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18

—¿Desaparecido? —repitió Estrella de Fuego—. ¿Qué ha ocurrido?

—No estamos seguros. —Tormenta Blanca estaba más calmado que Fronde Dorado, pero sus ojos delataban preocupación—. Zarzo ha sido el primero en decir que no la encontraba. Pensé que estaba exagerando, pero aun así registramos el campamento. Zarpa Trigueña no está aquí, y nadie la ha visto marcharse.

—¡Es culpa mía! —exclamó Fronde Dorado—. Yo soy su mentor.

—No es culpa tuya —lo tranquilizó Tormenta Blanca—. Yo te mandé salir en una partida de caza. Nadie espera que estés en dos lugares a la vez.

Fronde Dorado negó con la cabeza con desesperación.

—Traedme a Zarzo —ordenó Estrella de Fuego, y Espinardo corrió hacia la guarida de los aprendices.

Mientras aguardaba, mandó a Cuervo y a los tres gatos del Clan del Río que fueran a ver a Carbonilla. Látigo Gris se marchó con ellos para explicar lo sucedido y para asegurarse de que sus hijos iban a estar bien. Aunque el guerrero gris estaba helado y empapado por el agua del río, sólo se preocupaba por sus hijos, y mientras cruzaban el claro se mantuvo pegado a ellos como una imponente sombra.

—No sé qué pensar —maulló Tormenta Blanca cuando los demás se fueron—. Quizá a Zarpa Trigueña se le haya metido alguna idea en la cabeza y haya salido sola. Podría estar atrapada o herida en alguna parte…

—O podría estar en el Clan de la Sombra —lo interrumpió Fronde Dorado con el pelo erizado—. ¡Estrella de Tigre podría haberla secuestrado!

—Pero Estrella de Tigre está en el territorio del Clan del Río —repuso Estrella de Fuego quedamente—. Al igual que Patas Negras y Cebrado. —Vio que Tormenta Blanca agitaba las orejas sorprendido, y supo que tendría que explicárselo todo a su lugarteniente tan pronto como pudiera.

—Podría haber mandado a otro gato a hacer el trabajo sucio —intervino Nimbo Blanco.

—¿Habéis captado el olor del Clan de la Sombra alrededor del campamento? —le preguntó Estrella de Fuego a su lugarteniente—. ¿O el del Clan del Río?

El guerrero veterano negó con la cabeza.

—Sólo el olor de nuestros propios gatos.

—Entonces suena como si Zarpa Trigueña se hubiera marchado voluntariamente —maulló el líder—. Quizá sólo le apeteciera cazar a solas, para variar.

Pero no pudo evitar recordar el incidente previo a su partida del campamento, cuando Zarpa Trigueña estaba furiosa con Orejitas porque éste la había comparado con su padre. Estrella de Fuego se preguntó si tal vez no había sabido juzgar lo dolida que se sentía la aprendiza.

Dejó de darle vueltas al tema cuando llegó Zarzo.

—Cuéntame qué ha hecho Zarpa Trigueña antes de desaparecer.

—Sólo las tareas habituales de los aprendices. —Zarzo sonaba nervioso; sus ojos ámbar se veían dilatados y confundidos—. Estuvimos renovando el lecho de los veteranos y les llevamos carne fresca. Luego fui a pedirle a Carbonilla un poco de bilis de ratón para aplicarla sobre una garrapata que Orejitas tenía en el pelo. Al regresar a la guarida de los veteranos, Zarpa Trigueña se había ido, y desde entonces no he vuelto a verla.

—¿Dónde la has buscado?

—He mirado en el sitio donde recogemos musgo para los lechos, pero no estaba allí. Y he ido a la hondonada de entrenamiento.

Estrella de Fuego asintió.

—¿Les habéis preguntado a los veteranos si Zarpa Trigueña les había dicho algo?

—Sí —respondió Tormenta Blanca—. Pero no recordaban nada fuera de lo normal.

