Todo era oscuridad y frío. Corazón de Fuego jamás había tenido tanto frío. Sentía como si estuvieran succionándole hasta la última migaja de calor y vida del cuerpo. Sus patas se sacudían, atenazadas por dolorosos calambres. Imaginó que estaba hecho de hielo y que si intentaba moverse se rompería en un millar de fragmentos quebradizos.
Pero los sueños no acudían. No había señales del Clan Estelar; sólo el frío y la oscuridad. «Algo debe de ir mal», pensó Corazón de Fuego, empezando a sentir pánico.
Entreabrió un poco los ojos, y al instante los abrió del todo, desconcertado. En vez de la reluciente Piedra Lunar situada en una cueva en las profundidades de la tierra, vio una extensión de hierba corta y muy hollada. Lo envolvieron los aromas de la noche, aromas de cosas verdes y fértiles bañadas de rocío. Una cálida brisa le alborotó el pelo.
Tras incorporarse, Corazón de Fuego descubrió que se encontraba en la hondonada de los Cuatro Árboles, cerca de la base de la Gran Roca. Los gigantescos robles, completamente cubiertos de hojas, susurraban por encima de su cabeza, y el Manto Plateado resplandecía más allá en el cielo nocturno.
«¿Cómo he llegado hasta aquí? —se preguntó—. ¿Es éste el sueño que me ha prometido Carbonilla?».
Levantó la cabeza para mirar al firmamento. No recordaba haberlo visto jamás tan nítido; el Manto Plateado parecía más cerca que nunca, apenas más alto que las ramas superiores de los robles. Mientras lo contemplaba, Corazón de Fuego reparó en algo extraordinario que hizo que la sangre le corriera por las venas como fuego líquido.
Las estrellas estaban moviéndose.
Giraron ante sus incrédulos ojos y empezaron a descender en espiral, hacia el bosque, hacia los Cuatro Árboles, hacia él. Corazón de Fuego aguardó con el corazón desbocado.
Y entonces los gatos del Clan Estelar bajaron del cielo con pasos majestuosos. La escarcha centelleaba en sus zarpas y brillaba en sus ojos. Sus pelajes eran llamas blancas. Olían a hielo y a fuego, y a los lugares salvajes de la noche.
Corazón de Fuego se agazapó ante ellos. Casi no soportaba seguir mirándolos, y, sin embargo, tampoco podía apartar la vista. Quería absorber ese momento por todos los pelos de su manto para que fuera suyo para siempre.
Al cabo de un tiempo que podía haber durado cien estaciones o un simple segundo, todos los gatos del Clan Estelar habían descendido a la tierra. Alrededor de Corazón de Fuego, la hondonada de los Cuatro Árboles estaba ocupada con sus resplandecientes cuerpos y sus llameantes ojos. Corazón de Fuego permaneció agachado en el centro, rodeado por todas partes, y empezó a advertir que algunos de los gatos estelares, los que estaban más cerca de él, le resultaban dolorosamente familiares.
«¡Estrella Azul! —La alegría le atravesó el corazón como una espina—. ¡Y Fauces Amarillas!».
A continuación, captó un conocido y dulce olor. Al darse la vuelta, Corazón de Fuego vio ante él el pelaje pardo y el delicado rostro con el que había soñado tan a menudo.
«¡Jaspeada… oh, Jaspeada!». Su adorada curandera había vuelto a él. Corazón de Fuego quería levantarse de un salto y maullar su felicidad a todo el bosque, pero el respeto lo mantuvo inmóvil y en silencio.
—Bienvenido, Corazón de Fuego. —El sonido parecía pertenecer a todos los gatos que había conocido, pero, a la vez, era una sola voz clara—. ¿Estás preparado para recibir tus nueve vidas?
Miró alrededor, pero no vio que ningún gato estuviera hablando.
—Sí —respondió, obligando a su voz a no temblar—. Estoy preparado.
