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9

Estrella de Fuego regresó pensativo al campamento. Al mirar alrededor, reparó en Cebrado, que estaba engullendo una presa junto a la mata de ortigas. Musaraña, Escarcha y Flor Dorada estaban comiendo cerca del guerrero oscuro, pero Estrella de Fuego advirtió que le habían dado la espalda y ni siquiera lo miraban.

Látigo Gris debía de haber empezado a propagar la noticia de lo sucedido en el barranco. Escarcha y Flor Dorada en particular, que habían sido madres, estarían horrorizadas por la simple sospecha de que un guerrero pudiera matar a un cachorro. Estrella de Fuego se dijo que era una buena señal que parecieran creer la versión de los hechos de Látigo Gris. Eso demostraba que su amigo estaba volviendo a ser aceptado por el clan, y comenzando a recuperar la popularidad que una vez tuvo.

Estrella de Fuego estaba encaminándose hacia Látigo Gris cuando captó un movimiento en la guarida de los guerreros con el rabillo del ojo. Fronde Dorado estaba saliendo de entre las ramas, mirando desesperadamente alrededor. Localizó a Cebrado, dio un paso hacia él y luego giró para reunirse con Estrella de Fuego.

—¡Acabo de enterarme! —exclamó con voz estrangulada—. Estrella de Fuego, lo lamento. Cebrado me ha dado esquinazo. ¡Todo es culpa mía!

—Cálmate. —El líder posó un instante la cola sobre el omóplato del alterado joven, con un gesto apaciguador—. Cuéntame qué ha pasado.

Fronde Dorado tomó dos bocanadas de aire, en un esfuerzo por serenarse.

—Cebrado ha dicho que salía a cazar —empezó—. Yo he ido con él, pero cuando ya estábamos en el bosque, me ha dicho que tenía que hacer sus necesidades. Me he quedado esperando mientras se iba detrás de un arbusto. Tardaba mucho, de modo que he ido a mirar… ¡y se había marchado! —Se le dilataron los ojos de la angustia—. Si Acederilla muere, jamás me lo perdonaré.

—Acederilla no morirá —lo tranquilizó Estrella de Fuego, aunque no estaba muy seguro de que fuese cierto. La gatita todavía estaba muy mal.

Y ahora había otra cosa de la que preocuparse. La historia de Fronde Dorado demostraba que Cebrado se había dado cuenta de que lo vigilaban. Se había deshecho de su escolta limpiamente. «Debía de tener una razón», reflexionó Estrella de Fuego. ¿Qué pretendía hacer el atigrado oscuro y por qué había intentado matar a Acederilla?

—¿Qué quieres que haga ahora? —preguntó Fronde Dorado alicaído.

—Para empezar, que dejes de culpabilizarte —replicó Estrella de Fuego—. Antes o después, Cebrado tenía que descubrirnos dónde reside su lealtad.

Excepto por su inquietud por Acederilla, Estrella de Fuego no lamentaba que Cebrado hubiera revelado su verdadera naturaleza de un modo que nadie podría dejar de ver. Aunque había tenido la esperanza de mantenerlo en el clan, donde podría observarlo en busca de señales de traición, ahora sabía que Cebrado nunca sería leal, ni a él ni al Clan del Trueno, donde no había sitio para un gato capaz de envenenar a cachorros indefensos. «Deja que se vaya con Estrella de Tigre, que es el lugar al que pertenece», pensó Estrella de Fuego.

—Continúa vigilándolo —le ordenó a Fronde Dorado—. Ahora ya puedes dejar que sepa que estás haciéndolo. Dile de mi parte que no puede abandonar el campamento hasta que Acederilla esté en condiciones de contar su historia.

Fronde Dorado asintió con un gesto tenso y corrió hacia la extensión de ortigas. Allí, se agachó al lado de Cebrado y le dijo algo. El guerrero le contestó gruñendo y siguió despedazando su presa.

Mientras Estrella de Fuego observaba la escena, oyó unos pasos a su espalda y al volverse vio a Tormenta de Arena. La gata melada restregó su hocico contra el de él ronroneando sonoramente. Estrella de Fuego aspiró su perfume, sintiéndose reconfortado por su simple presencia.

