Acederilla estaba ovillada en un lecho musgoso, cerca de la entrada de la guarida de Carbonilla. Levantó la cabeza cuando Estrella de Fuego se acercó acompañado de la curandera, pero le pesaban los párpados y parecía que le costara moverse.
Tormenta de Arena estaba situada cerca de ella, montando guardia.
—Pobre criaturita —le dijo a Estrella de Fuego en un susurro—. Ha estado a punto de morir. Tenemos que hacer algo con Cebrado.
La guerrera melada parecía tan desasosegada como Carbonilla. El líder supuso que también habría oído el relato de Acederilla, y asintió.
—Déjame Cebrado a mí. —Tras sentarse junto a la cachorrita, maulló delicadamente—: Me alegro de verte despierta, Acederilla. ¿Puedes contarme lo que te pasó?
—Mis hermanos estaban durmiendo en la maternidad —empezó con voz débil—, pero yo no tenía sueño. Mi madre no estaba vigilando, así que salí a jugar al barranco. Quería atrapar un ratón, y entonces vi a Cebrado. —Le tembló la voz y vaciló.
—Continúa —la animó Estrella de Fuego.
—Estaba subiendo solo por el barranco. Yo sabía que debería acompañarlo Fronde Dorado, y… y me pregunté adónde iría. Lo seguí… Me acordé de cuando sacó a Zarzo y Zarpa Trigueña del campamento, y pensé que a lo mejor yo también podía vivir una aventura así.
Estrella de Fuego sintió una punzada de tristeza al recordar que Acederilla era siempre muy alegre y curiosa, y que se metía en problemas por su valentía insensata. La desmadejada bolita de pelo que era ahora no parecía demasiado aventurera, y Estrella de Fuego esperó que pronto recuperara su carácter vivaz gracias a los cuidados de Carbonilla.
—Lo seguí durante un buen rato —continuó Acederilla, orgullosa de sí misma—. Nunca había estado tan lejos del campamento. Me oculté todo el tiempo de Cebrado… él no sabía que yo estaba allí. Y entonces se encontró con otro gato… uno que yo no había visto nunca.
—¿Qué gato? ¿Qué aspecto tenía? ¿Qué olor tenía? —la interrogó Estrella de Fuego con urgencia.
Acederilla pareció desconcertada.
—No reconocí su olor. —Y arrugó la nariz—. Pero era asqueroso. Era un gato blanco y grande… más grande que tú, Estrella de Fuego. Y tenía las patas negras.
Estrella de Fuego se quedó mirándola fijamente al comprender a quién había visto la gatita.
—¡Patas Negras! —exclamó—. El lugarteniente de Estrella de Tigre. Lo que captaste fue el olor del Clan de la Sombra, Acederilla.
—¿Y qué estaba haciendo Cebrado, reuniéndose con el lugarteniente del Clan de la Sombra en nuestro territorio? —gruñó Tormenta de Arena—. Eso es lo que me gustaría saber.
—¿Qué pasó entonces? —siguió Estrella de Fuego.
—Me asusté —admitió Acederilla, mirándose las zarpas—. Eché a correr hacia el campamento, pero Cebrado me oyó, porque me alcanzó en el barranco. Yo pensaba que estaría furioso porque lo había espiado, pero él me dijo que era muy lista. Luego me ofreció unas bayas rojas como un regalo especial. Parecían sabrosas, pero cuando me las comí empecé a encontrarme realmente mal… Ya no recuerdo nada más, excepto que me he despertado aquí.
Al terminar, volvió a apoyar la cabeza sobre las patas, como si contar su historia la hubiera dejado exhausta.
Carbonilla la tocó suavemente con el hocico para controlar su respiración.
—Eran bayas mortales —le explicó—. No debes volver a acercarte a ellas nunca más.
—No lo haré, Carbonilla. Lo prometo —murmuró la cachorrita.
—Gracias, Acederilla —maulló Estrella de Fuego.
Estaba furioso, aunque no sorprendido, al descubrir que Látigo Gris tenía razón desde el principio. Lo realmente preocupante era que hubieran visto a Patas Negras en el territorio del clan y que Cebrado hubiera arreglado ese encuentro.
—¿Qué vas a hacer con Cebrado? —preguntó Tormenta de Arena.
—Tendré que interrogarlo, pero no espero que me cuente nada.
—No puede quedarse en el Clan del Trueno después de esto —señaló Tormenta de Arena con voz dura—. Hay más de un gato que lo degollaría por un par de colas de ratón.
