Un frío crudo y húmedo se colaba entre el pelaje de Estrella de Fuego mientras atravesaba el pinar. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y parecía indeciso entre descargar lluvia o nieve sobre el bosque. Allí, donde los estragos del incendio habían sido mayores, el suelo seguía cubierto de ceniza, y las pocas plantas que habían empezado a crecer se habían marchitado de nuevo con la llegada de la estación sin hojas.
Era el día siguiente del anuncio al clan del nuevo lugarteniente, al que Estrella de Fuego había dejado al mando del campamento mientras él patrullaba la frontera a solas. Le apetecía algo de tiempo para sí mismo, para acostumbrarse a ser líder y para pensar en lo que lo esperaba. A veces sentía que iba a estallar de orgullo porque el Clan Estelar lo hubiera elegido para liderar al Clan del Trueno, pero también sabía que no sería fácil. La tristeza por Estrella Azul era un dolor sordo que permanecería con él para siempre. Y temía qué podría hacer Estrella de Tigre. Al contrario que los demás gatos, él no se sentía aliviado por la ausencia de señales del Clan de la Sombra en su territorio. Sabía que Estrella de Tigre no descansaría hasta que abatiera a su enemigo… y la noticia de que Estrella de Fuego era ahora el líder del Clan del Trueno sólo serviría para avivar su sed de venganza.
Salió de entre los árboles que había cerca del poblado de Dos Patas y miró hacia la verja de su hermana Princesa, para ver si se había aventurado fuera de su casa. Pero no había ni rastro de ella; al olisquear el aire, Estrella de Fuego captó apenas un tenue olor. Avanzando a lo largo de los árboles, llegó a una parte del bosque que raramente visitaba y reconoció el hogar de Dos Patas donde él había vivido como gato doméstico hacía ya muchas lunas. Movido por la curiosidad, recorrió a la carrera la extensión de campo abierto y saltó a lo alto de la valla.
Al mirar hacia la zona de césped rodeada de plantas de Dos Patas, lo asaltaron recuerdos de cuando era cachorro y jugaba allí. Luego había un recuerdo más reciente, recolectando nébeda cuando Estrella Azul estaba enferma de neumonía. Desde su emplazamiento, Estrella de Fuego podía ver la mata de nébeda y percibir su tentador aroma.
Un movimiento en la casa de al lado atrajo su atención, y vio que uno de sus viejos amigos pasaba junto a la ventana y desaparecía de nuevo. De pronto, Estrella de Fuego se preguntó cómo se habrían sentido sus Dos Patas cuando él los abandonó para vivir en el bosque. Esperaba que no se hubieran preocupado por él. Lo habían cuidado bien, a la manera de los Dos Patas, y Estrella de Fuego siempre les estaría agradecido. Le habría gustado contarles lo feliz que era en el bosque y cómo estaba cumpliendo con el destino que el Clan Estelar había trazado para él, pero sabía que era imposible que los Dos Patas lo entendieran.
Estaba tensando los músculos, preparándose para regresar al bosque cuando algo blanco y negro se movió en el jardín contiguo. Al mirar abajo vio a Tiznado, su viejo amigo de sus tiempos como mascota. Estaba tan rollizo como siempre, con una expresión satisfecha en su ancho rostro. Hablaba con una bonita atigrada marrón desconocida para Estrella de Fuego; oía sus maullidos, pero estaba demasiado lejos para distinguir las palabras.
Estuvo a punto de bajar a saludar, hasta que recordó que probablemente se asustarían ante la visión de un rufián como él. No mucho después de irse al bosque, Estrella de Fuego se había encontrado con Tiznado; su amigo se llevó un susto de muerte hasta que lo reconoció. La vida que él llevaba ahora estaba a mundos de distancia de la de ellos.
El sonido de una puerta al abrirse sacó de sus pensamientos a Estrella de Fuego, que avanzó por la valla hasta refugiarse en un arbusto de acebo. Uno de sus antiguos Dos Patas salió de la casa y llamó a alguien. De inmediato, la bonita atigrada marrón se despidió de Tiznado y saltó la verja que separaba ambos jardines. Corrió hacia el Dos Patas, que la tomó en brazos y la acarició antes de llevársela dentro de casa, mientras ella ronroneaba sonoramente.
