Látigo Gris gruñó desde lo más hondo de la garganta y se dispuso a saltar.
—¡No! —exclamó Estrella de Fuego con voz ahogada, abalanzándose sobre su amigo antes de que éste abandonase la sombra de los juncos—. Si Estrella de Tigre nos ve, ¡nos hará picadillo!
Cuervo agarró a Látigo Gris por el omóplato.
—Estrella de Fuego tiene razón —siseó—. ¿Qué posibilidades tendríamos contra esos gatos?
Látigo Gris se retorció desesperadamente, como si no los hubiera oído.
—¡Soltadme! —gruñó—. ¡Haré pedazos a esa cagarruta de zorro! ¡Le arrancaré el corazón!
—No —repitió el líder en un susurro angustiado—. Acabarán con nosotros si salimos de aquí. No vamos a abandonar a tus cachorros, Látigo Gris, te lo prometo, pero tenemos que esperar el momento apropiado para hacerlo.
Látigo Gris siguió debatiéndose un rato más y luego se calmó con un gruñido de aceptación. Estrella de Fuego lo soltó, con una seña a Cuervo para que él también lo soltara.
—Escucha —murmuró—. Vamos a enterarnos de qué está pasando.
Mientras estaban sujetando a Látigo Gris, Estrella de Tigre había empezado a hablar, y su voz había tapado el ruido de la refriega entre los carrizos.
—Gatos del Clan del Tigre, todos conocéis las dificultades a las que tenemos que enfrentarnos. El frío de la estación sin hojas nos amenaza. Los Dos Patas nos amenazan. Los otros dos clanes del bosque, que aún no han comprendido las ventajas de unirse al Clan del Tigre, son una amenaza para nosotros.
Estrella de Fuego sacudió la cola con furia y lanzó una mirada a Látigo Gris. ¡La amenaza era Estrella de Tigre! Lo único que querían el Clan del Trueno y el Clan del Viento era seguir con sus vidas en paz, de acuerdo con las antiguas tradiciones del Clan Estelar y el código guerrero.
Pero los llameantes ojos de Látigo Gris estaban clavados en sus dos hijos, encogidos al pie de la Colina de Huesos. El guerrero no reparó en la mirada de su amigo.
—Rodeados de enemigos como estamos —continuó Estrella de Tigre—, debemos estar seguros de la lealtad de nuestros propios guerreros. En el Clan del Tigre no hay sitio para los indiferentes. No hay sitio para gatos que puedan vacilar en la batalla o, peor todavía, que puedan volverse contra sus propios compañeros. ¡El Clan del Tigre no tolerará traidores!
«Excepto al traidor que lo lidera —pensó Estrella de Fuego—. O a Cebrado, que habría sido capaz de ver cómo su clan era devorado por los perros».
Los gatos del claro rompieron a maullar con aprobación. Estrella de Tigre dejó que el clamor continuara un momento antes de pedir silencio con la cola. Las voces enmudecieron, y él empezó a hablar de nuevo.
—Y por encima de todo, no toleraremos la aberración de los gatos mestizos. Ningún guerrero leal debería emparejarse nunca con un miembro de otro clan, adulterando la sangre pura que nuestros antepasados guerreros quisieron para nosotros. Estrella Azul y Látigo Gris, ambos del Clan del Trueno, incumplieron el código guerrero al emparejarse con miembros del Clan del Río. Los hijos de tales uniones, como los que veis delante de vosotros, no son dignos de confianza.
Hizo una pausa, y su lugarteniente, Patas Negras, vociferó:
—¡Basura, basura!
Cebrado recogió el testigo, y un coro de gritos y alaridos repitió sus palabras. En esa ocasión, Estrella de Tigre dejó que las voces se apagaran por sí solas, observando a los gatos con expresión de tranquila satisfacción.
«Él y Patas Negras deben de haber orquestado todo esto», comprendió Estrella de Fuego horrorizado.
Advirtió que los que gritaban más eran los guerreros del Clan de la Sombra. Los gatos del Clan del Río se les unieron con menos entusiasmo; Estrella de Fuego supuso que quizá no estaban totalmente de acuerdo con el líder del Clan de la Sombra, pero no se atrevían a permanecer en silencio.
Los dos aprendices del Clan del Río estaban casi pegados al suelo, como si temieran que los arrastrara la tempestad de la furia del clan. Pedrizo se agachó junto a ellos como para protegerlos, mirando alrededor con expresión desafiante.
«¿Dónde está Vaharina? —se preguntó Estrella de Fuego—. Estrella de Tigre sabe que también es hija de Estrella Azul. ¿Qué ha hecho con ella?».
El atigrado oscuro tomó de nuevo la palabra.
