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Mientras Corazón de Fuego corría hacia la guarida de Estrella Azul, Cola Pintada dio media vuelta para encararse a él. Los ojos de la veterana ardían de furia.

—Aquí dentro hay dos gatos del Clan del Río —gruñó—. ¡Maltratando el cuerpo de nuestra líder!

—No… no es así —repuso Corazón de Fuego sin aliento—. Ellos tienen derecho a estar aquí.

Se dio cuenta de que todo el clan se había agrupado nerviosamente tras él. Nimbo Blanco lanzó un maullido desafiante mientras por todos lados sonaban gruñidos de rabia.

Corazón de Fuego giró en redondo.

—¡Atrás todos! —ordenó—. No pasa nada. Vaharina y Pedrizo…

—¿Tú sabías que estaban aquí? —espetó Cebrado. El atigrado oscuro avanzó entre la multitud para situarse cara a cara con él—. ¿Has permitido que gatos enemigos entraran en nuestro campamento… en la guarida de nuestra líder?

Corazón de Fuego tomó aire, obligándose a conservar la calma. Cuando el clan estaba preparándose para escapar de la manada, Cebrado había intentado escabullirse con los hijos de Estrella de Tigre. Había jurado que no sabía nada del plan de Estrella de Tigre para aniquilar al Clan del Trueno con los perros, pero el lugarteniente no estaba seguro de que fuera cierto.

—¿Ya no te acuerdas de lo que os he contado? —replicó—. Vaharina y Pedrizo me han ayudado a sacar del río a Estrella Azul.

—¡Eso es lo que tú dices! —bufó Cebrado—. ¿Cómo sabemos que estás diciendo la verdad? ¿Por qué unos gatos del Clan del Río iban a ayudar al Clan del Trueno?

—Ya nos han ayudado bastantes veces en el pasado —le recordó Corazón de Fuego—. Habrían muerto más miembros del Clan del Trueno si nuestros vecinos no nos hubieran dado asilo.

—Eso es cierto —maulló Musaraña. Había regresado con Carbonilla de la guarida de ésta a tiempo de oír el enfrentamiento, y se adelantó para colocarse junto a Cebrado—. Pero eso no es excusa para dejarlos solos en la cueva con el cuerpo de Estrella Azul. ¿Qué están haciendo ahí dentro?

—Estamos honrando a Estrella Azul —respondió desafiante Pedrizo.

Corazón de Fuego se dio la vuelta y vio que el lugarteniente del Clan del Río y su hermana habían aparecido en la entrada de la cueva. Parecían desconcertados por la reacción de los gatos del Clan del Trueno, y empezaron a erizar el pelo al ver que estaban tratándolos como a intrusos.

—Queríamos despedirnos de ella —maulló Vaharina.

—¿Por qué? —quiso saber Musaraña.

A Corazón de Fuego se le encogió el estómago cuando Vaharina se enfrentó a la guerrera marrón claro para contestarle:

—Porque Estrella Azul era nuestra madre.

Se hizo el silencio, roto solamente por la llamada de un mirlo al borde del campamento. A Corazón de Fuego le dio vueltas la cabeza mientras observaba los rostros conmocionados y hostiles de su clan. Sus ojos se encontraron con los de Tormenta de Arena; la guerrera parecía abatida, como si se imaginara que él jamás habría querido que el Clan del Trueno conociese el secreto de su líder de esa manera.

—¿Vuestra madre? —gruñó Cola Pintada—. No me lo creo. Estrella Azul jamás habría permitido que sus hijos se criaran en otro clan.

—Lo creas o no, es cierto —replicó Pedrizo.

Corazón de Fuego dio un paso adelante y, con una sacudida de la cola, le advirtió a Pedrizo que guardara silencio.

—Yo me encargaré de esto —dijo—. Será mejor que Vaharina y tú os marchéis.

