—Maiyer Dek y el powri Kos-kosio —dijo Pony, muy contenta por el resultado de Caer Tinella. Ella, Elbryan, Tomás Gingerwart y Belster O’Comely estaban sentados en torno a una fogata en el campamento de refugiados, y esperaban impacientes el regreso de Roger Descerrajador y de los otros exploradores que se habían propuesto efectuar una valoración ajustada de las consecuencias del asalto de aquella noche contra los monstruos. Todos suponían que las noticias serían buenas. Habían muerto bastantes monstruos, pero sus muertes, incluso la de los tres gigantes, no eran nada comparadas con la del jefe de los gigantes y la del jefe de los powris; especialmente teniendo en cuenta que Maiyer Dek había sido el que mató a \Kos-kosio ante los mismísimos ojos de muchos powris aliados. Antes de la llegada del demonio Dáctilo, gigantes y powris raramente se habían aliado y se odiaban tanto entre sí como odiaban a los humanos. Bestesbulzibar había acabado con aquella enemistad, pero con la caída del demonio, la alianza había perdurado por pura necesidad, pues ambos ejércitos se habían adentrado mucho en tierras humanas.
Pero era una alianza cargada de tensión, una alianza que sólo esperaba un pretexto para transformarse en enemistad.
—Si hubiéramos convencido a Maiyer Dek para que se uniera a nosotros, no habríamos conseguido que nos ayudara más de lo que hizo —comentó Elbryan con una risa burlona—. Mis esperanzas aumentaron cuando vi cómo arrojaba al fuego al jefe de los powris.
—Y con Maiyer Dek y tres de sus gigantes muertos —añadió Pony— podemos esperar que los powris, encolerizados con los gigantes, tengan claramente la sartén por el mango.
—Con la salvedad de que los trasgos son más amigos de los gigantes que de los perversos powris —observó Tomás Gingerwart—. ¡Aunque a menudo los gigantes se los comen!
—Es bien cierto —admitió Elbryan—; tal vez ambos bandos estén bastante igualados, pues Caer Tinella estaba infestado de miserables trasgos. Pero a menos que puedan encontrar pronto a alguien con gran carisma entre sus filas, sospecho que la lucha en el pueblo no ha hecho más que empezar.
—Confiemos en que se maten unos a otros hasta que no quede ninguno —dijo Belster O’Comely, levantando en el aire una jarra de cerveza regalo de Roger Descerrajador, y apurando un enorme trago que vació la jarra.
—Así que son más débiles y nuestra fuerza se ha incrementado con una veintena de hombres listos para luchar —indicó Tomás.
—Una veintena lista para ayudar a los demás a sobrepasar los pueblos en ruta hacia el sur —corrigió Elbryan—. Nosotros, todos nosotros, hemos visto ya bastantes batallas.
—¡A Palmaris! —rugió Belster soltando un sonoro eructo.
Tomás Gingerwart no estaba contento.
—Hace un mes, o incluso una semana o incluso hace dos días, me hubiera considerado satisfecho con eso —explicó—. Pero Caer Tinella es nuestro hogar y, si nuestros enemigos se encuentran realmente debilitados, sería hora de que reconquistáramos el pueblo. ¿Ese era el plan, no? ¿Esperar hasta que hubiéramos evaluado la fuerza de nuestros enemigos y entonces atacar?
Elbryan y Pony intercambiaron miradas nerviosas y luego miraron otra vez a aquel hombre decidido, simpatizando sinceramente con sus deseos.
—Es una discusión que debemos dejar para más adelante —dijo el guardabosque con calma—. No sabemos cuán fuertes son los monstruos atrincherados en Caer Tinella.
Tomás soltó un bufido.
—Habéis entrado allí —dijo—. ¿Creéis que podría haber sido mucho más devastador el asalto si todos nuestros guerreros hubieran luchado a vuestro lado?
—Habría sido devastador para ambos bandos, me temo —replicó Pony—. Pudimos darles duro a los monstruos y liberar a los prisioneros sólo gracias al factor sorpresa. Si Maiyer Dek hubiera visto una fuerza mayor que se acercaba, habría dado orden de matar a todos los prisioneros y la defensa de Caer Tinella habría sido mucho más firme.
Tomás soltó de nuevo otro bufido, sin querer escuchar una opinión tan negativa. Según su criterio, si Elbryan y Pony, su pequeño e invisible amigo Juraviel y Roger Descerrajador podían infligir semejantes pérdidas, él y sus guerreros podían acabar el trabajo.
Elbryan y Pony se miraron y acordaron silenciosamente dejarlo para mejor ocasión. Comprendían los sentimientos de Tomás, reconocían que necesitaba creer que no había perdido su hogar, y ambos confiaban en que sería lo bastante sensato como para escuchar sus argumentos en el caso de que la opción más prudente fuera rodear el pueblo y huir hacia el sur.
Belster O’Comely temía que la tensión aumentara por lo que condujo la conversación por otros derroteros especulando sobre el destino del ejército de los monstruos a través de todas las tierras.
—Si aquí les hemos pegado tan duro, me parece que también otros habrán podido atizarles —dijo—. ¡Apuesto a que estaré de nuevo en El Aullido de Sheila, en Dundalis, en la próxima primavera! —acabó diciendo, y llenó y vació de nuevo su jarra.
—Es posible —dijo el guardabosque con la mayor seriedad; su optimismo sorprendió a Pony—. Si el ejército de los monstruos se desintegrase, el rey desearía reconquistar enseguida las Tierras Boscosas.
