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17

—¡Deprisa! ¡A los pasaderos! —siseó Estrella de Fuego.

De haber estado solos, los gatos del Clan del Trueno podrían haber echado a correr para escapar fácilmente del peligro, pero ninguno de ellos iba a abandonar a los prisioneros. Látigo Gris aminoró el paso para unirse a Cuervo en la retaguardia, mientras Estrella de Fuego intentaba meter prisa a los gatos del Clan del Río.

—¡Tendréis que dejarnos! —exclamó Vaharina sin aliento—. No tiene sentido que nos capturen a todos.

—¡Jamás! —gruñó Látigo Gris—. Estamos juntos en esto.

Para entonces ya estaban avanzando a lo largo de la orilla, y los gatos del Clan del Río trastabillaban en sus esfuerzos por seguir el ritmo. Estrella de Fuego ya veía las ondulaciones del agua donde la corriente se veía entorpecida por los pasaderos. Pero los maullidos que sonaban a sus espaldas se oían cada vez más fuertes, y cuando giró la cabeza para tomar una rápida bocanada de aire, pudo captar el olor del Clan de la Sombra.

—¡Gran Clan Estelar! —susurró—. Nos están alcanzando.

Cuando llegaron a los pasaderos, ninguno de los gatos perseguidores había aparecido aún. Estrella de Fuego saltó a la primera piedra, luego a la segunda, e hizo un gesto a Vaharina con la cola para que lo siguiera.

—¡Date prisa! —la urgió.

Vaharina flexionó las patas traseras y saltó. Se tambaleó al aterrizar sobre la resbaladiza superficie, pero consiguió mantener el equilibrio. Los dos aprendices fueron detrás de ella. Estrella de Fuego se detuvo a mitad de camino a esperar, con el agua del río lamiéndole las zarpas, mientras los demás saltaban tras él.

A causa de su debilidad, los gatos del Clan del Río eran demasiado lentos y tenían que pararse a tomar impulso a cada salto. Vaharina fue la primera en llegar hasta Estrella de Fuego, que se apartó hasta el borde de la piedra para dejarla continuar. Los dos aprendices iban algo retrasados. Estrella de Fuego arañó la dura piedra con impaciencia, aunque intentaba permanecer tranquilo. Cuando entre los juncos surgieron las primeras siluetas de los perseguidores, se obligó a no decir nada. Borrasquino estaba preparándose para saltar, y el líder clavó los ojos en él.

—Vamos —maulló con calma—. Estás haciéndolo muy bien.

Pero, mientras su hermano se preparaba, Plumilla, un par de piedras por detrás, vio a los guerreros del Clan de la Sombra que corrían por la orilla del río.

—¡Ya vienen! —maulló la aprendiza.

Sobresaltado, Borrasquino calculó mal la distancia y se quedó corto. Sus patas delanteras tocaron la piedra, pero las traseras cayeron al agua. La corriente burbujeó a su alrededor, tirando de su espeso pelaje mientras él intentaba ponerse a salvo.

—¡Me resbalo! —exclamó con voz ahogada—. ¡No puedo agarrarme!

Estrella de Fuego saltó a la piedra, manteniendo el equilibrio a duras penas en el escaso espacio que dejaban las zarpas delanteras de Borrasquino. Cerró los dientes sobre el pescuezo del aprendiz justo cuando éste perdía agarre y se deslizaba hacia el río. Con el peso de Borrasquino y la fuerza de la corriente, Estrella de Fuego notó que sus propias patas resbalaban sobre la lisa roca.

Entonces descubrió que Látigo Gris estaba nadando justo detrás de su hijo, pataleando enérgicamente a través del agua helada. El guerrero gris metió el omóplato debajo del cuerpo de Borrasquino y lo impulsó hacia arriba. Estrella de Fuego logró izarlo, y el aprendiz se quedó temblando sobre la piedra.

Al lanzar una ojeada hacia la orilla opuesta, Estrella de Fuego vio que Cuervo instaba a Plumilla a saltar al siguiente pasadero, mojándose las patas para dejarle espacio en la parte más seca.

Detrás de ellos, los perseguidores habían alcanzado la primera piedra. Patas Negras iba en cabeza, acompañado de Colmillo Roto y tres o cuatro guerreros más… demasiados para pelear contra ellos.

—¡Vamos! —bramó Estrella de Fuego—. ¡Deprisa! —Empujó al tembloroso Borrasquino—. Continúa… ¡sigue a Vaharina!

Patas Negras se dispuso a saltar, con los ojos fijos en el pasadero donde se encontraba Cuervo, que se había colocado entre la aprendiza y el guerrero del Clan de la Sombra. A Estrella de Fuego se le encogió el estómago. El solitario era valiente, pero sus días de entrenamiento quedaban muy lejos, y no estaría a la altura de un guerrero experimentado como el lugarteniente de Estrella de Tigre.

Látigo Gris empezó a nadar en dirección a Cuervo. Un maullido salvaje atravesó el aire cuando el resto de los guerreros del Clan de la Sombra se situaron a lo largo de la orilla en una hilera amenazadora.

—¡Sigue adelante! —le dijo Estrella de Fuego a Vaharina—. Llévate contigo a Borrasquino. Yo voy a volver atrás.

Pero, antes de que pudiera moverse, un feroz grito de guerra brotó desde el bosque del lado del Clan del Trueno. Vio tres figuras avanzando por el sotobosque: Nimbo Blanco, Tormenta de Arena y Espinardo.