El lugarteniente del Clan del Río asintió secamente con la cabeza y se encaminó hacia el túnel de aulagas seguido por su hermana. Corazón de Fuego oyó uno o dos bufidos de furia mientras los gatos del Clan del Trueno se separaban para dejarlos pasar.

—¡Os lleváis el agradecimiento del clan! —exclamó Corazón de Fuego, y su voz resonó levemente en la Peña Alta.

Vaharina y Pedrizo no contestaron. Ni siquiera se volvieron para atrás antes de desaparecer por el túnel.

Corazón de Fuego sintió un hormigueo por todo el cuerpo; deseaba dar media vuelta y huir de sus nuevas responsabilidades. El secreto que tanto esfuerzo le había costado guardar (que Estrella Azul había entregado a sus propios hijos a otro clan) le resultaría más pesado todavía tras compartirlo. Habría querido tener más tiempo para pensar en qué decir, pero sabía que era mejor contarle ya la verdad a su clan, en vez de que lo hiciera Estrella de Tigre en la siguiente Asamblea. Como líder de clan, tenía que ocuparse de esa tarea, por poco que le gustara.

Después de inclinar la cabeza ante Carbonilla, saltó a la Peña Alta. No había necesidad de convocar al clan, pues ya estaban todos mirando hacia él. Durante un segundo se quedó sin aliento, incapaz de hablar.

Notaba la rabia y la confusión de los congregados, y podía oler su miedo. Cebrado lo observaba con los ojos entornados, como si ya estuviera planeando qué contar a Estrella de Tigre. Desolado, el lugarteniente pensó que Estrella de Tigre ya lo sabía; había oído lo que Estrella Azul les decía a sus hijos mientras agonizaba junto al río. Sin ninguna duda, al gato le encantaría saber de las dificultades de Corazón de Fuego y la confusión de su clan. Seguro que encontraría la forma de manipular los hechos. Eso lo beneficiaría en su búsqueda de venganza contra el Clan del Trueno y en su intento por recuperar a sus hijos, Zarzo y Zarpa Trigueña.

Corazón de Fuego respiró hondo y empezó:

—Es verdad que Vaharina y Pedrizo son hijos de Estrella Azul. —Se esforzó por mantener la voz firme y rogó al Clan Estelar que le inspirara las palabras adecuadas para que los gatos no se pusieran en contra de su difunta líder—. Su padre era Corazón de Roble, miembro del Clan del Río. Después de dar a luz, Estrella Azul le entregó a él los cachorros para que crecieran en su clan.

—¿Cómo lo sabes? —gruñó Escarcha—. ¡Estrella Azul nunca habría hecho algo así! Si los gatos del Clan del Río dicen eso, están mintiendo.

—La propia Estrella Azul me lo contó —confesó Corazón de Fuego, sosteniendo la mirada de la gata blanca.

Escarcha lanzaba chispas por los ojos, furiosa, y enseñaba los colmillos, pero no se atrevió a acusarlo a él de mentir.

—¿Nos estás diciendo que Estrella Azul era una traidora? —siseó.

Uno o dos gatos protestaron con maullidos. Escarcha giró en redondo con el pelo erizado, y Tormenta Blanca se colocó frente a ella. Aunque el guerrero veterano parecía aturdido de la impresión, maulló con voz firme:

—Estrella Azul siempre fue leal a su clan.

—Si era tan leal —intervino Cebrado—, ¿por qué permitió que un gato de otro clan criara a sus hijos?

Aquélla era una pregunta difícil de responder. No hacía mucho, Látigo Gris se había emparejado con una guerrera del Clan del Río, donde ahora estaban creciendo sus hijos. Los miembros del Clan del Trueno se habían horrorizado tanto al descubrirlo que Látigo Gris sintió que ya no podía continuar viviendo en su clan de nacimiento. Aunque después había regresado al Clan del Trueno, algunos gatos seguían mostrándose hostiles con él y dudaban de su lealtad.

