4clanes.jpg

6

Cuando descendieron por el barranco hacia la entrada del campamento, el crepúsculo estaba volviendo más densas las sombras del sotobosque. Habían dormido en el granero con Centeno y Cuervo hasta que el sol estuvo alto, y luego se habían dado otro festín de rollizos ratones antes de ponerse en marcha hacia su propio territorio. Aunque Estrella de Fuego estaba cansado, parte del horror de su sueño se iba esfumando, y estaba deseando ver de nuevo a sus compañeros de clan.

Cuando cruzaron el túnel de aulagas, nadie reparó en su presencia. Tormenta Blanca y Fronde Dorado estaban sentados cerca de la extensión de ortigas, acabando con unas piezas de carne fresca, mientras que tres de los aprendices luchaban en broma delante de su guarida. Estrella de Fuego distinguió el oscuro pelaje atigrado de su aprendiz Zarzo, y se recordó a sí mismo que debían volver a un estricto programa de entrenamiento en cuanto pudiese. Sus obligaciones como líder no deberían impedirle ejercer sus funciones como mentor… al fin y al cabo, Estrella Azul había sido una diligente mentora con él.

Se dirigía hacia Tormenta Blanca cuando oyó que lo llamaban a voz en grito, y al darse la vuelta vio a Ceniciento atravesando el claro desde la guarida de los veteranos. El aprendiz gris tenía el pelo erizado de la emoción.

—¡Corazón de Fuego!… No… ¡Estrella de Fuego! ¡Has vuelto!

Su ruidoso recibimiento alertó al resto del clan, y pronto todos estaban apretujándose alrededor de su líder, llamándolo por su nuevo nombre y dándole la bienvenida a casa. Estrella de Fuego quería abandonarse al sencillo disfrute de su cálido pelaje contra el suyo, pero no podía pasar por alto el respeto reverencial con que lo miraban. Sintió una intensa punzada por la nueva distancia que se había creado entre él y el resto de su clan.

—¿De verdad has visto al Clan Estelar? —le preguntó Frondina con los ojos muy abiertos.

—De verdad —contestó Estrella de Fuego—. Pero no me está permitido contar nada sobre la ceremonia.

Frondina no pareció decepcionada. Con los ojos rebosantes de admiración, se volvió hacia Manto Polvoroso y maulló:

—¡Estoy segura de que va a ser un magnífico líder!

—Será mejor que lo sea —replicó él.

Su amor por la aprendiza no le permitía discutir con ella, aunque Estrella de Fuego sabía que nunca había sido el gato favorito del guerrero marrón. Éste le dirigió un gesto de respeto, y el líder supo que la lealtad de Manto Polvoroso al código guerrero le garantizaría su apoyo.

—Me alegro de verte de vuelta —maulló Látigo Gris, abriéndose paso entre los reunidos. Parecía haberse recuperado de la impresión después de que Estrella Azul nombrara líder a su amigo mientras agonizaba. Ahora sus ojos amarillos estaban cargados de amistad y simpatía—. Pareces un zorro que lleve muerto una luna. ¿Ha sido duro?

—Sí lo ha sido —murmuró Estrella de Fuego, sólo para los oídos de Látigo Gris, pero Nimbo Blanco captó sus palabras y replicó:

—Tu creencia en las antiguas tradiciones te hace pensar que no puedes ser líder sin subir hasta las Rocas Altas. Pero para mí tú ya has demostrado tu valía para ser el auténtico líder de este clan, Estrella de Fuego.

Estrella de Fuego lo miró con dureza; estaba agradecido por la lealtad y el respeto de Nimbo Blanco, pero se sentía tan frustrado como siempre al ver que el joven gato no compartía sus creencias. Ojalá pudiera contarle exactamente qué había experimentado, aunque sólo fuera para impresionarlo y que así respetara al Clan Estelar, pero sabía que era imposible.

—¡Chist! Las antiguas tradiciones todavía importan. —La queda reprimenda procedía de Cara Perdida, que se había unido a Nimbo Blanco. Le dio un lametón en la oreja y continuó—: El Clan Estelar cuida de todos nosotros.

Nimbo Blanco le devolvió el lametón, pasándole la lengua delicadamente por el lado malherido del rostro. La irritación de Estrella de Fuego se desvaneció. Admiraba la inquebrantable devoción del joven por Cara Perdida, a pesar de sus espantosas heridas. Quizá su sobrino fuera difícil y extremista, y poco respetuoso con el código guerrero, pero había recuperado a aquella joven gata cuando se encontraba al borde de la muerte y le había dado una razón para vivir.

