—¡No! —exclamó Látigo Gris con voz estrangulada.
Estrella de Fuego se apretó más contra su amigo. Compartía su dolor por la muerte de Pedrizo y su ira porque el valor de aquel guerrero no había valido de nada en aquella pelea injusta.
Patas Negras se quedó mirando el cuerpo de Pedrizo con satisfacción.
Cebrado giró en redondo para encararse a los aprendices.
—Estrella de Tigre —maulló—, permíteme matarlos.
Látigo Gris habría saltado entonces, pese a lo que dijera Estrella de Fuego, pero, antes de que pudiera moverse, Estrella de Tigre sacudió su cabeza cubierta de cicatrices de batalla.
—¿Sí, Cebrado? Un prisionero puede vencerte, ¿y tú piensas que podrías con dos aprendices?
Cebrado bajó la cabeza avergonzado. Su líder observó a los dos jóvenes gatos con frialdad. Estaban apretujados uno contra el otro, temblando por la conmoción. Apenas parecían darse cuenta de que sus vidas pendían de un hilo.
—No —maulló Estrella de Tigre finalmente—. De momento los dejaré vivir. Quizá me resulten útiles estando vivos.
Estrella de Fuego miró a Látigo Gris, que le devolvió la mirada con una mezcla de alivio y recelo.
Estrella de Tigre llamó a Colmillo Roto.
—Llévate a los aprendices a su prisión.
El guerrero del Clan de la Sombra inclinó la cabeza y condujo a los dos aturdidos hermanos a través de los carrizos. Los ojos de Látigo Gris los siguieron con avidez hasta que estuvieron fuera de la vista.
—La reunión ha terminado —declaró Estrella de Tigre.
Al instante, los gatos del claro empezaron a dispersarse. Estrella de Tigre saltó de la Colina de Huesos y desapareció entre los juncos, flanqueado por Cebrado y Patas Negras. Al final sólo quedó Estrella Leopardina. La gata se acercó al desmadejado cuerpo de su antiguo lugarteniente. Inclinó la cabeza despacio para olfatear el desgarrado pelaje gris. Si maulló un último adiós, Estrella de Fuego no lo oyó. Al cabo de un momento, la líder dio media vuelta y siguió a Estrella de Tigre a través del carrizal.
—¡Ahora! —Látigo Gris se levantó de un salto—. Tenemos que ir a rescatar a mis hijos.
—Sí, pero no hay que apresurarse —le advirtió el líder—. Debemos asegurarnos de que se han ido todos los gatos.
Su amigo temblaba por la tensión reprimida.
—¡No me importa! —espetó—. Si intentan detenernos, los despellejaré a todos.
—Tus hijos están a salvo de momento —murmuró Cuervo—. No hay por qué correr riesgos.
Estrella de Fuego levantó la cabeza cautelosamente por encima de los juncos. Para entonces ya estaba bastante oscuro; la única luz procedía del Manto Plateado y del pálido resplandor de la luna, todavía baja en el cielo. Los olores del Clan de la Sombra y el Clan del Río estaban desvaneciéndose deprisa. El único sonido era el seco susurro del viento entre los carrizos.
Después de agacharse de nuevo, Estrella de Fuego susurró:
—Por ahora se han ido. Ésta es nuestra oportunidad. Tenemos que averiguar dónde retienen a los aprendices y…
—Y llevárnoslos —lo interrumpió Látigo Gris—. Cueste lo que cueste.
Estrella de Fuego asintió.
—Cuervo, ¿estás preparado para esto? Será peligroso.
Al solitario se le dilataron los ojos.
—¿Crees que me marcharía, después de ver lo que he visto? De ninguna manera. Estoy contigo, Estrella de Fuego.
—Gracias. —Le dedicó un guiño de agradecimiento—. Pensaba que sería así.
Tras hacer una señal con la cola a sus amigos, abrió la marcha hacia el claro. Sus pasos se volvieron más vacilantes al abandonar el refugio de los juncos. Sabía que lo que estaba haciendo iba contra el código guerrero, pero lo que había hecho Estrella de Tigre no le dejaba otra alternativa. Ignoraba cómo sus antepasados guerreros habían podido presenciar el asesinato de Pedrizo sin hacer nada para salvarlo.
