Tenues rayos de luz se filtraban a través de los árboles mientras Corazón de Fuego llevaba a su líder a su definitivo lugar de descanso. Con los dientes firmemente cerrados sobre el pescuezo de Estrella Azul, desanduvo la ruta que había tomado la manada de perros, atraída por los valerosos guerreros del Clan del Trueno hasta el despeñadero y hasta su destrucción. Se sentía todo el cuerpo entumecido, y la cabeza le daba vueltas con la espantosa certeza de que Estrella Azul estaba muerta.
Sin su líder, el bosque le parecía diferente, incluso más extraño que el primer día que se aventuró en él, cuando aún era un minino doméstico. Nada era real: sentía que los árboles y rocas podían disolverse como niebla en cualquier momento. Un gran silencio antinatural lo cubría todo. Corazón de Fuego comprendió que las presas se habían escondido, ahuyentadas por los perros desbocados, pero, aturdido por el dolor, parecía que incluso el bosque estaba de duelo por Estrella Azul.
La escena en el despeñadero se repetía una y otra vez en su mente. Vio de nuevo las babeantes mandíbulas del perro que lideraba la manada, y sintió cómo lo atrapaban sus afilados colmillos. Recordó cómo Estrella Azul había aparecido de la nada para abalanzarse contra el perro, empujándolo —y a ella misma con él— por el borde del precipicio hasta el río. Corazón de Fuego se encogió al recordar el helado impacto del agua cuando saltó tras ella, y sus vanos intentos por salvarla hasta que acudieron a rescatarlos dos guerreros del Clan del Río, Vaharina y Pedrizo.
Por encima de todo, Corazón de Fuego recordaba su consternación e incredulidad cuando se agachó junto a su líder en la orilla y comprendió que había sacrificado su última vida para salvarlos a él y al Clan del Trueno de la manada de perros.
Mientras llevaba el cuerpo de la líder a casa, con la ayuda de Vaharina y Pedrizo, no dejaba de detenerse a olfatear el aire, en busca de rastros recientes de perro. Ya había mandado a su amigo Látigo Gris a inspeccionar el territorio a ambos lados de su ruta, para averiguar si los perros habían atrapado a algún miembro del Clan del Trueno en su desesperada carrera hacia el desfiladero. De momento, para su alivio, no había encontrado señales.
Al rodear un zarzal, Corazón de Fuego depositó a su líder en el suelo. Levantó la cabeza para olisquear el aire y se sintió agradecido al saborear tan sólo los limpios aromas del bosque. Unos instantes después apareció Látigo Gris, bordeando una mata de helechos secos.
—Todo está en orden, Corazón de Fuego —informó el guerrero gris—. Hay mucha maleza rota, pero eso es lo único.
—Bien —maulló Corazón de Fuego.
Esperanzado, imaginó que los perros que se habían librado de caer al precipicio habrían huido aterrorizados, y que el bosque volvería a pertenecer a los cuatro clanes de gatos salvajes. Su clan había vivido tres espantosas lunas, cuando se habían convertido en presas en su propio territorio, pero habían sobrevivido.
—Sigamos. Quiero comprobar que el campamento es seguro antes de que regrese el clan.
Él y los guerreros del Clan del Río tomaron de nuevo el cadáver de Estrella Azul y lo llevaron entre los árboles. En lo alto del barranco que conducía a la entrada del campamento, Corazón de Fuego hizo una pausa. Por su mente pasaron los recuerdos de la mañana, cuando él y sus guerreros habían seguido el rastro de conejos muertos. Estrella de Tigre los había dejado para atraer a la manada de perros hasta el campamento del Clan del Trueno. Al final del rastro habían encontrado el cadáver de la dulce reina Pecas, asesinada para que los perros salvajes probaran la sangre de gato. Pero ahora todo parecía tranquilo, y cuando volvió a paladear el aire, sólo detectó olor a gatos, procedente del campamento.
—Esperad aquí —maulló—. Voy a echar un vistazo.
—Yo iré contigo —se ofreció Látigo Gris de inmediato.
