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13

El chubasco terminó pronto. Estrella de Fuego condujo a sus gatos a casa a través del bosque empapado mientras el cielo iba despejándose. El Manto Plateado resplandecía intensamente, y Estrella de Fuego alzó la vista para rogar en silencio: «Gran Clan Estelar, muéstrame qué hacer».

Empezó a preocuparse por si Estrella de Tigre había mandado guerreros a atacar el campamento mientras él y sus acompañantes estaban lejos. Sería una forma de debilitar al Clan del Trueno, para que su líder no tuviera más remedio que aliarse, junto con sus gatos supervivientes, con el Clan del Tigre. Sintió una oleada de alivio al salir del túnel de aulagas y descubrir que todo estaba en paz.

Tormenta Blanca, que estaba montando guardia delante de la guarida de los guerreros, se levantó al verlo.

—Habéis regresado pronto. Me preguntaba si esas nubes de tormenta taparían la luna.

—Así ha sido, pero es mucho peor que eso —contestó el líder.

—¿Peor?

Al lugarteniente se le salieron los ojos de las órbitas mientras Estrella de Fuego le contaba lo sucedido en la Asamblea, justo antes de que los rayos y truenos le impidieran revelar la verdad. Se les unieron más gatos, y el líder oyó maullidos de alarma mientras su clan se enteraba de lo que estaba planeando Estrella de Tigre.

—Cuando por fin ha estallado la tormenta —concluyó—, Estrella de Tigre ha dicho que era una señal del Clan Estelar para demostrar que contaba con su apoyo. Él y Estrella Leopardina se han ido, de modo que se ha acabado la Asamblea.

—Puede que fuera una señal —maulló Tormenta Blanca pensativo—, pero una señal de que el Clan Estelar está furioso con Estrella de Tigre.

—Carbonilla, ¿tú qué opinas? —le preguntó Estrella de Fuego a la curandera, que había escuchado el relato con un hondo presentimiento en sus ojos azules.

—No lo sé —admitió la gata—. Si era una señal, significaría que el Clan Estelar no quería que contaras la verdad sobre Estrella de Tigre, y me cuesta mucho creer eso. —Se encogió de hombros—. En ocasiones, una tormenta no es más que una tormenta.

—Pues ésta ha sido muy desafortunada para el Clan del Trueno —masculló Rabo Largo.

—Ojalá hubiera estado allí —gruñó Nimbo Blanco—. Habría degollado a Estrella de Tigre. Y se acabaron los problemas.

—En ese caso, mejor que no hayas estado allí —replicó Estrella de Fuego—. ¿Atacar al líder de un clan durante una Asamblea? Eso sí que habría enfurecido al Clan Estelar.

Nimbo Blanco miró a su líder entornando los ojos, en los que brillaba un claro desafío.

—Entonces, ¿por qué el Clan Estelar no hace algo para ayudarnos, si es tan poderoso?

—Quizá lo haga —intervino Centella con delicadeza.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Musaraña. Estaba descansando el peso de su cuerpo de una pata a otra, como si estuviera impaciente por salir del campamento y encararse con sus enemigos—. No estarás pensando en unirte a ése… Clan del Tigre, ¿verdad?

—Jamás —la tranquilizó Estrella de Fuego—. Pero necesitamos tiempo para pensar y descansar. —Bostezó, estirándose—. De momento, hay que organizar patrullas extra. ¿Algún voluntario para salir en la del alba?

—Yo —se ofreció Musaraña al instante.

—Gracias. Estate alerta a lo largo de la frontera con el Clan de la Sombra. Y si te encuentras con algún guerrero de Estrella de Tigre, ya sabes lo que tienes que hacer.

—Oh, sí. —Nimbo Blanco sacudió la cola con ansia—. Yo iré contigo, Musaraña. Me vendría bien un poco de pelo del Clan de la Sombra para forrarme el lecho.

Estrella de Fuego no intentó refrenar la hostilidad del joven guerrero. Ningún gato dudaría de la lealtad de Nimbo Blanco al Clan del Trueno, por muy desdeñoso que se mostrara con el Clan Estelar y el código guerrero.