—¿Vienes a comer? —le preguntó la guerrera—. Estaba esperándote. Látigo Gris me ha contado lo sucedido —continuó mientras iban juntos hacia el montón de carne fresca—. Le he dicho que luego lo relevaré en la guarida de Carbonilla.

—Gracias —maulló Estrella de Fuego.

Lanzó una mirada al guerrero de rayas negras al pasar ante él. Cebrado había terminado de comer; se puso en pie y se dirigió a la guarida de los guerreros como si no hubiera visto a Estrella de Fuego. Fronde Dorado lo siguió con expresión resuelta.

Manto Polvoroso salió del dormitorio de los guerreros justo cuando llegaba Cebrado; Estrella de Fuego no pudo evitar advertir que el atigrado marrón giraba bruscamente para reunirse con Frondina delante de la guarida de los aprendices. Los gatos del Clan del Trueno estaban dejando muy claro cuáles eran sus sentimientos. Manto Polvoroso había sido aprendiz de Cebrado, y ahora ni siquiera quería dirigirle la palabra a su antiguo mentor.

Estrella de Fuego escogió entonces una urraca del montón de carne fresca y se la llevó hacia la mata de ortigas.

—Hola, Estrella de Fuego —lo saludó Musaraña al verlo acercarse—. Espino me ha dicho que querías hablar conmigo sobre su ceremonia para nombrarlo guerrero. Ya era hora.

—Desde luego que sí —coincidió el líder. La negativa de Estrella Azul a ascender a guerreros a los tres aprendices mayores había acabado con Zarpa Rauda muerto y con Cara Perdida malherida; no habría ningún gato que no recordara eso cuando Espino recibiera por fin su nombre de guerrero—. ¿Por qué no salimos los tres en la patrulla del alba? Eso me daría la oportunidad de ver cómo ha mejorado… aunque no tengo ninguna duda al respecto —se apresuró a añadir.

—¡Ni deberías! —maulló Musaraña—. ¿Le dices tú a Espino lo de la patrulla de mañana o se lo digo yo?

—Yo lo haré —contestó Estrella de Fuego, y dio un pequeño mordisco a la urraca—. Quiero hablar también con Frondina y Ceniciento.

Cuando acabaron de comer, Tormenta de Arena se marchó a la guarida de Carbonilla mientras el líder iba hacia el tocón de árbol junto al que comían los aprendices. Manto Polvoroso y Frondina ya estaban con Espino y Ceniciento, y Nimbo Blanco estaba saliendo de la guarida de los veteranos junto con Cara Perdida.

—Espino. —El líder saludó al aprendiz con la cabeza mientras se acomodaba a su lado—. ¿Tienes las garras afiladas? ¿Están listas todas tus habilidades guerreras?

Espino se irguió con los ojos repentinamente brillantes.

—¡Sí, Estrella de Fuego!

—En ese caso, mañana, patrulla del alba. Si todo va bien, celebraremos tu ceremonia de nombramiento cuando el sol esté en lo más alto.

Las orejas de Espino se agitaron de expectación, pero luego la luz de sus ojos se apagó lentamente, y el joven desvió la vista.

—¿Qué ocurre? —le preguntó el líder.

—Zarpa Rauda… y Cara Perdida —respondió en voz baja, señalando con la cola a la gata herida—. Ellos dos deberían estar conmigo.

—Lo sé. —Estrella de Fuego cerró brevemente los ojos ante el recuerdo de ese tremendo dolor—. Pero no debes permitir que eso estropee tu momento. Te lo mereces desde hace lunas.

—Y yo voy a estar contigo —declaró Cara Perdida desde su lugar, sentada junto a Nimbo Blanco—. Seré la primera en llamarte por tu nuevo nombre.

—Gracias, Cara Perdida —maulló Espino, inclinando la cabeza agradecido.

—Y ahora que hablamos de nombres —intervino Nimbo Blanco—, ¿qué pasa con el de ella? —inquirió, señalando con la cabeza a Cara Perdida. Siempre se negaba a usar el cruel nombre que Estrella Azul había dado a la gata malherida—. ¿Qué os parecería cambiarlo?