—¿Y qué hay de Flor Dorada? —continuó el líder—. ¿Zarpa Trigueña le ha dicho alguna cosa?

Tormenta Blanca negó con la cabeza.

—Flor Dorada estaba fuera de sí. La he mandado con Musaraña a buscar hacia el pinar. Todavía no han regresado.

—¿Habéis intentado seguir el rastro de Zarpa Trigueña?

—Sí, por supuesto —contestó Fronde Dorado—. Lo hemos seguido hasta lo alto del barranco, pero después se perdía su olor.

Estrella de Fuego vaciló. Lo que más deseaba era creer que había una explicación fácil para la ausencia de Zarpa Trigueña. Estaba mal desear que la joven gata sencillamente estuviera herida en alguna parte, pero eso era preferible a sus peores temores: que Zarpa Trigueña se había ido por propia voluntad a reunirse con su padre.

—Lo intentaré de nuevo —decidió—. Probablemente sea demasiado tarde, pero…

—Yo te acompañaré —se ofreció Nimbo Blanco.

Estrella de Fuego le hizo un gesto de agradecimiento; Nimbo Blanco era uno de los mejores rastreadores del clan.

—De acuerdo —maulló—. Tormenta de Arena, Espinardo, venid vosotros también.

Estrella de Fuego dirigió de nuevo la expedición fuera del campamento. Iba casi arrastrando las patas de agotamiento; ya había transcurrido la mitad de la noche y aún no había dormido. Nada le habría gustado más que acomodarse en su guarida con una pieza de carne fresca, pero se imaginaba que pasaría bastante tiempo antes de que pudiera hacerlo.

Detectó el débil rastro de Zarpa Trigueña en el barranco, pero lo perdió al llegar a lo alto, como le había sucedido a Fronde Dorado. Empezó a sospechar que la joven habría ido saltando de roca en roca, donde su olor no perduraría, para así confundir a los gatos que intentaran seguir su rastro. Volvieron a invadirlo sus peores temores; ¿realmente Zarpa Trigueña sería tan desdichada en el Clan del Trueno como para marcharse?

De repente oyeron un maullido de Nimbo Blanco que provenía de los arbustos en lo alto del barranco:

—¡Por aquí! ¡Zarpa Trigueña se ha ido por aquí!

Cuando Estrella de Fuego se reunió con él, también pudo captar un tenue rastro de la aprendiza. Él y Nimbo Blanco lo siguieron internándose entre los árboles, con la nariz pegada al suelo, concentrados en distinguir el olor a felino entre todos los olores a presas, que eran más intensos y los distraían. Al rastro de Zarpa Trigueña no se unía el de ningún otro gato. Hasta allí, por lo menos, la joven había estado sola.

Luego, en el lindero de un claro, volvieron a perder el rastro, y ni siquiera el agudo olfato de Nimbo Blanco consiguió recuperarlo.

Se había levantado un fuerte viento que traía nubes y les alborotaba el pelo. Mientras Estrella de Fuego iba de un lado al otro del claro, en un último esfuerzo por hallar de nuevo el olor de Zarpa Trigueña, empezó a caer una lluvia helada.

—¡Cagarrutas de ratón! —bufó Nimbo Blanco—. Ahora sí que hemos terminado.

Estrella de Fuego coincidió a su pesar. Tras llamar a Tormenta de Arena y Espinardo, que estaban buscando por su cuenta, maulló:

—Volvamos al campamento. Ya no podemos hacer nada más.

Tormenta de Arena se quedó quieta un instante, mirando en la dirección a la que parecía llevar el rastro oloroso.

—Da la impresión de que iba hacia los Cuatro Árboles.

