El sol había empezado a ponerse al otro lado del río, convirtiendo el agua en una ondulante lámina de fuego y mandando una reconfortante calidez a la piel del líder del Clan del Trueno. Estaba en lo alto de las Rocas Soleadas, mirando hacia el territorio del Clan del Río.
—Me pregunto qué nos traerá el mañana —murmuró.
A su lado, Tormenta de Arena negó con la cabeza restregando su cálido costado contra él, sin contestar con palabras. Tras regresar del arrasado campamento del Clan del Viento, Estrella de Fuego le había pedido a la guerrera canela que saliera a patrullar con él. Sentía la necesidad de alejarse un rato del resto del clan, para prepararse para el encuentro con Estrella de Tigre. Aun así, no deseaba estar completamente solo, y la presencia de Tormenta de Arena lo reconfortaba.
Habían bordeado las Rocas de las Serpientes y seguido el Sendero Atronador hacia la frontera con el Clan de la Sombra, para renovar las marcas olorosas hasta los Cuatro Árboles; finalmente, habían regresado a lo largo de la frontera con el Clan del Río.
No había ni rastro de intrusos del Clan del Tigre. Las fronteras eran seguras, y, sin embargo, Estrella de Fuego sabía que si tenían que luchar contra el Clan del Tigre sería por mucho más que las fronteras. Sería el apogeo de su conflicto personal con Estrella de Tigre, que duraba prácticamente desde que él pisó el bosque por primera vez.
Estrella de Fuego se detuvo en las rocas, disfrutando del placer de estar a solas con Tormenta de Arena.
—Estrella de Tigre está decidido a convertirse en el rey del bosque —maulló—. Es de esperar que haya una batalla.
—Y el Clan del Trueno tendrá que soportar la mayor carga —replicó su amiga—. Después de lo de hoy, ¿cuántos guerreros puede ofrecernos el Clan del Viento?
Sonaba desazonada, pero Estrella de Fuego sabía que, con o sin el Clan del Viento, todos los gatos de su clan pelearían con bravura.
La ardiente luz iba apagándose. Estrella de Fuego se volvió a contemplar su adorado bosque. Una única estrella brillaba en el cielo violeta.
«¿Eres tú, Estrella Azul? —preguntó el joven en silencio—. ¿Sigues vigilándonos?».
Esperó fervientemente que su antigua líder siguiera protegiendo al clan al que amaba. Si sobrevivían al encuentro con Estrella de Tigre del día siguiente y conseguían librarse de su búsqueda del poder absoluto, sería porque el Clan Estelar sabía que el bosque necesitaba cuatro clanes.
Todo estaba inmóvil y en silencio. Ninguna brisa alborotaba el pelaje de los gatos, no se oía ninguna presa correteando entre las rocas. Estrella de Fuego sintió como si todo el bosque estuviera conteniendo la respiración, aguardando la siguiente aurora.
—Te quiero, Tormenta de Arena —murmuró el joven líder, hundiendo el hocico en su costado.
Ella se volvió para mirarlo; sus ojos verdes resplandecían.
—Yo también te quiero —contestó—. Y sé que sabrás guiarnos mañana, ocurra lo que ocurra.
Estrella de Fuego deseó poder compartir su convicción, pero se permitió tranquilizarse por la confianza que la gata tenía en él.
—Debemos ir a descansar —maulló.
El frío de la noche estaba aumentando cuando llegaron al barranco. La escarcha ya relucía sobre la hierba y sobre la superficie de las piedras. Cuando Estrella de Fuego salió del túnel al claro principal, una figura blanca surgió en la oscuridad.
—Estaba empezando a preocuparme por vosotros —maulló Tormenta Blanca—. Pensaba que podíais tener problemas.
—No; estábamos bien —respondió Estrella de Fuego—. Ahí fuera no se mueve ni un ratón.
—Lástima. Nos irían bien unos cuantos. —Tormenta Blanca informó rápidamente sobre las patrullas que habían salido y la vigilancia que había organizado en el campamento—. Ve a dormir un poco —concluyó—. Mañana va a ser un día duro.
—Así lo haré —aceptó Estrella de Fuego—. Gracias, Tormenta Blanca.
El guerrero veterano volvió a desaparecer en la oscuridad.
—No podrías haber elegido un lugarteniente mejor —comentó Tormenta de Arena cuando el gato blanco ya no podía oírla.
—Es cierto —coincidió Estrella de Fuego—. No sé qué haría sin él.
La gata lo miró con tristeza y sabiduría en sus ojos verdes.
—Tal vez lo averigües mañana —maulló—. Quizá lo pierdas a él o a alguno de los otros. Si Estrella de Tigre nos obliga a luchar, van a morir gatos.
—Lo sé.
Pero la verdad es que no se había parado a pensar en lo que eso significaría hasta ese mismo momento. Perdería a algunos de los gatos que dormían a su alrededor, los amigos que amaba, los guerreros en que confiaba. Vencieran o no, algunos de los gatos que él iba a conducir a la batalla no regresarían. Y morirían porque él les había ordenado luchar. Lo sacudió una punzada de angustia, tan profunda y dolorosa que estuvo a punto de ponerse a maullar.
—Lo sé —repitió—. Pero ¿qué puedo hacer?
—Seguir adelante —respondió Tormenta de Arena con voz suave—. Eres nuestro líder, Estrella de Fuego. Tienes que hacer tu trabajo. Y lo haces magníficamente.
Abrumado, el joven no supo qué decir, y al cabo de un instante la guerrera frotó el hocico contra el suyo.
—Será mejor que me vaya a dormir un poco —murmuró.
—No; espera. —Estrella de Fuego descubrió que no podía enfrentarse a la solitaria guarida, llena de sombras, situada bajo la Peña Alta—. Esta noche no quiero estar solo. Ven a compartir mi guarida conmigo.
La gata canela inclinó la cabeza.
—De acuerdo, si es lo que quieres.
Estrella de Fuego le dio un rápido lametón en la oreja y empezó a cruzar el claro. Aunque la cortina de liquen que cubría la entrada todavía no había vuelto a crecer tras el incendio, la guarida estaba sumida en una profunda oscuridad.
Estrella de Fuego advirtió con el olfato que uno de los aprendices le había llevado carne fresca, y entonces recordó el hambre que tenía. La presa era un conejo. Él y Tormenta de Arena se sentaron juntos para compartirlo, engulléndolo a bocados veloces y hambrientos.
—Qué falta me hacía —ronroneó la gata, estirando las patas delanteras y arqueando el lomo larga y perezosamente. Luego bostezó—. Podría dormir una luna.
Estrella de Fuego la tocó con la nariz.
—Buenas noches.
Pronto supo que la gata se había dormido, por su respiración leve y regular. Pero, a pesar de su agotamiento, Estrella de Fuego no se sentía preparado para acurrucarse al lado de la guerrera. En vez de eso, se quedó mirando cómo salía la luna, vertiendo una pálida luz a través de la entrada de la guarida y tornando el pelaje de Tormenta de Arena color plata. Pensó que la gata era muy hermosa y que la quería mucho. Y, sin embargo, ella también podía morir al día siguiente.
«Esto es lo que significa ser líder», comprendió. Ignoraba si aguantaría el dolor que eso suponía, aunque sí sabía que cuando llegara la aurora cargaría con el peso que el Clan Estelar había puesto sobre sus hombros.
«Por favor, Clan Estelar, ayúdame a sobrellevarlo», pensó mientras se acomodaba sobre el musgo al lado de Tormenta de Arena. Se sintió reconfortado por la calidez de la piel de la gata mientras el sueño lo reclamaba por fin.