El orden jerárquico
Una vez más, tío Mather, estoy asombrado ante la resistencia de la gente inmersa en una situación desesperada. Tal como sucedió en Dundalis, he encontrado aquí a un grupo dispuesto a luchar y a morir…; hombres y mujeres, incluso niños, y gente mayor que debería poder pasar el resto de sus días contando las historias de sus aventuras ocurridas tiempo ha. He presenciado terribles sufrimientos y he oído pocas quejas, aparte de los sonidos surgidos de los estómagos por falta de comida.
Y del sufrimiento común nace un altruismo que es verdaderamente reconfortante e inspirador. Tal como ocurrió con Paulson, Cric y Ardilla, que entregaron su vida en una batalla que no era realmente la suya, tal como ocurrió con el bravo Bradwarden, que ciertamente habría podido elegir otro camino, ocurre ahora con Belster y Tomás, Roger Descerrajador y todos los demás.
No obstante, abrigaba ciertos temores, sobre todo a causa de una no intencionada rivalidad que podía producirse entre yo mismo y los líderes de ese grupo. Cuando, después de nuestra gran victoria, conduje a los que lucharon en el bosque de nuevo al campamento de refugiados, me di cuenta de que Tomás Gingerwart estaba muy tenso; hasta mi llegada, Tomás actuaba como uno de los líderes del grupo del bosque, era tal vez su voz más autorizada. Una conversación serena sanó con celeridad aquella posible enfermedad, pues Tomás había madurado con los años y con la experiencia. Tan pronto como se convenció de que tanto él como yo peleábamos por la misma causa —el beneficio de la gente que está a nuestro cuidado—, ya no hubo más rivalidad.
Pero me temo que no será así con otro miembro del grupo al que todavía no he podido ver, un impetuoso joven llamado Roger. En palabras de Belster, Roger es joven y orgulloso, y siempre ha estado en una situación insegura entre los refugiados, incluso hasta el punto que considera a Belster y a la gente del norte como rivales potenciales. ¿Qué va a pensar cuando se encuentre con Pony y conmigo? ¿Cómo reaccionará cuando vea la consideración que nos tienen, en particular los que nos conocieron en el norte, o los que nos siguieron en la batalla del bosque?
Con franqueza, tío Mather, creo que es una ironía que esa gente desplazada piense que soy un héroe; pues cuando veo sus caras, las de todos ellos, las expresiones de los hombres y mujeres puestos a prueba, quizá por primera vez, leo en ellas el genuino heroísmo.
Porque hay algo que no puede ser juzgado por la calidad del adiestramiento ni por la calidad de las armas, tío Mather. ¿Sólo porque fui adiestrado por los Touel’alfar y tengo conmigo armas de gran poder soy más heroico que la mujer que se interpone entre el peligro y sus hijos, o que el granjero que cambia la reja del arado por una espada para defender a la comunidad? ¿Soy más heroico porque mis posibilidades de victoria en la batalla son mayores?
Creo que no, ya que el heroísmo se mide por la fuerza del corazón, no por la fuerza del brazo. Se manifiesta en las decisiones conscientes, desinteresadas, de buena voluntad, de la capacidad de sacrificar lo que sea, con el convencimiento de que los que vendrán después de ti estarán mejor gracias a tus esfuerzos. Creo que el heroísmo es el acto comunitario esencial, el sentido de pertenencia a algo mayor que a nuestras propias dificultades de la vida terrenal. Está enraizado en la fe: en Dios, o incluso en la simple creencia en que el conjunto de todos los hombres de buena voluntad es más poderoso cuando cada individuo se preocupa por los demás.
Esa resistencia, esa fuerza interior, ese espíritu humano, es algo increíble para mí. Y al admirarlo, me doy cuenta de que no podemos perder esta guerra, de que al final, incluso si ese final tarda mil años en llegar, triunfaremos. Porque no pueden acabar con nosotros, tío Mather. No pueden acabar con esta resistencia. No pueden acabar con esta fuerza interior.
—No pueden acabar con el espíritu humano.
Cuando miro las caras de hombres y mujeres, de niños, demasiado tiernos para estas experiencias, y de ancianos, demasiado viejos para tales batallas, sé que lo que digo es cierto.
Elbryan Wyndon