—Simplemente ocurrió —respondió Corazón de Fuego—. Cuando nacieron sus hijos, Estrella Azul los habría educado para que fueran leales al Clan del Trueno, pero…

—Recuerdo a esos cachorros. —Esa vez la interrupción procedía de Orejitas—. Desaparecieron de la maternidad. Todos pensamos que se los había llevado un zorro o un tejón. Estrella Azul estaba destrozada. ¿Acaso dices que todo eso fue un embuste?

Corazón de Fuego miró al viejo gato gris.

—No —aseguró—. Estrella Azul estaba destrozada por perder a sus hijos. Había tenido que renunciar a ellos para poder convertirse en lugarteniente del Clan del Trueno.

—¿Estás diciendo que, para ella, su ambición significaba más que sus propios hijos? —preguntó Manto Polvoroso. El guerrero marrón sonó más perplejo que enfadado, como si no pudiera conciliar esa imagen con la sabia líder que él había conocido.

—No. Estrella Azul lo hizo porque el clan la necesitaba. Puso al clan por delante… tal como siempre hacía.

—Eso es cierto —coincidió Tormenta Blanca quedamente—. Para Estrella Azul, nada significaba más que el Clan del Trueno.

—Vaharina y Pedrizo están orgullosos de la valentía de Estrella Azul… tanto antes como ahora —continuó el lugarteniente—. Y nosotros también deberíamos estarlo.

Se sintió aliviado al no oír más acusaciones, aunque la tensión no se relajó por completo. Musaraña y Escarcha hablaban en murmullos, mirándolo con recelo, y Cola Pintada fue a reunirse con ellas sacudiendo la cola. Tormenta Blanca iba de un gato a otro, confirmando las palabras de Corazón de Fuego, y Orejitas asentía con prudencia, como si respetara la dura decisión que había tomado Estrella Azul.

Entonces, una voz se elevó claramente entre el murmullo de las conversaciones:

—Corazón de Fuego —le preguntó Zarpa Trigueña—, ¿ahora vas a ser tú nuestro líder?

Antes de que pudiera responder, Cebrado se levantó de un salto.

—¿Aceptar a un minino casero como líder? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?

—Eso es incuestionable, Cebrado —señaló Tormenta Blanca, alzando la voz por encima de las exclamaciones escandalizadas de Tormenta de Arena y Látigo Gris—. Corazón de Fuego es el lugarteniente del clan; él sucede a Estrella Azul. Así son las cosas.

Corazón de Fuego le dirigió una mirada de agradecimiento. Había empezado a erizársele el pelo de los omóplatos, y se relajó para que volviera a alisarse. No dejaría que Cebrado viera el efecto que habían tenido sus palabras desafiantes. Aun así, no pudo reprimir un momento de duda. Estrella Azul lo había nombrado lugarteniente, pero entonces tenía la mente ofuscada por el golpe de la traición de Estrella de Tigre, y todo el clan se había alterado por el retraso de la ceremonia de nombramiento. ¿Eso podía significar que él no era el gato apropiado para liderar al Clan del Trueno?

—Pero ¡es un minino casero! —protestó Cebrado. Sus ojos amarillos estaban siniestramente clavados en Corazón de Fuego—. ¡Apesta a los Dos Patas y a sus casas! ¿Es eso lo que queremos de un líder?

Corazón de Fuego sintió que una rabia familiar le ardía en el estómago. Aunque vivía con el clan desde que tenía apenas seis lunas, Cebrado nunca le permitía olvidar que no había nacido en el bosque.

Mientras Corazón de Fuego se debatía con el deseo de saltar de la Peña Alta y clavar las uñas en el pelo del atigrado, Flor Dorada se levantó para encararse a éste.

—Te equivocas, Cebrado —gruñó la guerrera—. Corazón de Fuego ha demostrado su lealtad al Clan del Trueno un millar de veces. Ningún gato nacido en un clan podría haber hecho más.