—No —respondió Pedrizo, bloqueando el paso al guerrero gris con la cola—. Creo que Corazón de Fuego necesita hacer esto solo.
Tras lanzarle una mirada de agradecimiento al lugarteniente del Clan del Río, Corazón de Fuego comenzó a descender el barranco, con las orejas tiesas por si captaba algún sonido peligroso. Pero el extraño silencio seguía dominando el bosque.
Al salir del túnel de aulagas al claro principal, se detuvo a observar cautelosamente alrededor. Era posible que uno o más perros hubieran llegado hasta allí, o que Estrella de Tigre hubiera mandado guerreros del Clan de la Sombra a adueñarse del campamento. Pero todo estaba tranquilo. Corazón de Fuego sintió un hormigueo de inquietud al ver el campamento desierto, pero no había ni rastro de peligro y ningún olor a perros o al Clan de la Sombra.
Para comprobar que el lugar era seguro, inspeccionó rápidamente las guaridas y la maternidad. Los recuerdos brotaron espontáneamente: el desconcierto del clan cuando les contó lo de la manada de perros, el terror desbocado de la persecución a través del bosque notando el aliento caliente del perro líder… Al pie de la Peña Alta, oyendo el susurro del viento entre los árboles, Corazón de Fuego volvió a pensar en el día en que Estrella de Tigre se encaró audazmente a su clan, mientras sus compañeros descubrían la auténtica profundidad de su traición. El atigrado había jurado venganza eterna, y Corazón de Fuego estaba convencido de que su sanguinario plan de dirigir la manada de perros contra los gatos del Clan del Trueno no sería su último intento de cumplir su amenaza.
Por último, Corazón de Fuego atravesó sigilosamente el túnel de helechos que conducía a la guarida de Carbonilla. Asomándose a la gruta, vio las hierbas curativas de la gata pulcramente ordenadas junto a una pared. Y entonces lo asaltó el recuerdo más fuerte de todos: el de Jaspeada y Fauces Amarillas, que habían sido curanderas del Clan del Trueno antes que Carbonilla. Corazón de Fuego las quería mucho a las dos, y la pena por su ausencia lo embargó de nuevo para mezclarse con la tristeza por su líder.
«Estrella Azul ha muerto —les dijo a las curanderas en silencio—. ¿Está ahora con vosotras en el Clan Estelar?».
Desandando sus pasos por el túnel de helechos, regresó a lo alto del barranco. Látigo Gris estaba montando guardia mientras Vaharina y Pedrizo limpiaban delicadamente el cadáver de la líder.
—Todo está en orden —anunció Corazón de Fuego—. Látigo Gris, quiero que vayas a las Rocas Soleadas ahora. Informa al clan de que Estrella Azul ha muerto, pero nada más. Yo lo explicaré todo cuando vuelva. Sólo debes decirles que es seguro regresar a casa.
Los ojos de Látigo Gris se iluminaron.
—Enseguida voy, Corazón de Fuego.
Dio media vuelta y salió disparado por el bosque en dirección a las Rocas Soleadas, donde el clan había ido a esconderse mientras los perros seguían el rastro de sangre de conejo que Estrella de Tigre había dejado hasta su campamento.
Pedrizo, agachado junto al cuerpo de Estrella Azul, soltó un ronroneo risueño.
—Es fácil ver dónde reside la lealtad de Látigo Gris —señaló.
—Sí —coincidió Vaharina—. En realidad, nadie pensaba que fuera a quedarse en el Clan del Río.
Los hijos de Látigo Gris lo eran también de una guerrera del Clan del Río que había muerto en el parto. Durante una temporada, él había vivido en el Clan del Río para estar con sus pequeños, pero en su corazón nunca había abandonado al Clan del Trueno. Obligado a enfrentarse en una batalla contra su clan de nacimiento, había decidido salvar la vida a Corazón de Fuego, y la líder del Clan del Río, Estrella Leopardina, lo había desterrado. Corazón de Fuego pensó que la sentencia de exilio había liberado a Látigo Gris para regresar a donde realmente pertenecía.