Cuando los gatos empezaron a dispersarse, Estrella de Fuego cruzó una mirada con Tormenta Blanca, que esperaba para hablar.

—¿Cómo van las cosas por el campamento? —le preguntó Estrella de Fuego—. ¿Ha habido algún problema mientras estaba fuera?

—Ninguno —informó el guerrero veterano—. Hemos patrullado todo el territorio, y no hay rastro ni de perros ni del Clan de la Sombra.

—Bien. —Tras lanzar un vistazo al bien provisto montón de carne fresca, añadió—: Veo que algunos han estado cazando.

—Tormenta de Arena salió con una partida de caza, y Musaraña y Fronde Dorado pusieron a trabajar a los aprendices. Zarzo es un cazador muy hábil. He perdido la cuenta de las presas que ha traído.

—Bien —repitió Estrella de Fuego.

Su alegría al oír que alababan a su aprendiz quedó ensombrecida por la inquietud que sentía siempre que se mencionaba al hijo de Estrella de Tigre. Estrella de Tigre también había sido un buen cazador, pero eso no le había impedido convertirse en un asesino y un traidor.

Carbonilla se le acercó de nuevo.

—Me voy a mi guarida —anunció—. Llámame si necesitas cualquier cosa. ¿Recuerdas que tienes que nombrar un lugarteniente antes de que la luna llegue a lo más alto?

Estrella de Fuego asintió. Había otras tareas más urgentes, pero ahora debía pensar seriamente en esa decisión. Debido al tremendo impacto de la traición y el destierro de Estrella de Tigre, Estrella Azul había nombrado lugarteniente a Estrella de Fuego un día más tarde de lo establecido, y sin la ceremonia correspondiente. Al clan lo había aterrorizado que el Clan Estelar pudiese enfurecerse por eso y le pusiera las cosas muy difíciles a Estrella de Fuego. Él estaba decidido a no cometer el mismo error con su lugarteniente.

Mientras observaba cómo Carbonilla cruzaba el claro cojeando en dirección a su guarida, cayó en la cuenta de que dos miembros del Clan del Trueno no habían ido a saludarlo. Uno era Cebrado; eso no lo sorprendía. El otro era Tormenta de Arena, y eso lo inquietó. ¿Había hecho algo para que se enfadase con él?

Entonces la vio a unas pocas colas de distancia, observándolo con un aire cohibido muy impropio de ella. Mientras él se acercaba, los ojos verdes de la gata lo miraban intermitentemente.

—Tormenta de Arena, ¿estás bien?

—Estoy bien, Estrella de Fuego —respondió la guerrera sin mirarlo a los ojos; tenía la vista clavada en sus patas—. Me alegro de tenerte de vuelta.

Entonces Estrella de Fuego estuvo seguro de que algo marchaba mal. Durante el largo viaje de regreso a casa, había estado deseando tumbarse en la guarida de los guerreros junto a Tormenta de Arena, compartir lenguas con ella y contarle todas las novedades. Pero ahora ya no podría hacerlo de nuevo. A partir de entonces, dormiría solo en la antigua guarida de Estrella Azul (ahora su guarida), debajo de la Peña Alta.

Y al caer en la cuenta de eso comprendió lo que perturbaba a Tormenta de Arena. A pesar de toda su confianza antes de su partida, ahora ella ya no se sentía cómoda.

—Cerebro de ratón —ronroneó Estrella de Fuego afectuosamente, restregando el hocico contra el de ella—. Sigo siendo el mismo gato. Nada ha cambiado.

—¡Todo ha cambiado! —replicó ella—. Ahora eres el líder del clan.

—Y tú sigues siendo la mejor cazadora y la gata más hermosa del clan —afirmó él—. Siempre serás especial para mí.

—Pero tú… tú estás muy lejos —maulló ella, dando voz, sin saberlo, a los miedos de Estrella de Fuego—. Ahora estás más cerca de Carbonilla que de ningún otro gato. Vosotros dos sabéis secretos del Clan Estelar que los guerreros normales ignoramos.

—Carbonilla es nuestra curandera. Y es una de las mejores amigas que tengo. Pero ella no es tú, Tormenta de Arena. Sé que ahora las cosas son difíciles. Tengo mucho que hacer para asumir el mando del clan… especialmente después de lo que Estrella de Tigre intentó con la manada de perros. Pero dentro de unos días podremos salir juntos de patrulla, igual que antes.