—Déjamelo a mí —maulló el líder con gesto serio.
Carbonilla se quedó con Acederilla, que estaba volviéndose a dormir, mientras Estrella de Fuego regresaba al claro principal con Tormenta de Arena. Muchos de los gatos seguían allí, compartiendo lenguas tras la ceremonia. Tormenta Blanca se encaminaba hacia el túnel de aulagas con Flor Dorada y Rabo Largo.
La patrulla dio media vuelta y todos los gatos levantaron la vista, sobresaltados, cuando Estrella de Fuego subió a la Peña Alta y maulló la convocatoria de una nueva reunión. El líder buscó a Cebrado con la mirada, pero no había ni rastro de él.
—¿Dónde está Cebrado? —le preguntó a Látigo Gris cuando éste llegó a la base de la Peña Alta.
—En la guarida.
—Ve a buscarlo.
Látigo Gris desapareció en la guarida de los guerreros y salió al cabo de unos instantes con Cebrado y Fronde Dorado. Los tres se dirigieron al pie de la Peña Alta, donde Cebrado se sentó, mirando a su líder con desprecio.
—¿Y bien? —preguntó desdeñoso—. ¿Qué quiere ahora nuestro noble líder?
Estrella de Fuego clavó sus ojos en los del atigrado sin arredrarse.
—Acederilla se ha despertado.
Cebrado le sostuvo la mirada durante unos segundos, pero al cabo la desvió.
—¿Y has convocado una reunión de clan para contarnos eso? —Su tono era burlón, pero se le había erizado el pelo de inquietud al oír la noticia.
—Gatos del Clan del Trueno —dijo Estrella de Fuego elevando la voz—. Os he convocado para que seáis testigos de lo que tenga que decir Cebrado. Todos sabéis lo que le sucedió ayer a Acederilla. Ahora está despierta, y Carbonilla dice que se pondrá bien. He hablado con ella, y confirma lo que dijo Látigo Gris. Cebrado le dio a comer las bayas mortales. —Bajó la mirada hasta el atigrado que estaba a sus pies—. Así que, Cebrado, ¿qué tienes que decir en tu defensa?
—Esa gatita está mintiendo —replicó el guerrero. Varios de los gatos que lo rodeaban soltaron un bufido rabioso, y él añadió tartamudeando—: O se ha equivocado. Los cachorros nunca escuchan lo que se les dice. Obviamente, no me oyó bien cuando le dije que no se comiera las bayas.
—Ni miente ni se equivoca —maulló Estrella de Fuego—. Y me ha contado algo todavía más interesante: tu motivo para darle las bayas mortales. Vio cómo te reunías con Patas Negras, el lugarteniente del Clan de la Sombra, en nuestro propio territorio. ¿Te gustaría contarnos de qué iba todo eso?
Del clan brotaron más gruñidos furiosos, y un gato del fondo maulló:
—¡Traidor!
Estrella de Fuego tuvo que pedir silencio sacudiendo la cola, pero pasaron unos momentos antes de que los enfurecidos gatos callaran de nuevo.
Cebrado aguardó hasta que se pudo oír su voz.
—No tengo que justificarme delante de un minino casero —gruñó.
Estrella de Fuego arañó la roca y se sintió reconfortado al notar lo afiladas que eran sus garras.
—Eso es exactamente lo que tienes que hacer. Quiero saber qué estáis maquinando Estrella de Tigre y tú. —De repente lo invadió el pánico, aunque logró contenerlo—. Cebrado, tú sabes de sobra lo que Estrella de Tigre intentó hacernos. La manada de perros habría despedazado a todo el clan. ¿Cómo puedes pensar siquiera en seguirlo después de eso?
Cebrado lo miró con resentimiento y no contestó. Estrella de Fuego recordó que lo había sorprendido la mañana del ataque de los perros, intentando escabullirse del campamento con los hijos de Estrella de Tigre. Cebrado sabía que Estrella de Tigre estaba tramando algo, y habría abandonado al resto del clan a una muerte pavorosa sin intentar advertirles siquiera. Eso era lo que valía su lealtad al Clan del Trueno.
Estrella de Fuego quería ser justo, para que ningún gato, ni siquiera el propio Cebrado, pudiera acusarlo de acosar a los antiguos aliados de Estrella de Tigre. Y, aún más, seguía temiendo lo que podría hacer Cebrado si abandonaba el clan y quedaba libre para irse con Estrella de Tigre. Pero ya no tenía elección. El destierro era la única sentencia posible para un gato culpable de los crímenes de Cebrado.
