Corazón de Fuego notó que algo estaba pinchándole el costado. Con un leve maullido de protesta, abrió los ojos y vio que Carbonilla estaba inclinada sobre él.
—Te has quedado dormido —murmuró la curandera—. Pero ahora tienes que despertarte. Es hora de enterrar a Estrella Azul.
Corazón de Fuego se levantó tambaleándose. Estiró una pata tras otra, pues las tenía entumecidas, y se lamió el hocico con una lengua reseca. Le parecía como si hubiera pasado por lo menos una luna tendido en el claro. La sensación de bienestar que había tenido mientras dormía fue reemplazada por una oleada de culpabilidad.
—¿Me ha visto alguien? —le preguntó a Carbonilla entre dientes.
Los ojos azules de la gata centellearon comprensivos.
—Sólo yo. No te preocupes por eso, Corazón de Fuego. Nadie te lo reprocharía después de lo que sucedió ayer.
Corazón de Fuego echó un vistazo por el claro. La pálida luz del alba estaba empezando a filtrarse a través de los árboles. A unas pocas colas de distancia, los veteranos se habían reunido para cumplir con su obligación de trasladar el cuerpo de Estrella Azul al sitio de los enterramientos. Los demás miembros del clan estaban saliendo lentamente de sus guaridas para formar dos hileras entre la gata muerta y la entrada del túnel de aulagas.
A una señal de Carbonilla, los veteranos alzaron el cuerpo y lo llevaron entre las filas de afligidos guerreros. Todos los gatos inclinaron la cabeza conforme su líder pasaba ante ellos.
—Adiós, Estrella Azul —susurró Corazón de Fuego—. Nunca te olvidaré.
Punzadas de dolor le atravesaron el corazón al ver cómo la punta de la cola de Estrella Azul trazaba un surco en las ennegrecidas hojas que todavía cubrían el suelo tras el reciente incendio.
Cuando Estrella Azul hubo desaparecido con su escolta, el resto de los gatos empezaron a dispersarse. Corazón de Fuego inspeccionó el campamento y advirtió con aprobación que el montón de carne fresca estaba reabastecido. Lo único que debía hacer era organizar la patrulla del alba; después podría comer y descansar. Sentía como si no fuera a bastarle ni una luna de sueño para aliviar el agotamiento de sus patas.
—Bueno, Corazón de Fuego —maulló Carbonilla—, ¿estás preparado?
Él se dio la vuelta, confundido.
—¿Preparado?
—Para ir a la Piedra Lunar a que el Clan Estelar te conceda tus nueve vidas. —Sacudió la punta de la cola—. No lo habrás olvidado, ¿verdad?
Él movió las patas, incómodo. Por supuesto que no se había olvidado de la ancestral ceremonia para iniciar a todos los nuevos líderes, pero ignoraba que tuviera que llevarse a cabo inmediatamente. Se sintió aturdido por la velocidad de los acontecimientos, que lo empujaban implacablemente hacia delante, como las rápidas aguas del desfiladero que casi lo habían ahogado.
Le subió el miedo por la garganta, y tuvo que tragar saliva a toda prisa. Ningún líder hablaba de ese rito místico, de modo que ningún otro gato, excepto los curanderos, sabía qué ocurría allí. Él había visitado la Piedra Lunar con anterioridad, y había visto cómo Estrella Azul compartía lenguas con el Clan Estelar en sueños. La experiencia había sido bastante imponente. No podía imaginarse qué sucedería cuando él mismo tuviera que tumbarse junto a la piedra sagrada y compartir sueños con sus antepasados guerreros.
Y por si eso fuera poco, recordó que las Rocas Altas —donde se hallaba la Piedra Lunar, en una profunda gruta subterránea— estaban a un día de camino, y que el ritual le exigía que no comiera nada, ni siquiera las hierbas fortalecedoras que tomaban otros gatos para el trayecto.
—El Clan Estelar te dará fuerzas —maulló Carbonilla como si le hubiera leído el pensamiento.
Corazón de Fuego le dio la razón mascullando vagamente. Al mirar alrededor, vio que Tormenta Blanca iba camino de la guarida de los guerreros y lo llamó con un movimiento de la cola.
—Tengo que irme a las Rocas Altas —maulló—. ¿Te harás cargo del campamento? Necesitamos una patrulla del alba.
—Dalo por hecho —contestó Tormenta Blanca, y añadió—: Que el Clan Estelar te acompañe.