Para su alivio, notó que Tormenta de Arena se relajaba y que en sus ojos desaparecía parte de la incertidumbre.

—Necesitarás una patrulla del anochecer —maulló la guerrera. Su voz era resuelta, más propia de la antigua Tormenta de Arena, aunque Estrella de Fuego supuso que estaba disimulando su tristeza—. ¿Quieres que reúna a algunos gatos?

—Buena idea. —Estrella de Fuego procuró hablar con el mismo tono práctico que ella—. Id a echar una ojeada a las Rocas Soleadas. Aseguraos de que el Clan del Río no haya vuelto a las andadas. —Sería típico de Estrella Leopardina, la líder del Clan del Río, intentar reclamar el disputado territorio mientras el Clan del Trueno estaba conmocionado por la pérdida de Estrella Azul.

—Entendido.

Tormenta de Arena corrió hacia la extensión de ortigas, donde estaban comiendo Fronde Dorado y Rabo Largo. Fronde Dorado llamó a su aprendiz, Zarpa Trigueña, y los cuatro gatos se encaminaron al túnel de aulagas.

Estrella de Fuego se dirigió a la guarida del líder. Todavía no podía pensar en ella como si fuera suya, y se descubrió añorando más aún su cómodo lecho de musgo en el dormitorio de los guerreros. Antes de llegar, oyó que lo llamaban y vio que Látigo Gris corría hacia él.

—Estrella de Fuego, quería decirte… —Se interrumpió como si tuviera vergüenza.

—¿Qué ocurre?

—Bueno… —Látigo Gris vaciló, y luego siguió a toda prisa—: No sé si estabas pensando en elegirme a mí como tu lugarteniente, pero quería decirte que no tienes que hacerlo. Sé que todavía no hace mucho que regresé al clan, y algunos gatos siguen sin fiarse de mí. No me sentiré dolido si escoges a otro.

Estrella de Fuego sintió una punzada de pena. Habría elegido a Látigo Gris por encima de los demás gatos para que cazara y peleara a su lado, y para que le diera el apoyo especial que los lugartenientes daban a los líderes de clan. Pero era cierto que no podía escogerlo tan poco tiempo después de su regreso del Clan del Río. Aunque él no tenía ninguna duda sobre la lealtad de su amigo al Clan del Trueno, Látigo Gris aún debía demostrarlo antes de que los demás lo aceptaran por completo.

Inclinándose hacia delante, Estrella de Fuego le tocó la nariz con la suya.

—Gracias, Látigo Gris —maulló—. Me alegro de que lo entiendas.

Su amigo se encogió de hombros, más avergonzado que nunca.

—Sólo quería decírtelo.

Luego dio media vuelta y desapareció entre las ramas de la guarida de los guerreros.

Estrella de Fuego tenía un nudo en la garganta por la emoción, y se dio una sacudida briosa. Al rodear la Peña Alta en dirección a la entrada de la cueva, oyó movimiento en el interior. Espino, el aprendiz de más edad, giró en redondo cuando él entró.

—¡Oh, Estrella de Fuego! —exclamó—. Tormenta Blanca me ha ordenado que te renovara el lecho y que te trajera algo de comer. —Señaló con la cola el extremo más alejado de la guarida, donde había un conejo junto a un grueso montón de musgo y brezo.

—Tiene un aspecto estupendo, Espino —maulló el líder—. Gracias, y dale también las gracias a Tormenta Blanca de mi parte.

El aprendiz marrón dorado inclinó la cabeza y se dispuso a marcharse, pero se detuvo cuando Estrella de Fuego lo llamó.

—Recuérdale a Musaraña que venga a hablar conmigo mañana —dijo el líder, mencionando a la mentora de Espino—. Es hora de que pensemos en tu ceremonia de ascenso a guerrero.

«Que ya va con mucho retraso», reflexionó para sí. Espino había demostrado ser un aprendiz capaz, y deberían haberlo nombrado guerrero hacía lunas, de no ser por la reticencia de Estrella Azul a confiar en nadie de su clan. Era el único que quedaba del grupo de Zarpa Rauda y Cara Perdida, ninguno de los cuales disfrutaría de una ceremonia de nombramiento.

Los ojos de Espino se iluminaron de ilusión.

—¡Sí, Estrella de Fuego! ¡Gracias! —exclamó, y salió disparado.

Estrella de Fuego se acomodó en el musgo y comió unos bocados de conejo. Tormenta Blanca había sido muy considerado al renovarle el lecho, aunque el aroma de Estrella Azul perduraba entre las paredes de la guarida. Quizá no se fuera nunca, y eso no sería nada malo. Los recuerdos de la gata resultaban dolorosos, pero también reconfortantes si pensaba en su sabiduría y su valor al liderar al clan.