Un atigrado rubio se puso en pie y fue hacia él, con la cabeza y el rabo bien erguidos. Era Corazón de León, que se había convertido en lugarteniente de Estrella Azul cuando él no era más que un aprendiz, y que había muerto al poco en una batalla contra el Clan de la Sombra. Cuando Corazón de Fuego lo conoció, era un gato viejo, pero ahora parecía joven y fuerte de nuevo, y su pelaje destellaba con un fuego pálido.
—¡Corazón de León! —exclamó con un grito ahogado—. ¿De verdad eres tú?
El gato no le contestó. Cuando estuvo lo bastante cerca, se inclinó para tocarle la cabeza con la nariz. Su contacto ardía como la llama más caliente y el hielo más frío. Corazón de Fuego se habría apartado por instinto, pero no podía moverse.
—Con esta vida te doy valor —murmuró Corazón de León—. Úsalo bien en la defensa de tu clan.
Al instante, una descarga de energía abrasó a Corazón de Fuego como un rayo, erizándole el pelo y desbordando todos sus sentidos con un rugido ensordecedor. Se le oscurecieron los ojos, y la mente se le llenó de un caótico torbellino de batallas y cazas, la sensación de garras en la piel y colmillos clavándose en la carne de presas.
El dolor retrocedió, dejando a Corazón de Fuego débil y tembloroso. La oscuridad se desvaneció, y volvió a encontrarse en el sobrenatural claro. Si sólo había recibido una vida, aún le quedaban ocho más. «¿Cómo voy a soportarlo?», pensó abatido.
Corazón de León ya estaba alejándose para regresar a su puesto entre las filas del Clan Estelar. Otro gato se levantó para ir hacia Corazón de Fuego. Éste no lo reconoció al principio, pero luego distinguió un pelaje oscuro y moteado y una peluda cola rojiza, y comprendió que debía de ser Cola Roja. No había llegado a conocer a ese lugarteniente del Clan del Trueno —que fue asesinado por Estrella de Tigre el mismo día que él llegó al bosque como gato doméstico—, pero, aun así, había buscado la verdad sobre su muerte y la había usado para demostrar la traición de Estrella de Tigre.
Como Corazón de León, Cola Roja se inclinó para tocarle la cabeza con la nariz.
—Con esta vida te doy justicia —maulló—. Úsala bien cuando juzgues las acciones de otros.
Una vez más, un espasmo agónico recorrió a Corazón de Fuego, que tuvo que apretar los dientes para no gritar. Cuando se recuperó, resollando como si hubiera ido hasta el campamento a la carrera, vio que Cola Roja estaba observándolo.
—Gracias —maulló solemnemente el antiguo lugarteniente—. Tú revelaste la verdad cuando ningún otro gato había podido hacerlo.
Corazón de Fuego consiguió saludarlo con la cabeza mientras Cola Roja iba a sentarse junto a Corazón de León, y un tercer gato salió de entre las filas de los espíritus guerreros.
Esa vez, Corazón de Fuego se quedó boquiabierto al reconocer a la hermosa atigrada cuyo pelaje relucía con destellos de plata. Era el amor perdido de Látigo Gris, Corriente Plateada, la guerrera del Clan del Río que había muerto al dar a luz. Sus patas apenas rozaban el suelo cuando se inclinó hacia Corazón de Fuego.
—Con esta vida te doy lealtad a lo que sabes que es correcto —maulló la gata.
Corazón de Fuego se preguntó si se referiría a cómo él había ayudado a Látigo Gris a ver a su amor prohibido, confiando en la fuerza de su relación aunque iba contra el código guerrero.
—Úsala bien para guiar a tu clan en tiempos difíciles —añadió Corriente Plateada.
Corazón de Fuego se preparó para otro embate atroz, pero en esa ocasión sintió menos dolor cuando lo invadió la nueva vida. Notó un cálido y vivo amor, y comprendió confusamente que eso era lo que había marcado la existencia de Corriente Plateada: el amor por su clan, por Látigo Gris y por los cachorros por los que había dado la vida.