—Hasta ahora se ha tolerado a los gatos mestizos, pero ya ha pasado el tiempo de la tolerancia. En el Clan del Tigre no hay lugar para guerreros que deben lealtad a dos clanes. ¿Cómo podemos confiar en que no traicionen nuestros secretos, o que incluso se vuelvan en nuestra contra y nos maten? ¿Podemos esperar que el Clan Estelar combata a nuestro lado si permitimos que los impuros de corazón y sangre se paseen libremente entre nosotros?
—¡No! —bramó Cebrado, sacando las uñas y sacudiendo la cola de un lado a otro.
—No, amigos míos; ¡debemos deshacernos de la abominación que habita entre nosotros! Entonces, nuestro clan volverá a estar limpio y podremos contar con el favor del Clan Estelar.
Pedrizo se levantó de un salto. Estaba tan débil que se tambaleó y estuvo a punto de caer, pero logró mantenerse recto y encararse a Estrella de Tigre.
—Ningún gato ha puesto en duda mi lealtad jamás —gruñó—. ¡Baja aquí y dime a la cara que soy un traidor!
Estrella de Fuego tuvo ganas de maullar ante el desesperado valor del guerrero gris azulado. Estrella de Tigre podría haberlo aplastado con una sola zarpa, y sin embargo Pedrizo se mantuvo desafiante.
—Vaharina y yo no supimos que Estrella Azul era nuestra madre hasta hace un par de lunas —declaró Pedrizo—. Hemos sido leales al Clan del Río toda nuestra vida. ¡Qué cualquier gato que piense lo contrario venga aquí y lo demuestre!
Estrella de Tigre movió la cola rabiosamente hacia Estrella Leopardina.
—Tuviste un criterio lamentable al elegir a ese gato como lugarteniente —gruñó—. El Clan del Río está ahogándose por las malas hierbas de la traición, y debemos arrancarlas.
Para desolación de Estrella de Fuego, Estrella Leopardina inclinó la cabeza. Ese gesto revelaba hasta dónde llegaba el poder de Estrella de Tigre, pues aquella gata, que había sido una formidable líder de clan, no podía o no quería proteger a su propio lugarteniente.
Aun así, las palabras del atigrado oscuro dieron esperanzas a Estrella de Fuego. Sonaba como si Estrella de Tigre fuera a desterrar a Pedrizo y los dos aprendices. Si era así, él y sus amigos podrían esperarlos en la frontera, listos para llevarlos al Clan del Trueno, donde estarían a salvo.
Cuando Estrella de Tigre habló de nuevo, su voz sonó comedida y fría:
—Pedrizo, te daré la oportunidad de demostrar tu lealtad al Clan del Tigre. Mata a estos dos aprendices mestizos.
Un silencio escalofriante se abatió sobre el claro, y Látigo Gris pegó un respingo horrorizado. Afortunadamente, los guerreros del Clan del Tigre estaban tan absortos en la escena que no lo oyeron.
—¡Estrella de Fuego! —susurró Látigo Gris—. ¡Tenemos que hacer algo!
Hundió las garras en el suelo tensando los músculos, listo para saltar, aunque tenía los ojos clavados en su líder, como si esperara su orden para atacar.
Cuervo se volvió hacia Estrella de Fuego, con los ojos relucientes de angustia.
—¡No podemos quedarnos viendo cómo los matan!
Estrella de Fuego notó cómo se le erizaba el pelo de la tensión. Sabía que no podría quedarse escondido mientras aniquilaban a los hijos de Látigo Gris a sólo unos zorros de distancia. Si todo lo demás fallaba, estaba dispuesto a dar su vida en combate por salvarlos.
—Esperemos sólo un momento —murmuró—. A ver qué hace Pedrizo.
El guerrero gris azulado se había vuelto hacia Estrella Leopardina.
—Yo sólo acepto órdenes de ti —gruñó—. Debes saber que esto no está bien. ¿Qué quieres que haga?
Estrella Leopardina pareció dudar un segundo, y Estrella de Fuego volvió a tener esperanzas de que se opusiera al líder oscuro y detuviese la destrucción de su clan. Pero tal vez había subestimado la ambición de la gata.
—Éstos son tiempos difíciles —maulló al cabo la líder—. Mientras luchamos por sobrevivir, debemos contar con todos nuestros compañeros de clan. No hay lugar para lealtades divididas. Haz lo que te ha dicho Estrella de Tigre.
Pedrizo le sostuvo la mirada un instante más, un instante que a Estrella de Fuego se le antojó que duraba varias lunas. Luego se puso frente a los dos aprendices, que se encogieron apartándose de él, con los ojos vidriosos de terror.
Borrasquino dio un lametón a su hermana para consolarla.
—Pelearemos contra él —prometió—. No dejaré que nos mate.
«Valientes palabras», pensó Estrella de Fuego desesperado. Pedrizo era un guerrero hábil y experimentado, e incluso en su estado debilitado suponía una gran amenaza para dos aprendices con poco entrenamiento que también habían sufrido cautividad y maltrato.
El guerrero del Clan del Río hizo un gesto de asentimiento hacia Borrasquino, como cualquier mentor aprobando el valor de su aprendiz. Luego se volvió para mirar de nuevo a Estrella de Tigre.