Avanzando con el cuerpo pegado al suelo, los tres gatos llegaron al arroyo con la orilla llena de carne putrefacta. En medio de su fría rabia, Estrella de Fuego se enfureció por aquel desperdicio de presas en la estación más dura.
—¡Mirad eso! —bufó indignado.
—Podríamos rebozarnos en ésta porquería —sugirió Cuervo—. Disimularía nuestro olor.
Estrella de Fuego asintió con aprobación, y su furia se calmó un poco. Cuervo estaba pensando como un guerrero. El líder se restregó contra los restos putrefactos de un conejo. Látigo Gris y Cuervo lo siguieron. Los ojos del guerrero gris eran como esquirlas de cuarzo amarillo.
Cuando los tres estuvieron cubiertos de arriba abajo del olor a carroña, Estrella de Fuego se internó en el carrizal por donde Colmillo Roto había desaparecido con los aprendices. Había un estrecho sendero a lo largo del barro congelado, como si por allí pasaran gatos regularmente. Estrella de Fuego tenía todos los sentidos alerta.
Al alejarse del río, en dirección a las tierras de labranza del otro lado del territorio del Clan del Río, los juncos empezaron a disminuir y el terreno se elevó. Cuando Estrella de Fuego y sus amigos llegaron al borde del cañaveral, vieron ante ellos una ladera herbosa con alguna mata de aulaga y de espino. Más o menos en medio de la cuesta se abría un agujero negro. Colmillo Roto estaba sentado ante él.
—Hay pisadas que se dirigen a ese agujero —murmuró Estrella de Fuego.
Látigo Gris levantó el hocico para olfatear el aire y soltó un leve sonido de disgusto.
—Gatos enfermos —maulló en voz baja—. Tienes razón, Estrella de Fuego: éste es el lugar. —Enseñó los dientes—. Colmillo Roto es mío.
—No. —Estrella de Fuego sacudió la cola, indicando a su amigo que se quedara donde estaba—. No podemos permitirnos una pelea. El ruido atraería a todos los gatos del territorio. Tenemos que deshacernos de Colmillo Roto de otra manera.
—Yo puedo hacerlo. —Cuervo amasó el suelo con las zarpas ansiosamente, pero su expresión era resuelta—. A vosotros os reconocerá, pero a mí no me conoce.
Estrella de Fuego vaciló y al cabo asintió.
—¿Cómo lo harás?
—Tengo un plan. —Los ojos de Cuervo brillaron con expectación. Estrella de Fuego comprendió que el solitario casi estaba disfrutando de la sensación de peligro, como si echara de menos tener la ocasión de emplear sus habilidades guerreras—. No te preocupes; todo irá bien —aseguró el gato negro.
Se incorporó para salir de entre los carrizos y subir la ladera, con la cabeza y la cola bien tiesas. Colmillo Roto se levantó y fue a su encuentro, erizando el pelo del cuello.
Estrella de Fuego se preparó para saltar si el guerrero del Clan de la Sombra atacaba a su amigo. Pero, aunque Colmillo Roto parecía agresivo, no hizo nada más que olfatear a Cuervo con desconfianza.
—No te conozco —gruñó—. ¿Quién eres y qué quieres?
—Te crees que conoces a todos los gatos del Clan del Río, ¿verdad? —inquirió Cuervo con sangre fría—. Tengo un mensaje de parte de Estrella de Tigre.
Colmillo Roto gruñó y agitó los bigotes olisqueándolo de nuevo.
—Por el gran Clan Estelar, ¡apestas!
—Pues tú tampoco hueles muy bien que digamos —replicó Cuervo—. ¿Quieres que te dé el mensaje o no?
Estrella de Fuego y Látigo Gris intercambiaron una mirada al ver que Colmillo Roto dudaba. El líder sintió que el corazón le martilleaba dolorosamente contra las costillas.
—Adelante —maulló por fin el guerrero del Clan de la Sombra.
—Estrella de Tigre quiere que vayas a verlo de inmediato —anunció Cuervo—. Me ha mandado para que ocupe tu puesto vigilando a los prisioneros.