—Gracias al Clan Estelar que… —Se interrumpió cuando Nimbo Blanco saltó hacia el río echando chispas por los ojos y con las garras desenvainadas.

El joven guerrero iba derecho hacia Vaharina, que estaba saltando de la última piedra a la orilla.

Estrella de Fuego voló sobre los demás pasaderos para interceptar al guerrero blanco. Lo embistió por el costado y lo derribó.

—¡Cerebro de ratón! —espetó—. El enemigo está ahí atrás.

Señaló con la cabeza al centro del río, donde Látigo Gris y Cuervo estaban enzarzados con Patas Negras en la roca central. Borrasquino estaba dándose impulso para saltar de la última piedra a la ribera, mientras que Plumilla iba agachada a dos o tres pasaderos de distancia. Tormenta de Arena y Espinardo se abalanzaron a las piedras para enfrentarse a los guerreros del Clan de la Sombra, mientras los aprendices se encogían para dejarlos pasar.

Tras mascullar un «Lo siento» en dirección a Vaharina, Nimbo Blanco corrió tras ellos. Cuando Estrella de Fuego se disponía a seguirlos, vio que Patas Negras resbalaba de la piedra y era arrastrado por la corriente. El guerrero se hundió brevemente bajo la superficie del agua y luego reapareció nadando con torpeza hacia el lado del Clan del Río, con las orejas pegadas al cráneo. Los tres gatos del Clan del Trueno y Cuervo se arremolinaron sobre la roca central, sacando las uñas y gruñendo ferozmente a los demás perseguidores.

—No deis ni un paso más si queréis seguir con vida —gruñó Tormenta de Arena.

Los guerreros del Clan de la Sombra se quedaron dubitativos en las primeras piedras. Como no estaban acostumbrados al río, no se sentían seguros sobre sus patas, y era obvio que no les apetecía iniciar un combate con los furiosos gatos del Clan del Trueno.

—¡Retroceded! —ordenó Patas Negras al salir por fin a la orilla, con el pelo chorreando—. Dejad que escapen; al fin y al cabo, no son más que carroña mestiza.

Sus guerreros parecieron contentos de obedecer, y en apenas unos instantes los gatos del Clan de la Sombra habían desaparecido entre los carrizos.

Estrella de Fuego se concentró en ayudar a cruzar a los dos aprendices. Látigo Gris y Cuervo los siguieron de cerca. Al examinar a sus gatos en busca de heridas, el líder vio que Látigo Gris había perdido un mechón de pelo del omóplato y que a Cuervo le sangraba una oreja, pero, aparte de eso, parecían ilesos.

—Bien hecho, y lo digo por todos —maulló, volviéndose hacia el resto de los guerreros—. Nunca me había alegrado tanto de ver a alguien. ¿Qué os ha traído hasta aquí?

—Tú —respondió Nimbo Blanco resollando—. Ordenaste patrullas extra para vigilar las fronteras. Habéis tenido suerte de que pasáramos por aquí ahora.

Estrella de Fuego sintió que le fallaban las patas de alivio. El Clan Estelar había mandado a la patrulla en el momento justo.

—Muy bien —maulló—. Será mejor que regresemos al campamento. Estos tres gatos necesitan descansar. Cuervo, ven también con nosotros y que Carbonilla le eche un vistazo a tu oreja.

Se situó en la retaguardia por si al final los guerreros del Clan de la Sombra decidían cruzar el río, pero tras ellos todo estaba en silencio. Al cabo de unos instantes, Tormenta de Arena redujo el paso para unirse a él.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó—. ¿Qué están haciendo aquí esos gatos del Clan del Río?

Estrella de Fuego se detuvo para darle un lametazo en la oreja.

—Los tenían prisioneros —explicó—. Si los hubiéramos dejado allí, Estrella de Tigre los habría matado.

Horrorizada, Tormenta de Arena volvió hacia él sus ojos verdes.

—¿Por qué?

—Porque sus padres procedían de clanes diferentes. Estrella de Tigre dice que los gatos de dos clanes no son adecuados para vivir en ningún clan.

—Pero ¡si sus propios hijos son de dos clanes! —se indignó Tormenta de Arena.

El líder negó con la cabeza.

—No, porque Estrella de Tigre era miembro del Clan del Trueno cuando ellos nacieron. Al menos, ésa sería su excusa. ¿Acaso crees que el gran Estrella de Tigre sería padre de otra cosa que no fueran cachorros de sangre pura?

La conmoción y la repugnancia de Tormenta de Arena iban en aumento, y así lo reflejaron sus ojos. Luego se volvió, mostrándose comprensiva hacia los gatos del Clan del Río.

—Pobrecillos —murmuró—. ¿Dejarás que se queden en el Clan del Trueno?

Estrella de Fuego asintió.

—¿Qué otra cosa puedo hacer?

La luna estaba alta y bañaba el barranco con una luz plateada cuando Estrella de Fuego y los demás llegaron al campamento. El líder apenas podía creer que todo estuviera tranquilo allí, a tan poca distancia del claro manchado de sangre de la Colina de Huesos y de la violencia desatada por la ambición de Estrella de Tigre.

Pero, al llegar al claro a través del túnel de aulagas, el espejismo de paz se hizo añicos. Tormenta Blanca fue corriendo hacia él con Fronde Dorado pisándole los talones. El guerrero más joven parecía destrozado.

—¡Gracias al Clan Estelar que has vuelto, Estrella de Fuego! —exclamó—. Se trata de Zarpa Trigueña… ¡ha desaparecido!