo —respondió el joven.
El líder del Clan del Tigre no contestó, sino que aguardó mientras iban apareciendo más de sus seguidores entre los arbustos. Estrella de Fuego reparó en que era un grupo formidable, aunque algunos exhibían heridas y zarpazos por el ataque al Clan del Viento del día anterior. Empezó a latirle dolorosamente el corazón al comprender que la batalla que tanto había temido podía desencadenarse en cualquier momento.
Estrella de Tigre avanzó un paso, con la cabeza erguida desafiantemente.
—¿Habéis pensado en mi oferta? Os doy a elegir: uníos ahora a mí y aceptad mi liderazgo o sed aniquilados.
Estrella de Fuego intercambió una única mirada con Estrella Alta. No había necesidad de palabras. Ya habían decidido cuál iba a ser la respuesta.
Estrella de Fuego habló por los dos:
—Rechazamos tu oferta. El destino del bosque nunca ha sido que lo gobierne un solo clan, y menos aún uno liderado por un asesino deshonroso.
—Pero así será —replicó Estrella de Tigre con voz suave; ni siquiera intentó defenderse de la acusación del líder del Clan del Trueno—. Contigo o sin ti, Estrella de Fuego, así será. Cuando hoy se ponga el sol, habrá terminado la época de los cuatro clanes.
—La respuesta sigue siendo no —insistió Estrella de Fuego—. El Clan del Trueno nunca se someterá.
—Y el Clan del Viento tampoco —añadió Estrella Alta.
—Entonces vuestro valor sólo es equivalente a vuestra estupidez —gruñó Estrella de Tigre.
Hizo una pausa, paseando la mirada por los guerreros del Clan del Viento y el Clan del Trueno. Estrella de Fuego oyó gruñidos de los guerreros del Clan del Tigre, situados detrás de su líder, y se obligó a no amilanarse ante sus centelleantes ojos y su pelaje erizado. Durante unos segundos no se movió ni un gato, y Estrella de Fuego se preparó para atacar.
Entonces oyó un respingo a sus espaldas, y alguien exclamó con voz estrangulada:
—¡Zarpa Trigueña!
Zarzo estaba rígido tras él, mirando las filas enemigas sin pestañear. Siguiendo su mirada, Estrella de Fuego descubrió a la joven aprendiza cerca de Robledo, un guerrero del Clan de la Sombra.
—¿Qué está haciendo aquí Zarpa Trigueña? —preguntó Fronde Dorado, avanzando hasta situarse junto a Estrella de Fuego—. ¡Estrella de Tigre la ha secuestrado!
—¿Que la he secuestrado? —replicó Estrella de Tigre con un ronroneo—. En absoluto. Ella vino a nosotros por su propia voluntad.
Estrella de Fuego no sabía si creerlo o no. Zarpa Trigueña estaba mirando al suelo, como si no quisiera encontrarse con los ojos de su hermano o su antiguo mentor. El líder del Clan del Trueno tuvo que admitir que no parecía una prisionera; lo cierto es que sólo parecía incómoda por ser el centro de atención.
—¡Zarpa Trigueña! —la llamó Zarzo—. ¿Qué estás haciendo? Eres miembro del Clan del Trueno… ¡vuelve con nosotros!
Estrella de Fuego se estremeció por el dolor que reflejaba la voz de su aprendiz. Recordó el sufrimiento de perder a Látigo Gris cuando éste decidió marcharse al Clan del Río.
Zarpa Trigueña no dijo nada.
—No, Zarzo —maulló Estrella de Tigre—. Ven tú con nosotros. Tu hermana ha tomado la decisión correcta. El Clan del Tigre dominará todo el bosque, y tú puedes compartir nuestro poder.
Estrella de Fuego vio cómo se tensaban los músculos de Zarzo. Finalmente, después de todas las dudas y sospechas que había suscitado, el joven gato se enfrentaba a una sencilla decisión: ¿seguiría a su padre o permanecería leal al Clan del Trueno?
—¿Qué dices? —espetó Estrella de Tigre—. El Clan del Trueno está acabado. Ahí ya no hay nada para ti.
—¿Unirme a ti? —gruñó Zarzo. Hizo una pausa, tragando saliva para controlar su ira. Cuando volvió a hablar, sus palabras resonaron tan nítidamente que todos los gatos del claro pudieron oírlo—. ¿Unirme a ti? —repitió—. ¿Después de todo lo que has hecho? ¡Antes preferiría morir!
Un murmullo de aprobación brotó entre los gatos del Clan del Trueno.
Los ojos ámbar de Estrella de Tigre ardieron de rabia.
—¿Estás seguro? —bufó—. No te haré esta oferta dos veces. Únete a mí ahora, o morirás.
—Entonces, por lo menos me reuniré con el Clan Estelar como un leal miembro del Clan del Trueno —replicó Zarzo con la cabeza bien alta.
Estrella de Fuego sintió una oleada de orgullo desde la nariz hasta la punta de la cola. No podía haber mayor desafío al poder de Estrella de Tigre que su propio hijo rechazándolo a favor del clan que despreciaba.
—¡Imbécil! —siseó Estrella de Tigre—. Quédate, entonces, y muere con esos otros imbéciles.
Estrella de Fuego se preparó mientras aguardaba a que su enemigo iniciara el ataque, convencido de que la batalla estaba a punto de estallar. En vez de eso, para su sorpresa, Patas Negras levantó la cola para hacer una señal.
Los arbustos de la ladera opuesta susurraron, y a Estrella de Fuego se le desorbitaron los ojos de la impresión al ver que aparecían más gatos en el claro. Jamás había visto a ninguno de ellos. Estaban flacos y tenían el pelo enmarañado, pero desprendían fuerza por sus fibrosas extremidades. Los envolvía el hedor de la carroña y del Sendero Atronador. Aquéllos no eran gatos del bosque.
Los guerreros del Clan del Viento y el Clan del Trueno miraron con incredulidad cómo llegaban al claro más y más desconocidos. Éstos se desplegaron en un semicírculo alrededor del Clan del Tigre, hilera tras hilera. Eran más gatos de los que Estrella de Fuego recordaba haber visto juntos en el bosque, incluso en las Asambleas.
—¿Y bien? —preguntó Estrella de Tigre con voz sedosa—. ¿Todavía estáis seguros de que queréis resistir y pelear?