—¡Y Sheila aullaría otra vez! —rugió Belster, pues en su estado de euforia, propiciado por la bebida, había olvidado todas sus pretensiones de llevar una vida tranquila en la segura Palmaris. Su excitación atrajo a otros en torno al fuego, la mayoría con comida y bebida.
La conversación tomó entonces derroteros más livianos y se convirtió en una repetición de anécdotas de tiempos más felices, anteriores a la invasión de los monstruos; y lo que había empezado siendo tensa espera de una información importante se convirtió en una especie de celebración victoriosa. Elbryan y Pony apenas intervenían; preferían estar sentados y escuchar las charlas de los demás; a menudo se miraban e inclinaban la cabeza para asentir. Ya habían concertado una reunión con Juraviel a punta de día en la pradera junto a los pinos, y después de escuchar lo que el elfo tenía que decirles, después de ser capaces de evaluar la fuerza real de sus enemigos en los dos pueblos, podrían tomar una decisión.
La noche fue avanzando, los fuegos languidecían, y la mayoría de la gente se había retirado a sus sacos de dormir. Por fin, sólo una hora antes del alba, los exploradores regresaron, guiados por un exuberante Roger Descerrajador.
—Todos los gigantes se han largado —proclamó el joven—. ¡Todos! ¡Expulsados por los powris, y ni siquiera opusieron resistencia!
—No querían seguir aquí en primera línea —razonó Pony—. Prefieren sus escondrijos en las montañas escarpadas de las Tierras Boscosas.
Tomás Gingerwart lanzó un grito de victoria.
—¿Y qué pasa con los trasgos? —preguntó Elbryan con calma, interrumpiendo la celebración antes de que pudiera empezar. No quería que la excitación de Roger se aprovechara de aquel momento y condujera a Tomás y a todos los refugiados por un camino de absoluta destrucción. Incluso sin gigantes, los powris que quedaban podrían ser demasiado poderosos.
—Hubo una pelea y algunos muertos —replicó Roger, sin perder comba—. Otros se dispersaron por el bosque.
—Pero otros se quedaron con los powris —razonó Elbryan.
—Sí, pero…
—¿Y murieron pocos, muy pocos powris? —insistió el guardabosque.
—Los trasgos que se quedaron huirán al primer indicio de batalla —dijo Roger lleno de confianza—. Están allí sólo porque tienen miedo de las gorras ensangrentadas.
—Algunos ejércitos han conseguido grandes victorias gracias precisamente al miedo —dijo Pony secamente.
Roger la miró con dureza.
—Están listos para que los derrotemos —dijo en tono neutro.
—Aún no podemos pretender tal cosa, ni mucho menos —respondió con rapidez el guardabosque, al tiempo que levantaba una mano para cortar de forma directa a Tomás Gingerwart. Elbryan se incorporó y se situó junto a Roger—. Nuestras responsabilidades son demasiado grandes como para emitir un juicio tan precipitado.
—¿Como el que emitiste cuando te fuiste solo a Caer Tinella? —le espetó el joven.
—Hice lo que creí necesario —replicó Elbryan sin perder la calma. Percibía que las miradas de muchos iban de él a Roger, y sabía que cualquier conflicto entre ambos sería la causa de grandes tensiones. Aquella gente había llegado a confiar y a querer a Roger Descerrajador, y este realmente había hecho mucho por ellos durante las semanas de exilio. Pero si ahora se equivocaba, si dejaba que sus ansias de conducir a aquella gente a la victoria obnubilaran su sentido común, entonces sus logros anteriores no servirían de nada, ya que probablemente todos los refugiados no tardarían en morir.
—¡Igual que yo cuando rescaté a los treinta soldados prisioneros! —exclamó Roger con vigor y en voz muy alta.
—¿Tú solo? —tuvo que puntualizar Pony.
Elbryan levantó la mano para calmarla, para calmar a todo el mundo.
—Es demasiado pronto para decidir si atacamos los pueblos o los rodeamos —anunció—. Sabremos más cosas cuando se haga de día, muchas más —y entonces el guardabosque que creía y esperaba que la discusión había terminado, se dio la vuelta y se dispuso a irse.
—Recuperaremos Caer Tinella —declaró Roger, y se produjeron no pocos gritos de asentimiento—. Y Tierras Bajas —prosiguió—. Y cuando volvamos a tener esos pueblos en nuestro poder, enviaremos un mensaje a Palmaris para que el ejército del rey pueda reforzar nuestras posiciones.
—Los hombres del rey no vendrán tan al norte —argumentó Pony—. O al menos no debemos basar nuestra subsistencia en ellos. Todavía no. No mientras Palmaris esté amenazado de invasión.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Roger en tono severo.
—He servido en el ejército del rey —admitió Pony—. En los hombres del rey y en los Guardianes de la Costa. Conozco sus prioridades y puedo aseguraros que Caer Tinella y Tierras Bajas no se cuentan entre ellas, teniendo en cuenta la importancia de Palmaris, segunda ciudad de Honce el Oso y puerta de Masur Delaval. Si Palmaris cae, el camino queda totalmente despejado hasta el trono del rey en Ursal.
Aquello disipó en parte la jactancia de Roger. Durante unos momentos buscó nervioso una réplica, pero antes de que pudiera dar con ella, Tomás Gingerwart se le adelantó.