—¿Acaso se puede cambiar el nombre de un guerrero? —replicó Estrella de Fuego—. Fue dado bajo la mirada del Clan Estelar.

Nimbo Blanco soltó un suspiro de exasperación.

—Jamás creí que llamaría cerebro de ratón al líder de mi clan, pero ¡por favor! ¿Crees que Tuerta o Medio Rabo se llamaron así desde el principio? Empezarían con otros nombres guerreros; puedes estar seguro de eso. Debe de haber alguna clase de ceremonia para esos casos. Y sé que el resto del clan no aceptará un nuevo nombre hasta que tú pronuncies las palabras apropiadas.

—Por favor, Estrella de Fuego. —Cara Perdida lo miró con expresión esperanzada—. Estoy convencida de que los demás no se sentirían tan incómodos al hablar conmigo si no tuviera este nombre tan horrible.

—Claro. —El líder se sintió apenado por no haber reparado en la carga que soportaba la joven gata—. Hablaré con los veteranos ahora mismo. Tuerta sabrá qué hacer. —Se puso en pie, pero de repente recordó que tenía algo más que decir—. Ceniciento, Frondina, no creáis que me he olvidado de vosotros. Estuvisteis magníficos en la carrera con la manada de perros, pero todavía sois un poco jóvenes para ser guerreros. —Eso era cierto, pero, al mismo tiempo, Estrella de Fuego quería que Espino mantuviera su veteranía convirtiéndose en guerrero antes que el resto—. Os prometo que no tardará mucho —aseguró.

—Lo entendemos —maulló Ceniciento—. Todavía tenemos muchas cosas que aprender.

—Estrella de Fuego —empezó Frondina nerviosamente—. ¿Qué va a pasar con… con Cebrado? Si le ha hecho eso a Acederilla, no quiero que sea mi mentor.

—¿Acederilla? —preguntó Nimbo Blanco—. ¿Qué le pasa? ¿Ha sucedido algo mientras estábamos cazando?

De inmediato, Ceniciento y Frondina se sentaron junto a él y Cara Perdida y les comunicaron la noticia en voz baja.

—Entonces, ¿quién va a ser el mentor de Frondina? —le preguntó Manto Polvoroso a Estrella de Fuego, dando por hecho que Cebrado era culpable—. Yo podría encargarme de ella junto con Ceniciento —sugirió esperanzado.

A Frondina se le iluminaron los ojos, pero el líder negó con la cabeza.

—De eso nada, Manto Polvoroso. No serías lo suficientemente duro con ella.

Los ojos del guerrero marrón destellaron con irritación. Luego asintió azorado.

—Supongo que tienes razón.

—No te preocupes —lo tranquilizó el líder antes de encaminarse a la guarida de los veteranos—. Me aseguraré de que Frondina tenga un buen mentor.

Junto al árbol caído, donde se encontraba su guarida, los veteranos estaban poniéndose cómodos para pasar la noche.

—¿Qué ocurre ahora? —rezongó Orejitas, levantando la cabeza de su lecho musgoso—. ¿Es que un gato no puede pegar ojo aquí?

Cola Moteada soltó un ronroneo soñoliento.

—No le hagas caso, Estrella de Fuego. Siempre eres bienvenido.

—Gracias, Cola Moteada —maulló el líder—. Pero es con Tuerta con quien quiero hablar.

Tuerta estaba ovillada sobre una mata de helechos al abrigo del tronco. Guiñó su único ojo y abrió la boca en un gran bostezo.

—Te escucho, Estrella de Fuego. Pero sé rápido.

—Necesito hacerte una pregunta sobre los nombres —empezó, y le explicó que Nimbo Blanco quería un nuevo nombre para Cara Perdida.

Al oír que mencionaban a la joven gata, Cola Pintada se acercó a escuchar. Ella había cuidado de Cara Perdida tras el ataque de los perros, y entre las dos se había creado un fuerte vínculo.

—La verdad es que entiendo a Nimbo Blanco —comentó cuando Estrella de Fuego terminó de hablar—. Nadie quiere un nombre así.