El joven echó un último vistazo al campamento mientras seguía a Carbonilla hacia el túnel de aulagas. Sentía como si emprendiera un larguísimo viaje, más lejos de lo que había viajado nunca, y como si la probabilidad de regreso fuera dudosa. En cierto modo, jamás regresaría, pues el gato que iba a volver tendría un nuevo nombre, nuevas responsabilidades y una nueva relación con el Clan Estelar.
Oyó un maullido a sus espaldas. Látigo Gris y Tormenta de Arena estaban cruzando el claro a la carrera.
—¿Pensabas largarte sin despedirte siquiera? —resolló Látigo Gris tras frenar en seco.
Tormenta de Arena no dijo nada, pero entrelazó la cola con la de Corazón de Fuego y se restregó contra su costado.
—Volveré mañana —maulló el lugarteniente—. Escuchadme —añadió, incómodo—. Sé que las cosas serán diferentes a partir de ahora, pero nunca dejaré de necesitaros… a los dos. Ningún gato podría tener unos amigos mejores.
Látigo Gris le dio un cabezazo en el omóplato.
—Ya lo sabemos, estúpida bola de pelo —replicó.
Los ojos verdes de Tormenta de Arena destellaron.
—Nosotros también te necesitaremos siempre, Corazón de Fuego —murmuró la guerrera—. Será mejor que no te olvides de eso.
—¡Corazón de Fuego, vamos! —lo llamó Carbonilla, que esperaba en la entrada del túnel de aulagas—. Tenemos que llegar a las Rocas Altas antes de que caiga la noche… y recuerda que yo no puedo ir tan deprisa como tú.
—¡Ya voy!
Dio un lametón a cada uno de sus amigos antes de internarse en el túnel de aulagas tras la curandera. Mientras subía con ella por el barranco, se sintió el corazón lleno de esperanzas. Puede que estuviera dejando atrás su antigua vida, pero podría llevarse consigo lo que era importante.
El sol estaba en lo alto de un despejado cielo azul y la escarcha se había derretido sobre la hierba cuando llegaron a los Cuatro Árboles, donde se celebraba la Asamblea entre los cuatro clanes cada luna llena.
—Espero que no nos encontremos con una patrulla del Clan del Viento —comentó Corazón de Fuego mientras cruzaban la frontera hacia el elevado y expuesto páramo, dejando atrás la protección del bosque.
No mucho tiempo atrás, Estrella Azul había intentado lanzar un ataque contra el Clan del Viento, con la acusación de que estaban robando presas del Clan del Trueno. Corazón de Fuego había desobedecido las órdenes de su líder y se había arriesgado a que lo tacharan de traidor por impedir la batalla. Aunque Estrella Alta, el líder del Clan del Viento, había estado dispuesto a hacer las paces, Corazón de Fuego imaginaba que todavía podrían guardarles rencor.
—No nos detendrán —aseguró Carbonilla muy tranquila.
—Podrían intentarlo —replicó el gato—. De todos modos, preferiría evitarlos.
Sus esperanzas se hicieron pedazos cuando alcanzaron la cima de una extensión de páramo y vieron una patrulla avanzando entre el brezo a unos pocos zorros de distancia. Tenían el viento a favor; por eso Corazón de Fuego no había detectado su olor con antelación.
El jefe de la patrulla alzó la cabeza, y Corazón de Fuego reconoció al guerrero Oreja Partida. Se le cayó el alma a los pies al ver que lo seguía su viejo enemigo Enlodado, con un aprendiz que no conocía. Él y Carbonilla aguardaron mientras los gatos del Clan del Viento saltaban entre el brezo hacia ellos; ya no tenía ningún sentido intentar darles esquinazo.
Enlodado mostró los colmillos gruñendo, pero Oreja Partida inclinó la cabeza y se detuvo ante Corazón de Fuego.
—Saludos, Corazón de Fuego, Carbonilla —maulló—. ¿Por qué estáis en nuestro territorio?
—Vamos de camino a las Rocas Altas —contestó la gata dando un paso adelante.
Corazón de Fuego sintió una oleada de orgullo al ver el respetuoso gesto que el guerrero del Clan del Viento dirigió a su curandera.
—Espero que no sea por una mala razón —dijo. Los gatos no solían viajar a las Rocas Altas a menos que una crisis en su clan exigiera comunicación directa con el Clan Estelar.
—La peor de todas —maulló Carbonilla con voz firme—. Estrella Azul murió ayer.
Los tres gatos del Clan del Viento inclinaron la cabeza; incluso Enlodado pareció solemne.