—Todos estamos cansados —dijo el hombre en voz alta, con lo que atrajo la atención de todos los que estaban por allí cerca—. Se dice que las buenas noticias pueden cansar tanto como las malas, incluso tanto como una semana de trabajo duro.
—Es bien cierto —asintió Belster O’Comely.
—Tenemos la moral alta y nuestros corazones están llenos de esperanza —prosiguió Tomás—, pero el guardabosque y Jilseponie tienen razón. Ahora no es momento de decidir.
—Nuestros enemigos están desorganizados y en retroceso —arguyó Roger.
—Así estarán, por lo menos un día más —contestó Tomás con brusquedad—. En cualquier caso, no atacaremos los pueblos a plena luz del día, de modo que ahora vayamos a descansar, y esperemos que por la mañana podamos ver las cosas con más claridad.
Elbryan cruzó su mirada con la de Tomás y asintió, sinceramente agradecido por la sensatez de su postura. Luego hizo un gesto a Pony y la pareja se dirigió hacia los pinos y la pradera, con objeto de formarse una idea más precisa de lo que quedaba de sus enemigos.
Roger Descerrajador esperó en el campamento durante un rato, y luego, al ver que nadie le hacía mucho caso, se fue tras la pista del guardabosque y de la mujer; y, estaba seguro de ello, de su explorador particular.
Alcanzó a Elbryan y a Pony en la pradera bordeada de pinos y se ruborizó intensamente, reconsiderando su situación, al ver cómo se abrazaban y se besaban con pasión. Roger recobró el aliento cuando los amantes se soltaron.
Si hubiera analizado sus sentimientos con mayor detenimiento y sinceridad, Roger se habría dado cuenta de que aquel beso le había turbado más de lo debido, que no deseaba espiar un momento tan íntimo, y mucho menos uno en el que estuviera implicada aquella maravillosa mujer. Pero Roger aún no era capaz de aquel nivel de introspección en relación a los dos recién llegados, y por tanto, al ver que el abrazo se había terminado, se acercó con sigilo y no le sorprendió lo más mínimo cuando oyó una voz melodiosa que provenía de un pino cercano.
—La fortuna nos sonríe esta noche —explicó Juraviel—. Los gigantes se han ido, todos, y también un buen número de trasgos. Sólo habría faltado una reyerta abierta entre gigantes y powris.
—Pero no ha sucedido —repuso Elbryan—; por consiguiente, tenemos que asumir que la fuerza powri es aún considerable.
—Por supuesto —confirmó Juraviel—. ¡Aunque hayan asado a su líder!
—La gente quiere atacar Caer Tinella para reconquistar sus hogares —indicó Pony.
—¿No es cierto, Roger Descerrajador? —añadió Elbryan advirtiendo que el joven estaba allí.
Roger se agazapó aún más y pegó la cara a la hierba.
—Estoy harto de que ande espiándome —protestó Juraviel, revoloteando desde el árbol hasta el suelo.
—Bueno, sal entonces —dijo Pony—. Puesto que quieres enterarte de lo que vamos a decir, por lo menos únete a la conversación.
Roger se dijo repetidas veces que era imposible que aquellos tres hubieran podido verlo, que Elbryan y Pony hubieran advertido que los había seguido.
—En ese caso, quédate con la cara enterrada en la hierba —dijo Elbryan con una sonrisa burlona—. Estoy en contra de atacar —añadió dirigiéndose a Juraviel.
—Y por razones de peso —respondió el elfo—. Si la guerra estuviera todavía en un punto muerto, entonces cabría considerar la oportunidad de semejante golpe. Pero dudo de que Caer Tinella sea algo más que una residencia temporal para los powris y para los pocos trasgos que se han quedado. Ciertamente, no es una base de aprovisionamiento para un ejército de monstruos coordinado. No veo qué íbamos a ganar con un ataque, y pensar en la reconquista del pueblo a estas alturas es sencillamente temerario; podríamos perderlo todo. No infravaloremos la fuerza del ejército que queda en Caer Tinella.
—Creo que es más prudente evitar el pueblo y huir hacia las tierras del sur —añadió Elbryan.
—Es probable que la carretera hacia el sur se encuentre completamente despejada hasta Palmaris —repuso Juraviel—. Aunque no puedo deciros por cuánto tiempo.
—Convencer a los aldeanos de que abandonen sus hogares no va a ser tarea fácil —explicó Pony.
—Pero lo haremos —le aseguró Elbryan mirando hacia Roger Descerrajador mientras hablaba; pensaba que aquella afirmación conseguiría sacar al muchacho de su escondite.
—¡Quizá a ti no te importe tu propia casa! —dijo el joven poniéndose en pie de un salto y encarándose con el guardabosque—. ¡Pero nosotros somos leales a Caer Tinella!
—Y por esa razón regresaréis a Caer Tinella —dijo con calma Elbryan—. Esta guerra ya no durará mucho más y, tan pronto como la región en torno a Palmaris se considere segura, espero que el rey envíe el ejército al norte.
—¿Y qué van a encontrar? —dijo Roger irguiéndose cuanto pudo para tratar de situarse a la altura de Elbryan—. ¿Los esqueletos carbonizados de nuestros hogares?
—Tendréis que reconstruirlos —respondió con calma Elbryan.
Roger se burló de semejante idea.
—Hace años nuestros hogares de Dundalis fueron saqueados —dijo Pony—. Luego, Belster y sus compañeros los reconstruyeron. Y ahora ha vuelto a ser saqueado.