Tuerta bostezó.

—Yo ya era vieja cuando me cambiaron el nombre por el de Tuerta —maulló—, y, para ser sincera, a mí no me importa cómo me llamen mientras me traigan carne fresca a tiempo. Pero para una gata joven es diferente.

—Entonces, ¿puedes decirme qué hacer? —inquirió Estrella de Fuego.

—Por supuesto que puedo. —Tuerta levantó la cola y le indicó que se acercara más—. Ven aquí y escucha con atención…

Había llovido intensamente durante la noche. Cuando Estrella de Fuego guió a Musaraña y Espino fuera del campamento al amanecer, vio que la fina capa de nieve había desaparecido. Todos los helechos y matas de hierba estaban cubiertos de gotas de agua que resplandecían conforme la luz diurna se filtraba en el cielo. Estremeciéndose, el líder echó a andar con paso enérgico.

Por el brillo de sus ojos, vio que Espino estaba profundamente emocionado, aunque mantenía la calma, decidido a demostrarle que estaba preparado para ser guerrero. Los tres gatos se detuvieron en lo alto del barranco, donde la brisa les trajo un fuerte olor a ratón. Espino lanzó una mirada interrogativa a su líder, que asintió y maulló quedamente:

—No hemos salido de caza, pero no le diremos que no a una presa. Veamos cómo lo haces.

Espino se quedó inmóvil un instante, localizando al ratón que correteaba entre las hojas debajo de un arbusto. Avanzó hacia él con sigilo, adoptando ágilmente la postura del cazador al acecho. Estrella de Fuego advirtió con aprobación que el joven recordaba lo sensible que sería el ratón a la vibración de sus pasos, pues casi parecía flotar sobre el suelo. Luego dio un salto y volvió junto a Estrella de Fuego y su mentora con ojos triunfantes y el cuerpo inerte del ratón entre los dientes.

—¡Bien hecho! —maulló Musaraña.

—Ha sido estupendo —coincidió Estrella de Fuego—. Ahora entiérralo, y ya lo recogeremos a la vuelta.

Una vez que Espino cubrió su presa con tierra, Estrella de Fuego dirigió la patrulla hacia las Rocas de las Serpientes. No había ido por allí desde la terrible mañana en que había descubierto el rastro de conejos muertos dejado por Estrella de Tigre para conducir a la manada de perros al campamento del Clan del Trueno. Le subió la bilis al recordar el hedor a sangre, pero ahora no detectaba otra cosa que los habituales olores forestales. Cuando llegaron a las Rocas de las Serpientes, todo estaba en silencio. Los aullidos y ladridos que había oído en la cueva ya no eran más que un recuerdo.

—Muy bien, Espino —maulló, intentando disimular el persistente espanto que aún sentía en aquel lugar—. ¿Qué hueles?

El aprendiz levantó la cabeza y abrió la boca para llevar aire hasta sus glándulas olfativas. Estrella de Fuego vio que estaba profundamente concentrado.

—A zorro —anunció por fin—. Pero el olor es rancio… yo diría que de hace dos días. También huele a ardilla. Y… hay un leve rastro de perro.

Lanzó una mirada a Estrella de Fuego, quien vio que el joven compartía ese recelo. Espino sabía, tan bien como cualquiera de ellos, que era allí donde había muerto Zarpa Rauda y donde habían atacado a Cara Perdida.

—¿Captas algo más? —preguntó el líder.

—El Sendero Atronador —contestó Espino—. Y hay otra cosa… —Volvió a saborear el aire—. Estrella de Fuego, no lo entiendo. Creo que huele a gatos, pero no tienen el olor de ninguno de los clanes. Procede de ahí. —Señaló con la cola—. ¿Qué opinas?

Estrella de Fuego respiró hondo y descubrió que Espino estaba en lo cierto. La brisa arrastraba hacia ellos un leve rastro de gatos desconocidos.

—Echemos un vistazo —murmuró—. Y tened cuidado. Puede que sólo sea un minino casero que se ha perdido, pero nunca se sabe.