«¡Esa gata es su nueva mascota!», pensó Estrella de Fuego. El sonido de la puerta al cerrarse le produjo una punzada de envidia durante apenas un segundo. La pequeña atigrada no necesitaría cazar sus presas para comer; tendría un lugar caliente para dormir, y ninguna posibilidad de morir en combate o por alguno de los muchos peligros que acosaban a los gatos salvajes.
Pero, al mismo tiempo, esa gata jamás conocería la satisfacción de aprender las habilidades guerreras, ni de unirse a la batalla al lado de sus amigos. Nunca comprendería qué significaba vivir según el código guerrero y seguir los designios del Clan Estelar.
«Si pudiera volver a vivir mi vida —pensó Estrella de Fuego—, no cambiaría nada».
De pronto, unas zarpas arañaron la valla, y, con el rabillo del ojo, Estrella de Fuego captó un veloz movimiento marrón. Al volverse, se encontró cara a cara con Zarzo.
El líder tardó un momento en recobrarse lo bastante para hablar.
—Pero ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó al aprendiz.
—Te he seguido desde el campamento, Estrella de Fuego… tenía curiosidad por saber adónde ibas y quería practicar mis técnicas de rastreo.
—Bien, parece que son bastante buenas, si has llegado hasta aquí.
No tenía claro si estaba enfadado con su aprendiz o no. Zarzo no debería haberlo seguido sin permiso, pero era impresionante que lo hubiera rastreado desde el campamento. También sintió una punzada de culpabilidad porque Zarzo lo hubiera sorprendido mirando a un par de mininos caseros desde una valla de Dos Patas. Tiempo atrás, cuando él era aprendiz, Estrella de Tigre lo había espiado y sorprendido charlando con Tiznado. El enorme atigrado había ido directamente a informar a Estrella Azul, cuestionando la lealtad de Estrella de Fuego a la vida del clan.
Lo miró a los ojos y vio que el nerviosismo del joven se disipaba, reemplazado por una expresión firme, como si estuviera evaluando a su mentor. Fue una mirada larga e inteligente, y Estrella de Fuego advirtió que en sus profundidades ámbar había respeto. De nuevo tuvo la convicción de que Zarzo podría ser un guerrero excepcional si escapaba de la oscura herencia de su padre. Pero ¿Zarzo sería realmente leal a su clan de nacimiento, con su padre todavía en el bosque?
—¿Puedo confiar en ti? —le espetó Estrella de Fuego de repente.
El joven no se apresuró a defenderse. En vez de eso, le sostuvo la mirada muy serio un instante más.
—¿Y yo puedo confiar en ti? —replicó Zarzo, agitando las orejas en dirección al jardín de Dos Patas.
Erizando el pelo, Estrella de Fuego pensó que no tenía ninguna intención de justificarse ante su aprendiz; Zarzo no era quién para cuestionar los actos de su mentor… que resultaba que también era el líder de su clan. Pero, a pesar de la culpabilidad que le había provocado la pregunta de Zarzo, Estrella de Fuego no pudo evitar admirar el valor con que se había atrevido a hacerla.
Respiró hondo.
—Puedes confiar en mí —declaró solemnemente—. Yo decidí abandonar mi vida de gato doméstico. Ocurra lo que ocurra, siempre pondré al clan en primer lugar. —Se dijo que ya era hora de ser más sincero con Zarzo—. Pero de vez en cuando vengo por aquí —continuó—. En ocasiones visito a mi hermana, y me pregunto cómo habrían sido las cosas si me hubiese quedado. Aun así, siempre me marcho sabiendo que mi corazón está en el Clan del Trueno.
Zarzo asintió, como si la respuesta lo satisficiera.
—Sé cómo es que pongan en duda tus lealtades —maulló.
Estrella de Fuego sintió una nueva punzada de remordimiento. Sabía que no era el único gato que recelaba de Zarzo.
—¿Cómo te llevas con los demás aprendices? —preguntó.
—Me llevo bien. Pero sé que algunos guerreros no nos aprecian ni a Zarpa Trigueña ni a mí porque Estrella de Tigre es nuestro padre.
Pronunció esas palabras con tal naturalidad que Estrella de Fuego se sintió todavía más avergonzado. «Somos más parecidos de lo que creía —pensó—. Constantemente tenemos que demostrar nuestra lealtad peleando el doble y defendiéndonos el doble que nuestros enemigos… y que nuestros compañeros de clan».