—Y por lo tanto, será reconstruido otra vez —dijo Elbryan con resolución—. Las casas se pueden reponer; las personas se pierden para siempre.
—Mi propia familia murió en aquella invasión —explicó Pony, mientras cogía al joven amablemente por el codo.
—Y la mía también —añadió Elbryan—. Y todos nuestros amigos.
El rostro de Roger se relajó sólo un momento al mirar a Pony, pero luego se apartó de ellos y la cólera reapareció en sus ojos.
—No me contéis vuestras penas —les espetó—. Sé perfectamente qué significa perder familia y amigos. Y ahora no tengo miedo. ¡Los enanos están en Caer Tinella, mi hogar, y por lo tanto iré allí y me desharé de todos ellos! Vosotros intentáis retrasarlo, pero después del éxito de nuestro ataque, no podréis evitarlo. La gente me seguirá, Pájaro de la Noche —dijo mientras se golpeaba el pecho—. Te crees el jefe, pero fue Roger Descerrajador, no tú, quien rescató a los prisioneros en la última incursión, y también fue Roger Descerrajador el que ha estado proporcionando a esa gente alimentos que había robado delante de las narices del estúpido \Kos-kosio Begulne. ¡Yo! —chilló, mientras se golpeaba de nuevo el pecho—. Y no os los llevaréis lejos de Caer Tinella. Me seguirán a mí.
—Hasta su perdición —replicó el guardabosque sin inmutarse—. ¿Se trata de Caer Tinella, Roger, o de dilucidar quién manda?
Roger agitó la mano hacia él en señal de despedida.
—Aún no hemos acabado con este asunto, Pájaro de la Noche —dijo, espetando el apelativo élfico con desprecio; se dio la vuelta y regresó por el prado.
Pony se disponía a seguirlo con expresión tensa a causa del enfado, pero Elbryan levantó el brazo para detenerla.
—Es joven y está hecho un lío —explicó el guardabosque—. Creía que su lugar estaba consolidado entre esa gente, y entonces llegamos nosotros.
—Nunca ha sido formalmente el jefe de ese grupo —dijo Juraviel—. El liderazgo recae en Tomás Gingerwart y en Belster O’Comely. Roger estaba, más bien, trabajando al margen del grupo. Nuestra llegada no debiera haber alterado ese papel.
—Se creía el héroe del grupo —razonó Pony.
—Lo es, por supuesto —corrigió Elbryan.
—De acuerdo —dijo Juraviel—. Pero no ha comprendido que hay espacio para otros.
—¡Roger Descerrajador! —gritó fuerte Elbryan.
Roger, desde el otro extremo de la pradera, detuvo su marcha y se dio la vuelta.
—Debemos aclarar las cosas de una vez por todas, aquí y ahora —gritó el guardabosque—. Por el bien de toda esa gente —afirmó con decisión aunque su expresión revelaba una gran inquietud—. Dale tu espada a Juraviel —le pidió a Pony con un leve suspiro.
La mujer analizó aquella petición y miró a su amado.
—Este no es el momento —replicó.
—Tiene que serlo —dijo el guardabosque—. Dale tu espada a Juraviel —repitió e hizo una pausa y miró primero a Pony y después a Roger, que se iba acercando con objeto de intentar profundizar aún más en sus motivaciones—. Y vete de aquí —añadió dirigiéndose a Pony—; no debes ser testigo de esto. En atención a él.
Pony desenvainó la espada y se la tendió al elfo sin dejar de mirar fijamente los ojos de Elbryan.
—Si le hieres… —advirtió, y se dio la vuelta y se internó en el bosque de pinos.
Elbryan era bastante sensato como para preocuparse por la advertencia inacabada de Pony.
—Ten cuidado —le aconsejó Juraviel—. Humillarlo demasiado podría acarrear graves consecuencias.
—Espero que no lleguemos a tanto —dijo Elbryan con sinceridad—, pues también yo temo esas consecuencias. Pero esta división entre nosotros no puede persistir. No podemos pedir a la gente que en una situación tan crítica tenga que optar entre Roger o yo.
—¿Crees que Roger te escuchará?
—Haré que Roger me escuche —le aseguró Elbryan.
—Pasas por una sutil maroma, Pájaro de la Noche —dijo el elfo.
—Una maroma que tú y Tuntun me mostrasteis muy bien —respondió el guardabosque.
Juraviel inclinó la cabeza, admitiendo que tenía razón.
—Haz que empiece él —le avisó el elfo—. Si tiene que ocurrir.
Elbryan inclinó la cabeza y se enderezó mientras Roger, temerario como siempre, avanzó desafiante hasta situarse justo delante de él.
—Estoy cansado de nuestras disputas, Roger Descerrajador, sobre quién pretende el liderazgo del grupo —exclamó Elbryan—. En la última incursión en Caer Tinella, demostramos que juntos podemos trabajar bien.
—Demostramos que mis prioridades, y no las tuyas, son las que convienen a la gente —replicó el joven.
Elbryan logró tomarse bien aquel insulto, al reconocer la frustración que escondía.
—Los dos prestamos valiosos servicios en el pueblo —respondió sin prisas y con serenidad—. Tú liberaste a los prisioneros y por eso todos nosotros, incluido yo mismo, te estamos muy agradecidos. Y yo conseguí derrotar a Maiyer Dek, un golpe del que nuestros enemigos tardarán en recuperarse.