Con un gesto de aprobación a los guerreros del Clan del Río, Corazón de Fuego volvió a tomar el cuerpo sin vida de la líder. Los tres gatos la condujeron por el barranco hasta el campamento. Por fin pudieron depositarla en su guarida, situada bajo la Peña Alta, donde permanecería hasta que su clan se despidiese de ella y la enterrara con todos los honores que se merecía una líder tan sabia y noble.
—Gracias por vuestra ayuda —maulló Corazón de Fuego a los hermanos del Clan del Río. Tras vacilar un momento, consciente del significado de su invitación, añadió—: ¿Os gustaría quedaros a la ceremonia de enterramiento de Estrella Azul?
—Es una oferta muy generosa —contestó Pedrizo, con un leve deje de sorpresa porque Corazón de Fuego admitiera a miembros de un clan rival a un acto tan privado—. Pero tenemos obligaciones en nuestro propio clan. Deberíamos regresar.
—Gracias, Corazón de Fuego —maulló Vaharina—. Eso significa mucho para nosotros. Pero a tu clan le resultaría extraño que nos quedáramos. Ellos no saben que Estrella Azul era nuestra madre, ¿verdad?
—No. Sólo lo sabe Látigo Gris. Pero Estrella de Tigre ha oído lo que hablabais con Estrella Azul en… en la orilla del río. Debéis estar preparados por si se le ocurre revelar esa información en la próxima Asamblea.
Los dos hermanos intercambiaron una mirada. Luego Pedrizo se irguió; sus ojos azules relucían desafiantes.
—Que Estrella de Tigre diga lo que le dé la gana —espetó—. Hoy mismo se lo contaré todo al Clan del Río personalmente. No nos sentimos avergonzados de nuestra madre. Ella ha sido una líder noble… y nuestro padre fue un gran lugarteniente.
—Sí —coincidió Vaharina—. Nadie puede discutir eso, aunque procedieran de clanes diferentes.
El valor y la determinación de los guerreros le recordaron a Corazón de Fuego a la líder caída. Ésta había entregado a sus hijos a Corazón de Roble, lugarteniente del Clan del Río, y los dos hermanos crecieron creyendo que habían nacido en ese clan. Al principio, odiaron a Estrella Azul al enterarse de la verdad, pero esa misma mañana, cuando ella agonizaba en la orilla del río, los jóvenes habían hallado en su corazón la manera de perdonarla. En medio de su tristeza, Corazón de Fuego se sentía tremendamente aliviado porque su líder se hubiera reconciliado con sus hijos antes de irse con el Clan Estelar. De todos los gatos del Clan del Trueno, sólo él sabía cuánto había sufrido Estrella Azul viendo cómo sus hijos se criaban en otro clan.
—Ojalá la hubiéramos conocido mejor —dijo Pedrizo apenado, como si pudiera leerle el pensamiento a Corazón de Fuego—. Eres afortunado de haber crecido en su clan y haber sido su lugarteniente.
—Lo sé.
Corazón de Fuego miró afligido a la gata gris azulado, tendida inmóvil sobre el suelo arenoso de la guarida. Ahora que su noble espíritu había abandonado su cuerpo para ir a cazar con el Clan Estelar, Estrella Azul parecía pequeña y desvalida.
—¿Podríamos despedirnos de ella a solas? —preguntó Vaharina con inseguridad—. Solamente unos momentos.
—Por supuesto —contestó Corazón de Fuego.
El joven líder salió de la guarida para dejar que Pedrizo y Vaharina se acomodaran junto al cuerpo de su madre y compartieran lenguas con ella por primera y última vez.
Mientras bordeaba la Peña Alta, oyó el sonido de gatos aproximándose por el túnel de aulagas. Al acercarse a toda prisa, vio que Escarcha y Cola Pintada entraban tímidamente en el claro. Vacilaron en el refugio del túnel y se aventuraron de nuevo en el campamento. Con la misma cautela, las seguían Fronde Dorado y Flor Dorada.
Corazón de Fuego sintió una punzada de pena al ver a sus gatos tan recelosos en su propio hogar, mientras sus ojos buscaban a un miembro del clan en particular: Tormenta de Arena, la gata melada a la que amaba. Necesitaba saber si ella estaba ilesa tras el papel crucial que había desempeñado atrayendo a los perros lejos del campamento.