—¡Primero tendrás que matarme a mí, Estrella de Tigre! —bufó.
Entornando los ojos, el atigrado oscuro hizo una seña con la cola a Cebrado.
—Muy bien. Cebrado, mátalo —ordenó.
El guerrero de rayas negras se preparó para saltar; hasta el último pelo de su pelaje temblaba de alegría porque Estrella de Tigre le hubiera dado la posibilidad de demostrar su lealtad a su nuevo clan. Con un gruñido esforzado, se lanzó contra Pedrizo.
Estrella de Fuego sintió lástima y miedo. Sólo veía un final posible a aquel combate. El guerrero gris azulado estaba tan débil que no sería rival para Cebrado. Deseó saltar al claro y luchar al lado de Pedrizo, pero sabía que, en presencia de tantos gatos enemigos, sería un suicidio. Tenía que contenerse con la esperanza —aunque pequeña— de salvar a los aprendices. Jamás había conocido una experiencia peor que aquélla: tener que quedarse escondido mientras asesinaban a un amigo.
Sin embargo, Pedrizo no había perdido sus habilidades. Rápido como un rayo, se dejó caer al suelo de espaldas. De ese modo, en vez de aterrizar sobre el lomo del guerrero gris, Cebrado se encontró con sus cuatro zarpas, que lo recibieron con las uñas desenvainadas para desgarrarle la piel.
A Estrella de Fuego se le hizo un nudo en la garganta. Recordó un día durante su entrenamiento en que la madre de Pedrizo, Estrella Azul, le enseñó a él ese mismo movimiento. «Estrella Azul, si puedes ver esto, ¡ayuda ahora a tu hijo!», suplicó para sus adentros.
Los dos guerreros eran una agresiva y aulladora maraña de pelo que rodaba por el suelo del claro. El resto de los gatos retrocedieron para dejarles espacio, aunque lo hicieron en el mismo silencio escalofriante. Estaban tan concentrados en la pelea que Estrella de Fuego se preguntó si no sería el mejor momento para rescatar a los aprendices. Pero Estrella de Tigre seguía aposentado en la cima de la Colina de Huesos, con una perfecta visión de todo el claro, y los vería acercarse fácilmente.
Pedrizo había clavado los dientes en el pescuezo de Cebrado y estaba intentando sacudirlo, pero el guerrero oscuro era mucho más grande y fuerte. Pedrizo no pudo seguir sujetándolo y se separaron resollando. Cebrado sangraba por un corte encima del ojo izquierdo, y le faltaban mechones de pelo en el costado. Pedrizo tenía el pelaje todavía más maltrecho; y cuando sacudió una de las patas delanteras, gotas de sangre salpicaron el suelo.
—¡Date prisa, Cebrado! —lo abucheó Patas Negras—. ¡Estás peleando como un minino casero!
Con un bufido de rabia, Cebrado lanzó un nuevo ataque, pero Pedrizo volvía a estar preparado. Desviándose a un lado, le propinó un zarpazo en el flanco al pasar y continuó con un golpe en la pata trasera. Se tambaleó por la fuerza del impacto, pero, para cuando Cebrado recuperó el equilibrio, ya se había enderezado. Esta vez el guerrero del Clan del Río siguió atacando: derribó a Cebrado y le clavó los colmillos en el cuello.
Los ojos amarillos de Látigo Gris centelleaban; Cuervo estaba hundiendo las garras en el suelo. Estrella de Fuego sintió que la esperanza ardía en su estómago. ¿Sería posible que Pedrizo lograra ganar?
Pero Estrella de Tigre no tenía intención de permitir que Pedrizo escapara. Mientras Cebrado se retorcía en vano por liberarse, el enorme atigrado agitó las orejas en dirección a Patas Negras.
—Acaba con eso —ordenó.
El lugarteniente del Clan de la Sombra se unió a la pelea. Mordió a Pedrizo en el bíceps y lo separó de Cebrado, agachándose para evitar las garras del gato gris. Cebrado se levantó de un salto e inmovilizó a Pedrizo por las patas traseras, mientras Patas Negras le propinaba un zarpazo en la garganta.
Pedrizo soltó un grito borboteante que duró poco. Los dos atacantes lo soltaron y retrocedieron. El cuerpo de Pedrizo se sacudió convulsivamente mientras la sangre manaba de su cuello.
Un leve gemido brotó de los gatos congregados y fue cobrando fuerza hasta convertirse en un grito de triunfo. Incluso Estrella Leopardina, tras vacilar brevemente, se unió al griterío. Los únicos en guardar silencio fueron los dos aprendices; sus aterrorizados ojos estaban fijos en el guerrero que había muerto para salvarlos.
Estrella de Fuego sólo pudo contemplar horrorizado cómo Pedrizo se quedaba inmóvil con el último suspiro de su cuerpo.