Estrella de Fuego se dijo que eso tenía sentido. Los Cuatro Árboles era el sitio obvio al que ir si Zarpa Trigueña quería encontrarse con un gato de otro clan, o internarse en el territorio de otro clan. Sentía un hormigueo por todo el cuerpo, un hormigueo de miedo. Ya no podía seguir convenciéndose de que Zarpa Trigueña se había extraviado al salir de caza sola, y en las miradas de inquietud de sus acompañantes vio que compartían su convicción: Zarpa Trigueña se había ido al Clan de la Sombra.

Cuando la patrulla regresó al campamento, Fronde Dorado y Zarzo seguían en el claro, esperando angustiados. Se les habían unido la madre de los aprendices, Flor Dorada, y Musaraña. Los cuatro gatos estaban empapados y parecían desesperados bajo la lluvia que ahora caía con más fuerza.

—¿Y bien? —le preguntó Flor Dorada cuando Estrella de Fuego se le acercó—. ¿Qué habéis encontrado?

—Nada —respondió el líder en voz baja—. No sabemos dónde está Zarpa Trigueña.

—Entonces, ¿por qué no estáis ahí fuera buscándola? —espetó la gata con voz cortante.

El líder negó con la cabeza.

—No podemos hacer nada en la oscuridad y lloviendo. Tu hija podría estar en cualquier parte.

—A ti no te importa, ¿verdad? —La voz de Flor Dorada sonó aguda de rabia—. ¡Crees que Zarpa Trigueña se ha marchado voluntariamente! ¡Nunca te has fiado de ella!

Estrella de Fuego quiso contestar, consciente de que la acusación era cierta en parte, pero Flor Dorada no esperó; giró en redondo y desapareció bajo las ramas de la guarida de los guerreros.

—¡Espera! —exclamó Estrella de Fuego, pero ella no hizo ni caso.

—Flor Dorada no sabe lo que está diciendo —maulló Tormenta de Arena, comprensiva—. Iré a tranquilizarla. —Y entró en la guarida tras la guerrera.

Exhausto y descorazonado, Estrella de Fuego se volvió hacia Zarzo, esperando una acusación similar de su parte. Pero su aprendiz guardó silencio; la expresión de sus ojos ámbar era indescifrable.

—No pasa nada, Estrella de Fuego —maulló al cabo—. Sé que has hecho todo lo que has podido. Gracias. —Con la cabeza gacha y arrastrando la cola, Zarzo se encaminó a la guarida de los aprendices.

Estrella de Fuego lo observó irse. Lo invadió el agotamiento; parecía que hacía lunas que Látigo Gris le había propuesto ir al Clan del Río a ver a sus hijos. Una gélida aurora grisácea empezaba a asomar en el cielo. Estrella de Fuego necesitaba descansar desesperadamente, pero tenía pendiente una tarea más. Debía visitar a Carbonilla y asegurarse de que los gatos del Clan del Río iban a recuperarse de su espantosa experiencia.

Mientras cruzaba el claro hacia la guarida de la curandera, sintió que renacían sus dudas sobre su liderazgo. Un guerrero desterrado, que había ido a unirse a su enemigo, y estaba dispuesto a matar para demostrar sus nuevas lealtades. Una aprendiza desaparecida. Y todo el bosque atrapado en un terror y un odio inimaginables. La visión de sí mismo con la melena del Clan del León que había visto en el arroyo le parecía a lunas de distancia. Si el Clan Estelar lo había elegido realmente para grandes cosas, no pudo evitar preguntarse si no habrían escogido al gato inadecuado.

Plantado en la Peña Alta, Estrella de Fuego contempló cómo su clan salía de las guaridas. Era la mañana siguiente, y había convocado una reunión para explicar a sus guerreros lo sucedido, así como la presencia de los gatos del Clan del Río.

Vaharina y los dos aprendices estaban sentados al pie de la Peña Alta, con Látigo Gris y Carbonilla. A Estrella de Fuego lo alegró ver que ya parecían más fuertes, como si estuvieran recuperando las energías tras una buena comida y con los cuidados de Carbonilla.