Las sombras empezaron a rodearlo conforme se extinguía la última luz.

Estrella de Fuego era plenamente consciente de que estaba solo por completo por primera vez desde que se unió al clan; sin la calidez de otros gatos durmiendo cerca, sin suaves maullidos ni ronroneos mientras sus amigos compartían lenguas, sin leves ronquidos ni el sonido de gatos moviéndose en sueños. Durante unos segundos, se sintió más solo que en toda su vida.

Luego se dijo que debía dejar de ser tan descerebrado. Tenía que tomar una decisión muy importante, y para el Clan del Trueno era vital que no se equivocara. La elección de su lugarteniente afectaría a la vida del clan durante estaciones.

Hundiéndose más en el musgo, se planteó si debería dormir y preguntarle a Jaspeada en sueños qué gato sería el lugarteniente adecuado. Cerró los ojos y casi al instante captó el dulce perfume de Jaspeada. Pero no tuvo ninguna visión; sólo veía oscuridad.

Entonces oyó un susurro al oído, y Jaspeada le dijo con tono burlón:

—Oh, no, Estrella de Fuego. Esta decisión es sólo tuya.

Suspirando, el joven líder abrió los ojos de nuevo.

—De acuerdo, Jaspeada —maulló en voz alta—. Yo lo decidiré.

El lugarteniente no podía ser Látigo Gris, eso estaba claro, y se sintió agradecido a su amigo por facilitarle las cosas. Entonces su mente pasó a los otros posibles candidatos. El nuevo lugarteniente debía tener experiencia, y su lealtad no tendría que haberse puesto en duda jamás. Tormenta de Arena era valiente e inteligente, y elegirla la convencería, más que ninguna otra cosa, de que él seguía valorándola y la quería a su lado.

Pero ésa no era una buena razón para escoger lugarteniente. Además, el código guerrero establecía que ningún gato podía ser lugarteniente sin haber sido antes mentor. Tormenta de Arena nunca había tenido un aprendiz a su cargo, de modo que no podía escogerla. Con un hormigueo de vergüenza, Estrella de Fuego reconoció que eso era culpa suya, porque había confiado a Zarpa Trigueña a Fronde Dorado cuando Tormenta de Arena era la mejor candidata. Lo había hecho para protegerla, temiendo que los mentores de los hijos de Estrella de Tigre estuvieran en peligro a causa de su sanguinario padre. A Tormenta de Arena le había costado mucho perdonárselo, y esperó que nunca reparara en aquel error que le impediría convertirse en lugarteniente.

Pero, de todos modos, ¿Tormenta de Arena era realmente la mejor opción? ¿Acaso no había ningún gato que sobresaliese por encima de los demás candidatos? Tormenta Blanca tenía experiencia y era sabio y valiente. Cuando Estrella de Fuego se convirtió en lugarteniente, el guerrero veterano no mostró ni una pizca del resentimiento que habría sentido un gato inferior. Además, lo había apoyado desde el principio, y era el gato al que Estrella de Fuego se dirigía instintivamente cuando necesitaba un consejo. Era viejo, sí, pero todavía fuerte y activo. Aún quedaban unas cuantas lunas antes de que se uniera a los veteranos en su guarida.

Estrella Azul también lo aprobaría, porque la amistad del guerrero blanco había significado mucho para ella en sus últimas lunas.

«Sí —pensó Estrella de Fuego—. Tormenta Blanca será el nuevo lugarteniente». Se estiró satisfecho. Sólo faltaba anunciar la decisión al clan.

Aguardó un momento. Se terminó el conejo y se quedó amodorrado, pero sin permitirse caer en un sueño profundo para no perderse la luna en su cénit. Una luz plateada se filtró en la guarida cuando la luna se elevó. Finalmente, Estrella de Fuego se puso en pie, se sacudió de encima trocitos de musgo y salió al claro.

Varios miembros del clan estaban paseándose entre los helechos del lindero, claramente a la espera del anuncio. Tormenta de Arena y la patrulla del anochecer habían regresado y estaban comiendo su ración de caza. Estrella de Fuego saludó a la gata con una sacudida de la cola, pero no se acercó a hablar con ella. En vez de eso, saltó directamente a la Peña Alta y maulló:

—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas vengan aquí, bajo la Peña Alta, para una reunión del clan!