—¡Pero podría haber realizado mi trabajo con mucha mayor facilidad si no hubierais estado allí! —exclamó el joven en tono acusador—. Además, ¿acaso me pediste que fuera? Cuando mis habilidades eran más necesarias que nunca, ¿acaso el gran Pájaro de la Noche se dignó preguntarme si podría estar interesado en la misión?
—Ni tan sólo sabía que tuvieran prisioneros —replicó el guardabosque con sinceridad—. De lo contrario, mi plan habría sido muy distinto.
—Tu plan —escupió Roger—. ¡Desde que llegaste, sólo he oído hablar de tus planes!
—¿Y no ha mejorado nuestra situación desde entonces?
De nuevo Roger escupió; esta vez a los pies de Elbryan.
—No te necesito, Pájaro de la Noche —añadió con desprecio—. Me gustaría que tú y tu extraño y diminuto amigo desaparecierais en el bosque.
—Pero no Jilseponie —observó Juraviel.
—¡Ella también! —dijo Roger con poco convencimiento ruborizándose.
Elbryan se dio cuenta de que sería mejor abandonar un tema tan delicado.
—Pero no vamos a irnos —dijo—. No hasta que esa gente esté a salvo en Palmaris, o hasta que el ejército haya emprendido la marcha hacia el norte para recuperar los pueblos. Soy una circunstancia de tu vida, Roger Descerrajador. Y si ocupo una posición de liderazgo, algo que he conseguido con mi trabajo en las tierras del norte y con mi experiencia, tienes que saber que no la voy a abandonar por el capricho de tu insensato orgullo.
Roger se movió como si fuera a propinar un golpe, pero retuvo su cólera, aunque su rostro continuaba enrojecido.
—Soy responsable ante ellos, no ante ti —explicó con calma el guardabosque—. Hay un lugar para ti en este grupo, un lugar muy importante.
—¿Como tu lacayo?
—Entérate de una vez —prosiguió el guardabosque, ignorando el estúpido comentario—: Voy a argumentar en contra de cualquier ataque a Caer Tinella. Huir de esta zona es lo más adecuado para esa gente, y espero y te pido que apoyes esta decisión.
Roger clavó su vista en él, evidentemente sorprendido de que el guardabosque se hubiera atrevido a darle una orden directa.
—No me voy a conformar con menos, Roger Descerrajador.
—¿Me estás amenazando? ¿Tal como hizo Pon… Jilseponie con sus estúpidas palabrotas?
—Te digo la verdad, ni más ni menos —repuso Elbryan—. Es demasiado importante…
Antes de que el guardabosque pudiera acabar, Roger se movió impulsivamente para propinarle un puñetazo en la mandíbula. Sin sorprenderse lo más mínimo, Elbryan levantó la mano como si fuera un cuchillo por delante de la cara y la desplazó ligeramente, lo suficiente para desviar el golpe de Roger que, inofensivo, no dio en el blanco. La mano abierta del guardabosque se disparó hacia adelante, alcanzó la cara de Roger de través e hizo que se tambaleara hacia atrás.
Roger sacó un puñal y avanzó, pero resbaló al frenar bruscamente ante el imponente brillo de Tempestad.
—Una pelea entre nosotros sería una insensatez —dijo el guardabosque—. Has admitido que nunca has matado a nadie, mientras que yo, lamentablemente, he vivido con la espada durante mucho, muchísimo tiempo.
Dicho esto, Elbryan envainó con calma Tempestad.
—¡Puedo pelear! —le chilló Roger.
—No lo dudo —respondió Elbryan—. Pero tus auténticas cualidades son de otro orden: explorar, crear dificultades a nuestros enemigos con tu ingenio…
—¡Ingenio en el que aparentemente no confías para ninguna decisión importante!
Elbryan sacudió la cabeza.
—Esto es una batalla, no un robo.
—¿Y yo no soy más que un vulgar ladrón?
—Ahora te comportas como un niño mimado —dijo el guardabosque—. Si me atacas, y me matas, o si te mato a ti, ¿qué ganaría la gente que espera que la guiemos?
—No quiero matarte —le informó Roger—. ¡Sólo herirte! —y se abalanzó hacía él con el puñal extendido.
La mano izquierda de Elbryan pegó una palmada por debajo de la hoja que alcanzó a Roger en el antebrazo. Antes de que el joven pudiera reaccionar, el guardabosque cruzó rápidamente su mano libre delante de él y llevó su izquierda y el brazo de Roger en sentido contrario. Roger sintió un pinchazo en la mano y después de repente se encontró libre. Recuperó el equilibrio inmediatamente y trató de volver a la carga con otro golpe, pero se dio cuenta de que ya no tenía el puñal y de que este estaba en la mano derecha de Elbryan.
El guardabosque disparó su mano izquierda, y abofeteó a Roger tres veces, muy seguidas.
—¿Aún quieres intentarlo? —preguntó Elbryan, y le arrojó el puñal para que Roger pudiera agarrarlo con su experta mano.
—Dignidad —murmuró Juraviel detrás del guardabosque.
Advirtiendo que podría estar llevando las cosas demasiado lejos, que estaba insultando al joven, Elbryan retrocedió y tomó la espada de Pony que tenía Juraviel, se dio la vuelta y la lanzó al suelo a los pies de Roger.
—Si tienes ganas de continuar, coge un arma de verdad —dijo.