Corazón de Fuego reparó en su sobrino, Nimbo Blanco. El joven guerrero escoltaba cuidadosamente a Cara Perdida, una gata a quien la manada de perros había causado espantosas heridas antes de atacar el campamento. Luego, Carbonilla franqueó la entrada cojeando, con un fardo de hierbas en la boca. Tras ella aparecieron ansiosamente Zarzo y Zarpa Trigueña, a los que habían nombrado aprendices hacía poco y que eran hijos de Estrella de Tigre.
Por fin, Corazón de Fuego vio a Tormenta de Arena acompañada de Sauce, cuyos cachorros saltaban alrededor de ellas, felizmente ajenos a la crisis que acababa de superar el clan.
Ronroneando, Corazón de Fuego corrió hacia Tormenta de Arena y restregó el hocico contra su costado. La gata rojizo claro le cubrió las orejas de lametones. Cuando Corazón de Fuego levantó la vista, vio un cálido brillo en los ojos verdes de la guerrera.
—Estaba preocupadísima por ti, Corazón de Fuego —murmuró—. ¡No podía creer el tamaño que tenían esos perros! No había estado tan asustada en toda mi vida.
—Yo tampoco —confesó él—. Mientras estaba esperando, no paraba de pensar que podrían haberte atrapado.
—¿Atraparme a mí? —Tormenta de Arena se separó sacudiendo la cola, y por un momento Corazón de Fuego temió haberla ofendido… hasta que reparó en el centelleo de sus ojos—. He corrido por ti y por el clan, Corazón de Fuego. ¡Me sentía como si tuviera la velocidad del Clan Estelar!
Avanzó hasta el centro del claro mirando alrededor, y su expresión se ensombreció.
—¿Dónde está Estrella Azul? Látigo Gris nos ha dicho que ha muerto.
—Sí. He intentado salvarla, pero la lucha contra el río ha sido demasiado para ella. Está en su guarida. —Vaciló antes de añadir—: Pedrizo y Vaharina están con ella.
Tormenta de Arena se volvió hacia Corazón de Fuego, con el pelo erizado de alarma.
—¿Hay gatos del Clan del Río en nuestro campamento? ¿Por qué?
—Me han ayudado a sacar a Estrella Azul del río —explicó Corazón de Fuego—. Y… y ella era su madre.
Tormenta de Arena se quedó de piedra, con los ojos desorbitados.
—¿Estrella Azul? Pero ¿cómo…?
Corazón de Fuego la interrumpió restregando el hocico contra ella.
—Te lo contaré todo más tarde —prometió—. Ahora debo asegurarme de que el clan se encuentra bien.
Mientras hablaban, el resto del clan había ido apareciendo por el túnel de aulagas y reuniéndose en un círculo desigual alrededor de ellos. El lugarteniente reparó en Frondina y Ceniciento, los aprendices que habían iniciado la carrera para atraer a los perros lejos del campamento.
—Lo habéis hecho muy bien, los dos —dijo con aprobación.
Ellos ronronearon.
—Nos hemos escondido en el frondoso avellano que nos habías indicado, y hemos saltado nada más ver a los perros —explicó Frondina.
—Habéis sido muy valientes —los alabó Corazón de Fuego. Enseguida volvió a recordar el cuerpo desmadejado de Pecas, la madre de los aprendices, asesinada por Estrella de Tigre—. Estoy muy orgulloso de vosotros… y vuestra madre también lo estaría.
Ceniciento se encogió; de pronto parecía un cachorro frágil.
—Estaba aterrorizado —confesó—. Si hubiera sabido que los perros eran así, no creo que me hubiera atrevido a hacerlo.
—Todos estábamos aterrorizados —intervino Manto Polvoroso, y le dio un tierno lametón a Frondina—. No había corrido tan deprisa en mi vida. Lo habéis hecho magníficamente.
Aunque estaba elogiando también a su aprendiz, la calidez de su mirada era toda para Frondina. Corazón de Fuego consiguió ocultar una sonrisa. El afecto del atigrado marrón por la aprendiza no era ningún secreto.