Su llamada seguía resonando en el aire cuando empezaron a aparecer más gatos, desde el refugio de sus guaridas o saliendo a la luz de la luna de entre las sombras que bordeaban el campamento. Estrella de Fuego vio que Cebrado cruzaba el claro y se sentaba a poca distancia de la Peña Alta, con la cola alrededor de las patas y una mirada desdeñosa. Discretamente, Fronde Dorado lo siguió y ocupó una plaza cerca de él.

Zarzo salió de la guarida de los aprendices. Estrella de Fuego no pudo evitar preguntarse si se colocaría junto a Cebrado, pero Zarzo se quedó con su hermana, Zarpa Trigueña, al borde de la creciente multitud. Los ojos de ambos aprendices lo observaban todo con atención, moviéndose de un lado a otro. Al pasar ante ellos, Musaraña amagó un mordisco a Zarpa Trigueña, que apartó la cabeza rápidamente; parecía que las dos gatas hubieran tenido algún tipo de discrepancia. Estrella de Fuego recordó que Zarpa Trigueña era lista y estaba muy segura de sí misma; no le sorprendería que hubiera ofendido alguna vez a la experimentada guerrera.

Látigo Gris y Tormenta de Arena estaban sentados juntos cerca de la roca, al lado de Nimbo Blanco y Cara Perdida, y todos los veteranos llegaron en grupo y se instalaron en el centro del claro.

Estrella de Fuego vio que Tormenta Blanca se acercaba desde la extensión de ortigas junto con Carbonilla. No había expectación en su rostro cuando se detuvo a intercambiar unas palabras con Frondina y Ceniciento, antes de ocupar su sitio junto a la Peña Alta.

Tragándose su nerviosismo, Estrella de Fuego empezó:

—Ha llegado el momento de nombrar a un nuevo lugarteniente. —Hizo una pausa y notó la presencia de Estrella Azul mientras recordaba las palabras rituales que ella empleaba—. Pronuncio estas palabras ante el Clan Estelar —continuó—, para que los espíritus de nuestros antepasados puedan oír y aprobar mi decisión.

Para entonces, todos los gatos se habían vuelto hacia él. Estrella de Fuego observó los brillantes ojos que resplandecían bajo la luz de la luna y casi pudo saborear su emoción.

—El nuevo lugarteniente del Clan del Trueno será Tormenta Blanca —anunció.

Durante unos instantes hubo sólo silencio. Tormenta Blanca contempló a Estrella de Fuego con una expresión de placer y sorpresa. El líder pensó que apreciaba tanto al viejo guerrero por cosas como esa sorpresa; Tormenta Blanca nunca había dado por hecho que él sería el elegido.

El guerrero veterano se puso en pie lentamente.

—Estrella de Fuego, gatos del Clan del Trueno —maulló—, nunca habría esperado recibir este honor. Juro por el Clan Estelar que haré todo lo que pueda para serviros.

Cuando terminó de hablar, un sonido fue creciendo entre los gatos congregados: una mezcla de maullidos, ronroneos y gritos de «¡Tormenta Blanca!». Todo el clan comenzó a apretujarse contra el guerrero veterano para felicitarlo. Estrella de Fuego sabía que había hecho una elección muy popular.

Durante un momento permaneció sobre la Peña Alta contemplando la escena. Una nueva sensación de optimismo le subió por las patas, llenándolo de confianza y calidez. Tenía sus nueve vidas; tenía el mejor lugarteniente que ningún gato pudiera desear, y tenía un grupo de guerreros que estaban preparados para enfrentarse a cualquier cosa. La amenaza de la manada de perros había desaparecido, y esperaba que pronto lograran expulsar a Estrella de Tigre del bosque para siempre.

Cuando se disponía a saltar de la Peña Alta para felicitar a Tormenta Blanca, reparó en Cebrado. Era el único gato que no se había movido ni había dicho nada. Estaba observando a Estrella de Fuego, y sus ojos llameaban con un fuego frío.

Estrella de Fuego recordó de inmediato la horrorosa visión de su ceremonia, la montaña de huesos y el torrente de sangre que había brotado de ella. Las palabras de Estrella Azul volvieron a resonar en sus oídos: «Cuatro se tornarán dos. El león y el tigre se enfrentarán en combate, y la sangre regirá el bosque».

Seguía sin saber qué significaba la profecía, pero las palabras estaban cargadas de perdición. Habría combate y derramamiento de sangre. Y en la maligna mirada de Cebrado, Estrella de Fuego creyó ver la primera nube que acabaría desencadenando la tormenta de la guerra.