Cuervo se había marchado al amanecer, con la oreja herida envuelta en tela de araña y un fulgor en los ojos al recordar la pelea sobre los pasaderos.

—Es sorprendente cómo me ha servido el viejo entrenamiento —le había dicho a Estrella de Fuego—. No me había olvidado de los movimientos de lucha.

—Estuviste magnífico —ronroneó el líder—. Eres un verdadero amigo para el Clan del Trueno.

—Ahora que Estrella de Tigre está intentando hacerse con todo el poder, creo que el Clan del Trueno necesita a todos los amigos que pueda conseguir —repuso el solitario muy serio.

Cuervo pasó unos momentos junto a la tumba de Estrella Azul, y luego se había ido a su granja cercana a las Rocas Altas. Estrella de Fuego se preguntó si necesitaría llamarlo de nuevo para pedirle ayuda. Los enemigos de Estrella de Tigre tendrían que unirse para expulsar al atigrado del bosque… aunque Estrella de Fuego sabía que en la última confrontación debería estar solo.

Esperó hasta que todos los gatos del clan se acomodaron alrededor de la Peña Alta, y entonces empezó a hablar:

—A estas alturas, todos habéis oído ya que Látigo Gris, Cuervo y yo fuimos anoche al territorio del Clan del Río.

Describió la Colina de Huesos y las presas en descomposición esparcidas por el claro, y cómo Estrella de Tigre había espoleado el odio de sus guerreros hacia los gatos mestizos. Le tembló la voz al narrar el asesinato de Pedrizo, y los gatos del clan se estremecieron y se encogieron contra el suelo, compartiendo su espanto.

Manto Polvoroso gruñó:

—¿Por qué no atacamos ahora mismo al Clan de la Sombra, como venganza?

—Porque no es tan sencillo —contestó Estrella de Fuego—. Nuestro clan no puede enfrentarse contra el Clan de la Sombra y el Clan del Río juntos y esperar ganar.

—Podríamos intentarlo —replicó Nimbo Blanco, levantándose de un salto.

—Pero ¿dónde atacaríamos? —inquirió el líder—. En el campamento del Clan del Río habrá guerreros de ambos clanes, y no espero que Estrella de Tigre haya dejado desprotegido su propio campamento. Yo siento lo mismo que vosotros —continuó—. No me gusta lo que está haciendo Estrella de Tigre y temo lo que pueda hacer en el futuro. Me gustaría saber qué es lo que el Clan Estelar quiere que hagamos, pero de momento no me ha dicho nada al respecto. Carbonilla, ¿a ti te ha hablado el Clan Estelar?

La curandera alzó la vista hacia él.

—No, todavía no.

Sacudiendo las orejas con rabia, Nimbo Blanco volvió a sentarse, y Centella se restregó contra su omóplato para tranquilizarlo.

En esa breve pausa, Estrella de Fuego se preguntó si era cierto decir que no había recibido ningún mensaje del Clan Estelar. Había tenido una visión de sí mismo en el arroyo, envuelto en el esplendor del Clan del León. Volvió a recordar la profecía de Estrella Azul: «Cuatro se tornarán dos. El león y el tigre se enfrentarán en combate».

Lo entendió de pronto, y esa certeza fue como un rayo de sol brillando a través de las ramas. Cuatro clanes se convertirían en dos; ¿significaba eso que el Clan del Trueno debía unirse al Clan del Viento?

—¡Seguimos aquí, Estrella de Fuego! —exclamó Manto Polvoroso, sacándolo de sus pensamientos.

El líder se sobresaltó.

—Lo lamento —maulló—. Os he convocado aquí para dar la bienvenida a los tres gatos del Clan del Río que rescatamos. Todos conocéis ya a Vaharina, y a Plumilla y Borrasquino, los hijos de Látigo Gris. Creo que deberíamos ofrecerles un lugar en el Clan del Trueno hasta que sea seguro para ellos regresar a su hogar.