—¡Corriente Plateada! —susurró Corazón de Fuego cuando la atigrada gris se volvió para marcharse—. No te vayas todavía. ¿No tienes algún mensaje para Látigo Gris?
Pero Corriente Plateada no contestó; sólo se volvió para mirarlo por encima del hombro, con los ojos llenos de amor y tristeza. Eso significó para Corazón de Fuego más que todas las palabras del mundo.
El joven cerró los ojos, preparándose para la entrega de la siguiente vida. Al levantar la mirada, vio que se aproximaba un cuarto gato. Era Viento Veloz, el guerrero del Clan del Trueno al que Estrella de Tigre había matado en una pelea cerca del Sendero Atronador.
—Con esta vida te doy energía infatigable —maulló Viento Veloz al inclinarse a tocar a Corazón de Fuego—. Úsala bien para cumplir con las obligaciones de un líder.
Mientras esa vida lo atravesaba, Corazón de Fuego sintió como si estuviera corriendo a través del bosque, tocando apenas el suelo, con el pelo alisado por el viento. Experimentó la euforia de la caza y el completo placer de la velocidad, y tuvo la sensación de que siempre podría correr más que cualquier enemigo.
Su mirada siguió a Viento Veloz mientras éste regresaba a su sitio. Cuando apareció el quinto miembro estelar, el corazón le dio un vuelco de alegría. Se trataba de Pecas, la madre adoptiva de Nimbo Blanco, a la que Estrella de Tigre había sacrificado cruelmente para que la manada de perros probase la sangre de gato.
—Con esta vida te doy protección —dijo la gata—. Úsala bien para cuidar de tu clan como una madre cuida de sus cachorros.
Corazón de Fuego esperaba que esa vida fuera delicada y amorosa como la de Corriente Plateada, así que no estaba preparado para la descarga de ferocidad que lo dejó paralizado. Sintió como si toda la furia de sus antiguos antepasados del Clan del Tigre y el Clan del León latiera a través de él, desafiando a cualquier gato a herir a las débiles sombras sin rostro que se agazapaban a sus pies. Impactado y tembloroso, Corazón de Fuego reconoció el deseo de una madre de proteger a sus hijos, y comprendió cuánto había amado Pecas a los suyos… incluido Nimbo Blanco, que no era de su propia sangre.
«Debo contárselo a Nimbo Blanco», pensó mientras la furia se apaciguaba, antes de recordar que no le estaba permitido decir nada sobre lo ocurrido en el ritual.
Pecas retrocedió para volver con el Clan Estelar, y otra figura familiar ocupó su lugar. Corazón de Fuego se sintió abrumado por la culpabilidad al reconocer a Zarpa Rauda.
—Lo lamento —murmuró, mirando a los ojos al aprendiz—. Tu muerte fue culpa mía.
Rabioso por la negativa de Estrella Azul a nombrarlo guerrero y desesperado por demostrar su valía, Zarpa Rauda había salido a localizar lo que fuera que estaba atacando a los gatos del bosque. La manada de perros lo había matado, y Corazón de Fuego se culparía eternamente por no haber convencido a Estrella Azul para que cambiara de opinión.
Pero Zarpa Rauda ya no parecía enfadado. Sus ojos brillaban con una sabiduría impropia de su edad cuando tocó con la nariz la de Corazón de Fuego.
—Con esta vida te doy maestría. Úsala bien para entrenar a los jóvenes de tu clan.
La vida que le entregó Zarpa Rauda fue una punzada de angustia tan grande que Corazón de Fuego creyó que le pararía el pulso. Finalizó con una sacudida de puro terror y con un destello de luz tan roja como la sangre. Corazón de Fuego supo que estaba reviviendo lo que había sentido Zarpa Rauda en los últimos momentos de su vida.
Mientras la sensación disminuía, dejándolo sin aliento, Corazón de Fuego empezó a sentirse como un hoyo bajo una intensa lluvia. Pensó que sus fuerzas apenas lo sostendrían para recibir de tres gatos las vidas que faltaban.