Mientras los tres gatos avanzaban cautelosamente a través del sotobosque, el olor se tornó más intenso, y Estrella de Fuego estuvo más seguro al respecto.

—Son proscritos o solitarios —maulló—. Creo que son tres. Y el olor es reciente. No nos hemos cruzado con ellos por los pelos.

—Pero ¿qué están haciendo en nuestro territorio? —preguntó Espino—. ¿Crees que son los proscritos de Estrella de Tigre? —Se refería a la banda de gatos sin clan que había ayudado a Estrella de Tigre a atacar el Clan del Trueno cuando era un desterrado, antes de unirse al Clan de la Sombra.

—No —respondió Musaraña—. Los proscritos de Estrella de Tigre tienen el olor del Clan de la Sombra desde hace ya mucho. Éste debe de ser un nuevo grupo.

—Y sobre lo que están haciendo aquí —repuso el líder—, a mí también me gustaría saberlo. Vamos a seguirlos. Espino, ve delante.

Ahora Espino estaba muy serio. Todo su entusiasmo por la ceremonia de nombramiento había desaparecido ante la posible amenaza del grupo de proscritos. Hizo todo lo que pudo por seguir el rastro, pero lo perdió en una extensión de tierra cenagosa, donde ni siquiera Estrella de Fuego logró encontrarlo de nuevo.

—Lo lamento, Estrella de Fuego —maulló Espino, descorazonado.

—No es culpa tuya —lo tranquilizó—. Si el olor ha desaparecido, ha desaparecido. —Levantó la cabeza, mirando en la dirección hacia la que los llevaba el rastro. Era como si los gatos desconocidos se dirigieran al Sendero Atronador, o quizá al poblado de Dos Patas. En cualquier caso, estaban saliendo del territorio del Clan del Trueno. Se encogió de hombros—. Les diré a las patrullas que estén ojo avizor, pero esperemos que no haya nada por lo que preocuparse. Tienes muy buen olfato, Espino. —Volviéndose hacia el aprendiz, añadió con un ronroneo de aprobación—: Regresemos al campamento. Tenemos que preparar la ceremonia de nombramiento de un guerrero.

—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas vengan aquí, bajo la Peña Alta, para una reunión del clan!

Casi al instante, Estrella de Fuego vio que Espino se acercaba desde la guarida de los aprendices con Musaraña al lado. Los dos gatos se habían acicalado para la ceremonia. El pelaje marrón dorado de Espino brillaba bajo la luz grisácea de la estación sin hojas, y el joven parecía a punto de estallar de orgullo.

Mientras aguardaba a que apareciese el resto del clan, Estrella de Fuego reparó en que Carbonilla salía de su guarida acompañada de Látigo Gris. Ambos tenían las cabezas muy juntas y hablaban en voz baja. El líder se preguntó cómo estaría Acederilla. Se había asomado brevemente a la guarida de la curandera antes de salir con la patrulla del alba. Entonces la cachorrita dormía, y Carbonilla aún no estaba en condiciones de decir si el organismo de la pequeña había limpiado todo el veneno. Estrella de Fuego decidió que iría a ver a Acederilla en cuanto terminase la ceremonia.

Advirtió que Cebrado salía del dormitorio de los guerreros con Fronde Dorado pisándole los talones. Cuando los dos se sentaron delante de la Peña Alta, el espacio de alrededor se vació. Ningún gato quería estar cerca de Cebrado. Éste se quedó mirando al frente con expresión despectiva, aunque Estrella de Fuego supuso que estaría tan ansioso como los demás por saber si Acederilla se recuperaría.

Estrella de Fuego observó al resto del clan un momento. Aquél era un día que Espino recordaría toda su vida, pero también era especial para él, porque Espino era el primer aprendiz al que nombraría guerrero como líder del clan.

Su voz resonó con claridad cuando inició la ceremonia con las palabras que conocía por su propia ceremonia y por todas las que había presenciado.

—Yo, Estrella de Fuego, líder del Clan del Trueno, solicito a mis antepasados guerreros que observen a este aprendiz. Ha entrenado duro para comprender el sistema de vuestro noble código guerrero, y os lo encomiendo a su vez como guerrero. —Se volvió hacia el aprendiz y continuó—: Espino, ¿prometes respetar el código guerrero y proteger y defender a este clan, incluso a costa de tu vida?