Tormenta Blanca llamó a Fronde Dorado y Espinardo para que salieran también con la patrulla, y los cuatro se marcharon a descansar un poco antes del amanecer. Uno por uno, los demás miembros del clan se encaminaron a sus guaridas. Estrella de Fuego notó lo conmocionados que estaban y el miedo que no lograban ocultar.

Por fin se quedó solo con Carbonilla. Soltó un largo suspiro.

—¿Alguna vez terminará esto? —murmuró.

Carbonilla restregó su hocico contra el de él para consolarlo.

—No lo sé. Está en manos del Clan Estelar. —Entornó los ojos—. Pero a veces creo que no habrá paz en el bosque hasta que Estrella de Tigre haya muerto.

—Muy bien —maulló Estrella de Fuego—. Atácame.

A unos zorros de distancia, Zarzo se agazapó sobre el suelo de la hondonada. Estrella de Fuego aguardó mientras el aprendiz empezaba a avanzar sigilosamente hacia él; sus ojos color ámbar iban de un lado a otro, como si intentara elegir el mejor lugar para golpear.

Al cabo de un segundo, Zarzo saltó por el aire. Pero Estrella de Fuego estaba preparado para recibirlo; tras deslizarse deprisa a un lado, dio un cabezazo en el costado del joven cuando aterrizó. El gato perdió el equilibrio y rodó por el suelo levantando polvo.

—Tendrás que ser más rápido —le dijo Estrella de Fuego—. No le des tiempo para pensar a tu enemigo.

Zarzo se puso en pie a trompicones, escupiendo arena, y de inmediato saltó de nuevo. Sus zarpas extendidas impactaron en un lado de la cabeza de Estrella de Fuego y lo tiraron al suelo. Zarzo lo inmovilizó, con la nariz casi tocando la del líder.

—¿Así? —preguntó.

Estrella de Fuego lo empujó.

—¡Deja que me levante, bulto peludo! —Tras sacudirse el polvo de encima, añadió—: Sí, exactamente así. Eres muy prometedor, Zarzo.

Los ojos del aprendiz resplandecieron, y de pronto Estrella de Fuego se sintió como si estuviera viendo a un joven Estrella de Tigre… pero aquél era como debería haber sido: fuerte, hábil, valiente y, sí, ambicioso, pero en Zarzo toda la ambición parecía concentrada en convertirse en el mejor guerrero posible al servicio de su clan.

Estrella de Fuego no pudo reprimir un ronroneo de satisfacción. En medio de todos los problemas que asediaban al Clan del Trueno, era un alivio escapar durante un rato para una sesión de entrenamiento con su aprendiz.

Pero las siguientes palabras de Zarzo le recordaron sus otras responsabilidades, más pesadas:

—Estrella de Fuego, quería preguntarte una cosa… ¿por qué todos los gatos piensan que sería malísimo formar parte del Clan del Tigre?

—¡¿Qué?! —bramó el líder con una oleada de rabia; apenas podía creer que su aprendiz le hiciera esa pregunta.

Zarzo se estremeció, pero continuó, mirando a su mentor a los ojos sin amilanarse:

—Ceniciento me ha contado lo que dijo Estrella de Tigre. Es cierto que son tiempos difíciles. Todos se quejan sin parar de la escasez de presas y de que en el bosque hay más Dos Patas que nunca. Además, el Clan del Tigre será el más fuerte del bosque si el Clan del Río se une al Clan de la Sombra. ¿No sería lógico que nosotros también nos uniéramos a ellos?

Estrella de Fuego respiró hondo. Después de todo, él mismo había hecho ese tipo de preguntas a su llegada al bosque, sin comprender por qué debía haber rivalidad y peleas entre los clanes. Se sentó al lado de Zarzo.

—No es tan sencillo como eso —maulló—. Por un lado, siempre ha habido cuatro clanes en el bosque. Por el otro, eso significaría el final del Clan del Trueno.

—¿Por qué?