La primera en aparecer fue Fauces Amarillas. La vieja curandera tenía el mismo aire de independencia obstinada y coraje que tanto había impresionado y frustrado a Corazón de Fuego cuando estaba viva. Recordó la última vez que la había visto, agonizando en su guarida tras el incendio. Entonces estaba desesperada, preguntándose si el Clan Estelar la acogería, pues había matado a su propio hijo, Cola Rota, para acabar con su sanguinaria conspiración. Ahora, en sus ojos amarillos volvía a destellar el humor cuando se inclinó para tocarlo.
—Con esta vida te doy compasión —anunció—. Úsala bien con los veteranos de tu clan, con los enfermos y con todos los que sean más débiles que tú.
Incluso sabiendo el dolor que tendría que soportar, Corazón de Fuego cerró los ojos y absorbió aquella vida con avidez, deseoso de todo el espíritu de Fauces Amarillas, todo su valor y su lealtad al clan en el que no había nacido. La recibió como si lo inundara una marea de luz: el humor de la gata, su lengua afilada, la calidez de su corazón y su sentido del honor. Se sintió más cerca de ella que nunca.
—Oh, Fauces Amarillas… —susurró, abriendo los ojos de nuevo—. Cómo te he echado de menos.
La curandera ya estaba alejándose. La gata que ocupó su lugar era más joven, de pasos ligeros, con el centelleo de las estrellas en su pelaje y sus ojos: Jaspeada, la hermosa gata parda que había sido el primer amor de Corazón de Fuego. Lo había visitado en sueños, pero él nunca la había visto tan nítidamente. El joven aspiró su dulce aroma cuando se inclinó sobre él. Deseaba hablar con ella más que con ningún otro miembro del Clan Estelar, porque el tiempo que habían pasado juntos había sido demasiado breve para compartir sus verdaderos sentimientos.
—Jaspeada…
—Con esta vida te doy amor —murmuró ella con su suave voz—. Úsalo bien con todos los gatos que están a tu cuidado… y especialmente con Tormenta de Arena.
No había dolor en aquella vida que se vertió suavemente en Corazón de Fuego. Contenía la calidez del sol en la estación de la hoja verde y le abrasó hasta las puntas de las zarpas. Era puro amor; al mismo tiempo, tuvo la sensación de seguridad que había conocido de cachorrito, apretujándose contra su madre. Contempló a Jaspeada, envuelto en una satisfacción que jamás había sentido.
Creyó captar un destello de orgullo en los ojos de la gata cuando se dio media vuelta. La desilusión por no poder hablar con ella fue mitigada por sus palabras de aprobación. Ahora Corazón de Fuego no tenía razones para temer que estaba siendo infiel a Jaspeada al amar a Tormenta de Arena.
Por último se le acercó Estrella Azul. Ya no era la vieja gata vencida que él había conocido en los últimos tiempos, la que desvariaba bajo la tensión de los problemas de su clan. Aquélla era Estrella Azul en la plenitud de su fuerza y poder, atravesando majestuosamente el claro, como un león. Corazón de Fuego estaba casi deslumbrado por el esplendor de la luz estelar que la rodeaba, pero se obligó a sostener la mirada de sus ojos azules.
—Bienvenido, Corazón de Fuego, mi aprendiz, mi guerrero y mi lugarteniente —lo saludó ella—. Siempre supe que algún día serías un gran líder.
Mientras él inclinaba la cabeza, Estrella Azul lo tocó con la nariz y continuó:
—Con esta vida te doy nobleza, convicción y fe. Úsalas bien al liderar a tu clan según dictan el Clan Estelar y el código guerrero.