—Era una gata magnífica y noble —repuso Oreja Partida al cabo—. Todos los clanes honrarán su memoria. —Se volvió hacia Corazón de Fuego con una expresión de curiosidad y respeto—. ¿De modo que ahora vas a ser tú el líder? —preguntó.
—Sí —admitió él—. Voy a recibir mis nueve vidas de manos del Clan Estelar.
Oreja Partida asintió, examinando despacio el pelaje rojizo del guerrero.
—Eres joven —comentó—. Pero algo me dice que serás un buen líder.
—G… gracias —tartamudeó Corazón de Fuego, pillado por sorpresa.
Carbonilla fue en su rescate.
—No podemos quedarnos —maulló—. Hay un largo camino hasta las Rocas Altas.
—Por supuesto. —Oreja Partida retrocedió—. Le contaremos a Estrella Alta vuestras noticias. ¡Que el Clan Estelar os acompañe! —exclamó cuando los dos gatos del Clan del Trueno se alejaron.
Se detuvieron en el borde de la llanura, contemplando a sus pies un paisaje muy diferente. En vez de laderas desnudas salpicadas de afloraciones rocosas y extensiones de brezo, Corazón de Fuego vio casas de Dos Patas desperdigadas entre campos y setos.
En la distancia, el Sendero Atronador abría un surco a través de la tierra, y más allá se elevaban las colinas dentadas; sus desiertas pendientes parecían grises y amenazadoras. Corazón de Fuego tragó saliva; aquella región desolada era adonde se encaminaban.
Reparó en que Carbonilla estaba observándolo con una expresión comprensiva en sus ojos azules.
—Todo es diferente —confesó el lugarteniente—. Ya has visto a esos gatos del Clan del Viento. Ni siquiera ellos me tratan igual. —Sabía que jamás podría decirle esas cosas a nadie excepto a la curandera… ni siquiera a Tormenta de Arena—. Es como si todos dieran por sentado que voy a ser un líder sabio y noble. Pero no lo seré. Cometeré errores, como ya he hecho con anterioridad. Carbonilla, no estoy seguro de poder hacer esto.
—Cerebro de ratón —le espetó ella. Corazón de Fuego se sintió sorprendido y reconfortado por su tono bromista—. Cuando cometas errores, yo te lo señalaré, créeme. —Guiñándole un ojo, añadió—: Y aun así seguiré siendo tu amiga, sin importar lo que ocurra. Ningún gato que haya vivido ha sido perfecto todo el tiempo. ¡Estrella Azul no lo era! La clave está en aprender de tus errores y tener la valentía de ser fiel a tu corazón. —Giró la cabeza para pasarle la lengua por la oreja—. Estarás bien, Corazón de Fuego. Y ahora, sigamos adelante.
El guerrero encabezó la marcha ladera abajo y a través de las zonas de labranza de los Dos Patas. Avanzaron sobre la pegajosa tierra de un campo arado y rodearon la granja donde vivían los solitarios Centeno y Cuervo. Corazón de Fuego estuvo ojo avizor, pero no había rastro de ellos. Lamentó no verlos, pues ambos eran buenos amigos del Clan del Trueno, y Cuervo había entrenado con él cuando eran aprendices. El lejano ladrido de un perro le produjo escalofríos al recordar el espanto de ser perseguido por la jauría.
A la sombra de los setos, por fin llegaron al Sendero Atronador. Se agazaparon junto a él, con el pelo alborotado por los monstruos que pasaban rugiendo. El intenso hedor de sus gases invadió la nariz y la garganta de Corazón de Fuego y le irritó los ojos.
Carbonilla se preparó a su lado, aguardando un espacio entre los monstruos para cruzar. Corazón de Fuego sintió nervios por su amiga. Su pata había quedado permanentemente dañada por un accidente al borde del Sendero Atronador, muchas lunas atrás, cuando ella era su aprendiza; la vieja herida la obligaría a ir despacio.
—Cruzaremos juntos —maulló, recordando con un familiar sentimiento de culpa el accidente de la gata—. En cuanto tú estés lista.
Carbonilla asintió con un leve gesto; Corazón de Fuego supuso que estaba asustada, aunque jamás lo admitiría. Después de que pasara un monstruo de un vivo color, la curandera exclamó:
—¡Ahora! —Y cojeó rápidamente sobre la negra y dura superficie.
Corazón de Fuego saltó a su lado, obligándose a no dejarla atrás, aunque tenía el corazón desbocado y su instinto le gritaba que corriera tan deprisa como le fuera posible. Oyó el rugido de un monstruo en la distancia, pero, antes de que llegara, él y Carbonilla ya estaban a salvo en el seto del otro extremo.