Corazón de Fuego le dio las gracias con un guiño, sorprendido de que, de todos los gatos, Flor Dorada lo hubiera apoyado tan resueltamente. Ella conocía sus temores de que su hijo Zarzo pudiera terminar siendo tan peligroso como su padre, Estrella de Tigre. Aunque Corazón de Fuego había tomado a Zarzo como aprendiz, jamás se sentía del todo cómodo con él, y Flor Dorada lo sabía. La gata había defendido a sus hijos contra lo que consideraba una hostilidad irrazonable por parte de Corazón de Fuego. Ahora resultaba de lo más sorprendente que ella lo defendiera frente a Cebrado.

—Corazón de Fuego, no escuches a Cebrado. —Fronde Dorado unió su voz a la de Flor Dorada—. Todos los gatos de aquí te queremos como líder, excepto él. Obviamente, eres el mejor para el puesto.

Un murmullo de aprobación brotó de los gatos reunidos alrededor de la Peña Alta, y Corazón de Fuego sintió que se le henchía el pecho de gratitud.

—¿Quiénes somos nosotros para ir contra los designios del Clan Estelar? —añadió Musaraña—. El lugarteniente siempre se convierte en líder. Ésa es la tradición del código guerrero.

—Que Corazón de Fuego parece conocer mejor que tú —bufó Látigo Gris, sacudiendo la cola desdeñosamente hacia Cebrado. Él sabía, tan bien como su amigo, que el atigrado había conspirado con Estrella de Tigre antes del ataque de los perros.

Corazón de Fuego le hizo un gesto con la pata para pedirle silencio. Luego se dirigió a todo el clan:

—Os prometo que emplearé el resto de mi vida esforzándome por ser el líder que el Clan del Trueno se merece. Y con la ayuda del Clan Estelar, lo conseguiré. —Sus ojos se desviaron instintivamente a Tormenta de Arena, y sintió una gran calidez desde las patas hasta la punta de la cola al ver lo orgullosa que ella parecía—. Y en cuanto a ti, Cebrado —espetó, incapaz de disimular su furia—, si no te gusta la idea de tener a un minino casero como líder, siempre puedes marcharte.

El guerrero oscuro sacudió la cola y le lanzó una mirada que rebosaba odio. «Si yo nunca hubiera venido al bosque —pensó Corazón de Fuego, atando cabos—, Estrella de Tigre se habría convertido en líder y Cebrado sería lugarteniente».

Jamás había pretendido provocar una confrontación pública con el atigrado, pero éste lo había provocado. Aunque el clan no podía permitirse perder ningún guerrero, una parte de él deseaba que Cebrado le tomara la palabra y los abandonara para siempre. Sabía que el gato iría derecho al Clan de la Sombra y a Estrella de Tigre. Era mejor mantener a sus enemigos separados, y Cebrado no sería una amenaza tan grande en el Clan del Trueno, donde podría vigilarlo.

El guerrero atigrado siguió mirándolo sin pestañear unos segundos más, antes de dar media vuelta para alejarse. Pero no se encaminó al túnel de aulagas, sino que desapareció en la guarida de los guerreros.

—Bien. —Corazón de Fuego levantó la voz al volverse hacia el resto de su clan—. Esta noche llevaremos a cabo los rituales de duelo por Estrella Azul.

—¡Espera! —Nimbo Blanco se levantó de un salto con la cola erizada—. ¿Es que no vamos a atacar al Clan de la Sombra? ¡Asesinaron a Pecas y dirigieron la manada de perros a nuestro campamento! ¿Acaso no quieres vengarte?

Nimbo Blanco tenía el pelo erizado de hostilidad. Pecas había sido su madre adoptiva cuando llegó al Clan del Trueno como un cachorrito desvalido.

Pero Corazón de Fuego sabía que atacar al Clan de la Sombra en ese momento no era la respuesta. Agitó la cola para silenciar los maullidos de aprobación que habían empezado mientras Nimbo Blanco hablaba.

—No —maulló—. Éste no es el momento de atacar al Clan de la Sombra.