—¿Qué? —Colmillo Roto sacudió la cola con incredulidad—. Sólo el Clan de la Sombra custodia a los prisioneros. Los gatos del Clan del Río sois demasiado blandos. ¿Por qué Estrella de Tigre te ha enviado a ti y no a uno de nuestro propio clan?
Estrella de Fuego se estremeció. Cuervo había cometido un error potencialmente fatal.
Pero el solitario no pareció inmutarse. Dando media vuelta, maulló:
—Creía que ahora éramos un solo clan. Pero como quieras. Le diré a Estrella de Tigre que no vas a ir.
—No, espera. —Colmillo Roto sacudió las orejas—. Yo no he dicho eso. Si Estrella de Tigre quiere que vaya… ¿Dónde está?
—Allá. —Cuervo señaló con la cola hacia el campamento del Clan del Río—. Cebrado y Patas Negras están con él.
Colmillo Roto tomó una decisión.
—De acuerdo —masculló—. Pero tú quédate aquí fuera hasta que yo vuelva. Si detecto tu apestoso olor dentro de la madriguera, te arrancaré el pellejo.
Empezó a descender la ladera. Cuervo lo observó marcharse y luego subió a sentarse justo delante de la madriguera. Estrella de Fuego y Látigo Gris se agazaparon más entre los juncos cuando Colmillo Roto pasó a un par de colas de distancia. Tenía prisa, y ni siquiera se detuvo a olfatear el aire mientras desaparecía por el sendero.
En cuanto se hubo ido, salieron a campo abierto para reunirse con Cuervo. Látigo Gris se paró brevemente a olisquear y maulló:
—¡Sí! ¡Están ahí dentro!
Acto seguido, desapareció en el interior del agujero.
Estrella de Fuego se detuvo delante de Cuervo.
—¡Bien hecho!
El solitario se lamió una pata y se la pasó dos o tres veces por la oreja para intentar disimular su azoramiento.
—Ha sido fácil. Ese Colmillo Roto no es más que una estúpida bola de pelo.
—Sí, pero sabrá que algo pasa en cuanto encuentre a Estrella de Tigre —apuntó el líder—. Quédate vigilando y avisa si ves a alguien.
Tras echar una última mirada a su espalda, se lanzó a la madriguera tras Látigo Gris.
Se encontró en un pasadizo largo y estrecho, excavado en el suelo arenoso. Lo engulló una densa oscuridad al cabo de unas colas. Había un persistente olor a zorro, pero era tenue y rancio, como si hiciera mucho que se había marchado el ocupante original de la madriguera. Muchísimo más fuerte era el olor a miedo que se elevaba en la negrura, el olor a gatos que ya habían perdido toda esperanza.
El túnel descendía sin parar. Antes de llegar al final, Estrella de Fuego oyó movimientos y maullidos de sorpresa. Uno de los aprendices exclamó:
—¡Papá! ¿De verdad eres tú?
Al cabo de un instante, Estrella de Fuego ya no notó el roce de las paredes del pasadizo. Al siguiente paso chocó contra las ancas de un gato; reconoció a Látigo Gris por el olor. El de los dos aprendices era más fuerte que nunca, y con un estremecimiento de alegría, Estrella de Fuego reconoció otro más.
—¡Vaharina! —exclamó—. Gracias al Clan Estelar que te hemos encontrado.
—¿Estrella de Fuego? —La voz de Vaharina sonó ronca y muy cerca de su oído—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Es una larga historia —contestó el líder—. Os lo contaremos todo, pero primero tenemos que sacaros de aquí. Látigo Gris, ¿estás listo?
Su amigo respondió con un tenso maullido afirmativo. Aunque no podía verlo, Estrella de Fuego se lo imaginó apretujado contra Plumilla y Borrasquino.
—En marcha —maulló, volviéndose con dificultad en la estrecha boca de la madriguera subterránea—. Vaharina, vamos a llevaros a todos al Clan del Trueno. —Al recordar lo débiles que parecían Pedrizo y los aprendices, añadió—: ¿Podréis llegar hasta allí?