—Tú también lo has hecho muy bien, Manto Polvoroso —maulló Corazón de Fuego—. El clan debe daros las gracias a todos vosotros.
Manto Polvoroso le sostuvo un momento la mirada antes de hacer un pequeño gesto de agradecimiento. Al darse media vuelta, el lugarteniente vio a Nimbo Blanco guiando delicadamente a Cara Perdida a su lado, y los detuvo para preguntar:
—¿Te encuentras bien, Cara Perdida?
—Estoy bien —respondió la joven gata, aunque miraba nerviosamente alrededor con su ojo bueno—. ¿Estás seguro de que ninguno de los perros ha llegado hasta aquí?
—Yo mismo he inspeccionado todo el campamento. No hay ni rastro de perros.
—Ella ha sido muy valiente en las Rocas Soleadas —maulló Nimbo Blanco, tocándola con el hocico—. Me ha ayudado a vigilar desde un árbol.
A Cara Perdida se le iluminó el rostro.
—Ya no puedo ver igual que antes, pero puedo escuchar y oler.
—Bien hecho —maulló Corazón de Fuego—. Y tú también, Nimbo Blanco. Tenía razón al confiar en ti.
—Todos lo han hecho muy bien. —Era la voz de Carbonilla. Corazón de Fuego se volvió; la curandera cojeaba hacia él con Musaraña a la zaga—. No se han dejado llevar por el pánico, ni siquiera al oír los aullidos de la jauría.
—¿Y todos los gatos están bien? —preguntó Corazón de Fuego nervioso.
—Están todos bien. —Los ojos azules de la curandera brillaron de alivio—. Musaraña se ha roto una garra al huir de los perros, pero eso es todo. Vamos, Musaraña, te daré algo para la herida.
Mientras las observaba marcharse, Corazón de Fuego advirtió que Tormenta Blanca había aparecido a su lado.
—¿Puedo hablar un momento contigo? —preguntó el guerrero blanco.
—Por supuesto.
—Lo lamento. —Sus ojos rebosaban de angustia—. Me habías pedido que cuidara de Estrella Azul al escapar de los perros. Pero se ha escabullido de las Rocas Soleadas antes de que me diera cuenta de que se había ido. Es culpa mía que haya muerto.
Corazón de Fuego lo contempló entornando los ojos. Por primera vez notó lo agotado que parecía. Tormenta Blanca era el guerrero más veterano del Clan del Trueno, siempre se lo veía fuerte y vigoroso, con el pelaje pulcro y bien acicalado. Sin embargo, ahora parecía cien estaciones más viejo que el gato que había salido del campamento esa mañana.
—¡Eso es ridículo! —protestó el lugarteniente—. Aunque hubieras advertido que Estrella Azul se había marchado, ¿qué podrías haber hecho? Ella era tu líder… no podrías haberla obligado a quedarse.
Tormenta Blanca parpadeó.
—No me he atrevido a mandar a otro gato tras ella… no con la jauría de perros suelta por el bosque. Lo único que podíamos hacer era permanecer en lo alto de los árboles que rodean las Rocas Soleadas oyendo los aullidos… —Un estremecimiento recorrió su cuerpo—. Pero debería haber hecho algo.
—Tú lo has hecho todo —afirmó Corazón de Fuego—. Te has quedado con el clan y lo has mantenido a salvo. Estrella Azul ha tomado su propia decisión al final. Era la voluntad del Clan Estelar que ella muriera para salvarnos.
Tormenta Blanca asintió lentamente, aunque sus ojos seguían apesadumbrados cuando murmuró:
—Aunque ella había perdido la fe en el Clan Estelar.
Corazón de Fuego recordó el secreto que compartía con el guerrero blanco: en las últimas lunas, Estrella Azul había comenzado a desvariar. Conmocionada hasta lo más hondo al descubrir la traición de Estrella de Tigre, había empezado a creer que estaba en guerra con sus antepasados guerreros. Corazón de Fuego y Tormenta Blanca, con la ayuda del Carbonilla, casi habían logrado ocultar la debilidad mental de su líder al resto del clan. Pero Corazón de Fuego también sabía que los sentimientos de Estrella Azul habían cambiado en los últimos instantes de su vida.