—Podrías haber sido un guerrero valioso —prosiguió—. Te he dado una oportunidad tras otra para que demostraras tu valía. Quería confiar en ti, pero…
—¿Confiar en mí? —lo interrumpió Cebrado—. Tú nunca has confiado en mí. ¿Crees que no sabía que le ordenaste a este imbécil que me vigilara? —Escupió las últimas palabras en dirección a Fronde Dorado, que aún estaba sentado junto a él—. ¿Esperas que viva el resto de mis días con un guardián?
—No. Estaba esperando que demostraras tu lealtad. —Estrella de Fuego se sentó sobre la roca y lanzó una mirada furiosa a Cebrado sin amilanarse—. Éste es el clan en el que naciste, éstos son los gatos con los que has crecido. ¿Es que no significa nada para ti? ¡El código guerrero dice que deberías proteger a los tuyos con tu propia vida!
Cuando Cebrado se puso en pie, Estrella de Fuego creyó ver un centelleo de temor en los ojos del guerrero, como si jamás hubiera pretendido romper por completo con el Clan del Trueno. Al fin y al cabo, no podía estar seguro de que Estrella de Tigre lo acogiera de buen grado, pues se había negado a seguirlo al exilio y había fracasado en su intento de llevarle a Zarzo y Zarpa Trigueña antes del ataque de los perros. Estrella de Tigre no era un gato que perdonara con facilidad.
Pero, cuando Cebrado habló, en su voz no había ni rastro de miedo o arrepentimiento.
—Éste no es mi clan —bufó desdeñosamente, provocando respingos escandalizados entre los guerreros que lo rodeaban—. Ya no. El Clan del Trueno está liderado por un minino casero, y ya no queda nada por lo que pelear. No siento ninguna lealtad hacia el Clan del Trueno. De todo el bosque, el único gato al que vale la pena seguir es Estrella de Tigre.
—Entonces, síguelo —espetó Estrella de Fuego—. Ya no eres guerrero del Clan del Trueno. Si te encontramos en nuestro territorio después de que se ponga el sol, te trataremos como a cualquier enemigo. Y ahora vete.
Cebrado clavó un instante su ardiente mirada en la de Estrella de Fuego, pero no contestó. Sin prisas, le dio la espalda al líder y se encaminó despacio a la entrada del campamento. Los gatos retrocedían conforme pasaba ante ellos.
—Que sepas que estaré esperándote si intentas regresar —gruñó Nimbo Blanco enseñando los colmillos.
Sauce no dijo nada, pero bufó con el pelo erizado.
En cuanto la punta de la cola de Cebrado desapareció en el túnel, un murmullo de especulaciones brotó entre los gatos congregados. Una voz se alzó entre las otras claramente:
—¿Cebrado se ha ido al Clan de la Sombra? —Era Zarpa Trigueña.
La aprendiza no se había unido a las protestas del clan mientras Estrella de Fuego intentaba forzar a Cebrado a admitir su culpa. En vez de eso, lo había presenciado todo con silenciosa fascinación, y había seguido con la mirada todos los pasos del guerrero de camino al túnel. Parecía impresionada y asqueada, pero había algo más en su expresión que Estrella de Fuego no lograba descifrar.
El líder se quedó de piedra ante la pregunta. La aprendiza sabía que su padre era el líder del Clan de la Sombra. ¿De verdad entendía el alcance de la traición de Cebrado?
—No lo sé —admitió—. Cebrado puede ir a donde le dé la gana. A partir de este momento, ya no es miembro del Clan del Trueno.
—¿Eso significa que podemos echarlo de nuestro territorio si lo vemos? —preguntó Tormenta Blanca.
—Sí, así es —contestó Estrella de Fuego, y, dirigiéndose a todos los gatos, añadió—: Si captáis su olor, o el de cualquier gato del Clan de la Sombra, decídmelo a mí o a Tormenta Blanca. Y eso me recuerda otra cosa… Esta mañana, Espinardo ha captado el olor de gatos proscritos en nuestras tierras. Estad ojo avizor por si vuelven e informad de cualquier cosa que encontréis.