En el claro brotaron murmullos al oír su propuesta. Estrella de Fuego vio que la mayoría de los gatos estaban de acuerdo, pero unos pocos parecían dubitativos.

Rabo Largo fue el primero en expresar sus dudas:

—Todo eso está muy bien, Estrella de Fuego, y siento mucho todo lo que han tenido que sufrir, pero, si se quedan aquí, ¿qué van a comer? Estamos en mitad de la estación sin hojas. Ya nos está costando mucho alimentarnos a nosotros mismos.

—¡Yo cazaré para ellos! —Látigo Gris dio un salto para encararse al clan—. Puedo alimentarlos a los tres, y a parte del clan también.

—No somos criaturas desvalidas, ¿sabéis? —intervino Vaharina—. Dadnos un día o dos para recuperar fuerzas y cazaremos para nosotros y para vosotros.

Musaraña se levantó para dirigirse a Estrella de Fuego:

—No se trata de quién va a cazar. Esta estación sin hojas está siendo más dura de lo habitual a causa del incendio. Todos tenemos hambre, y necesitaremos toda la energía que podamos tener si hay que combatir a ese Clan del Tigre. Yo digo que deberían irse a su casa.

Tormenta de Arena se puso en pie de un salto antes de que Estrella de Fuego pudiera hablar.

—¡No pueden irse a casa! —declaró—. ¿Es que no estabas escuchando? Si lo hacen, los asesinarán, al igual que a Pedrizo.

—¿Quieres que se sepa que el Clan del Trueno manda gatos a la muerte? —añadió Fronde Dorado.

Musaraña se miró las zarpas, y se le erizó el pelo de ira.

Tormenta Blanca maulló sosegadamente:

—Vale la pena mencionar que estos tres gatos comparten sangre del Clan del Trueno. Tienen derecho a pedirnos asilo.

Desde su aventajada situación, en la cima de la Peña Alta, Estrella de Fuego vio que una oleada de conmoción recorría a los gatos; todos miraron a Vaharina, que era como una sombra viviente de su antigua líder. Recordando la hostilidad de algunos de ellos cuando Vaharina y Pedrizo estaban compartiendo lenguas con la difunta Estrella Azul, pensó que Tormenta Blanca estaba arriesgándose mucho al sacar el tema.

Pero en esta ocasión no hubo hostilidad. Incluso Musaraña y Rabo Largo guardaron silencio. Lo sucedido junto a la Colina de Huesos había inclinado las simpatías del clan hacia los gatos del Clan del Río. Los guerreros se relajaron conforme se mitigaba la conmoción, y hubo algunos murmullos de aprobación hacia lo que había dicho Tormenta Blanca.

Estrella de Fuego bajó la vista hacia los gatos del Clan del Río, que estaban al pie de la Peña Alta con Látigo Gris y Carbonilla.

—Bienvenidos al Clan del Trueno —maulló.

Vaharina inclinó la cabeza con agradecimiento.

—Gracias, Estrella de Fuego. Nunca olvidaremos esto.

—Era lo correcto. Sólo espero que pronto os sintáis completamente bien.

—Estarán bien —intervino Carbonilla—. Lo único que necesitan es buena comida y un lugar caliente donde dormir.

—Sí, en aquel horrible agujero no teníamos lechos —se lamentó Plumilla, con los ojos dilatados de espanto.

—Ya no tienes que pensar más en eso —le dijo Vaharina con un lametazo consolador—. Sólo concéntrate en ponerte fuerte de nuevo. En cuanto estés en forma, tendremos que retomar el entrenamiento.

Estrella de Fuego recordó que Vaharina era la mentora de Plumilla. Estaba pensando en las dificultades de entrenar a un aprendiz en un terreno desconocido, cuando Látigo Gris lo sacó de sus pensamientos.

—Pedrizo era el mentor de Borrasquino, que ahora necesitará otro. ¿Te parece bien si yo ocupo su lugar?