—No, Tormenta Blanca —contestó, agradecido de poder brindar algo de consuelo al valeroso guerrero—. Estrella Azul ha hecho las paces con el Clan Estelar antes de morir. Sabía exactamente lo que estaba haciendo y por qué. Su mente volvía a estar lúcida, y su fe era fuerte.
La alegría atenuó el dolor en los ojos de Tormenta Blanca, que inclinó la cabeza. Corazón de Fuego comprendió lo asoladora que debía de ser la muerte de Estrella Azul para el guerrero veterano, pues los dos habían sido amigos durante una larga vida.
A esas alturas, todo el clan se había apiñado en el círculo que rodeaba a Corazón de Fuego. Éste todavía veía en sus ojos la huella de la terrible experiencia, junto con miedo por el futuro. Tragando saliva a duras penas, comprendió que era su obligación calmar ese temor.
—Corazón de Fuego —dijo Fronde Dorado con un temblor en la voz—, ¿es verdad que Estrella Azul ha muerto?
Él asintió.
—Sí, es verdad. Ella… ha muerto para salvarme a mí, y a todos nosotros. —Durante un momento, pensó que la voz iba a fallarle y tragó saliva con más fuerza—. Todos sabéis que yo era el último gato que debía atraer a los perros al precipicio. Cuando estaba casi en el borde, Estrella de Tigre ha saltado sobre mí para inmovilizarme y provocar que me atrapara el líder de la manada. Éste me habría matado, y los perros seguirían sueltos por el bosque, de no haber sido por Estrella Azul. Ella se ha abalanzado sobre el perro, justo al borde del desfiladero, y… y se han despeñado los dos.
Vio que una ola de angustia recorría su clan, como el viento agitando los árboles.
—¿Qué ha ocurrido luego? —preguntó quedamente Escarcha.
—Me he lanzado tras ella, pero no he podido salvarla. —Cerró los ojos brevemente, recordando las aguas turbulentas y sus vanos esfuerzos por mantener a la líder a flote—. Vaharina y Pedrizo han acudido en nuestra ayuda cuando ya habíamos salido del desfiladero —continuó—. Estrella Azul seguía viva cuando la han sacado del agua, pero era demasiado tarde. Su novena vida se ha apagado y ella nos ha dejado para unirse al Clan Estelar.
Un maullido de pesar brotó del círculo de gatos. El lugarteniente cayó en la cuenta de que muchos de aquellos gatos ni siquiera habían nacido cuando Estrella Azul se había convertido en líder; perderla ahora era como si los cuatro magníficos robles de los Cuatro Árboles quedaran arrasados de la noche a la mañana.
Levantó la voz, tratando de que no le temblara.
—Ya sabéis que Estrella Azul no se ha ido. Sigue vigilándonos desde el Clan Estelar… ahora su espíritu está aquí con nosotros.
«O en su guarida —añadió para sus adentros—, compartiendo lenguas con Pedrizo y Vaharina».
—Me gustaría ver a Estrella Azul ahora —maulló Cola Pintada—. ¿Dónde está… en su guarida? —Se volvió hacia la entrada, flanqueada por Cola Moteada y Orejitas.
—Yo iré contigo —se ofreció Escarcha, levantándose de un salto.
Corazón de Fuego sintió una gran alarma. Tenía la esperanza de dar a Pedrizo y Vaharina el máximo tiempo posible con su madre muerta, pero de repente recordó que, aparte de Látigo Gris y Tormenta de Arena, ningún otro gato sabía siquiera que los dos guerreros del Clan del Río estaban en el campamento.
—Esperad… —empezó, abriéndose paso entre el círculo de gatos.
Demasiado tarde. Cola Pintada y Escarcha ya estaban plantadas en la entrada de la guarida de Estrella Azul, con el pelo erizado y la cola el doble de grande de lo normal al enfrentarse a los desconocidos.
Escarcha soltó un gruñido amenazador:
—¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?