La calidez de la vida de Jaspeada había anestesiado al guerrero, que no estaba preparado para la agonía que lo sacudió al recibir la de Estrella Azul. Compartió la intensidad de la ambición de la gata, su angustia al renunciar a sus hijos, la fortaleza para batallar sin descanso al servicio de su clan. Sintió su terror mientras su mente se fragmentaba al perder la fe en el Clan Estelar. La avalancha de poder se volvía cada vez más fuerte, hasta que Corazón de Fuego pensó que su piel no podría contenerla. Justo cuando creía que tendría que maullar o morir, la sensación comenzó a menguar y terminó con una tranquila aceptación y alegría.
Un largo y tenue suspiro recorrió el claro. Todos los guerreros del Clan Estelar se habían puesto en pie. Estrella Azul permaneció en el centro y señaló a Corazón de Fuego con la cola para que también lo hiciera. El joven obedeció tembloroso, como si la plenitud de vida que sentía en su interior fuera a desbordarse si se movía. Se notaba el cuerpo tan vapuleado como si hubiese combatido en la batalla más dura de su vida, pero, no obstante, su espíritu se elevó con la fuerza de las vidas que le habían concedido.
—Te saludo por tu nuevo nombre, Estrella de Fuego —anunció Estrella Azul—. Tu vieja vida ha quedado atrás. Ahora has recibido las nueve vidas de un líder, y el Clan Estelar te otorga la tutela del Clan del Trueno. Defiéndelo bien; cuida de los jóvenes y de los viejos; honra a tus antepasados y las tradiciones del código guerrero; vive todas tus vidas con orgullo y dignidad.
—¡Estrella de Fuego! ¡Estrella de Fuego! —Al igual que los clanes del bosque aclamaban a los nuevos guerreros por su nombre, los miembros del Clan Estelar aclamaron al nuevo líder con sonoras voces que vibraban en el aire—. ¡Estrella de Fuego! ¡Estrella de Fuego!
De pronto, el coro enmudeció con un bufido sobresaltado. Estrella de Fuego se puso en tensión, consciente de que algo iba mal. Los resplandecientes ojos de Estrella Azul estaban clavados en algo que había detrás de él. El gato giró en redondo y soltó un grito ahogado.
Al otro lado del claro había aparecido una gigantesca montaña de huesos, de varias colas de altura. Relucía con una luz rojiza antinatural, de modo que Estrella de Fuego podía ver claramente cada hueso como si estuvieran ribeteados de fuego… eran huesos de gatos y huesos de presas, todos revueltos. Un viento caliente lo envolvió, cargado con el hedor de la carroña, aunque los huesos resplandecían, limpios y blancos.
Miró desesperado alrededor, buscando respuestas o ayuda de los otros gatos, pero el claro estaba a oscuras. Los miembros del Clan Estelar se habían esfumado, dejándolo solo con el espantoso montículo de huesos. Mientras el pánico empezaba a atenazarlo, percibió la conocida presencia de Estrella Azul a su lado, su cálido pelaje contra su costado. No podía verla en la oscuridad, pero su voz le susurró al oído:
—Algo terrible se avecina, Estrella de Fuego. Cuatro se tornarán dos. El león y el tigre se enfrentarán en combate, y la sangre regirá el bosque.
Cuando la gata terminó de hablar, su aroma y la calidez de su pelo se desvanecieron.
—¡Espera! —maulló Estrella de Fuego—. ¡No me abandones! ¡Explícame a qué te refieres!
Pero no obtuvo respuesta, ninguna explicación sobre la terrorífica profecía. En cambio, la luz rojiza que desprendía el montículo de huesos se volvió más brillante. Estrella de Fuego se quedó mirando horrorizado. Entre los huesos había empezado a manar sangre. Los regueros se fundieron en un río que fluyó resueltamente hacia él, hasta que el hedor de la sangre le impregnó el pelo. Intentó huir, pero descubrió que tenía las patas inmovilizadas. Al cabo de un segundo, la pegajosa marea roja chapoteaba a su alrededor, borboteando y apestando a muerte.
—¡No! —bramó Estrella de Fuego, pero no hubo respuesta del bosque, sólo el constante susurro de la sangre lamiéndole el pelo con avidez.