—Porque no podemos creer a Estrella de Tigre cuando dice que los cuatro líderes gobernarían conjuntamente. —Intentó expresarlo con amabilidad, recordando que estaba hablando del padre de su aprendiz, pero no iba a ocultar la pura verdad—. Estrella de Tigre se haría con el control. Perderíamos todo lo que nos convierte en el Clan del Trueno.

Zarzo guardó silencio unos segundos. Finalmente maulló:

—Ya veo. Gracias, Estrella de Fuego. Eso es lo que quería saber.

—Entonces sigamos adelante. —El líder se levantó de un salto—. Hay un movimiento que creo que podría resultarte útil…

Pero, mientras continuaba con la sesión de entrenamiento, descubrió que su optimismo sobre la lealtad de Zarzo había empezado a desvanecerse.

Al terminar la sesión de entrenamiento, Estrella de Fuego mandó a Zarzo a cazar para los veteranos. Estaba a punto de regresar al campamento cuando Nimbo Blanco apareció en lo alto de la hondonada arenosa, seguido de cerca por Centella.

—¡Estrella de Fuego! Íbamos a practicar los movimientos de combate de Centella. ¿Te apetece ver sus progresos?

—Sí, por supuesto… adelante.

Aunque las heridas de Centella estaban curadas, a Estrella de Fuego le costaba pensar en ella como combatiente. No se imaginaba que algún día pudiera participar en una batalla con su clan. Pero desde su cambio de nombre parecía mucho más feliz y segura de sí misma, y él quería animarla todo lo que pudiera.

Centella y Nimbo Blanco corrieron al centro de la hondonada. Durante unos segundos, dieron unas vueltas frente a frente, y luego Nimbo Blanco se abalanzó hacia Centella con las uñas envainadas y le dio un par de zarpazos en el lado ciego de la cara. La gata rodó por el impacto y Estrella de Fuego se puso en tensión, imaginándose el daño que podría haberle hecho un enemigo con las garras fuera y poniendo toda su fuerza en el golpe.

Pero, en vez de alejarse rodando de Nimbo Blanco, Centella se impulsó hacia él, enredando sus patas con las del joven y haciéndole perder el equilibrio. Estrella de Fuego irguió las orejas con interés mientras los dos gatos se retorcían juntos por la arena; de pronto, Centella estaba encima de Nimbo Blanco, inmovilizándolo contra el suelo con una zarpa en su cuello.

—Nunca había visto eso —maulló Estrella de Fuego, reuniéndose con ellos mientras la gata soltaba a Nimbo Blanco y éste se levantaba de un salto para sacudirse el polvo—. Centella, inténtalo conmigo.

Con expresión nerviosa, Centella se enfrentó a él. A Estrella de Fuego le resultó más difícil de lo que esperaba atacarla por su lado ciego; la joven no dejaba de moverse adelante y atrás, de modo que él tenía que cambiar de posición. Cuando por fin saltó hacia la gata, ésta se deslizó por debajo de sus patas extendidas y lo hizo caer de la misma manera con que había sorprendido a Nimbo Blanco. Estuvieron enzarzados unos minutos, hasta que por fin Estrella de Fuego consiguió sujetarla.

—Es más difícil de lo que parece, ¿verdad? —maulló Nimbo Blanco, acercándose con aire complacido.

—Desde luego que sí. Bien hecho, Centella. —Estrella de Fuego dejó que se levantara; el ojo bueno de la gata brillaba por la alabanza. Por primera vez, el líder empezó a preguntarse si, después de todo, la joven tendría futuro como guerrera—. Sigue practicando. Y déjame que vuelva a ver tus avances dentro de poco. Creo que podrías tener algo que enseñar al clan.

Después de la tormenta, el tiempo volvió a ser frío. Todas las mañanas, la hierba y los helechos estaban cubiertos de escarcha, y hubo otra ligera nevada. Las presas eran más escasas todavía, y lo que los cazadores conseguían atrapar era pequeño y escuálido, apenas un bocado para un gato hambriento.

—Si no tomo una comida decente pronto, me convertiré en una sombra —se lamentó Látigo Gris.