—¡¿Qué?! —Nimbo Blanco se quedó mirándolo con incredulidad—. ¿Piensas dejar que se vayan de rositas?

Corazón de Fuego respiró hondo.

—El Clan de la Sombra no mató a Pecas ni dejó el rastro de conejos para los perros. Fue Estrella de Tigre quien lo hizo. Todos los conejos tenían su olor y el de ningún otro gato. Ni siquiera podemos estar seguros de que el Clan de la Sombra supiera lo que había planeado su líder.

El joven soltó un resoplido desdeñoso. Corazón de Fuego miró con dureza a su antiguo aprendiz, esperando que no siguiera discutiendo. Sabía que lo sucedido se debía a la larga enemistad de muchas lunas entre Estrella de Tigre y él. Al líder del Clan de la Sombra le habría encantado borrar del mapa al Clan del Trueno y apoderarse de su territorio, pero ése no era el verdadero motivo para llevar a los perros hacia el campamento. Lo que deseaba por encima de todo era acabar con Corazón de Fuego. Sólo entonces se habría vengado por completo por el día en que el lugarteniente desveló su plan para desterrarlo y asesinar a Estrella Azul.

Corazón de Fuego sabía que antes o después tendría que vérselas con Estrella de Tigre en una confrontación final en la que sólo uno podría sobrevivir. Rogaba al Clan Estelar que, cuando llegara ese día, tuviese el valor y la fuerza necesarios para librar al bosque de aquel gato sanguinario.

—Creedme —maulló en voz más alta, dirigiéndose a todo el clan—. Estrella de Tigre pagará por esto, pero el Clan del Trueno no tiene nada en contra del Clan de la Sombra.

Para su alivio, Nimbo Blanco se sentó de nuevo y le dijo algo a Cara Perdida entre dientes, mientras sus ojos azules llameaban de furia. Cerca de ellos, Flor Dorada tenía la cola protectoramente enroscada alrededor de Zarzo y Zarpa Trigueña, como si todavía fueran unos cachorritos. Ella había obligado a Corazón de Fuego a que les contara personalmente lo que había hecho Estrella de Tigre, y siempre temía que el clan los juzgara con dureza por los crímenes de su padre. Cuando el lugarteniente anunció su decisión de no atacar, Flor Dorada se relajó visiblemente, y los dos aprendices se separaron un poco de ella. Zarzo miró a Corazón de Fuego entornando sus ojos ámbar, y el guerrero se preguntó si había hostilidad en ellos.

Intentó no pensar en Zarzo mientras observaba a los gatos congregados. Largas sombras iban extendiéndose por el campamento, y supo que había llegado el momento de que el clan se despidiera por última vez de su amada líder.

—Debemos presentar nuestros respetos a Estrella Azul —anunció—. ¿Estás preparada, Carbonilla? —preguntó, y la curandera asintió—. Látigo Gris, Tormenta de Arena —continuó—, ¿podéis traer el cuerpo de Estrella Azul al claro para que compartamos lenguas con ella a la vista del Clan Estelar?

Los dos guerreros se levantaron para ir a la guarida de Estrella Azul y reaparecieron al cabo de un instante cargando con el cuerpo de su líder. La condujeron hasta el centro del claro y la depositaron cuidadosamente sobre el suelo de arena endurecida.

—Tormenta de Arena, organiza una partida de caza —ordenó Corazón de Fuego—. Cuando os hayáis despedido de Estrella Azul, me gustaría que reabastecierais el montón de carne fresca. Musaraña, cuando termines, ¿podrías dirigir una patrulla hacia las Rocas de las Serpientes y la frontera con el Clan de la Sombra? Quiero asegurarme de que todos los perros se han marchado y de que no hay gatos del Clan de la Sombra en nuestro territorio. Pero tened cuidado… no corráis riesgos.

—Por supuesto, Corazón de Fuego. —La fibrosa atigrada marrón se puso en pie—. Flor Dorada, Rabo Largo, ¿me acompañáis?