La gata soltó un sonoro suspiro.
—¡Gracias al Clan Estelar que ya ha terminado!
Corazón de Fuego coincidió con un murmullo, aunque sabía que todavía les quedaba el viaje de regreso.
El sol ya estaba descendiendo. A aquel lado del Sendero Atronador la tierra no era tan familiar, y cuando empezaron a subir hacia las Rocas Altas iban alerta, por si detectaban algún peligro. Pero lo único que captaba eran presas correteando entre la escasa hierba; el tentador olor le hizo la boca agua, y deseó poder detenerse a cazar.
Cuando alcanzaron la falda de la última pendiente, el sol estaba escondiéndose por detrás de la cima. Las sombras vespertinas iban alargándose y el frío se extendía por el suelo. Por encima de su cabeza, Corazón de Fuego distinguió una abertura cuadrada bajo un saliente rocoso.
—Hemos llegado a la Boca Materna —maulló Carbonilla—. Descansemos un momento.
Se tumbaron juntos sobre una roca plana, mientras la última luz desaparecía del cielo y las estrellas del Manto Plateado empezaban a aparecer. La luna bañó todo el paisaje con una luz fría y escarchada.
—Es la hora —anunció Carbonilla.
A Corazón de Fuego lo invadieron de nuevo todos sus temores y dudas, y pensó que sus patas no lo llevarían a ninguna parte. Pero se levantó y echó a andar, con las afiladas piedras punzándole las almohadillas, hasta que se encontró ante el arco conocido por todos los clanes como la Boca Materna.
Un túnel negro se perdía en la oscuridad. Por su anterior visita, Corazón de Fuego sabía que no valía la pena forzar la vista para ver qué había más adelante; la negrura era completa hasta la caverna donde se hallaba la Piedra Lunar. Mientras vacilaba, Carbonilla se adelantó llena de confianza.
—Sigue mi olor —le indicó—. Yo te guiaré hasta la Piedra Lunar. Y a partir de ahora y hasta que finalice el ritual, ninguno de los dos debe hablar.
—Pero no sé qué tengo que hacer —protestó él.
—Cuando lleguemos junto a la Piedra Lunar, túmbate y pega el hocico a su superficie. —Sus ojos azules resplandecieron bajo la luz de la luna—. El Clan Estelar te hará dormir para que puedas reunirte con ellos en sueños.
Había un millón de preguntas que Corazón de Fuego quería hacer, pero ninguna de las respuestas lo ayudaría a superar el creciente temor que sentía. Inclinó la cabeza en silencio y siguió a Carbonilla cuando ésta se internó en la oscuridad.
El túnel descendía sin cesar, y Corazón de Fuego perdió enseguida el sentido de la orientación mientras el camino serpenteaba de un lado a otro. En ocasiones, las paredes se juntaban tanto que las rozaba con el pelo y los bigotes. Con el corazón martilleándole, violentamente, abrió la boca para absorber el reconfortante olor de Carbonilla, aterrorizado por la idea de perderla.
Finalmente descubrió el contorno de la curandera contra una tenue luz. Empezó a captar otros olores, y agitó los bigotes ante una corriente de aire fresco. Al cabo de un segundo, dobló un recodo del túnel y la luz se tornó más intensa de repente. Entornó los ojos mientras seguía adelante, notando que el túnel había desembocado en una gruta.
Muy por encima de su cabeza, un agujero en el techo de la caverna dejaba ver un retazo de cielo nocturno. Un rayo de luz de luna se colaba por él hasta incidir directamente en una roca situada en el centro de la cueva. Corazón de Fuego contuvo la respiración. Había visto la Piedra Lunar en otra ocasión, pero había olvidado lo sobrecogedora que era. De unas tres colas de altura y afilada hacia la cima, reflejaba la luz de la luna en su deslumbrante cristal, como si una estrella hubiera caído a la tierra. La blanca luz iluminaba toda la gruta, convirtiendo en plata el pelaje gris de Carbonilla.
La curandera se volvió hacia él y le indicó con la cola que ocupara su lugar junto a la Piedra Lunar.
Incapaz de hablar aunque se le hubiera ocurrido algo que decir, Corazón de Fuego obedeció. Se tumbó delante de la piedra, apoyando la cabeza sobre las patas para poder tocar la lisa superficie con la nariz. Le impactó el frío, tanto que estuvo a punto de separarse, y durante un momento bizqueó ante la luz de las estrellas que centelleaba en las profundidades de la piedra.
Luego cerró los ojos y esperó a que el Clan Estelar lo hiciera dormir.