—En cuanto salga de este agujero, podré llegar a cualquier sitio —maulló la guerrera con determinación.
—Y nosotros también —intervino Plumilla.
—Estupendo. Vaharina, lo lamento, pero no hemos podido rescatar a Pedrizo… —empezó el líder, buscando las palabras para contarle la muerte de su hermano.
—Ya lo sé —lo interrumpió la gata, con la voz quebrada de pesar—. Me lo han contado los aprendices. Dicen que ha muerto valientemente.
—Muy valientemente. Todo el Clan Estelar lo honrará. —Estrella de Fuego restregó el hocico contra el pelaje de Vaharina, en un gesto de consuelo—. Vamos. Nos encargaremos de que su muerte no haya sido en vano. Estrella de Tigre no os hará daño a vosotros también.
Con el corazón desbocado, Estrella de Fuego empezó a ascender por el túnel. Al llegar al final, se detuvo a comprobar que era seguro salir, y luego abrió la marcha hacia el espacio abierto. Sentía como si el rancio hedor de la prisión fuera a quedársele pegado al pelo para siempre. Cuervo se colocó en la retaguardia, vigilando mientras descendían la ladera.
Silenciosos como sombras, los gatos siguieron el sendero a través del cañaveral hasta llegar de nuevo al claro. Estaba vacío, y la Colina de Huesos proyectaba su siniestra sombra hasta el cadáver de Pedrizo, todavía tendido allí bajo la luz de la luna.
Vaharina se acercó a su hermano e inclinó la cabeza para olerle el pelo. Fuera de la oscuridad de la prisión, Estrella de Fuego vio que estaba tan esquelética y desaliñada como el guerrero muerto; se le notaban las costillas, y tenía el pelo enmarañado y los ojos apagados de sufrimiento.
—Pedrizo, Pedrizo —murmuró la gata—. ¿Qué voy a hacer sin ti?
A Estrella de Fuego se le erizó el pelo de la tensión mientras aguzaba el oído por si se acercaba alguien, pero se obligó a darle tiempo a Vaharina para llorar la pérdida de su hermano. No podían llevarse con ellos el cuerpo de Pedrizo para la vigilia guerrera ritual; ése iba a ser el último adiós de Vaharina.
Borrasquino, que había sido aprendiz de Pedrizo, se acercó también. Tocó la cabeza de su mentor con la nariz antes de regresar junto a su padre.
Estrella de Fuego se acordó de Estrella Azul y de cuánto había amado ella a sus hijos perdidos. Se preguntó si la gata habría estado allí para acompañar a su hijo hasta el Clan Estelar. Los dos habían muerto con valor, y sus crueles muertes se debían a la diabólica ambición de Estrella de Tigre. Estrella de Fuego sintió un hormigueo por todo el cuerpo por el deseo de enfrentarse al atigrado oscuro y hacerle pagar por sus crímenes.
—Estrella de Fuego, tenemos que irnos —susurró Látigo Gris; el blanco de sus ojos brillaba bajo aquella media luz.
Sus palabras devolvieron al presente a Vaharina. Antes de que Estrella de Fuego pudiera contestar, la guerrera alzó la cabeza, lanzó una última mirada llena de amor a Pedrizo y fue con los demás.
Estrella de Fuego se encaminó al río a paso brioso, sintiendo que se relajaba conforme se desvanecía la fetidez de la Colina de Huesos y de las presas desperdigadas. Látigo Gris ayudó a los dos aprendices, animándolos con delicados empujoncitos y maullidos. Vaharina aguantó el ritmo con valor, aunque cojeaba, pues tenía las zarpas agrietadas y sensibles tras su encarcelamiento. Cuervo cerraba la marcha, con las orejas dirigidas hacia atrás por si alguien los perseguía.
La noche era silenciosa excepto por el murmullo del agua. Para cuando tuvieron el río a la vista, no se habían encontrado con otros gatos. Al girar en dirección a los pasaderos, Estrella de Fuego creyó que escaparían sin que los descubrieran.
Entonces sonó un maullido distante a través de los carrizos, y los seis gatos se quedaron de piedra.
—¡Los prisioneros han escapado!