Él y Estrella de Fuego estaban de patrulla no muy lejos de los Cuatro Árboles, junto con Rabo Largo y Espinardo. Estrella de Fuego tenía la esperanza de encontrar más presas lejos del campamento, adonde no había llegado el incendio, pero la captura era penosamente pequeña.

—Voy a intentarlo junto al arroyo —maulló el líder.

Descendió la ladera, donde una mayor densidad de helechos y arbustos marcaba el trazado del arroyo. Cuando se detuvo a olfatear el aire, el olor a presas era tenue, y ningún sonido lo alertó de la presencia de criaturas correteando entre la hierba.

Con tan poca carne fresca, el clan estaba debilitándose día a día. Soportar la estación sin hojas ya sería muy duro, pero por encima de eso estaba la nueva amenaza del Clan del Tigre. Estrella de Fuego se preguntó si serían lo bastante fuertes para defenderse.

Sus pasos lo condujeron instintivamente hacia el arroyo, donde se agachó para beber; tuvo que dar unos golpecitos a la fina capa de hielo del borde, y se sacudió de la pata gotitas heladas cuando por fin cedió.

Al inclinar la cabeza para lamer el agua, el sol surgió a su espalda, abriéndose paso entre las hojas. La luz brilló sobre el agua y rodeó el reflejo de Estrella de Fuego con rayos dorados. Durante un momento, la imagen de su cabeza desapareció, reemplazada por la de un león rugiente. Era la criatura de la que Estrella de Fuego había oído hablar en muchos relatos de los veteranos; su pelaje del color de las llamas destellaba en una frondosa melena y sus ojos relucían con fuerza y poder ilimitados.

Sobrecogido, Estrella de Fuego se apartó de un salto, y soltó un maullido al chocar contra un árbol y caer sobre las hojas muertas que había entre sus raíces. Cuando alzó la vista, Jaspeada estaba mirándolo desde el otro lado del arroyo.

Los ojos de la hermosa gata parda rebosaban de risa, y soltó un ronroneo risueño.

—¡Jaspeada! —exclamó Estrella de Fuego sin aliento.

Nunca se le había aparecido estando despierto, y se preguntó qué podría significar eso. Se puso en pie de un brinco, listo para cruzar el arroyo para ir junto a ella, pero la gata le hizo una seña con la cola para que se quedara donde estaba.

—Ten en cuenta lo que has visto, Estrella de Fuego —le dijo. Su risa se había esfumado como la escarcha del amanecer—. Aprende lo que debes ser.

—¿Qué quieres decir? —se apresuró a preguntar Estrella de Fuego.

Pero, al terminar sus palabras, Jaspeada empezó a desvanecerse. Sus ojos permanecieron fijos en él, llenos de amor, y su cuerpo palideció hasta que Estrella de Fuego pudo ver la orilla a través de él.

—Jaspeada, no me dejes todavía —suplicó—. Te necesito.

Pero los ojos de la gata relucieron un segundo más y luego desaparecieron.

—¡Estrella de Fuego!

Era la voz de Látigo Gris. El líder sacudió la cabeza para despejarse y se volvió hacia su amigo, que estaba descendiendo la pendiente.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Látigo Gris—. ¡Has maullado tan fuerte como para ahuyentar a todas las presas de aquí a los Cuatro Árboles!

—Estoy bien. Algo me ha asustado, eso es todo.

Látigo Gris lo observó un rato, como si no estuviera muy satisfecho con la explicación de su líder, y luego dio media vuelta.

—Lo que tú digas —maulló, subiendo de nuevo la ladera—. Ven a ver el conejo que ha cazado Rabo Largo… ¡Es tan grande como un zorro!

Estrella de Fuego se quedó donde estaba. Seguía temblando por el impacto de su visión. Se había visto a sí mismo como uno de los grandes guerreros de los antiguos tiempos, un miembro del Clan del León. La profecía de Estrella Azul resonó de nuevo en su cabeza: «El león y el tigre se enfrentarán en combate».

¿Significaba eso que surgiría un nuevo clan —el Clan del León— para combatir al Clan del Tigre? ¿Y acaso el Clan Estelar pretendía que él lo liderara?