Espino respondió con firmeza y seguridad:

—Lo prometo.

—Entonces, por los poderes del Clan Estelar —declaró Estrella de Fuego—, te doy tu nombre guerrero: Espino, a partir de este momento serás conocido como Espinardo. El Clan Estelar se honra con tu lealtad y tu inteligencia, y te damos la bienvenida como guerrero de pleno derecho del Clan del Trueno.

El líder se adelantó para posar el hocico sobre la cabeza de Espinardo y notó que el nuevo guerrero temblaba de emoción. A su vez, Espinardo le dio un lametón en el omóplato y lo miró largamente con una expresión donde se mezclaban la felicidad y la tristeza. Estrella de Fuego sabía que estaba acordándose de su compañero Zarpa Rauda, muerto antes de conocer la satisfacción de ser guerrero.

Cuando Espinardo iba a reunirse con los guerreros, Cara Perdida se dirigió hacia él.

—¡Espinardo! —ronroneó la gata, pasándole la lengua por la oreja. Estaba cumpliendo su promesa de ser la primera en saludarlo por su nuevo nombre, y su voz sonaba cargada de afecto y orgullo por el logro de su amigo.

Nimbo Blanco fue el siguiente en saludar a Espinardo, y después lanzó una mirada interrogativa a Estrella de Fuego.

Éste asintió con la cabeza. Durante unos momentos, dejó que el clan recibiera al nuevo guerrero coreando su nombre, y luego pidió silencio con un movimiento de la cola. Cuando todos los gatos volvieron a sentarse, maulló:

—Antes de que os marchéis, tengo algo más que decir. Primero, quiero honrar al aprendiz que debería estar aquí, recibiendo su nombre guerrero junto con Espinardo. Todos sabéis que Zarpa Rauda encontró la muerte al intentar localizar a la manada de perros que nos amenazaba. Su clan siempre lo recordará.

Hubo un murmullo de aprobación entre los gatos congregados. Estrella de Fuego miró de reojo a Rabo Largo, que había sido el mentor del aprendiz muerto, y vio en su cara una mezcla de orgullo y dolor.

—Además, quiero dar las gracias, en nombre del clan, a Frondina y Ceniciento. Demostraron una valentía propia de guerreros en la carrera contra los perros, y aunque siguen siendo demasiado jóvenes para convertirse en guerreros, honramos su valor.

—¡Frondina! ¡Ceniciento!

Los dos aprendices parecieron abrumados al oír cómo los aclamaban sus compañeros de clan, y los ojos de Manto Polvoroso relucieron encantados. Sólo Cebrado, el mentor de Frondina, permaneció en silencio, mirando fríamente hacia delante sin volverse siquiera hacia su aprendiza.

Estrella de Fuego esperó hasta que las voces enmudecieron.

—Queda por celebrar una ceremonia más —anunció, sacudiendo la cola para llamar a Cara Perdida.

La joven gata avanzó nerviosa hasta colocarse delante de él. Nimbo Blanco la siguió, pero manteniéndose a una cola de distancia.

Un murmullo de sorpresa recorrió a los gatos reunidos. Muchos de ellos ignoraban qué estaba a punto de suceder. Hacía muchas estaciones que no se llevaba a cabo la ceremonia para cambiar de nombre a un guerrero que ya había recibido el suyo.

Recordando lo que le había dicho Tuerta, Estrella de Fuego empezó a hablar:

—Espíritus del Clan Estelar, vosotros conocéis a todos los gatos por su nombre. Ahora os pido que retiréis el nombre de la gata que veis ante vosotros, para que ya no la represente por lo que es.

Hizo una pausa, y la gata blanca y canela se estremeció mientras aguardaba, sin nombre, ante el Clan Estelar. Estrella de Fuego esperaba que le gustara el nombre que había escogido para ella; lo había pensado concienzudamente antes de estar seguro de que tenía el apropiado.