Dar instrucciones lo ayudó a tranquilizarse. Notó una creciente sensación de alivio por haberse quitado de encima a Cebrado. Ya no habría más burlas sobre su origen como gato doméstico, ya no tendría que seguir preocupándose por si todos los asuntos del clan eran transmitidos directamente a Estrella de Tigre. Aunque lo inquietaba lo que fuese a hacer Cebrado, en su marcha había más beneficios que pérdidas. Aun así, a Estrella de Fuego le habría gustado poder ganarse su lealtad.
—¡Oye, Estrella de Fuego! —La voz de Manto Polvoroso lo sacó de sus pensamientos—. ¿Y qué hay de Frondina? Ahora no tiene mentor.
—Gracias, Manto Polvoroso. Voy a solucionar eso ahora mismo. Frondina, acércate.
La aprendiza se separó de Manto Polvoroso y avanzó delicadamente entre los gatos hasta situarse al pie de la Peña Alta.
Estrella de Fuego miró alrededor para asegurarse de que el guerrero que buscaba estaba presente, y se apresuró a pronunciar las palabras adecuadas.
—Rabo Largo, estás sin aprendiz desde la muerte de Zarpa Rauda. Fuiste un mentor excelente para él, y espero que transmitas tus habilidades a Frondina durante el resto de su aprendizaje.
Rabo Largo se levantó de un salto, con los ojos llenos de sorpresa y gratitud. Estrella de Fuego le indicó que se acercara con un movimiento de la cola. Tenía la esperanza de que, con la ausencia de Cebrado, la hostilidad que perduraba entre él y Rabo Largo quedara enterrada. El atigrado claro podría ser fácilmente un estupendo miembro del clan.
Todavía con expresión asombrada, Rabo Largo fue hasta Frondina y entrechocó la nariz con la de ella. La gata inclinó la cabeza, y ambos regresaron a donde se encontraban Manto Polvoroso y Ceniciento.
Estrella de Fuego saltó de la Peña Alta. Ahora que todo había terminado, el agotamiento lo golpeó como el zarpazo de un tejón. Lo que más deseaba era ovillarse con sus amigos en la guarida de los guerreros, compartir lenguas y dormir. Pero, como líder del clan, no podía hacerlo.
La traición de Cebrado y el descubrimiento de gatos del Clan de la Sombra en su territorio habían revivido los recuerdos de su ceremonia. ¿Por qué en su sueño había aparecido un montículo de huesos y un río de sangre manando de él? ¿Qué significaba la profecía de Estrella Azul?
Desesperado por obtener respuestas, decidió ir a la guarida de Carbonilla para ver si la curandera había recibido algún tipo de guía de parte del Clan Estelar.
Para su alivio, Tormenta de Arena ya no estaba de guardia; no quería que la guerrera lo viera así. Acederilla estaba dormida en su lecho, y de la hendidura de la roca brotaban tenues sonidos de Carbonilla moviéndose en su interior. Estrella de Fuego se acercó más y la vio reordenando los montones de hierbas y bayas curativas que almacenaba allí.
—Casi no queda enebro… —murmuró la gata, y entonces vio a Estrella de Fuego—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido ahora?
Salió de la guarida cojeando y lo olfateó nerviosamente al captar su olor a miedo.
—Estrella de Fuego, ¿qué ocurre?
Él sacudió la cabeza para ahuyentar sus recelos. Era un alivio poder contarle a Carbonilla el sueño que había tenido mientras estaba tumbado junto a la Piedra Lunar.
La curandera se sentó a su lado y lo escuchó en silencio, sin dejar de mirarlo.
—Y Estrella Azul me dijo: «Cuatro se tornarán dos. El león y el tigre se enfrentarán en combate, y la sangre regirá el bosque» —concluyó el líder—. Entonces empezó a manar sangre del montón de huesos, y llenó la hondonada. Había sangre por todas partes… Carbonilla, ¿qué significa?
—No lo sé —admitió la gata—. El Clan Estelar no me ha mostrado nada de eso. Del mismo modo que tienen el poder de enseñarme qué va a suceder, también pueden decidir no compartirlo conmigo. Lo lamento, Estrella de Fuego… Pensaré en lo que me has contado, y quizá suceda algo que lo aclare.
Restregó la nariz contra el pelo de Estrella de Fuego para reconfortarlo. Aunque él agradeció su consuelo, no podía olvidar el espanto de su sueño. ¿Qué terrible destino lo aguardaba? Y, pese a que Carbonilla no podía responder a esa pregunta, ¿qué esperanza había para el Clan del Trueno?