—¿Puedes hacer frente a eso? —maulló con cautela.
Zarzo pestañeó.
—Sé dónde reside mi lealtad. Algún día lo demostraré.
No lo dijo fanfarroneando, sino con tranquila determinación, y Estrella de Fuego lo creyó. El aprendiz le había devuelto su sinceridad siendo a su vez sincero con él. Ahora, Estrella de Fuego le debía a Zarzo confiar en su palabra.
—¿Y qué me dices de Zarpa Trigueña? —preguntó.
—Bueno… —El joven vaciló, con una expresión inquieta—. A veces puede ser un poco difícil… pero es su carácter. Es una gata leal de corazón.
—Estoy convencido de que lo es —maulló Estrella de Fuego, aunque percibió que Zarzo no se sentía demasiado cómodo hablando de su hermana con el líder del clan. En el futuro tendría que vigilar de cerca a Zarpa Trigueña para asegurarse de que recibía el apoyo necesario para convertirse en una guerrera del Clan del Trueno digna de confianza. Sería bueno tocar el tema con su mentor, Fronde Dorado. Embargado por un repentino aprecio hacia su aprendiz, añadió—: Tengo que seguir si quiero acabar de patrullar la frontera antes de que anochezca. ¿Quieres acompañarme?
Los ojos ámbar de Zarzo se iluminaron.
—¿Puedo?
—Por supuesto. —Estrella de Fuego bajó de la valla de un salto y esperó a que el joven gato bajara tras él—. Haremos algo de entrenamiento por el camino.
—¡Genial! —exclamó Zarzo entusiasmado.
Y se situó al lado de su mentor mientras éste se encaminaba hacia los árboles.
Estrella de Fuego se detuvo al borde del Sendero Atronador y aspiró el olor que flotaba desde el territorio del Clan de la Sombra. «Estrella de Tigre se encuentra ahí —pensó—. ¿Qué estará planeando? ¿Qué irá a hacer ahora?».
Mientras permanecía en una desazón silenciosa, reparó en que unas cositas blancas caían del cielo. «¡Nieve!», pensó levantando la vista; las nubes eran más oscuras que nunca. Al oír un chillido de asombro de Zarzo, se dio media vuelta. Un copo de nieve había aterrizado en el hocico del aprendiz y estaba derritiéndose lentamente. El joven sacó su rosada lengua y lo lamió; sus ojos amarillos se pusieron como platos.
—¿Qué es esto, Estrella de Fuego? ¡Está frío!
El líder soltó un ronroneo risueño.
—Es nieve —respondió—. Llega en la estación sin hojas. Si sigue nevando así, los copos cubrirán de blanco todo el suelo y los árboles.
—¿De verdad? Pero ¡si son diminutos!
—Pero caerán a montones.
Los copos ya estaban volviéndose más grandes y abundantes, y casi ocultaban los árboles del otro lado del Sendero Atronador, ahogando el olor del Clan de la Sombra. Incluso quedaba amortiguado el rugido de los monstruos, que se movían más despacio, como si sus relucientes ojos no pudieran ver a través de la nieve.
Estrella de Fuego sabía que la nevada supondría más problemas para el bosque. Las presas morirían de frío o se refugiarían en profundos agujeros, adonde no pudieran seguirlas los cazadores. Sería más difícil que nunca alimentar al clan.
Su aprendiz estaba contemplando cómo caía la nieve con los ojos dilatados. Estrella de Fuego vio cómo estiraba una pata precavidamente para tocar un copo. Un segundo después estaba dando saltos y vueltas con estridentes maullidos de ilusión, como si estuviera intentando atrapar todos los copos antes de que tocaran el suelo.
A Estrella de Fuego lo sorprendió sentir una oleada de afecto. Era estupendo ver a un joven gato jugando como si de nuevo fuera un cachorro. ¿Sería posible que el desalmado Estrella de Tigre no hubiera perseguido nunca copos de nieve sólo por diversión? Y si lo había hecho, ¿cuándo había perdido la alegría y había empezado a preocuparse sólo por su propio poder?
No había respuesta a esa pregunta, y Estrella de Fuego sabía que para Estrella de Tigre, al igual que para sí mismo, ya no había vuelta atrás. Ambos tenían las patas firmemente plantadas en el camino que el Clan Estelar había decidido que siguieran, y antes o después los dos líderes deberían decidir quién se quedaría en el bosque.