—Por mi autoridad como líder del clan y con la aprobación de nuestros antepasados guerreros —continuó—, doy a esta gata un nuevo nombre. A partir de ahora será conocida como Centella, porque, aunque su cuerpo haya sufrido graves heridas, nosotros honramos su valiente ánimo y la luz que desprende su interior.

Se acercó más a la recién nombrada Centella y, como había hecho en la ceremonia anterior, posó el hocico sobre su cabeza. Ella respondió, como cualquier nuevo guerrero, dándole un lametón en el omóplato.

—¡Centella! ¡Centella! —maullaron los gatos congregados.

De aprendiza, Centella ya era muy popular, y todo el clan había lamentado sus heridas. Nunca sería guerrera en el sentido estricto de la palabra, pero siempre habría un lugar para ella en el Clan del Trueno.

Estrella de Fuego guió a Centella hasta donde se encontraba Nimbo Blanco.

—¿Y bien? —le preguntó al joven—. ¿Ese nombre te parece suficientemente justo?

Nimbo Blanco apenas podía contestar; estaba demasiado ocupado restregando el hocico contra Centella y entrelazando la cola con la de ella.

—Es perfecto —murmuró.

El ojo bueno de Centella rebosaba de felicidad. La gata estaba ronroneando demasiado fuerte para poder hablar, pero expresó su gratitud a Estrella de Fuego con un guiño. Había cargado con la ira de Estrella Azul hacia el Clan Estelar demasiado tiempo, pero, aunque no pudiese llegar a ser una guerrera completa, ahora tenía un nombre del que sentirse orgullosa.

Estrella de Fuego tragó saliva, pues se le había formado un nudo en la garganta debido a la emoción. Momentos como ése hacían que ser líder valiera la pena.

—Escucha, Estrella de Fuego —dijo Nimbo Blanco al cabo de un instante—. Centella y yo vamos a entrenar juntos. Practicaremos técnicas de lucha que ella pueda dominar con sólo un ojo y una oreja. Cuando esté en condiciones de volver a pelear, ¿podrá dejar la guarida de los veteranos y venir a vivir a la de los guerreros con los demás?

—Bueno… —Estrella de Fuego estaba indeciso. Centella nunca sería una guerrera completa porque no podría cazar sola y estaría en clara desventaja en un combate, pero costaba resistirse a su determinación. Además, él quería que pudiera defender a sus compañeros y a sí misma lo mejor posible—. Tú todavía no tienes ningún aprendiz, Nimbo Blanco, así que dispones de tiempo para dedicárselo a Centella.

—¿Significa eso que podemos entrenar juntos? —preguntó Nimbo Blanco.

—Por favor, Estrella de Fuego —maulló Centella—. Yo quiero serle útil al clan.

—De acuerdo —accedió el líder. Con una súbita idea, añadió—: Si inventáis movimientos nuevos, podríamos enseñárselos a los demás. Centella no es el primer guerrero con heridas así, y no será el último.

Nimbo Blanco coincidió con un maullido. Los dos jóvenes se disponían a irse cuando Tormenta Blanca, que había sido el mentor de Centella, se acercó a felicitarla. Luego le dijo a Estrella de Fuego:

—He ido a ver a Acederilla justo antes de la ceremonia. Estaba empezando a despertarse. Carbonilla cree que se recuperará.

—¡Ésa es una noticia estupenda! —ronroneó Estrella de Fuego. Recordó que Tormenta Blanca era el padre de Acederilla—. ¿Crees que estará en condiciones de contarnos lo sucedido?

—Tendrás que preguntárselo a Carbonilla —contestó el guerrero blanco—. Ve ahora si quieres… Yo organizaré las patrullas.

Estrella de Fuego le dio las gracias y corrió a la guarida de la curandera.

Se tropezó con Carbonilla en la entrada del túnel de helechos.

—Iba a buscarte —maulló la gata. Tras oír las buenas noticias de Tormenta Blanca, a Estrella de Fuego lo sorprendió la profunda inquietud que reflejaban los ojos de la curandera—. Acederilla se ha despertado —continuó—. Va a recuperarse, pero debes oír la historia que tiene que contar.