Roger se dispuso a coger la espada, pero vaciló al levantar la vista hacia el rostro del guardabosque.
—¡Puedo pelear! —dijo—. Pero estas son tus armas y no las mías. Me ofreces la espada pequeña y vulgar de Pony, mientras te quedas la hoja mágica…
Antes de que pudiera terminar la protesta, Elbryan, en un ágil movimiento, desenvainó Tempestad y la arrojó al suelo junto a la espada de Pony; luego él empuñó la de la mujer.
—Esto se acabará aquí y ahora —dijo el guardabosque con voz uniforme—. Debería ocurrir sin lucha, pero si tiene que ser con…
—Toma el arma, Roger Descerrajador —dijo Elbryan—. O no lo hagas. Pero en cualquier caso, comprende que por lo que respecta a Caer Tinella mi decisión va a prevalecer. Y esa decisión es evitar ese pueblo, y también Tierras Bajas, y llevar a salvo a esa gente hasta Palmaris.
Roger apenas le prestó atención después de la primera frase. No se trataba de Caer Tinella, se trataba de su orgullo. Estaba en juego una posición de liderazgo que Roger creía merecer, y una mujer…
Roger detuvo el flujo de sus pensamientos pues no quería llegar tan lejos. Miró hacia Elbryan sólo un instante, y entonces agarró con la mano la bien elaborada empuñadura de Tempestad, el pomo de silverel forrado de piel azul. Se trataba de su paso a la edad viril, de valor o miedo, de controlar o de ser controlado, y no por Elbryan sino por su propia cobardía.
Alzó la espada y retrocedió hasta una posición equilibrada con la espada lista para la lucha.
—¿Primera sangre? —preguntó.
—Hasta que uno de los dos se rinda —explicó Juraviel, ante la sorpresa de Roger. Según las reglas usuales en el protocolo de la espada, la primera sangre pondría fin al desafío, pero en aquel caso Juraviel quería estar seguro de que Roger Descerrajador aprendería una valiosa lección.
Elbryan se mantuvo en su posición sin inmutarse; por la expresión de Roger podía adivinar que el impaciente muchacho quería atacar primero, y con violencia. Como era de prever, así lo hizo: se deslizó con brusquedad hacia adelante e hizo describir a Tempestad un amplio arco.
Elbryan extendió el cuerpo con la hoja de la espada invertida, inclinada hacia abajo. Cuando Tempestad la tocó, el guardabosque «cazó» con gran habilidad la espada con su propia hoja y contrajo el brazo para de alguna manera absorber el impacto del golpe, ya que de lo contrario se temía que Tempestad pudiera partir su hoja por la mitad. Luego el guardabosque dirigió con prontitud la espada hacia arriba, levantando la mano sobre la marcha, de forma que consiguió desviar hacia arriba el ataque de Roger sin recibir ningún daño.
Elbryan podría haber avanzado entonces para acabar la pelea con un golpe brusco. Se dispuso a hacerlo con el movimiento preciso, pero recordó el aviso de Juraviel y, en lugar de continuar, dio un paso atrás.
Roger volvió a la carga sin darse cuenta de que ya había perdido la partida. Esta vez el joven manejó la espada con más gracia y Tempestad trató de apuñalar a Elbryan por arriba, luego por abajo, de nuevo otra vez por abajo y, después de una finta por arriba, una tercera vez por abajo; todo en vertiginosa sucesión.
Elbryan se limitó a mover la cabeza para evitar el primer ataque, dio un par de golpes planos contra la hoja para desviar los dos siguientes, y entonces con un brinco evitó el último. Luego el guardabosque contraatacó: de repente, avanzó justo después de tocar el suelo tras un pequeño salto y movió la espada con un amplio arco, dando tiempo al joven para que pudiera rechazarlo con Tempestad.
Elbryan atacaba furiosamente con movimientos muy exagerados y previsibles, y el ágil Roger desviaba con facilidad todos los ataques e incluso se las apañó para contraatacar en un par de ocasiones, la primera de las cuales sorprendió a Elbryan de forma que casi vulneró su posición defensiva. No obstante, el guardabosque se recuperó con rapidez y dio una palmada con su mano libre contra la parte plana de la hoja de Tempestad, aunque esta acción le produjo un ligero corte en un lado de la mano.
—En una lucha a primera sangre, ya habría ganado —fanfarroneó Roger.
El guardabosque se tragó el orgullo y pasó por alto el insulto. No tenía tiempo ni ganas para tales juegos burlones, ya que estaba concentrado en el reto de aquella lucha singular… no le preocupaba si iba a ganar o perder, sino asegurarse de que ni él ni Roger resultaran heridos en el combate. Elbryan tenía que hacer una puesta en escena perfecta.
Sobrevino otra fase frenética; los dos hombres entrechocaron las espadas en el aire en repetidas ocasiones, rechazaron los golpes del contrario, aunque de forma gradual Roger iba sacando ventaja y el guardabosque retrocedía uniformemente. Espoleado por la ventaja, Roger Descerrajador arreciaba el ataque con más fuerza y conseguía de Tempestad movimientos temibles, pero que inadvertidamente le hacían vulnerable.
Elbryan no aprovechó ninguna de aquellas situaciones y se limitaba a continuar retrocediendo y a inclinarse un poco para permitir que el otro, pese a ser más bajo, pudiera cernirse sobre él.
Roger dio un grito de satisfacción y cargó con energía, acuchillando con Tempestad en diagonal y hacia abajo.