—Buena idea —aprobó Estrella de Fuego, y se vio recompensado al ver un brillo de orgullo y alegría en los ojos de Látigo Gris mientras miraba a su hijo—. Celebraremos la ceremonia de inmediato.

No estaba seguro de si era necesario, teniendo en cuenta que Borrasquino no era realmente miembro del clan, pero algo en su interior anhelaba contactar con el Clan Estelar a través de los antiguos ritos familiares.

Tras bajar de un salto de la Peña Alta, llamó a Borrasquino con la cola. El aprendiz se colocó ante él, todavía con patas temblorosas pero con la cabeza bien erguida.

—Borrasquino, tú ya has comenzado tu aprendizaje —empezó Estrella de Fuego—. Pedrizo fue un noble mentor, y el Clan del Trueno lamenta su pérdida. Ahora debes continuar aprendiendo las habilidades de un guerrero con un nuevo mentor. —Tras volverse hacia Látigo Gris, prosiguió—: Látigo Gris, tú continuarás con el entrenamiento de Borrasquino. Has soportado el sufrimiento con el temple de un guerrero, y espero que transmitas a este aprendiz todo lo que has aprendido.

Látigo Gris asintió solemnemente y se acercó a su hijo para entrechocar las narices. Estrella de Fuego intercambió una mirada con Fronde Dorado; se notaba que al joven guerrero lo alegraba que su viejo mentor tuviera un nuevo aprendiz.

Estrella de Fuego dio por finalizada la reunión. Al mirar alrededor, vio a Tormenta de Arena no muy lejos de él.

—Tormenta de Arena, quería pedirte un favor.

La gata melada lo miró.

—¿De qué se trata?

—De Vaharina. Aquí le costará enseñar adecuadamente a Plumilla. No conoce los lugares de entrenamiento, ni los peligros, ni los mejores sitios en que encontrar presas.

Estrella de Fuego dudó, no muy seguro de que fuera buena idea lo que iba a proponer. No hacía mucho, había escogido a Fronde Dorado como mentor de Zarpa Trigueña, y Tormenta de Arena se había ofendido abiertamente porque la hubiese ninguneado. También podría ofenderse por su nueva idea.

—Sigue —maulló la guerrera.

—Yo… yo quería preguntarte si ayudarías a Vaharina con el entrenamiento de Plumilla. No se me ocurre nadie mejor que tú para eso.

Tormenta de Arena le dedicó una larga mirada pensativa.

—¿Crees que puedes convencerme con halagos?

—Yo no…

Tormenta de Arena soltó un ronroneo risueño.

—Bueno, quizá sí puedas. Por supuesto que la ayudaré, estúpida bola de pelo. Hablaré con ella ahora mismo.

Estrella de Fuego se sintió aliviado.

—Gracias, Tormenta de Arena.

Lo interrumpió un estridente maullido. Los gatos que seguían en el claro estaban mirando hacia el túnel de aulagas. Estrella de Fuego no podía ver qué los había alarmado, pero captó el olor metálico de la sangre en el aire, y también un olor a gato intruso.

Abriéndose paso entre sus guerreros, fue hasta la entrada del claro. Por el túnel salió cojeando un gato tan malherido que estaba irreconocible. Le manaba sangre de un largo corte en el costado. Tenía el pelo apelmazado con arena y polvo, y un ojo cerrado.

Por fin, Estrella de Fuego consiguió distinguir un pelaje oscuro y moteado bajo la suciedad y el olor del Clan del Viento. El recién llegado era Enlodado, casi incapaz de mantenerse en pie de dolor y agotamiento.

—¡Enlodado! —exclamó Estrella de Fuego—. ¿Qué ha ocurrido?

El gato se tambaleó hacia él.

—¡Tienes que ayudarnos, Estrella de Fuego! —exclamó con voz estrangulada—. ¡El Clan del Tigre está atacando nuestro campamento!