Los gatos que había nombrado se reunieron con ella, y los tres fueron juntos al centro del claro para compartir lenguas con su líder por última vez. Los siguió Tormenta de Arena con Manto Polvoroso y Nimbo Blanco. Carbonilla se plantó junto a la cabeza de Estrella Azul y miró hacia el cielo añil, donde estaban apareciendo las primeras estrellas. Según las antiguas tradiciones de los clanes, cada estrella representaba al espíritu de un antepasado guerrero. Corazón de Fuego se preguntó si esa noche habría una estrella más, por Estrella Azul.

Los ojos azules de Carbonilla relucían con los secretos del Clan Estelar.

—Estrella Azul fue una líder noble —maulló—. Demos las gracias al Clan Estelar por su vida. Estuvo dedicada a su clan, y su recuerdo nunca desaparecerá del bosque. Ahora encomendamos su espíritu al Clan Estelar; que ella nos vigile tras la muerte como siempre hizo en vida.

Un suave murmullo se extendió por todo el clan cuando la curandera terminó de hablar y se quedó cabizbaja. Los guerreros elegidos por Corazón de Fuego para las patrullas se agacharon junto al cuerpo de Estrella Azul para lamerle el pelo y restregar el hocico contra su costado. Al cabo de un rato se apartaron y otros gatos ocuparon su lugar, hasta que todo el clan hubo compartido lenguas con su líder en el triste ritual.

Las patrullas se marcharon y el resto de los gatos se retiraron silenciosamente a sus guaridas. Corazón de Fuego permaneció cerca del pie de la Peña Alta, y cuando Fronde Dorado se separó de su líder, él se adelantó para interceptarlo.

—Tengo un trabajo para ti —le murmuró al joven guerrero—. Quiero que no le quites el ojo de encima a Cebrado. Si mira aunque sea al otro lado de la frontera con el Clan de la Sombra, quiero saberlo.

El atigrado dorado se quedó mirándolo alarmado, a pesar de su lealtad a su nuevo líder.

—Haré todo lo que pueda, Corazón de Fuego, pero a Cebrado no le gustará.

—Con un poco de suerte, no se enterará. No lo hagas demasiado evidente, y pide a uno o dos más que te ayuden… a Musaraña, quizá, y Escarcha. —Al ver que Fronde Dorado seguía dudando, añadió—: Puede que Cebrado no supiera lo de los perros, pero sí sabía que Estrella de Tigre estaba planeando algo. No podemos fiarnos de él.

—Eso lo entiendo —maulló el joven con expresión angustiada—. Pero no podemos vigilarlo eternamente.

—No será eternamente —lo tranquilizó Corazón de Fuego—. Sólo hasta que Cebrado revele dónde reside su lealtad…

Fronde Dorado asintió y luego se metió silenciosamente en la guarida de los guerreros. Sin más problemas reclamando su atención, Corazón de Fuego pudo cruzar el claro hasta el cuerpo de Estrella Azul. Carbonilla seguía cerca de la cabeza de la líder y Tormenta Blanca estaba sentado a su lado, cabizbajo de pena.

Corazón de Fuego hizo un gesto con la cabeza a Carbonilla. Se instaló junto a Estrella Azul, buscando en su rostro rastros de la líder que tanto había amado. Pero ahora tenía los ojos cerrados; ya nunca más arderían con el fuego que había merecido el respeto de todos los clanes. Su espíritu se había ido a correr alegremente por el firmamento con sus antepasados guerreros, mientras cuidaba del bosque.

Notó la suave caricia del pelaje de su líder, y lo embargó una sensación de seguridad, casi como si volviera a ser un cachorro acurrucado cerca de su madre. Durante un momento, casi pudo olvidar el dolor de la pérdida y la soledad de sus nuevas responsabilidades.

«Recibidla con honor —rogó en silencio al Clan Estelar. Cerró los ojos y pegó el hocico contra el pelo de Estrella Azul—. Y ayudadme a mantener a salvo al clan».