El guardabosque reaccionó, cambió de mano la espada y desvió el ataque con fuerza; después, en un abrir y cerrar de ojos, pasó la hoja directamente por encima de la de Roger y lanzó la punta por debajo y tiró hacia afuera tan bruscamente que Tempestad cayó de la mano de Roger. También Elbryan dejó caer la suya.
El joven se agachó para recoger la espada; Elbryan se agachó delante de él, dio una vuelta de campana, pivotó al aterrizar y volvió a la carga. Mientras Roger estiraba el brazo para alcanzar la espada, se lo torcieron hacia atrás, doblado por el codo: el brazo derecho de Elbryan se había deslizado por debajo del suyo. Antes de que el joven pudiera reaccionar con el brazo libre, Elbryan le metió el izquierdo debajo del sobaco, lo subió y se lo pasó en torno a la nuca. Al mismo tiempo, el guardabosque avanzó una pierna por delante de Roger y lo torció hacia un lado, sobre la rodilla. Ambos cayeron al suelo pesadamente: Elbryan encima de Roger, que tenía los brazos definitivamente inmovilizados a la espalda.
—Ríndete —le pidió el guardabosque.
—No has jugado limpio —se quejó Roger.
Elbryan se incorporó, haciendo que también Roger se levantara; luego lo soltó y lo empujó hacia adelante. Roger inmediatamente fue a por Tempestad.
Elbryan se dispuso a hacer una silenciosa llamada a la espada, que habría flotado para llegar hasta sus manos, pero decidió no hacerlo para permitir que Roger la recuperara; entonces el joven se dio la vuelta y se encaró a él.
—No has jugado limpio —masculló Roger de nuevo—. Era una pelea con espadas, no una prueba de fuerza.
—La lucha sin armas ha sido una mera continuación de la otra —replicó Elbryan—. ¿Acaso hubieras preferido que te atacara con la espada?
—No podías —arguyó Roger—. ¡Tu lance nos costó las armas a los dos!
Elbryan se volvió hacia Juraviel y constató que el elfo se daba perfecta cuenta de lo que había pasado y que había ganado en buena lid. Pero el elfo dijo:
—El muchacho tiene razón.
Y Elbryan, al ver que Roger todavía no había aprendido la lección, comprendió y asintió.
—En ese caso, la pelea no ha terminado.
—Ve y coge tu espada —le dijo Roger a Elbryan.
—No hace falta —interrumpió Juraviel, y su tono fue un poquito demasiado jovial en opinión de Elbryan—. Las espadas cayeron y tú fuiste el primero en coger la tuya. ¡Aprovecha la ventaja, joven Roger!
Elbryan miró a Juraviel y pensó que estaba llevando las cosas un poco demasiado lejos.
Roger avanzó tres pasos con la espada levantada a la altura del rostro de Elbryan.
—Ríndete —exigió el joven con una ancha sonrisa.
—¿Porque tienes ventaja? —replicó Elbryan—. ¿Tal como la tenías con el puñal?
El patético recuerdo catapultó a Roger hacia adelante, pero el guardabosque también saltó para caer de cabeza fuera del alcance de Roger; completó la voltereta y se apresuró a recoger la espada antes de que el joven pudiera darse la vuelta y atraparlo.
Sin embargo, Roger cargó directamente, furioso por su propio error, blandiendo la espada con violencia. El metal chocó con el metal, muchas, muchas veces: Elbryan desviaba limpiamente todos los golpes.
Roger se cansó pronto y trató de utilizar uno de los trucos del guardabosque; se pasó Tempestad a la mano izquierda y acuchilló.
El rechazo de revés de Elbryan casi le obligó a dar una vuelta completa; y cuando se recuperó y levantó Tempestad para defenderse, se encontró con que el guardabosque ya no estaba allí.
Y entonces sintió la punta de una espada en la nuca.
—Ríndete —le exigió Elbryan.
Roger se puso tenso calculando cómo moverse, pero Elbryan se limitó a hundir la punta un poquito más y acabó con sus especulaciones.
Roger lanzó Tempestad al suelo y se alejó unos pasos; se volvió para echar una mirada de rabia al guardabosque… una mirada que se oscureció aún más cuando Elbryan inesperadamente se echó a reír.
—¡Buena pelea! —le felicitó el guardabosque—. No suponía que fueses tan diestro con la espada. Parece que eres un hombre con muchas cualidades, Roger Descerrajador.
—Me has derrotado con facilidad —le espetó el joven.
La sonrisa de Elbryan era inexorable.
—No tanta como crees —respondió, y miró a Juraviel—. La inmersión en la sombra —explicó.
—Desde luego —apostilló el elfo al recordar el día en que había visto a Elbryan derrotado en el campo de adiestramiento por Tallareyish Issinshine, que había utilizado precisamente aquella estratagema—. Es una treta que da resultado dos de cada tres veces —prosiguió Juraviel, dirigiéndose a Roger—; o por lo menos, en dos de cada tres intentos no ocasiona un completo desastre.
Juraviel se dirigió de nuevo a Elbryan.
—¡No es bueno para mi viejo corazón verte, Pájaro de la Noche, a quien los elfos adiestraron hasta los niveles más elevados, forzado a recurrir a tan desesperada maniobra para escapar de una derrota a manos de un simple chiquillo! —le reprochó.
Elbryan y el elfo miraron a Roger; ambos creían que habían actuado bien y que la cuestión de los pueblos y el orden jerárquico entre los dos eran temas solucionados.
Roger miró ceñudo al guardabosque y al elfo durante unos instantes; luego escupió a los pies de Elbryan, dio la vuelta y se marchó a toda prisa.
Elbryan suspiró profundamente.
—No es alguien fácil de convencer —dijo.
—Tal vez se dio cuenta de tu engaño tan fácilmente como yo —razonó Juraviel.
—¿Qué engaño?
—Pudiste haberle derrotado en cualquier momento, de cualquier manera —estableció el elfo bruscamente.
—Dos de cada tres —corrigió el guardabosque.
—Cuando peleaste con Tallareyish, quizás —se apresuró a responder Juraviel—; en aquel caso, sin embargo, la maniobra de Tallareyish se debió a la pura desesperación, pues te habías hecho claramente con el control de la situación.
—¿Y esta vez?
—Esta vez la inmersión en la sombra se utilizó sólo para salvar en lo posible la dignidad de Roger; una táctica que no estoy seguro que resulte efectiva.
—Pero… —empezó a protestar Elbryan, pues aquello era precisamente lo que Juraviel le había pedido que hiciera justo antes de empezar la pelea.
—Ten mucho cuidado de que tu «lección» no provoque una falsa sensación de destreza en Roger —le advirtió el elfo—. Si entra en combate contra un powri, probablemente no vivirá para contarlo.
Elbryan admitió que tenía razón al tiempo que miraba el lugar por donde Roger había abandonado la pradera. No obstante, aquel parecía el menor de los problemas, ya que, dada la actitud de Roger, no estaba nada claro que pudiera convencer a aquella gente para que rodearan los dos pueblos ocupados.
—Ve y devuélvele la espada a Pony —le pidió Juraviel.
Como estaba demasiado obsesionado en aquel momento, tratando de imaginar una solución al problema de Roger, Elbryan ni siquiera respondió; se limitó a recoger y a envainar Tempestad y se alejó en la noche.
—Mientras, yo me voy a charlar un rato con Roger Descerrajador —acabó por decir Juraviel en voz baja cuando el guardabosque se había ido.
El elfo consiguió encontrar a Roger poco después, en un claro con raíces desparramadas bajo las ramas de un frondoso olmo.
—El protocolo y las buenas maneras exigen que felicites al ganador —explicó Juraviel posándose en una rama justo encima del joven.
—Vete, elfo —replicó Roger.
Juraviel saltó al suelo justo frente al joven.
—¿Que me vaya? —repitió con incredulidad.
—¡Ahora!
—Ahórrate tus amenazas, Roger Descerrajador —contestó con calma el elfo—. Te he visto luchar y no me has impresionado.
—Por poco consigo vencer a tu maravilloso Pájaro de la Noche.
—Él podía haberte vencido en cualquier momento —le interrumpió el elfo—. Lo sabes perfectamente.
Roger se incorporó y, aunque su talla no llegaba a la media de la de los humanos, era más alto que el elfo.
—El Pájaro de la Noche es tan fuerte como el que más —prosiguió el elfo—. Y, adiestrado por los Touel’alfar, es el más hábil con la espada. Es un auténtico guerrero y podría haberte arrojado tu espada a la cara, si se lo hubiera propuesto. O simplemente podría haberte agarrado el brazo y aplastártelo con su mano de hierro.
—¡Eso dice su lacayo elfo! —gritó Roger.
Juraviel se burló ante lo absurdo de semejante frase.
—¿Ya te has olvidado del ataque inicial?
La expresión de Roger se contrajo por la curiosidad.
—¿Qué ocurrió cuando te acercaste al Pájaro de la Noche con el puñal? —preguntó el elfo—. ¿No es suficiente prueba?
Un Roger totalmente frustrado lanzó su puño contra Juraviel. El elfo se adelantó al movimiento, agarró a Roger por la muñeca y se situó justo detrás de él, al tiempo que forzaba el brazo de Roger por detrás de su espalda y lo agarraba por el pelo con la mano libre. Tirando a la vez del brazo y del pelo obligó a Roger a dar la vuelta, y Juraviel se apresuró a golpearle la cara contra el tronco del olmo.
—Yo no soy el Pájaro de la Noche —le avisó Juraviel—. ¡No soy un ser humano, y los bobos no me dan lástima! —y mientras se lo decía, le golpeó de nuevo contra el tronco; luego lo hizo girar y de un revés lo sentó en el suelo.
—Sabes la verdad, Roger Descerrajador —le riñó—. Sabes que el Pájaro de la Noche es más experto en estas cuestiones, y que debería tenerse en cuenta su criterio sobre nuestro futuro. ¡Pero estás tan cegado por tu estúpido orgullo que llevarás a la perdición a tu propia gente ante que admitirlo!
—¿Orgullo? —chilló Roger—. ¿Acaso no fue Roger Descerrajador el que fue a Caer Tinella para rescatar…?
—¿Y por qué fue Roger Descerrajador a Caer Tinella? —le interrumpió Juraviel—. ¿Para salvar a los pobres prisioneros o por temor a ser superado por el nuevo héroe?
Roger tartamudeó mientras buscaba una respuesta, pero en cualquier caso Juraviel ya no escuchaba.
—Podía haberte vencido en cualquier momento, de cualquier manera —repitió el elfo; luego se dio la vuelta y se alejó, mientras el maltrecho Roger se quedaba sentado debajo del olmo.